domingo, 30 de agosto de 2020

Reseña de “Medio siglo con Borges” de Mario Vargas Llosa

El libro, editado por Alfaguara, en Buenos Aires durante el 2020, es una colección de reflexiones y estudios sobre la obra y figura de Borges hecha por otra pluma fundamental de la literatura hispanoamericana, Mario Vargas Llosa. Los textos surgieron a lo largo de esos cincuenta años con el formato de conferencias, reseñas y crónicas que los testimoniaron. El mismo Vargas Llosa advierte: “desde que leí sus primeros cuentos y ensayos en la Lima de los años cincuenta, fue una fuente inagotable de placer intelectual.” Pero, contrariamente a lo que se espera de un texto como éste y viniendo de quien viene no es simple condescendencia lo que se dice. Pues el Premio Nobel no cae en la tentación de inclinarse hacia ninguna de las dos posturas que caracterizaron el acogimiento de la obra de Borges. De rechazo, por sus opiniones políticas, o de profunda admiración por la perfección de su obra. El escritor peruano hace gala de su originalidad de creador y propone artículos cuyo punto común es aceptar el crédito que el mundo le dio al autor argentino con el fin de suavizar lo que de verdad tiene intenciones de decir. Uno de los asuntos que lógicamente debió convocar la subjetividad de Vargas Llosa es el desprecio de Borges por el género de la Novela. “El ripio” era la primera de las argumentaciones de Borges contra la novela. El “ripio”, esos muchos pasajes que se utilizan para conectar unos hechos con otros, con el fin de rellenar lo que sí vale la pena, malogra toda novela, pero Vargas Llosa revela otra con la que quienes amamos el género coincidimos plenamente. La novela es una experiencia más totalizadora. Atañe no sólo a la construcción creativa ejercida con la razón, a fuerza de sus ladrillos filosóficos, dialécticos e intelectuales. Incluye, como la vida, la puesta en escena de todas las capacidades y potencias humanas. La razón es sólo una de las potencias humanas. Eso convierte el texto en una actividad transformadora tanto para quien la escribe como para quien la lee. La novela tiene otra gratuidad, ligada al sinsentido y las torpezas de la vida, a la improvisación, al error, a la emoción que cada episodio despierta en los personajes, etc. El cuento, en cambio, suele ser un producto deliberado de antemano, de edificación minuciosa y analítica y su trama se proyecta y cierra antes de ser escrita. El asunto del género no es menor. En un cuento, como en un poema, la densidad de sentido de una palabra es mucho mayor que en una novela. Eso genera la exigencia de que, tratándose de un producto breve, cada detalle conduzca al efecto que debe dar el cuento. Nada ha de ser baldío. Por el contrario, si vemos un anillo que se describe con detalle o un sillón de terciopelo verde a espaldas de una ventana, seguramente esos objetos serán resolutivos en el relato. Y aquí es donde se explica la crítica de Vargas Llosa a Borges. La novela se inclina mucho más hacia un retrato del caos de la vida tal cual se percibe. El cuento muestra, en cambio, el ingenio con el que el escritor va conduciendo las capacidades del lector, va manipulando sus conjeturas y sus sorpresas. La previsibilidad de este tipo de texto en el acto de escritura es lo que limita la capacidad transformadora del género. Con la misma honestidad con que el