sábado, 28 de mayo de 2016

El río: ausencia, tiempo y tradición (Introducción dictada en el Encuentro Anual de Letras Pampeanas 2015, Toay)


Poesía
Hablar de poética es necesariamente hablar de un imaginario. Mientras la escritura narrativa se enhebra a partir de hechos, la ensayística a partir de conceptos, el poema tiene como célula la imagen.
La poesía encarna el sentir más profundo y el pensamiento primigenio de los pueblos. Porque, tal como lo explicaría Heidegger , el pensamiento en imagen (o metafórico) es la forma de expresión e intelección más propia del Ser (del Dasein). Así  la entendieron los más altos poetas. Todos ellos coinciden en observar la poesía como un modo de develamiento de la verdad, y no como un juego intelectual ni como entretenimiento. Dante, Góngora, Shakespeare, Goethe, Huidobro, Vallejo, Borges, Cortázar y tantos más ven en la poesía  un vehículo hacia la verdad, una verdad sutil. Nunca para ellos constituye una evasión.  Así, no hace poesía sólo quien cumple el acto de escribir lírica. Ni siquiera el que crea literatura.  El pensamiento poético es una disposición frente a la realidad, una actitud contemplativa y reflexiva frente al mundo y frente a la naturaleza. Hace poesía quien se detiene a ver con el secreto deseo de comprender.

Imaginario
Es por ello que el estudio de un imaginario es mucho más que la enumeración de aspectos formales. El imaginario de un poeta, de una generación, o de una región es un producto que revela una cosmovisión particular. De-vela la identidad profunda de un ser.
Si un pueblo  escoge hablar de un volcán, porque preside su paisaje, el volcán pronto encarnará en el imaginario muchos más sentidos que el de su simple actividad material. El pueblo pondrá en su figura todas las tensiones latentes que, como el volcán físico, están pendientes de erupción en su comunidad…  Puede que identifique con él la fuerza, puede que lo vea como la ira de la naturaleza, como castigo divino, como materialización del mal…
Cuando el imaginario se construye  comunitariamente, las imágenes de algún modo cifran los sentires, la historia, los terrores y también los sueños comunes.





El río y el Caldén
Dos imágenes presiden el imaginario pampeano: El caldén y el río. El primero, por su presencia. El segundo, por su ausencia.
Ausencia
A Borges le gustaba recordar una anécdota: un día se encontró por la calle con Enrique Banchs, que sería más tarde un poeta delicioso, justo cuando había sido abandonado por su amada. Banchs estaba desahuciado. Pero esa ausencia, la falta que le hacía su amada, fue el motivo y la pasión que motivaron su mejor libro “El cascabel del halcón”.
Borges recuerda el episodio y reflexiona sobre él en un soneto que titula, precisamente, “Enrique Banchs”
Un hombre gris. La equívoca fortuna
hizo que una mujer no lo quisiera;
esa historia es la historia de cualquiera
pero de cuantas hay bajo la luna
es la que duele más. Habrá pensado
en quitarse la vida. No sabía
que esa espada, esa hiel, esa agonía,
eran el talismán que le fue dado
para alcanzar la página que vive
más allá de la mano que la escribe
y del alto cristal de catedrales.
Cumplida su labor, fue oscuramente
un hombre que se pierde entre la gente;
nos ha dejado cosas inmortales.
Los más altos logros de la poesía se los debe la humanidad a las ausencias. Dante Alighieri halló en la muerte de Beatriz Portinari sus mejores versos. La Laura inalcanzable, desposada por otro, fue la raíz de los sonetos petrarquescos imitados para siempre.  La poesía se hace grande cuando se torna compensatoria, cuando intenta rebasar lo alcanzable por las manos humanas. Por eso nada hay más poético que el intento de renacer lo ausente sobre el papel, que darle vida a lo perdido en la Palabra.



El río
Pero entonces, toca aquí  hablar del río, pero no del de los tratados hidrográficos ni el que espera los dictámenes de la Corte, que sin dudas autoridades en el tema lo ilustrarán más tarde. Mi invitación es a pensar el río como figura poética.
Hemos dicho que cuando el paisaje se vuelve figura poética, encarna muchas más acepciones que la literal. ¿Qué significan estas aguas, entonces?
El río es una imagen presente en la literatura desde tiempos muy remotos. Los valores que se le asignaron metafóricamente son muchos.
De dos modos diferentes hiere el río la imaginación activa, como la llama Bachelard: como obstáculo por atravesar, o como materia en la cual sumergirse (cuya variante sería la de vehículo en el cual flotar, barrenarlo.)

