domingo, 15 de diciembre de 2019

Nota de Caldenia sobre "Mapa oscuro" de Susana Slednew


Mapa oscuro
de Susana Slednew
El nuevo libro de Susana Slednew, que lleva el título de “Mapa oscuro”, surge desde la experiencia del taller de escritura creativa  en una Unidad Carcelaria. La poeta podría haberse conmovido por el contacto con los reclusos desde una empatía tibia que la posicionara como simple espectadora de esos destinos. Pero no.  Lo que sucede es mucho más intenso. La aventura modifica su espíritu. “Ahora sos esta mujer/ empapada de encierro”, dice la poesía.
El libro retrata especialmente los pasos de la transformación interior.
“¿Una condena es hacia adentro o hacia afuera?” Así se explicita la existencia de los reinos entre los que cabalgará el poemario desde el punto de vista espacial. Pero es también una invitación a pensar en la dicotomía adentro/espíritu y afuera/ entorno.
El espacio se propone como clave desde el mismo título. Si hay un mapa, será porque hay un recorrido que hacer.
En el inicio, los temores. “¿Cuánto durará la batalla/a favor de la ingenuidad?” se cuestiona la voz poética. La pregunta desnuda la dificultad que signó el decidir si aceptaba o no la invitación.  Por lo visto, ganó la “ingenuidad”, tal como califica el texto a esa ilusión de poder cumplir la tarea. Un proyecto de cierto riesgo, casi destinado a decepcionar. Quizá fuera una “ingenuidad”, pero la poeta decidió tomar el mapa oscuro y aventurarse en la travesía.
Mapa
Si hace falta cartografía para recorrer un espacio cerrado será porque es laberíntico, al menos ésa es la conjetura natural que la sensibilidad lectora hace.
El espacio exterior desaparece en cuanto la autora atraviesa los controles. Allí, como si se pusiera una máscara para tratar incluso con los guardias, pierde transparencia y oscurece el semblante. Se tensa su actitud.
Los muros se angostan como en una pesadilla, avanzan sobre ella a un punto asfixiante. Es el mapa de un laberinto que en cualquier momento toma vida y le impide la salida. Este temor fundamental está supuesto en la idea de laberinto.
Es inevitable evocar el mito en que Teseo libera al pueblo, del yugo del Minotauro. La prueba consiste en tratar con la otredad del monstruo, que encarna todo lo que está en nosotros y rechazamos, como una proyección de las tendencias vergonzantes de la sociedad.
El Minotauro es hermano de Teseo (su padre verdadero era Poseidón); y la misma Ariadna, comparte madre con la bestia. Los vínculos sugieren en el mito que el monstruo no es una criatura foránea. En cambio, representa lo más censurado y propio del grupo de pertenencia.
Los barrotes invitan a la división entre buenos y malos, como lo hace el laberinto. A segregar tendencias que quizá el hombre libre también posee   ̶ aunque mantiene ocultas, en cambio de expresarlas por medio de la violencia y el delito ̶  .
Ariadna guía a Teseo para hallar la salida: con el hilo en mano, él debe desandar el camino que hizo pero en sentido inverso. Esto mismo reproduce cada viernes la poeta.
 La acción de regresar sobre sus pasos remite a la reflexión, a pensar en los hechos pasados. Mientras los condenados no comprendan qué los llevó a enterrarse en este laberinto, podrán salir, pero no habrán comprendido.
Slednew comienza a abrir los oídos a las palabras del adentro. Esos seres ya no son tan diferentes.  Por eso “ciertas palabras te alcanzan/ las estás viendo ahora por el retrovisor.”
Catábasis
El espacio aparece como en un sueño circular. En la medida en que se atraviesa una puerta que se cierra de inmediato con tintineo de llaves, guardias y poeta se dirigen a otra más adelante y repiten la acción de franquearla y verla clausurarse en un segundo.  “Abrir / tras el haber cerrado/ pesa / como una armadura de miedos.”
Los pasadizos se abren por tramos y el viajero se interna emulando al mito de Orfeo y su visita al Infierno.  Si a la poeta se le permite el paso es, como a Orfeo, gracias a la poesía. Si el héroe antiguo recibía los sucesivos permisos para ir atravesando estancias del Tártaro era porque su canto sonaba extraordinario. La poesía le abría las puertas, del mismo modo que se las abrirá a nuestra poeta.
