domingo, 16 de junio de 2019

Columna de mitos. Hefesto o la Resiliencia


Antes de que el Olimpo fuera la residencia de los dioses, existieron los mitos que revelan la cosmogonía o creación del mundo natural. Los relatos olímpicos corresponden a una generación posterior y ya no explican cuestiones del origen del universo, sino que expresan potencias psicológicas, emocionales o intelectuales. Describen, sobretodo, conductas comunes a todas las épocas. El interés que despiertan estos últimos mitos sigue siendo enorme, especialmente dentro del ámbito de las artes y la psicología. Entre esos dioses hay uno que propone una de las lecciones más útiles para transitar la vida.
Se trata del dios Hefesto, o Hefaístos, dependiendo de la traducción.
Cuenta la historia que Hera y Zeus gestaron un hijo que, al nacer, se convirtió en el horror de su madre. Era extremadamente feo y Hera sintió una vergüenza y una furia impresionante cuando lo vio. Quiso deshacerse de él antes de que el mundo lo conociera. Por eso, lo arrojó desde la cima del Olimpo. El niño tardó días en impactar contra el suelo. Y el golpe no lo mató, pero sí dañó su motricidad y lo dejó rengo para siempre.
Con un comienzo como ése, la vida no parecía prometer demasiado. Ahora no sólo debía sobreponerse a un aspecto poco agradable, tenía en la cojera un defecto que sería también una limitación física. Pero, por añadidura, debía procesar el rechazo de quien se suponía debía amarlo más que nadie, aunque fuera por instinto.
Sumido en dificultades semejantes, Hefesto se topó con la diosa Tetis, una deidad marítima que lo ayudó a recuperarse y ordenó que se le  enseñara el oficio de orfebre. Hefesto, compensando sus faltas con una capacidad de trabajo impensada para un dios, logró dominar el arte de engarzar y tallar las piedras preciosas y los metales más finos. Con ellos adornó las muñecas, los lóbulos, la frente y los brazos de Tetis, en franca muestra de gratitud. En el ejercicio de sus habilidades fue tomando confianza en sí mismo y aprendiendo a valorarse como no pudo hacerlo su madre. Su espíritu inquieto y el entusiasmo renovado con cada producto de sus manos lo llevaron a  conquistar nuevas habilidades. Es por ello que comenzó a manipular metales a gran escala y construyó su famosa fragua. La misma que los romanos llamaron “la fragua de Vulcano”. En ella, fabricó las mejores armas para los guerreros del mundo antiguo, pero también las herramientas de los dioses.
Él creó la famosa armadura de Aquiles, el indiscutible héroe aqueo de la Guerra de Troya, no sólo porque su madre Tetis se lo pidió, sino también porque compartía con él la condición: Aquiles también tenía un punto débil adquirido en los primeros minutos de vida, con el que debía lidiar para siempre.
Poco a poco, Hefesto fue sobreponiéndose a sus limitaciones y fortaleciendo una personalidad tenaz. Si la naturaleza le quitó la gracia de un aspecto bello o la perfección de sus piernas, le dio una voluntad férrea (por decirlo en el lenguaje de su fragua).
Hefesto representa el fuego interior, el ímpetu superador que tienen quienes están hechos para superarse. Sus habilidades no dejan de correr límites, de perfeccionarse, haciendo de este hijo despreciado el más necesario de los dioses.
El mito enseña que si bien no podemos elegir los dones ni las limitaciones que recibimos por herencia al momento de nacer, sí habremos de escoger qué hacer con ellos. Como atañía a los guerreros que le encargaban armaduras, el desarrollo de la persistencia y la tenacidad podrían suplir las virtudes negadas en suerte y llevarlos a vencer la batalla.
Del ejemplo de Hefesto incluso hoy es posible aprender. Será la lección de la “resiliencia”, como se ha dado en llamar a la habilidad para levantarse,  por grande y duradera que haya sido la caída, para volver a intentarlo.