domingo, 24 de febrero de 2019

"Necesidad del silencio" de Amalia Abaria. El fruto del dolor




“Necesidad del silencio” es un libro de poemas de Amalia Mercedes Abaria, socióloga, artista plástica y poeta. Su percepción estética de la vida se traduce aquí junto con la mirada espiritual y filosófica a la que adhiere.
El libro comienza con un grupo de poemas que ella llamará “Agua”.
Si tradicionalmente el agua representa la emoción, la fluidez, la capacidad de adaptación a los diferentes moldes/vínculos que ofrece la vida, en el caso de este poemario, el atributo fundamental del agua es la transparencia con que se descubre, “Esta desnudez del agua”, una traslucidez en que la verdad se hace visible, donde el árbol muestra sólo su raíz. Aquella región que se nos hace invisible por profunda, por estar soterrada, aquí se descubre. Aparece el deseo de descubrir la verdad, lo profundo de la verdad.  “Donde el árbol sólo sea raíz”. No obstante, el sentido tradicional de las aguas también se convoca aquí. Comprender de verdad es aprender desde la emoción, desde el dolor.  Por eso la verdad hasta aquí es la raíz enterrada que crece descendiendo.
Si Bachelard hubiera estudiado esta obra sin dudas habría resaltado la poética del agua mezclada con la del aire. El investigador relaciona en muchos casos esos dos elementos  por la virtud acuosa de menguar los efectos de la gravedad. Para él nadar y volar son una misma actividad desde el punto de vista simbólico. Aquí  también es posible ver ese territorio mixto: Un agua antigua, quizá en referencia al manantial de agua viva, metáfora bíblica de Jesucristo. “Un pájaro se acerca/con la rosa del agua”, la sospecha de que el dolor tiene sentido.  
La sabiduría espiritual no viaja por el aire, sino que es “Rosa del agua”, un saber que viene de lo que enseña la emoción y la experiencia en carne propia. No se trata de volar a evadirse de la vida. Para recibir la sabiduría de agua (rosa de agua) es preciso tener bien hundidas las raíces en la tierra. Y entonces lo que trae se identifica con quien lo trae: “¿Eres tú?” 
El agua es verdad, esa verdad que sólo descubrimos en los momentos cruciales donde la raíz de las cosas se descubre y ya no andamos por las ramas mirando la superficie. “Llévate el dolor de mundo”, le dice la poeta al agua del arroyo, un modo de confirmar una vez más la presencia del Salvador.
La verdad, adivina la voz poética, es una laguna. Se menciona la penitencia, es decir, la necesidad de limpiar el cristal con que mira de los errores cometidos. El lago refleja al cielo en su quietud, como un espejo, sin embargo sus ojos no pueden verlo. “Laguna, no te veo. /Tuya es la noche/o mi corazón ciego?” Ve oscuro lo que debiera ser luminoso, la luz de la Gracia.
Y luego adivina que esta laguna oscura es un germen. Algo que todavía no se ha manifestado más que como semilla, pero que pronto germinará. Pronto irrumpirá la luz y el “pecho de quilla” será quien riegue la tierra seca.
 Hay en estos poemas una comprensión incipiente de la continuidad entre vida y muerte. De eso se desprende la presencia de seres queridos que han pasado a otro plano pero circundan al sujeto lírico. La madre y una tía se mencionan abiertamente. Y ése parece ser el motivo del dolor.
En el segundo poemario, “Sombras” la autora intercala dolores de Cristo (la traición de Pedro, la flagelación) con la pena de la humanidad. La descripción del “Guernica” de Picasso, varias escenas de muerte y guerra, un ruido ensordecedor que no deja oír la voz amada. Refugiados, niños desamparados, animales muertos en la ruta, todo revela la falta de la Voz, su susurro que no logra emerger entre tanto ruido y furia. De tal modo la poeta expresa, promueve y confiesa su espiritualidad profunda que no se cumple como formalidad sino que se integra a su mirada de mundo. A la sensibilidad con la que observa todas las cosas. En este segundo poemario aparece el poema que da nombre al libro. “Necesidad del silencio” plantea la búsqueda del aislamiento del ruido del mundo para comprender y, sobre todo, aceptar que es preciso bajar al inframundo para alcanzar el cielo. Hacerse raíz creciente hacia abajo para algún día crecer hacia arriba. Si en el poemario anterior aparecía el primer periodo de duelo, el dolor, la ausencia de seres queridos, aquí hay un segundo momento del duelo, un intentar comprender  no la muerte de alguien particular sino la muerte como condición. El lugar del hombre frente a esa condición. Y el silencio necesario para meditar.
En algún momento se anuncia el regreso de la Esperanza. Y ya habiendo logrado leer hasta la raíz de las cosas como si fuera transparente la tierra, lo que vendrá será develar en qué idioma se ha de contar la historia.
Llega así el tercer y último poemario,“Impresiones y artes”. El hondo aprendizaje pronto se hará pintura y poesía. Y ese proceso no será otra cosa que la aceptación, la conquista de la mansedumbre. Ya no se trata sólo de ver la  raíz, ahora la humedad viajará hasta la copa y dará frutos. El árbol que nace es un sauce llorón, que baja la cerviz en señal de genuflexión ante la presencia que atraviesa toda la obra.
Aire y agua vuelven a identificarse. La estrella fugaz en el cielo y la estrella de mar en el agua. No pocas veces el agua que brotó del costado de Cristo será para la tradición el inicio de un río, de una palabra destinada a correr sin descanso cambiando sólo las voces que la proclaman. “Soy una voz que clama en el desierto” podría confesar también Amalia Abaria.
Y luego la luz, el faro,  y la conversión de la poeta en girasol, en mirada atenta a la Luz. De la oscuridad a la luz evoluciona el libro y hacia el final sobreviene la resignación de que mostrársenos el rostro de la luz es una Gracia efímera que se irá pronto, “Cuánta luz en lejanía /cristal de la noche,/no te vayas aún,/no,/mi corazón / te llama.”
Pero lo hará no sin antes haber germinado la semilla del dolor y haberse convertido en árbol, en la fantástica verticalidad que buscará para siempre en lo alto.