autor de “Medio siglo con Borges” reconoce haber sentido placer intelectual frente a sus textos, califica prácticamente de eremita a ese hombre que vive más dentro de la tradición literaria que en un sitio de Buenos Aires o Ginebra. Su capacidad de relacionarse la atribuye a una educación que no le permitía desairar a nadie. Pero no era real sino aparente. “¿Me escucha? Tengo la impresión de que sólo accidentalmente. Habla no a un interlocutor definido, esa persona de carne y hueso que tiene al frente y que debe ser para él apenas una sombra, sino a un oyente abstracto y múltiple ̶ lo que es el lector para el que escribe – y quien está a su lado se siente un mero pretexto, renovado y anónimo, de ese monólogo incesante, erudito, fascinante, que es para él una conversación.” Mientras describe el vestido que permanece cinco años después de la partida de su madre, sobre la cama que le perteneció, y revela el aire de celda monástica que tiene el propio cuarto del escritor argentino, también le dedica una crítica lúcida no a sus textos sino a las ideas sobre la vida y la literatura que están supuestas allí. “[…] el tiempo, la identidad, el sueño, el juego, la naturaleza de lo real, el doble, la eternidad. Se aventura a decir que al hombre lo dominaba el temor a la vida, especialmente al sexo y al peronismo. Se permite algo de mal gusto que suma sólo para desprestigiar a uno de los cerebros más lúcidos del siglo XX. Remite el patetismo de su iniciación sexual. Esto y las opiniones del peruano respecto a la intimidad de la relación amorosa de Borges con María Kodama son el punto más cuestionable de la reseña, junto con la calificación de “tiranías” con que define a los gobiernos de Perón. En fin, postula que los temores de Borges, deshumanizan su arte y la convierten casi en un teorema. El rigor con que Borges maneja no sólo la historia de la literatura y la filosofía, la poética de todos los géneros literarios, la obra de los principales escritores que dio la historia es lo que lo aleja del público que podría consumirlo. Tal es la tesis de Vargas Llosa. Quizá sea cierto. De algún modo, Borges es una usina para escritores, una usina que sólo se enciende si uno conoce previamente los temas, o está dispuesto a dejar en pausa la conclusión y estudiar, antes, cada detalle. Como la siempreviva polémica de Cortázar en Rayuela… ¿Paul Klee o Mondrian? ¿El arte que no supone conocimientos previos del receptor es ideal? ¿O el ideal es aquel que desafía a los que se han preparado con una formación ambiciosa? Si algo podría ayudar a optimizar el trabajo de este libro sería que el autor peruano se permitiera buscar la objetividad y aprender de Borges lo que Borges puede enseñar. Tal vez recordar también que cuando se juzga la obra de un artista, se juzga la obra, no al artista. Por momentos esa subjetividad parece responder a la necesidad de medirse con el “centímetro” de Borges. Como si se sosegara pensando que la genialidad del autor argentino se debía a sus mismas limitaciones que le hacían infeliz en el resto de los ámbitos de la vida. Esa idea probablemente lo conforte. Medir de acuerdo con las dimensiones de otro puede resultar una invectiva en apariencia, pero la raíz que revela es que quien se propone como sujeto de análisis ha sido declarado como el referente indiscutible al que aspira quien escribe.