El ir enterrándose en el interior del Infierno es lo que trae la Muerte al escenario. Tal vez el verbo “retumbar” que se utiliza en poemas siguientes sea, más que el eco que retumba, un modo de describir la acción de enterrarse en la propia tumba. Así se utiliza popularmente el sustantivo “tumberos”.
La finitud se percibe allí pero también se internaliza “pesa / esa miseria en tus huesos/ por el sendero de los paraísos.”
Al ver un duelo particular y pensar en otros que la poeta recuerda del afuera, el yo poético despierta aún más a la realidad de que todos tenemos el mismo destino. Este concepto animó mascaradas típicas de la Edad Media a las que se denominaba “La danza de la Muerte”. En esas ocasiones, se les recordaba a los poderosos que algún día perderían sus privilegios a causa de la más democrática condición humana: la mortalidad.
La muerte inexorable más allá del estamento social desplaza al miedo, que le deja espacio a la empatía. Sobreviene, como consecuencia, la mirada romántica.
“La puerta clausura/ el lenguaje binario de las rejas”. Una vez fuera y a partir de la empatía,  resuena en la sensibilidad de la poeta lo que se ha dicho o escrito dentro. No extraña que califique de “romántico“, su espíritu.
¿A qué se refiere con la mención del movimiento literario o de la acepción popular de ese término? En este caso, a la esperanza de que todo vaya bien y que la irrupción de la poesía algo pueda mejorar.  Ese “romanticismo” ahora resiste el sentido realista, de pies sobre la tierra, y cuestiona con la actitud esperanzada a quienes prefieren conocer estas realidades, pero prudentemente, de lejos. 
 Las rejas dividen a los hombres buenos de los malos adentro. Ésa es la mirada desde el miedo. Pero existen otras posibles. El Romanticismo, surgido en el siglo XVIII, exaltó la subjetividad y buscó comprender a los excluidos, a los condenados por la sociedad, a los diferentes.
Cuando la poesía deja de ser una extranjera en la cárcel “La poesía/ ha llegado como extranjera: / poco a poco/ se hace entender”, comienzan a diluirse los límites. “Mientras tanto/ la línea que es difícil de ver/separa el bien del mal/ como quien aparta los ingredientes sin calcular con precisión los resultados.”
Aire
A medida que avanza el libro va ganando fuerza el elemento aire y retirándose  la asfixia. Los pájaros, el viento, la visión de los árboles son todos aspectos que van re-significando la experiencia exterior de la poeta. “Ya en tu casa, por tu piel el agua tibia/ el confort tiene ahora otro precio/ que no se paga en un vencimiento.”
Una simple ducha caliente, por contacto con el “adentro”, se ha tornado una bendición.
La imagen de un preso con un arma se opone a la de otro recluso,  con un cuaderno. ¿Qué vale más allí dentro para conquistar la libertad?
“Un poema/también es un exilio”
El aire es el elemento de la libertad, aunque asimismo del pensamiento. En muchos otros artistas la imaginación se torna el escape a cualquier restricción.
Si hay un pasaje emblemático de esta valencia es una escena de Fray Servando Teresa de Mier en El mundo alucinante de Reinaldo Arenas. Encadenado tan hiperbólicamente que finalmente ceden los cimientos de la cárcel por el peso del metal, el fraile, célebre escapista, puede viajar adonde quiere a pesar de la paranoia de sus captores. Y lo hace por el aire, con la imaginación.
La impotencia de los guardias se manifiesta todos los días en una nueva cadena hasta que su peso derrumba el edificio de la cárcel. El sentido de una pregunta de Slednew suscita la misma impresión: “¿Cómo se condena/ a la mente/ que escapa?”  Nada nos hace más libres que la capacidad de volar con la imaginación.
El aire convoca la transparencia. Varios objetos exhiben su condición volátil. El polvo, los pétalos, el viento y, luego, los poemas se tornan expresiones de lo aéreo. El vuelo proclama la conquista de la libertad.
 “Vos ya sabés/ que a veces la vida/ se presenta como un ala.” Tal vez ésta sea la forma de conjurar la asfixia que irrumpió en el ingreso a la Unidad Carcelaria. Ahora regresa el aire, se pone en marcha la vida.