domingo, 3 de febrero de 2019

"De la sangre al vuelo", artículo sobre Ese oleaje hirviente de Milly Vázquez


De la sangre al vuelo
Ese oleaje hirviente es un libro de poemas escrito por María Evangelina Vázquez, joven periodista, música y poeta de Buenos Aires. Licenciada en Periodismo, se dedica especialmente al ámbito cultural.  El tema que atraviesa la obra es la búsqueda de la identidad mediante los vínculos amorosos. Un sondeo profundo y enriquecedor de la Feminidad, sin extremismos y animado por el amor y no por el espanto.
Anónima
En los primeros poemas que se agrupan bajo el nombre de “Anónima” es posible vislumbrar una búsqueda de sí misma que emprende la poeta a partir de la relación con otros. Los tiempos escolares, el deporte, la figura perfecta de las modelos, el ideal de mujer de familia encarnado por la abuela van suscitando la impresión de no “encajar” en los moldes.
El telón de fondo serán los cánones tradicionales del papel femenino, los parámetros estéticos modernos, y otros requerimientos a los que no puede adaptarse por anacrónicos o crueles con la mujer. La incomodidad de no entrar en la norma la convence de que es inútil negarse a sí misma para complacer a otros: no podrá cambiar, por más que lo intente. Si algo hay que transmutar no es ella, sino los valores que no se le ajustan. Por fin decidirá revertir o ignorar los imperativos para no extraviar su naturaleza. La exclusión culposa será sucedida por una revisión de lo femenino y la asunción firme de su genuina personalidad.
Ese oleaje hirviente
Si en “Anónima” prevalece el blanco, en “Ese oleaje hirviente”, el segundo poemario, será el rojo sangre el color que lo tiña todo.
Aquí profundiza el nuevo camino y lo que inicialmente resulta un complejo por no ser como debiera, se transforma en lucha. Irrumpen la pasión y el desgarramiento. El último de los poemas de “Anónima” propone las imágenes que prevalecerán en el siguiente: sangre, circularidad de las experiencias, y vuelo.
Al hablar de “oleaje”, en efecto, se introduce la idea del tiempo circular, de los ritmos que se suceden, como las fases de la luna. Alternan dos escenarios, dos mareas. El deseo de conectar y fundirse en otro, diástole; y su bajamar, el replegarse en sí misma, la soledad, sístole.  Esto explica por qué la imagen fundante es la sangre.
Pero el objetivo de hallar su verdadera naturaleza se inserta en un esquema más ambicioso: comprender desde el microcosmos de su ser el macrocosmo de la vida. En este caso, representado por un collar de perlas.
“Ella sabía que había un orden secreto en las perlas /¿pero quién podría reproducirlo?/ [Hay que] Recobrar el sentido que tenían nuestras palabras antes de nacer.”
Los tiempos de pleamar ponen en juego relaciones según códigos actuales: sexualidad sin compromisos, un verbo amar sólo utilizable en tiempo presente, el carnal despojo de todo plan que trascienda, de toda profundidad o dimensión espiritual. Pero la lectura de esa forma de vincularse, sin llegar a ser crítica, trasluce una angustia, una sensación de no calmar los deseos. Todo resulta tan evanescente y volátil que no sacia.