domingo, 12 de abril de 2020

Atenea o la Sabiduría millennial

Atenea o la sabiduría millennial Redacción Avances 05/04/2020 1:54 pm http://www.laarena.com.ar/caldenia-atenea-o-la-sabiduria-millennial-2106208-5.html Atenea representa la prudente inteligencia. Hoy la cultura de las redes sociales y su sistema de difusión universal generan el imperativo de educar en habilidades y no en contenidos. Qué hagamos con ellas, definirá si somos o no sabios. Gisela Colombo* ¿Qué es la Sabiduría?, se pregunta la humanidad desde tiempos arcaicos. El mundo adhirió varios siglos a una concepción enciclopedista del asunto: “Conjunto de conocimientos amplios y profundos que se adquieren mediante el estudio o la experiencia”. Sin embargo, y porque la tradición insiste en no olvidar la visión mítica de la cultura antigua, aparece en nuestros diccionarios una acepción alternativa, según la cual la Sabiduría es “la Facultad de las personas para actuar con sensatez, prudencia o acierto”. Esta segunda definición ya fue esbozada en los mitos antiguos mediante el proceso interior que hacen Zeus y Metis, cuya consecuencia es el nacimiento de su hija, Atenea. La génesis de esta diosa nos remonta a la historia antigua de sus padres. Metis había sido la primera esposa de Zeus. Era, entre las titánides, la imagen de la Prudencia. Pero también, como conviene a quienes son criteriosos y todo lo piensan por anticiparse, ella se inclinaba a prever y manipular situaciones futuras. Zeus, por su parte, fue preservado durante años de todo contacto hasta llegar a la edad en que la fuerza y astucia pudieran vencer a su padre. En su evolución hacia la autonomía ganada en la batalla mayor, la que tiene con Cronos, es posible observar el desarrollo de virtudes diversas necesarias alternativamente. Al nacer Zeus, Cronos creía que esa piedra envuelta en pañales que le dio su esposa Rea, era el menor de sus hijos. Ya había fagocitado a los anteriores. Pero esta vez se tragó una piedra, y lo hizo sin dilación y sin gula. Se proponía evitar que se cumpliera el oráculo: uno de sus hijos lo destronaría. Por un tiempo, el niño supérstite de la antropofagia paterna y escondido en una cueva, profesó la espera paciente (en ocasiones la única opción saludable), se mantuvo lejos de la acción y usó ese tiempo muerto en alimentar la confianza en sí mismo y en la dignidad que tenía por herencia. Pero llegó un momento en que debió usar toda su astucia para enfrentar a su padre. Entonces, fue Metis quien le consiguió una pócima que él dio a beber a Cronos. Lo hizo con el secreto plan de que vomitara a sus hermanos mayores. Si en algo respetaba Zeus a Metis era en su sagacidad increíble para inventar ardides. No obstante, es sabido que una vez que se hubo declarado la guerra, ya no es tiempo para trampas y espionaje. Cuando Cronos le vio el rostro al hijo que le arrebataría la corona, se hizo urgente el combate. Metis no se resignó a ser desplazada del mando por lo que Zeus debió pensar también para ella una salida. En consecuencia, le puso remedio a la posible intromisión de su esposa. En el mismo acto en que hizo propia la Prudencia, como se transforma en uno el pedazo de pan al comerlo, internalizó su virtud, la hizo carne propia de un modo literal: se la comió. Con el cuerpo de Metis no viajaba sólo la virtud. Atenea ya había sido gestada y crecía en el vientre de su madre. Al eludir la voz de Metis repitiéndole los mensajes razonables, Zeus comienza a ejercer la Prudencia en sus juicios. Cuando esa actitud dialéctica del pensamiento comenzó a obstaculizar la acción impulsiva del guerrero, las tensiones provocaron en Zeus un intenso dolor de cabeza, que luego, cada vez que volviera a sentirlo interpretaría como un anuncio de los problemas provocados por Atenea. Pero entonces, desesperado por no encontrar la cura, le pidió a Hefesto que lo aliviara, asestándole un hachazo en la frente. Como si de un golpe pudiera silenciar esa conciencia prudente que le detenía el brazo sanguinario y lo animaba a pensar dos veces las acciones. De la herida abierta en su frente, Hefesto vio salir, inesperadamente, una mujer adulta: Atenea. Esa hija nacida extraordinariamente se torna una imagen de los logros de Zeus en el proceso interior. Es, desde el punto de vista simbólico, la Inteligencia animada por virtudes emocionales y espirituales como son la Prudencia, la Paciencia, el sentido de la oportunidad y la valentía. Desde la apertura de la herida, Atenea representa la prudente inteligencia que no por más prudente es menos valerosa. Ella es el producto de las experiencias nutricias de Zeus y las virtudes que fueron generando, por eso emerge de su cabeza después de crecer allí dentro. Hoy el mundo de las comunicaciones instantáneas reflota este concepto antiguo de la Sabiduría. La cultura de las redes sociales y su sistema de difusión universal generan el imperativo de educar en habilidades y no en contenidos. Toda información está disponible on line. El desafío de nuestros jóvenes es, por tanto, conquistar las habilidades para vincular y diferenciar, dilucidar y concluir, reflexionar y aplicar a la realidad, el caudal abrumador de información disponible. Qué logremos hacer con ella es lo que definirá si somos o no verdaderamente sabios. Y la Sabiduría será asequible a quienes puedan esperar pacientemente los tiempos de la vida; internalizar las virtudes de otros; reconocer el momento perfecto para actuar y acometer la acción firme, porque la animará la potencia invencible de una verdad interior. *Escritora

