lunes, 15 de abril de 2019

Columna de mitos. Cronos



Mito de Cronos
Comencemos por la inquietud primera.
Desde el principio de las civilizaciones, el hombre documentó la zozobra que le suscitaba la finitud de la vida. Los pueblos primitivos, de conciencia colectiva, han comprendido con menor angustia la idea de la muerte, porque  su ser, la comunidad, sobrevive en una sucesión que supone la partida de unos individuos para que nazcan otros.
Pero el mundo occidental concibe la idea de la muerte como el desasosiego mayor. Cuando algo angustia, suele representarse. Así irrumpe la expresión artística. El arte primitivo también era un modo de procesar lo que inquietaba.
Eso es precisamente lo que ocurrió con la figura de Cronos o Saturno, como lo bautizaron los romanos.
Los griegos gestaron el mito de Cronos por acallar el grito de horror que les generaba la inexorable llegada de la muerte. Si el tiempo es motivo de reflexión permanente es porque funciona como sinónimo del memento mori, del recuerdo de que vamos a morir en algún momento.
En efecto, Cronos representa al tiempo. Esto explica que las palabras asociadas con el tiempo y su medición contengan la raíz “crono”. “Cronológico, cronómetro, crónica, etc.
 “Cronos llegó al sitio del poder supremo entre los dioses porque se atrevió a enfrentar y destronar a su padre, Urano. Pero cuando él mismo fue padre,  comenzó a temer su propio derrocamiento. Para evitar que un hijo lo destronara decidió neutralizar a cuantos nacieran. Cada vez que Rea daba a luz a uno, él lo fagocitaba de inmediato. Todos ellos fueron a parar a su estómago. Excepto Zeus, el más pequeño, el elegido por el destino.  Rea, harta de ver cómo sus criaturas eran convertidas en bocadillos para su esposo, se retiró a una cueva en la montaña y allí dio a luz. No le envió al padre el niño, sino una piedra envuelta en pañales y mantas.  Cronos, sin advertirlo, se la tragó. Así es como Zeus creció en secreto y, cuando tuvo las fuerzas para hacerlo, obligó a su padre a vomitar a sus cinco hermanos mayores y se erigió en el soberano del universo.”
Si Cronos es el tiempo y devora a sus hijos, ¿qué es exactamente lo que el tiempo se come? ¿A quién se refiere el mito mediante la figura de los hijos?
El único elemento común entre los dioses es la eternidad. Ellos no nacen ni se mueren, no tienen tiempo. Nacer es ingresar al tiempo. A partir de entonces se activa el reloj existencial de la criatura que corre en cuenta regresiva hacia la muerte. Lo nacido está sometido a la caducidad por naturaleza. Por eso mismo, el hombre y todo lo creado son hijos del tiempo.
Aquí va la abstracción: El tiempo nos consume…
Contrariamente a lo que percibimos, no “gastamos” el tiempo, no lo “perdemos”, sino que él nos gasta a nosotros, él nos pierde. No “matamos el tiempo” al llevar un libro a la sala de espera del médico. No consumimos las horas de la tarde navegando por internet.  El tiempo nos mata a nosotros, nos destruye, en realidad.
Es una verdad sombría, pero verdad al fin. Por eso ha requerido uno de los mitos más emblemáticos del panteón griego.
Tomado por los romanos, Saturno atravesó los siglos de la Antigüedad y el Medioevo, y cuando el cristianismo había sofocado las divinidades paganas, el Renacimiento volvió a darles vida. Saturno fue entonces, como lo es en el ámbito de la astrología todavía hoy, el planeta limitante, el que dice “basta, hasta aquí has llegado”.  ¿Qué limitación mayor puede conocer el hombre que la del tiempo del que dispone para vivir?
Pero Cronos también enseña que no hay nadie que pueda perpetuarse en el poder. Por más recaudos que tome, algún día habrá de caer y dejar el lugar a otros. Así lo destrona Zeus. Y entonces volvemos a la misma sabiduría primitiva: mueren individuos, para que nazcan otros, y la humanidad siga viviendo… Ésta también es una lección sobre el tiempo y la humildad.