La inmediatez no permite enraizar las relaciones ni descubre el valor del compromiso. El tiempo no da lugar a que la piel y la carne evolucionen hacia formas más hondas del amor romántico.
 “Porque sabemos, pronto perderemos nuestro tacto/ Nuestra única posibilidad de penetrar en el otro.”
Ahora no desespera la pérdida de identidad sino la incapacidad de fundirse completamente con el ser amado.
Y se devela el vacío de fondo, que no es otro que el tema de la maternidad. La presencia de esta inquietud es permanente y afecta también la identidad y la fortaleza para afrontar la vida.  De hecho, no parece casual que el libro comience con dos poemas “Madre sustituta” y “Amor en Tigre”, que abordan la maternidad como un elemento regulador de la personalidad, un vínculo que centra, que torna más estable y cobija.
“El hijo de mi amiga se sienta en mis rodillas/ Y no sé quién cobija a quién.”
La dependencia de un tercero, el hijo, inmuniza contra los vaivenes de la emoción, la pleamar del entusiasmo y la bajamar de la depresión y la ansiedad. Como madre, no hay derecho a los extremos porque la función es proteger y dar estabilidad.  Así como para cualquier mujer gestante ya no existe la libertad de perderse en los excesos, que afectarían al niño en formación, tampoco con el niño nacido se puede renunciar a la estabilidad emocional.
“Seguro que soy yo la que se siente más cobijada/ como si tuviera la manta más gruesa y más caliente/ porque él está sentado sobre mí/ en mí confía.”
El libro se torna la manifestación del deseo de experimentar un amor transformador y esencial como no hay otro. Pero indefectiblemente se ven frustrados los deseos, en algunos casos, de ambos amantes.
“Cuando tu aliento se choca con el mío/ […] asoma un niño que los dos imaginamos./ Somos este instante de caricias que nuestra mente construye/ pero que no se materializan.”

Sangre
No parece ser menor el asunto de la concepción, si consideramos la imagen de la sangre.
Es la hemorragia que llora la mujer  cuando no fue inseminada, cuando no fue amada lo suficiente para dar frutos.  La frustración se traduce en pérdida de energía vital, de sangre. El vacío sobreviene.
El único consuelo que resta, mientras el amor no se intensifique y fragüe en vida, es convertir la hemorragia en una verborragia, el fluir caudaloso de la poesía que derrama en palabras. “De esta sangre llena de palabras/ que brota sin descanso.”
Y será la irrupción del río del tiempo que fluye, que evoluciona y ya no el estancamiento circular de las mareas. Aguas que sin dudas habrá que dejar atrás.
Jaula abierta
La imagen de la jaula se asimila con el papel femenino, sus tendencias instintivas y las exigencias a la que somete. Pero la poeta, se “desembaraza” (vaya verbo revelador) de esas categorías y alza vuelo. Como consecuencia, se concibe pájaro.
De a poco se va minando el imaginario de metáforas aéreas. Se anuncia una superación de aquello que domina desde las sombras, del instinto femenino, de la imposición social de ser madre joven. El olvido de la hemorragia, de las decepciones, de los deseos frustrados. Por eso dice:
 “Pero elijo vaciarme / para ir más ligera./ Y pienso en los pájaros/ cuando se despiden de un paisaje/ donde alguna vez fueron felices.”