domingo, 22 de marzo de 2020

Prometeo y su eterna fe en el hombre

Eterna fe en el hombre Prometeo era un titán a quien se le había encomendado la creación del hombre y su permanente apología. Pensando en su bien dejó que Epimeteo, su hermano, inventara a los animales pero él perfeccionó la creación dando al hombre elementos distintivos del resto de las criaturas. Le concedió que, primeramente pudiera andar erguido. Le otorgó la capacidad de trabajar, de asociarse para las tareas y de edificar. Le enseñó a criar a los animales y a recoger con su ayuda los frutos de la tierra. Si el propósito de Prometeo era defender al hombre, no lo hacía para nada mal. Siempre permanecía atento a sus necesidades. Pero el mejor obsequio que le hizo fue un secreto. Le otorgó la fórmula para hacer fuego. Las “semillas de la sabiduría”. En rigor el mito registra los hechos fundamentales de la prehistoria. La adquisición del fuego es, para la humanidad uno de los saltos más importantes de la evolución porque a partir de entonces los humanos pudieron consumir proteínas mediante la cocción de carnes. Eso agrandó considerablemente sus cerebros y convirtió al hombre en una criatura capaz de pensar, de conceptuar, de recordar, de abstraer, de juzgar, etc. Por ello, cuando Prometeo notó que los hombres estaban preparados para dar un paso más, se ocupó de extraerles el fuego a los dioses para entregárselo a los hombres en forma de “semillas”. Semillas de sabiduría Los dioses, especialmente Zeus, tomaron muy mal el hurto porque eso significaba que las criaturas pronto conseguirían lo mismo que ellos gozaban. Eso implicaba que se tornarían dioses algún día. La furia de Zeus pensó un castigo para Prometeo. Mandó a su hijo Hefesto que hiciera una criatura femenina en arcilla, bella y virtuosa como ninguna. Pandora fue su nombre cuando le dio vida. La dotó con un solo defecto, una excesiva curiosidad. Luego le dio un ánfora y le pidió que por nada del mundo la abriera. Cuando Epimeteo y Prometeo se ausentaron, ella abrió el recipiente y todos los males y las enfermedades salieron alegremente y se instalaron en el mundo. Pero el asunto no quedó allí porque Prometeo urdió una trampa para engañar y vengarse de Zeus. Le ofreció regalarle la mitad de un buey asado que él escogiera. Zeus no notó que el titán había dispuesto la grasa y los huesos bajo la piel de una parte que parecía más voluminosa y cuando la eligió dejó, sin intención, lo más valioso del buey para Prometeo. El dios olímpico se indignó mucho más y juró que el titán, como castigo a su deshonestidad y su defensa exacerbada de la raza humana, permanecería para siempre atado a una piedra. Así se lo dispuso con los brazos en cruz incansables días en cuyas vigilias recibía a un águila que le comía el hígado. Por las noches el órgano se reconstituía y lo ofrecía nuevamente a su predador, la mañana siguiente. Una y otra vez y para siempre. Pero quiso la suerte que Hércules, un hijo dilecto de Zeus, tuviera como desafío liberar a Prometeo. Zeus se sintió perdido: si lo permitía incumpliría su dictamen eterno que nadie podía doblegar. Pero si no lo permitía su hijo querido no lograría acreditar el éxito en sus doce trabajos. La astucia del rey de los dioses halló la respuesta. Le permitió a Heracles que desatara al titán pero le construyó un anillo con la piedra a la que debía estar atado para siempre. Lo único que debía observar era que el anillo estuviera invariablemente en su dedo. No obstante su liberación, la imagen más rica de Prometeo lo ubica en forma de cruz y ofreciendo su hígado. Hay quienes vieron en él y en esa escena una similitud o una prefiguración de lo que luego ocurriría con Cristo. Propiciador de los hombres, atravesado por los clavos y puesto en cruz como castigo por llevarles una sabiduría liberadora, registra varios puntos en común. Como muchos otros crucificados, el Cristo también debió haber temido literalmente a los cuervos. Pero en sentido metafórico no ofreció su hígado (que representa el enojo) ni sus ojos. Entregó a la maldad del mundo su corazón para que fuera atravesado una y otra vez cada vez que su sacrificio se vuelve inútil en la cíclica ignominia humana. Pero luego perdona, reconstruye su órgano y vuelve a ofrecerlo una y otra vez hasta el fin de los tiempos. No es posible dilucidar si las coincidencias entre Prometeo y el Salvador del cristianismo esconden un fondo común, pero tampoco es evitable la tremenda capacidad que da el pensamiento metafórico para soslayar los detalles y hallar matrices simbólicas universales e infinitamente repetidas. Quizá Jung tenga razón y esos arquetipos vivan en el hombre a una profundidad mayor que las cargas de cultura de un pueblo, una nación o de un dogma.