Poesía integración
El uso de la segunda persona, un rasgo característico de las vanguardias concurre a muchos de los poemas. Se trata de un desdoblamiento del sujeto lírico. En algunos poetas reproduce la necesidad psicológica de tener un interlocutor, de combatir la soledad. Susana Slednew utiliza esta perspectiva como si de entrada se hubiera dejado inundar por la soledad de quienes están condenados.
El recorrido de la memoria al olvido es otra prueba de la evolución de conciencia. Al principio,  “como tantas veces/ el recuerdo de un lugar querido/ viene a salvarte” la memoria es una herramienta para huir de lo que duele. Pero después, “lo que sostenía/ era la memoria/ ahora te parece/ que la condición de seguir/ es el olvido”. La voz poética necesita olvidar, como otra muestra de la transformación interior que sufre mediante el contagio de sus alumnos. Así como desea dejar atrás un gran error quien lo cometió, la poeta también quiere olvidar. Quizá el límite tajante entre condenados y libres sea parte de lo que ella anhela dejar atrás.
 “¿quién pudiera sobrevolar/ entre tu casa y la cárcel/ vería poemas” […] “vienen y van / como volantas”
Las “volantas” y la imaginación libertaria serán las encargadas de desdibujar el límite tajante de los barrotes. 
Lo que resulte habrá de ser una firme confianza en la poesía:
“ésta es tu manera de la fe/ algo así/ como dejar lo incierto/ frente al viento/ y que la poesía responda/ el próximo viernes/ hoy/ o ayer.”
La ingenuidad, con que el miedo califica la decisión de la poeta a aventurarse, se ha ido. Se ha ido también la Esperanza romántica en que la poesía pueda mejorar algo. Ahora no es una ilusión para el futuro. Es la Fe poética, en tiempo presente. La convicción profunda de que existe un poder transfigurador en la poesía. Un poder que transforma a todos los que toca.


