lunes, 15 de abril de 2019

Columna de mitos. Perséfone y Hades


Mito de Perséfone y Hades. Una lección de sintonía.
Hemos dicho ya que los mitos son “historias verdaderas narradas en lenguaje metafórico”. Pues bien, cuando la observación del paisaje fue despertando en el hombre la certeza de que ningún estado de la naturaleza es permanente, sobrevino la idea de que la vida está hecha de momentos diferentes y sucesivos que, al llegar a la última etapa, vuelven a empezar. Comenzaron así a gestarse explicaciones metafóricas, con las que pudiera enseñarse que nada es estable y definitivo, sino que se altera permanentemente aunque sin dejar ser lo que es. Nada menos que la discusión que luego emprenderían Heráclito y Parménides en su labor filosófica.  Con el propósito de transmitirlo a las nuevas generaciones, irrumpieron los mitos que sondean este asunto.  El mito de Perséfone y Hades o, en el panteón romano, de Plutón y Proserpina, debió nacer en ese proceso y ayudó durante generaciones a explicar la sucesión cíclica de las estaciones del año.
 Cuenta la historia de la diosa Demeter, dadora de fertilidad al mundo,  que un día su hija Perséfone, fue raptada al modo antiguo, para ser desposada.  El autor del secuestro fue Hades, el dios del inframundo.  
Su madre la buscó en vano hasta que descubrió quién la tenía. Una norma sagrada dictaba que quien probara la granada, el fruto del más allá, tendría vedado regresar a la vida. Y Perséfone se había deleitado con muchas granadas antes de que su madre le reclamara a Zeus la intervención. Por evitar mayores problemas entre sus dos hermanos (Demeter y Hades), Zeus hizo la vista gorda ante aquella norma. Y logró un acuerdo beneficioso para las partes. Acordaron que Perséfone acompañaría a su esposo en el inframundo  la mitad del año, mientras que Demeter la tendría junto a ella la otra mitad.
Cuando la joven partía con su esposo hacia el Tártaro, Demeter se entristecía a tal punto que ya no daba frutos, no enviaba la fertilidad a la tierra. Las hojas se caían de los árboles, la naturaleza se ponía mustia y parecía morir. Pero al anunciarse la vuelta de Perséfone,  Demeter concedía a los hombres y al mundo la promesa de plenitud, el tiempo al que llamamos Primavera, y luego, la plenitud misma, el Verano.
Está claro: el mito es un modo didáctico de enseñar la alternancia de las estaciones del año. No obstante, no se queda allí su lección.
En rigor, si aplicamos los tiempos del mito a nuestra propia experiencia, también será posible ver la dinámica que describe el rapto de Perséfone.
Las sociedades contemporáneas aceptan como verdad incuestionable que el tiempo perfecciona las cosas y, en tal caso, sólo le es dado avanzar.  Algunos, por el contrario, sienten que la humanidad no hace más que degradarse, con lo cual sólo puede retroceder. Aunque opuestas, ambas miradas suponen un tiempo lineal, una flecha hacia el futuro o una hacia el pasado. Pero una flecha sin desviaciones, sin curvas, sin fluctuaciones.
En cambio, según el mito de Perséfone la dinámica de la vida es un ciclo, la sucesión de momentos ascendentes, periodos de afianzamiento en la altura. Y otros descendentes, sumados a aquellos de tránsito en el llano. Luego, volver a comenzar.
También nuestro sentir, nuestro psiquismo y experiencia se describen mediante  esos ciclos. Quien crea en una felicidad creciente sin conflicto cree en una utopía.
Así como los hombres que escuchaban el mito conquistaban una sabiduría que los hacía vivir en calma los tiempos de otoño e invierno, gracias a la esperanza de que llegaran los buenos,  tampoco se envanecían cuando venían los ciclos de abundancia. Al fin y al cabo no podría retenerse la bonanza más allá de lo que la “Naturaleza” dictara.
 Igual ganancia podríamos tener hoy si comprendemos, por medio del mito, que los dolores no duran para siempre. Ni los buenos tiempos detendrán su partida.
Eso sería la sabiduría, que nos hace “sintonizar” con la vida.