domingo, 15 de marzo de 2020

Artículo Quirón

Quirón era una criatura mítica que los griegos relacionaban con las dotes sanadoras. Se trataba de un centauro. Una serie de relatos se propone explicarnos su naturaleza. Que Cronos deseó a su madre y para tenerla se convirtió en un caballo y la poseyó. La mujer dio a luz a un niño que poseía de la cintura para arriba una fisonomía humana y cuyas extremidades inferiores eran las de un equino. Los centauros, en general, representaban el impulso, el hábito de reaccionar antes de pensar, de actuar desde lo visceral. Por ello no detentaban buenos modales. Podían alcanzar cierta cultura pero en muchas ocasiones, especialmente regadas por el vino, escogían la violencia, el abuso y la furia contra otros. Quirón era una figura ejemplar para ellos porque sabía eludir la tentación de los excesos. Estaba formado como sujeto culto y tenía un don especial para curar. Su amistad con Peleo lo llevó a auxiliar al hombre en la conquista de quien sería, por poco tiempo, su mujer, la diosa marina Tetis. De Peleo y Tetis nació el más célebre héroe aqueo, Aquiles. El niño era un mortal pero su madre estaba decidida a convertirlo en inmortal. En algunas versiones se cuenta que Peleo se enfurece y la abandona cuando ve cómo va quemándole a Aquiles cada parte del cuerpo y untando lo quemado con ambrosía con el propósito de inmunizarlo frente a los peligros del mundo. El procedimiento le resulta tan cruel al padre que lo interrumpe sin dejar que Tetis unte el talón con el néctar de los dioses. Ése es el motivo por el cual el héroe tiene su debilidad en ese sitio, según el relato. (Otras versiones plantean que la inmortalidad para su hijo la intenta Tetis no con el fuego sino con su propio elemento, el agua del río Estigio.) La consecuencia de la aplicación de ese método ígneo es que Peleo rescata a su retoño y se lo entrega a Quirón para su crianza. Ya Peleo había sido educado por Quirón después de que Acasto lo guió hasta un bosque, lo despojó de su espada mágica y lo entregó a los centauros. El maestro intervino y a partir de entonces fue su protector. Muchos otros fueron sus discípulos. Además de Aquiles, Asclepio, cuyo don será también sanar; Jasón, célebre por el rescate del vellocino de oro y la travesía imposible que cumple; Aristeo, quien provocaría la muerte de Eurídice y Acteón, su hijo. Algunos autores extienden el listado de alumnos. Lo cierto es que Quirón educa a grandes héroes y la nobleza de su sabiduría forma también a quienes seguirán su vocación de sanador. No obstante, a pesar de sus habilidades y saberes un episodio abriría en Quirón la herida que lo haría uno de los dioses más sufrientes. El héroe Hércules lo hiere accidentalmente con una saeta embebida en sangre de la Hidra, fluido de constitución muy contraria a la vida humana, un veneno temible. Su mal no puede ser vencido por remedio alguno. Así es cómo el pedagogo olímpico adquiere el conocimiento de una de las claves vitales de la humanidad. Por medio de ese dolor insalvable puede comprender profundamente el sufrimiento del prójimo. Gracias a la herida abierta y perenne desarrolla la empatía que lo hace un gran sanador. Sanador de cuerpos pero también de almas. Sin embargo, aun comprendiendo las oscuras verdades que su situación manifiesta, Quirón llega al punto de agotamiento por su dolencia y le dona la inmortalidad a Prometeo, quien se sacrifica voluntariamente por defender a los hombres. Pero la mayor enseñanza del primero de los centauros está ligada a una clave para comprender el destino y la naturaleza de todo lo creado. Quirón puede sanar a todos excepto a sí mismo. En esta paradoja encierra la mitología griega una verdad medular. El hombre no ha sido hecho para vivir en soledad. Los dolores de uno están destinados a curarse mediante el amor y la sabiduría de otros. Y aunque en el texto bíblico no se cuente con esta intención (y no deseemos una polémica doctrinal), también es posible, en el comentario de sus detractores al pie de la cruz, deducir la misma verdad. “Médico, cúrate a ti mismo.” El Salvador no escucha la sugerencia porque está viciada de ignorancia. Nadie lo sabe más que Cristo. La única curación posible para las criaturas es la que representa Quirón. La misma que se encuentra en la más alta medicina: el Amor a los demás.

