martes, 5 de enero de 2021

Caldenia. Miradas en los entresijos de Concha García

Miradas en los entresijos. Percepciones Redaccion 09/08/2020 12:22 am Facebook Twitter Telegram Email Print La poeta, filóloga y crítica española Concha García es asidua visitante de nuestro país. Esos viajes conjugan su sed vivencial con una labor esencial que ha recogido la obra de varios poetas y alimenta los estudios sobre la tradición argentina del género lírico. Gisela Colombo * Los aportes de Concha García al conocimiento y difusión de la poesía patagónica la han convertido en una de las voces fundamentales para pensar la actividad poética en una región que permanece todavía silenciada para los grandes mercados editoriales. Recientemente, la autora presentó su nuevo libro titulado «Miradas en los entresijos. Percepciones en torno a poemas escritos por mujeres». Se trata de un texto en el que la poeta reúne sus dones de investigadora con la valiosísima e irremplazable experiencia de creadora. El libro es una reflexión sobre la poesía. Pero tiene la particularidad de permitirse, de algún modo, el testimonio autobiográfico. Eso significa que los temas que va tratando -como la naturaleza de la poesía, las características propias del poetizar femenino, el ritmo, la tradición, el uso y significado de la metáfora, el extrañamiento y otros tantos asuntos- funcionan como puntos de partida para introducir a una o varias poetas. En esa elección hay, de por sí, un ingrediente subjetivo, siempre teñido en mayor o menor medida, de emoción. Emoción estética, goce por aquello que deleita y desborda belleza. Concha García es una artista enraizada en su tiempo, atenta a los desafíos y los conflictos que propone la cultura contemporánea. En términos espaciales, su cartografía incluye «las dos orillas», pero en este caso, con un Atlántico mediando. En ambas riberas se mueve con igual soltura y capacidad hermenéutica. Con ello, fondo y forma se corresponden, porque el desarrollo del ensayo propone las percepciones, como modalidad más primitiva, intuitiva y genuina de aprehender la poesía. Y luego, una vez explicado sucintamente el concepto, la autora convoca la voz de una o de varias poetas que lo acreditan. El lenguaje y lo pedagógico del texto denotan la intención de que la percepción conduzca el viaje y supere en interés al pensamiento racional, a las definiciones y a la dialéctica académica. Santa Teresa de Avila. Inicialmente, se refiere a la poesía de Santa Teresa de Avila, a propósito de la literatura mística y cita a Simone Weil en el concepto de que todo poema intenta decir algo y decir nada, una «nada» de arriba, que se relaciona con el camino místico. Sigue, evocando la poesía de Emily Dickinson, con todo su misterio. El tema al que nos conduce después son las percepciones. No es casual que «Percepciones» figure entre las palabras del subtítulo del libro. De algún modo su presencia allí es una señal de que será algo sumamente importante en la concepción de la poesía que sostiene Concha García. La percepción es un aprehender más que con la razón. Quizá la cita de Diana Bellessi que consigna la autora sea sustancial: «Allí sabemos que el lenguaje canta y no proviene solo de nuestra cabeza, sino también de nuestro cuerpo, del rumor de la sangre y el hálito de nuestra respiración». Todo el ser, en realidad, está implicado en la percepción. Es un modo de conocimiento intuitivo, menos analítico y más instantáneo, como un despertar, en este caso, por la poesía. No se trata de discurrir lógicamente, servirse del aparato crítico o de la erudición sino justo lo contrario, de ver con ojos nuevos, de escuchar con oídos nuevos la poesía. Si algo es posible palpar en esta obra es el goce estético de la autora como motor primero del trabajo y la intención de despertar lo mismo en el lector. No es un libro académico, aunque no le falta el rigor para serlo, pero tiene la licencia que gesta la primera persona. Con esa perspectiva, no ha de esperarse una objetividad cargada de evidencias textuales, sino el repentino acercamiento de una disciplina. O mejor, un viaje con la autora, que ejerce el papel de guía, como un moderno Virgilio. Ella nos conducirá, nos llevará de la mano al universo de una y otra artista, aproximándola mediante las claves que su percepción notó, que su estudio analizó y que su memoria sigue guardando. Al hablar de Ritmos, la poeta desnuda más que nunca su experiencia sensorial de la creación, que impacta primeramente como una construcción sonora, hecha de un diseño de silencios y voces que construyen una cadencia particular. Bello Pessoa. En ese apartado, Concha trabaja la obra de Fernando Pessoa y dedica un tiempo a explicar los heterónimos, las personalidades alternativas que crea el autor, a las que bautiza con nombre y apellido y les piensa una historia, una cosmovisión, creencias… Estos «alias» abren la posibilidad de actuar muchas identidades guardadas en el ser, no siempre desarrolladas, no siempre aceptadas como valiosas, pero presentes al fin. Esas diferencias no sólo se distinguen en términos de ideas, el ritmo también es