Nota de Viejo Mar sobre "Mapa oscuro" de Susana Slednew


Susana Slednew Mapa Oscuro
El nuevo libro de poemas de Susana Slednew, con el título de “Mapa Oscuro”, nació de la aventura que emprendió la autora al dictar un taller de escritura en una Cárcel.
Invitada por el poeta y siempre activo promotor de eventos culturales, Mario Lóriga, y acompañada por otros autores, Slednew se animó a la experiencia.
Debió haber deliberado bastante la decisión. Como si hubiera dudado de que la Poesía, con su sutileza, pudiera sobrevivir en un ámbito hostil y atraer a los convictos hacia sus brazos amantes. La autora debió haberse resistido hasta que cedió a la empresa, por malas perspectivas que hubiera previsto. “Te preguntas/ cuánto durará la batalla / a favor de la ingenuidad. Si disponerse al plan comienza siendo una “ingenuidad”, esa calificación evolucionará: “La poesía/ ha llegado como extranjera: / poco a poco/ se hace entender”.  Ya el iluso optimismo convierte la ingenuidad en esperanza. Cuando los condenados puedan hablar el lenguaje de la poesía, ya no será crédulo apostar al poder de la palabra. En todo caso, habrá de ser la expresión de un “espíritu romántico”, una de las formas de la Esperanza en la labor misteriosa de la Poesía. Luego incluso tal vez se atreva a la Fe plena en ella.
En viaje
“¿Una condena es hacia adentro/ o hacia afuera?” reza el texto, explicitando en qué dos planos ocurrirá la peripecia. El contrapunto no sólo se refiere al adentro del encierro y el afuera de la libertad. También remite al adentro de las emociones y al afuera del entorno.
Las sensaciones que va atravesando Slednew en sus visitas semanales a la Unidad Penitenciaria quedan cristalizadas con innegable belleza en los poemas siguientes. Primeramente, la opresión y el temor que siente al ingresar por esos pasillos sucesivos que se abren y cierran por partes “abrir tras haber cerrado pesa como una armadura de miedos.”, resalta la percepción del espacio laberíntico para quien se interna hasta el centro infernal del encierro.
En el ingreso, el ambiente enrarecido la obliga a esconder su vulnerabilidad, y defenderse mediante una máscara hierática. “Un poco/ de la transparencia que traés/ cae ahora.” Ni los guardias que controlan la entrada deben descubrir su miedo.
Ya dentro, retrata un mundo binario en que los barrotes dividen las aguas, entre el reino del Bien y la región soberana del Mal. Esa cesura, que en el afuera no existe, va mostrando cada vez más su sinrazón. Prima en el adentro la percepción de que, entre las alas que poda la prisión está la posibilidad de cambiar. El estigma.
 En cuanto la autora retoma el curso del afuera, “la puerta clausura/ el lenguaje binario de las rejas.”  La región donde abunda el aire, la recibe ahora acompañada de las palabras dichas dentro, resonando una y otra vez en ella.  Esas voces comienzan a transformar su visión.
Algo, quizá alguno de los poemas escritos por los presos, introduce la idea de la muerte, y eso lleva, ya fuera, a que la poeta concluya: si ante la muerte, todos somos igualmente vulnerables, es que la diferencia entre unos y otros no ha de ser esencial. Los límites no serán tan tajantes. “Mientras tanto/ la línea que es difícil de ver/ separa el bien del mal/ como quien aparta los ingredientes sin calcular con precisión los resultados.”
Ése es el momento en que el adentro se filtra en la vida de la autora y sale de la prisión para convertir su mundo. Los presos, también modificados por obra de la poesía, influyen en la concepción de realidad de la poeta. La llevan a valorar su cotidianidad. “Ya en tu casa, por tu piel agua tibia/ el confort tiene ahora otro precio/ que no se paga en un vencimiento.”
La asfixia cede porque el aire anima la vida, eso es lo que dona el taller a los hombres confinados: “Vos ya sabés/ que a veces la vida/ se presenta como un ala”. Pero no son ellos los únicos que reciben y se transforman.
El mapa oscuro es el retrato de un viaje arquetípico que la literatura registra muchas veces. Un viaje que comienza internándose en un Infierno interior o exterior, en el que el viajero sufriente aprende, comprende y  hace carne sus limitaciones para luego emprender el ascenso, la conquista del aire; de la libertad, desencadenada del pasado. Por eso es una redención. Es preciso hacer memoria para después sanar por el olvido. Así cambia el paisaje haciendo, de un encierro en el que no hay posibilidad de salvarse, una escalera. Y el sufrimiento cobra sentido porque conduce a algo. Esa liberación, tanto en Mapa Oscuro como en los antecedentes de la tradición, ocurre mediante el vehículo de la Poesía. A través de los peldaños de la Palabra.
En el punto de llegada, vemos la pregunta: “qué es / lo que me fue quedando/ mientras anduve/ de un lado al otro de la sombra?”  Ese poema impreso excéntricamente sobre la contratapa  exhibe, en su disposición, la continuidad entre literatura y vida porque la poesía continúa más allá del final del libro. En ese mismo poema también se responderá: “este llavero/ de piedras claras / se lo cambié a quién?”, como si todo se resumiera en haber donado el conocimiento de la Poesía como moneda de cambio, para comprender el valor de la verdadera libertad. Las llaves  ̶  las claves ̶  que abren definitivamente la jaula interior.





Sin embargo, la experiencia vivida fue motivo de un poemario refinado, emocional y, como es habitual en la poeta caxtense, filosófico.