Artículo “La teoría del todo”

Si un cruce de los libros y el cine conmueve profundamente es la película dirigida por James Marsh, cuyo guionista y promotor del proyecto fue Anthony MacCarten. El guionista se sintió atraído por la figura del científico desde que leyó Historia del Tiempo, en la década del ’80. Pero si en el film le dedican especial atención a ese libro que fue la consagración de Hawking porque lo llevó a una popularidad impensada para un científico, sólo experimentada antes por Einstein, no es el libro en que se basó la producción. MacCarten conoció años más tarde el texto escrito por Jane Hawking, primera esposa del cosmólogo cuyo título es, en inglés, Travelling to Infinity: My Life with Stephen. Se trata de un relato autobiográfico de los treinta años en que estuvieron casados. Ella, graduada en poesía medieval española, tuvo las herramientas necesarias para convertir la vida real, atravesada por una enfermedad degenerativa que fue quitándole al científico hasta la más mínima movilidad, en un texto literario de tono cálido y nostálgico, que contagia en el espectador las interrogantes filosóficas que el trabajo de Hawking trasunta. La autora despertó en McCarten el deseo de filmar las experiencias que narra su libro y la convenció de que le permitiera hacerlo. James Marsh fue el encargado de producir la atmósfera nostálgica que domina el film. Como si la degradación en la salud de Stephen, que domina, despertara el ineludible deseo de comprender la vida. Una vida que da y quita de un modo brutal. La comprensión profunda de verdades cosmológicas de las que ningún hombre fue capaz fuera de Hawking crece, al tiempo que su salud se deteriora. La búsqueda de una cifra que lo explique todo, incluso esta paradoja, es una invitación sutil a preguntárselo también. ¿Acaso será como afirma el mito de Prometeo o la misma experiencia de Adán y Eva una indagación y el don de una inteligencia semejante requieren una compensación? Adán y Eva debieron salir del Paraíso por haber comido del árbol de la Sabiduría. Prometeo quedó atado de por vida a una piedra por difundir saberes que resultan inmanejables para los hombres. ¿Será la enfermedad de Hawking un pago por la capacidad extraordinaria que le permitió ir más allá de los límites científicos de su tiempo? ¿O, en cambio, ha sido una defensa de la naturaleza parecida al mito de Quirón, que era capaz de dar respuestas y sanar a otros, pero su propia herida sangraba y jamás podría curarla con sus manos? Para el centauro ese hecho se había convertido en la raíz de su humildad. ¿O, quizá haya sido el azar irónico que, como a Borges, le dio los libros y la noche, la extraordinaria capacidad de leer y la ceguera? Sublime es la actuación del actor, cantante y modelo inglés, Eddie Redmayne. Así lo entendieron también la Academia que concede el Premio Óscar, el jurado de los Globos de Oro, el Premio del Sindicato de Actores, el BAFTA y el Certamen Tony de teatro. El film es una experiencia emocionante, que despierta la inquietud filosófica, sobrevuela los asuntos que interesaron al científico, emociona, interpela, y consuela también. La voz robótica que reproduce lo que Hawking dirige a un público en los últimos minutos, despeja definitivamente la ecuación: “Es claro que sólo somos una rama avanzada de los primates en un planeta menor, que orbita alrededor de una estrella común en la periferia de una galaxia entre otras cien mil millones de galaxias. Pero desde el principio de la civilización, las personas han deseado entender el orden subyacente del mundo. Debe haber algo muy especial sobre la naturaleza de los límites del universo. Y lo que puede ser más especial que eso es que no haya límites. Y no debería haber límites para el empeño humano. Todos somos diferentes pero debemos pensar que, sin importar qué tan mala sea la vida, siempre hay algo en lo que podemos tener éxito. Mientras haya vida, hay esperanza.” Quizá, a la larga, esté Quirón detrás del todo.