Transformación/dificultad
En algunos textos clásicos, los ríos aparecen como interrupciones del paisaje telúrico cuyo tránsito implica una dificultad o aporta una transformación, un cambio de estado. Así, los ríos del Infierno, que se repiten en Homero, en la Eneida de Virgilio y en La Divina Comedia  reflejan distintos tormentos, el Aqueronte, los dolores, el Flegetonte, las quemaduras, El Cocito, la pena y el frío de la muerte, el Estigio, los miedos.
El Leteo, que aparece en ocasiones en el Infierno y en otras en el Purgatorio, retrata el olvido. Sumergirse en él es olvidar las vidas anteriores y embarcarse en una nueva forma de existencia.
Para los aztecas, atravesar el río  Apanohuáyan era ingresar en el recinto de los muertos. Pero atravesar el río no siempre implica muerte. En El Cid Campeador, por ejemplo, cruzar el río de Burgos es transformarse  en un exiliado. El Arlanzón le señala que se ha convertido en  extranjero.  El Cid lleva la imagen del agua en sus pupilas, por que las aguas son el pasaje hacia el destierro. 
Fuente de vida
En la Biblia, aparecen los cuatro ríos del paraíso que descienden en una especie de salto, cuyo origen es el Creador. Luego los brazos se dirigen hacia los cuatro puntos cardinales, de ellos provienen todos los ríos del mundo. Según esta acepción, el río es fuente de vida.  Del mismo modo, el río es el vehículo en el que va meciéndose Moisés en el cesto de bambú construido por su madre para salvarlo de la matanza de los niños pequeños durante la permanencia del pueblo judío en Egipto. La cesta llega por el río a manos de la hija del faraón y gracias a él Moisés salva su vida. San Juan Bautista también utiliza las aguas del río Jordán para bautizar y dar “vida nueva” a los bautizados.
En el Popol Vuh, las aguas son quienes reviven a los gemelos luego de haber sido asesinados por los dioses de Xibalbá. En ese caso, también el río tiene la connotación de dar vida, y eso coincide con el registro que tiene la ciencia respecto al origen de la primera forma de vida, gestada en aguas dulces.
Tiempo
Pero cuando las aguas no son atravesadas, sino vehículo, materia en que el hombre se sumerge, curso que el hombre adopta y alimenta, tienen otras implicancias. En casi todas las culturas se ha visto en las aguas en movimiento, en las aguas corrientes, como las llama Bachelard, la imagen de la sucesión.
Platón recuerda a Heráclito en el Cratilo cuando dice que un hombre no puede bañarse dos veces en las mismas aguas. El río podrá ser el mismo, pero las aguas que bañan sus pies no son las mismas. Esta acepción propuesta por Heráclito refleja el fluir del tiempo, o más precisamente, del hombre en el tiempo. Somos esos ríos que van a morir al mar.
Manrique retoma el tópico “Nuestras vidas son los ríos  que van a dar en la mar”, que hacia el Renacimiento se bautiza como Vita Flumen, es decir, la vida como río. Somos esos hijos de Cronos, es decir, los hijos del tiempo, nacidos en un instante al tiempo y destinados a morir en el tiempo algún día.

Borges confiesa que su imagen favorita es precisamente ésta,  la del río de Heráclito: el tiempo como un cauce que fluye y no se detiene, pero que está destinado a desembocar en la eternidad, que es el mar.
 En realidad no es el tiempo el que corre sino nosotros en él.
El río del tiempo seguirá siendo río cuando cada uno de nosotros haya pasado. No serán las mismas aguas, pero sí será el mismo río.

Muerte y permanencia comunitaria

Esta idea de permanencia comunitaria a pesar de la caducidad de los individuos recuerda la visión de los pueblos originarios, que lejos de concebir como el mundo occidental la vida y la muerte en algo individual, comprenden los ciclos sin angustia porque saben que morirán individuos, morirán estas aguas, pero el río ─la comunidad, la tradición, el pueblo,  y aún la naturaleza (que ellos percibían como madre a la que todos los seres estaban integrados)− seguirá viviendo.

Tradición

En efecto, muchas veces el río, en su incesante fluir representa la tradición. Así, se hablado mucho del “río” de la literatura.  Todo aquello que llega a nosotros para ser continuado y legado a otros ha de ser imaginariamente un río.

José María Arguedas  intenta en su novela más lograda una gesta tan quijotesca como conmovedora: recuperar aquello que la Perú civilizada ha preferido olvidar, esa voz del pueblo originario que canta subterránea reclamando su lugar, la voz inca sepultada debajo del progreso, de las estructuras europeizantes, de la “civilización”. Y, curiosamente, tituló esa novela como “Los ríos profundos”.

El río es tradición, y aquí, en nuestra Pampa, haber hecho represa al río real, el de los mapas, fue hacer dique a las voces que venían de tierra adentro  y del pasado, a remontarnos, a integrarnos a su tradición, a sumarnos y sumarse. Voces ranqueles, voces de la tierra …
Hacer dique fue sepultar bajo las glebas secas de la llanura nuestra primera tradición. 

Ésta es la acepción que tiene el río para el imaginario pampeano. Es un motivo doloroso, que explica la nostalgia que en ocasiones nos atraviesa. Pero la imagen también suscita el poder compensatorio de la poesía y su tenor de trascendencia.
Porque toca al poeta pampeano dar vida a la polifónica sinfonía de aguas corriendo, aunar las voces que suenan con aquéllas que se han perdido.  

Toca a él arrancar de la pena por la ausencia del río, el grito sagrado de la poesía.