Nota de Viejo Mar sobre Un ademán de sol de Morisoli


Un ademán de Esperanza
“Un ademán de sol” es el nuevo libro de Edgar Morisoli. Hecho en partes iguales de poemas e imágenes forjadas por ilustradores muy diversos, el libro se permite una calidad que no es habitual en estos tiempos de crisis editorial. Y así como no renuncian sus editores, tampoco cede la voluntad del poeta, que sigue escribiendo con la misma disciplina que lo distinguió siempre. 
En los últimos años Morisoli ha propuesto a sus lectores un concepto diferente del libro de poesía. Como si se tratara de un objeto de culto, una pieza destinada a convertirse algún día en una valiosa antigüedad.
La forma del libro/objeto no hace más que retratar el fondo que edifica la poesía. En este caso, “Un ademán de sol” reúne poemas muy diferentes cuyo punto común es la reflexión sobre lo que significa la actividad poética para el autor.
En efecto, la función social y trascendente del acto de escritura y de lectura de la  lírica  es la reflexión central.
En ocasión de una presentación anterior, el poeta propuso una cuestión teórica: el “tema” y el “motivo” del poema. Los temas vitales de cada autor suelen ser un puñado. Son preocupaciones permanentes del poeta. Ejemplos de ello  serían el abuso de poder o el desamor, por citar dos.
Los “motivos”, las circunstancias con que se plantean esos “temas”, pueden ser muy diversas. Así, cualquier circunstancia ocurrida en Oriente u Occidente, en el siglo XVIII o en el XXI puede servir para hablar de la esencial tendencia humana a excederse en el ejercicio del poder.
En el “tema” del amor fallido, obra de “motivo” cualquier historia individual que reproduzca la falta de atención, de cuidados y cierto maltrato de un amante.
En este nuevo libro, Morisoli vuelve a reflexionar sobre la naturaleza y la función de la Poesía. El tema que subyace a toda la selección es la Poesía como imagen de la Esperanza. Esperanza de combatir, resistir y doblegar las injusticias sociales, pero también la Esperanza trascendente, que incluye el misterio del ser y de la muerte que el hombre en vida no puede abordar sino por la poesía y el arte.
Pero los “motivos” irán desde la historia del fraile Mariano Aspiazu, perseguido por un Virrey, hasta el mate recibido como obsequio de una familia de puesteros del Oeste, pasando por un Juan de Yepes que no es sino el poeta San Juan de La Cruz ponderando esa oscuridad apenas previa a la irrupción de un amanecer del alma. Como si el autor de “Un ademán de sol” nos dijera por intermedio de un poeta del Siglo de Oro español que no hay oscuridad que justifique la falta de Esperanza.
Cruzan en el texto con idéntica importancia anécdotas personales y figuras rutilantes de la literatura y la historia. En todos los casos, el poder restablecedor de la poesía se da cita. Y este hecho quedará enunciado directamente en la presentación de su obra, cuando Morisoli diga: “Creedme: La poesía cura los agravios del alma. La poesía restaura la belleza del mundo frente a los embates del odio y de la arrogancia del Poder.”
“Un ademán de sol” es una convocatoria de la luz, del calor, de la vida que constituye el efecto del sol sobre lo creado. Cada llamado poético será un nuevo “ademán de sol”, un restablecimiento de la Esperanza.
Si el “tema” es la Poesía o la Esperanza, que constituyen, para Morisoli, una sinonimia, sea cual sea la inclemencia que aqueja, (el hambre, el rumor silenciado de las víctimas o la misma condición mortal de nuestra especie) la Esperanza es, como el ejercicio de escritura para el poeta, irrenunciable.
En el evento de presentación de “Un ademán de sol” se hablará  de la dicotomía “utópico/apocalíptico y dionisíaco/apolíneo con que se categoriza el devenir de las artes. Quizá el tema de la Esperanza explique el hecho de que Morisoli se sienta utópico y no apocalíptico, dionisíaco y nunca apolíneo.
La Esperanza lo lleva a pensar en el sitio perfecto, terrenal y perfecto, que imagina Santo Tomás Moro en su libro “Utopía”. Y también decide ilusionarse con la mirada dionisíaca que rebasa la realidad perceptible, que elude el límite de lo que retratan los ojos del presente. En cambio, se ordena a creer en la justicia que no se ve en el aquí y ahora, pero existe y espera en algún sitio y en algún tiempo…
“La esperanza hay que chairearla                                                                                
 de cuando en cuando,                                                                                             
por si hay que afrontar las penas
 salga cortando”