Cuando el medio destruye el fin

El carnero alado Crisómalo, que había llevado a Frixo y a su hermana Hele hacia La Cólquide era una criatura valiosa. Le pertenecía a Zeus y en virtud de que luego fue ofrecido en sacrificio propiciatorio, murió pero no abandonó su valor sacro. Se extrajo y se conservó la piel curiosa, que lo convirtió desde entonces en el célebre “vellocino de oro”, codiciado como amuleto y símbolo de las mejores capacidades humanas. La nobleza de nacimiento que habría de buscar en él Jasón, sumaba la acepción que haría a su poseedor capaz de conocer por medio de la intuición y el pensamiento creativo. Lo cual es, en última instancia, el elemento distintivo de la humanidad. Cuando Frixo montó al carnero que luego sería el vellocino estaba abrumado por esa sensación de hastío e inquietud que precede las creaciones más ingeniosas. Amén de los peligros a los que los sometía Ino, (nueva esposa de su padre) a su hermana Hele y a él, esa insatisfacción creativa es la que los llevó a montar a Crisómalo y ser transportados por el aire ingrávido. Pero ella cometió la osadía de mirar hacia abajo, se mareó y cayó en el Océano. Su final trágico dio nombre al Helesponto. El camino de Frixo continuó y arribó a destino. Luego del sacrificio del carnero, el rey Eetes mandó al vellocino (su pellejo) a descansar en las ramas de un árbol custodiado por un dragón invencible, que jamás dormía. Jasón, cuya fama siempre aparece ligada a la fórmula “los argonautas”, sería quien emprendiera una travesía difícil para conseguir aquella bendición. No era para sí en términos literales sino por cumplir un requisito impuesto por su tío Pelías, quien al morir el patriarca y abuelo de Jasón, había arrebatado el reino a su padre, Esón. Al convertirse en un adulto, el joven Jasón por fin se decidió a reclamar su Corona. Con ese objeto se presentó ante su tío y el hombre no le negó el derecho, pero le impuso como condición una tarea que el mundo juzgaba imposible: lo envió a robar el vellocino de oro. Creyó que en ello le iría la muerte al sobrino y él jamás tendría que devolver el trono de Yolco. Jasón no se acobardó, y reunió en un barco de cincuenta remos a los mejores héroes griegos. Cada uno, sobresaliente en una disciplina. La nave, llamada “Argos” albergó a los gemelos Cástor y Pólux, a Orfeo, a Teseo y al gran Hércules, entre otros. Con ellos se aventuró hacia la Cólquide y allí conoció al rey Eetes, padre de quien sería una pieza fundamental en su travesía y, también, en su vida. La hechicera Medea se enamoró de él a simple vista y se aplicó con todas sus artes mágicas a lograr que extrajera el vellocino del árbol donde colgaba. Jung Para Carl Jung, el vellocino de oro representa el imposible. Un objetivo cuya consecución no puede alcanzarse por medio de la razón. Se trata de un conocimiento al que se accede por medio de cierta fe y se acrecienta con pureza de ánimo. Esa transparencia de intenciones será quien filtre la gracia que los dioses quisieran donar al héroe. Por ello, resultaba una paradoja insalvable conseguirlo sin merecerlo. Y esos méritos no dependían de la astucia ni de la inteligencia. Sólo podían lograrse con la limpieza del corazón. El custodio del vellocino, como todo monstruo mítico, refleja una realidad interna del héroe. Para el fundador de la escuela de Psicología analítica, existe una correspondencia misteriosa entre los estímulos del afuera y los procesos interiores del hombre; correspondencia a la que califica de “coincidencia significativa”. En este caso, el custodio es una serpiente de dimensiones. En algunas versiones del mito es un maligno dragón. Ambas criaturas proponen la sangre fría de un reptil, la ausencia de corazón y el cálculo descarnado con que Jasón enfrenta los desafíos. Lo que era una prenda espiritual, que ampliaba la sensibilidad y las capacidades intuitivas, pierde su poder. Jasón pudo haber adivinado el destino de su vida. Pudo haber visto en el dragón su propio mal. Pero, obnubilado por el vértigo y el éxito que le proporcionaba la magia de Medea, no pudo notar la analogía y, mucho menos, pasar la prueba que la peripecia le estaba planteando. Si, en cambio, hubiera conocido su “sombra”, (el costado que rechazaba de sí mismo) proyectada en el monstruo, habría podido convertir esa fuerza descendente en un resorte para alzar vuelo. Por ello el relato nos muestra a Jasón eludiendo el enfrentamiento con el dragón. Dejando a la magia de Medea la tarea de dormir al monstruo y evitarle el esfuerzo, que siempre es llave de la virtud. El resultado fue negativo como conviene a toda proeza que no se merece profundamente. Si bien el héroe consiguió el vellón y se lo entregó a Pelías, viciada de maldad, ya la prenda no podría serle útil. Había perdido la condición de bien espiritual y sólo sirvió para denigrar el alma del héroe. Lo que vendrá después en la vida de Jasón será una existencia sin heroísmo: separaciones, crímenes, la soledad y el olvido.