diverso. Como si cada «poeta» heterónimo vibrara a diferente velocidad que los demás, y tuviera, como consecuencia, distinta densidad. De lo liviano a lo grave habrá varios estadios. En esa temática, la autora recoge la poesía de Idea Vilariño, de Graciela Cros, poeta patagónica, de Dionisia García, de Ana Cristina César y de Amalia Roselli. Después, será el turno de las Metáforas, y entonces alimentará sus explicaciones con la visión de autores por demás prestigiosos. «La metáfora es un pliegue, una imagen duplicada. Cada idioma es metáfora». «La metáfora consiste en quebrar las asociaciones de uso común de los elementos concretos para instalarlos en otro contexto en el cual -gracias a la súbita distancia que les confiere el desplazamiento- conquista nueva vivacidad». Luego aclara que el lenguaje es un conjunto de metáforas fósiles. El sentido común sería el caudal de metáforas muertas que comparte una sociedad. Es una «imaginación compartida». Aunque va mucho más allá cuando en palabra de María Zambrano «[la metáfora es] la supervivencia de algo anterior al pensamiento, huella de un tiempo y, por tanto, una forma de continuidad con tiempos y mentalidades ya idos, cosa necesaria en una cultura racionalista […].» En este sentido, Zambrano resalta la metáfora como una primitiva y genuina forma de comprender el mundo por analogías. Eso explicaría el fenómeno del mito en el principio de gran parte de las civilizaciones. Deseos verdaderos. Las metáforas de lo femenino es lo que aborda a continuación. Primeramente observa la filóloga que la escritura femenina desborda de objetos para no revelar lo verdaderamente deseado. Seguramente esa elección de eludir lo que de verdad se anhela esté en la psiquis de las mujeres desde muchas generaciones atrás, lo cual manifiesta un modo de manejar la represión de una cultura que le ha cortado las alas al género casi de continuo. Reflexiona después sobre lo cotidiano y doméstico asociado con la escritura de mujeres. No obstante llama la atención sobre la poesía de Emily Dickinson que aun por medio de lo doméstico «genera un extrañamiento perturbador que no se puede percibir si no es porque quien los lee posee la misma luz». «Desgranar las metáforas no nos sirve», porque no están sujetas al lenguaje dialéctico, ni a la lógica. «Se comprenden en su profundidad y densidad, entran como una lengua de fuego o como un hacha que rompe el mar congelado, como dijo Kafka». Pero también la autora alerta en citas de autoridad los peligros del abuso de la metáfora. John Locke advertía que tal exceso puede suprimir la emoción del discurso. Mientras Wittgestein recomendaba que aquello que no se podía nombrar, era preferible callarlo. La buena poesía toca lo inefable, en eso consiste su misterio. Por ello la exhortación del filósofo austríaco daña las bases de la literatura lírica y le quita valor. El texto no olvida apuntar también la perspectiva de Platón, que cree que puede decirse todo lo que existe y cantarse todo lo que hay, pero nunca podrá decirse por entero lo que es. La poesía, entonces, es como una flecha hacia otro sitio, jamás termina de atrapar el objeto que nombra y ésa es la dualidad que permite el fenómeno que para Concha García es un requisito de la buena poesía. «La poesía facilona, de una sola capa, no resiste más de dos lecturas seguidas». Y sentencia que «la tradición nos ha llevado por la senda de los poemas comprensibles a la primera lectura. Las complejidades no se admiten». Contrariamente, la buena poesía debe tener, como sucede con las capas geológicas, varios estratos que el lector irá descubriendo sin que un sentido anule los otros. Es cuando la poeta se detiene en una crítica a los suplementos literarios que bajaron el nivel para no perder público y percudieron así la calidad de las producciones. Olga Orozco. Más tarde, el tema será la poesía femenina y Alfonsina la primera de las homenajeadas. En este fragmento del libro se estudia a la gran poeta pampeana. La llamada insistente de lo absoluto, la inmersión en el misterio, las sensaciones oscuras, los versículos de inspiración bíblica, la evocación idealizada del paisaje nativo, la infancia como el paraíso perdido, la adolescencia como edad de descubrimientos, la memoria como tesoro poético donde el tiempo se deja recuperar, y la asechanza de la muerte no faltan a la cita de Olga Orozco. Los relatos de su abuela María Laureana, el tarot y el juego de yoes y tiempos superpuestos, tampoco. Cercano ya el final, «Poesía es percibir» revela la interiorización de la realidad por medio de la poesía, sometida a un tiempo que le impone permanencia y cambio. Los últimos tramos de nuestra travesía con Concha García (especialista en relatos de viajes) nos llevan a visitar simbolistas y taoístas para que el texto recoja la poesía como expresión de los significados secretos de las cosas. En suma, todo se sintetiza en el viaje hacia un conocimiento de la actividad poética (teórica y vivencial) leída desde la perspectiva de las mujeres, escrita por mujeres y con la certeza de que no será justipreciada solamente por mujeres. * Escritora