Nota de Caldenia sobre Un ademán de sol de Edgar Morisoli


“Un ademán de sol” para germinar la poesía
El 9 de noviembre fue la fecha elegida por Edgar Morisoli para presentar su nueva obra, que lleva por título “Un ademán de sol”. Ediciones Pitanguá se encargó de materializar una publicación de calidad; y fueron varios los ilustradores que participaron con su arte: Paula Rivero, Marta Arangoa, Osmar Sombra, Dini Calderón, Raquel Pumilla; y del archivo fotográfico de Juan Pablo Morisoli, se sumaron también imágenes.
El libro reúne textos líricos que el autor reconoce típicos en su producción por tratarse de “poemas de gestación gradual”, lo cual significa que no corresponden a un mismo periodo, sino que son aquellos que han ido encontrando su forma definitiva y, como consecuencia, ingresaron en la selección.
Las producciones son heterogéneas pero los asuntos regresan sobre los temas vitales del poeta. Especialmente la naturaleza y el valor de la Poesía. Esa unidad detrás de lo diverso se manifiesta desde el mismo título, que nos habla de “[una manera […] de decir y vivir la poesía,/ un ademán de sol frente a la bruma/ de los años. “
Memoria y Compromiso
En “Somos nuestra memoria”, uno de los poemas, la persistencia de ademanes de sol es una manifestación de la memoria cuando se torna la espada con la que se combate a “los empresarios del olvido.” Hacer poesía es recuperar la memoria, beber con verdadera sed desde el brocal, como si fuera un pozo de agua, de recuerdos, al que la conciencia se asoma al escribir. Es compromiso y resistencia contra las injusticias de la vida, “…porque el mero soñar ya implica resistir.”
Escribir o leer poesía (hacer memoria) será, en tal caso, un compromiso con las causas comunitarias y la resistencia por la palabra. “Cantar. Seguir cantando/ de cara a las miserias y al olvido”.
Una ponderación a la prensa  “insumisa” homenajea no sólo a Mariano Aspiazu, fraile ecuatoriano que huye de la persecución del Virrey en tiempo de las guerras de Independencia. Edgar ve, detrás de la figura de Aspiazu, “una misma cuerda vibrante” trasversal a  la historia de la prensa que no calla ante el poder.
La imagen de la cuerda no es azarosa. El mismo Morisoli confiesa cuál resultó la reflexión que lo llevó a escoger el título de “Un ademán de sol”. Cada año, cuando llega el 24 de marzo, se rememora el hecho aciago del golpe militar que inauguró la última dictadura argentina. En Santa Rosa, y por iniciativa de la Asociación Pampeana de Escritores  y la Biblioteca Edgar Morisoli, se instala en la Plaza San Martín un cordel de donde se cuelgan textos y dibujos que el público aprecia una y otra vez.  Para el poeta esos “gestos luminosos” ligados a la poesía, que recuerdan las “Coplas de los ciegos” de la tradición española, son ademanes de sol, expresiones de la memoria colectiva, chispas de luz en medio de un ambiente brumoso de egoísmos presentes y de violencia pasada. Como quien  orea y blanquea sus “trapos al sol”, la sociedad saca ese día sus dolores, sus recuerdos, su capacidad de resistir la injusticia y celebra la poesía.
“Mariano Aspiazu vive y alienta todavía en el noble linaje de la prensa insumisa, heroicas redacciones que libran día a día su desigual batalla por todo el continente mientras ardan los leños de la Utopía de América”
El humanismo americano es objeto de estudio permanente de nuestro autor y en este caso se torna motivo para hablar de una de las funciones esenciales de la poesía, según su visión.

Misterio
Pero la poesía no será solo un “arma cargada de futuro”. En la concepción que sostiene Morisoli también implica un andar detrás de los enigmas, la búsqueda de iluminación. Y eso resulta de la vocación que no se puede rechazar. Por eso dice:
“Un poeta no puede mentir. Un poeta no puede/ ocultar ni ocultarse, porque su corazón/ es casa de la vida, brújula de verdad y de belleza […] y su sino es cantar, izar al tope/ del mástil la más verde rama del cancionero.”
Quizá la clave más sugestiva esté en “El advenimiento”:
A partir de un epígrafe del poeta cubano Cintio Vitier (“…toda poesía me parece el umbral / de un advenimiento mayor e inabarcable.”), construye Morisoli su texto.
“¿Y qué adviene después? ¿El misterio/del mundo, las preguntas a la Esfinge, el secreto diálogo con la noche o la llanura, el rumbo/ de los sueños (que quizá son los mismos de hace diez o cien siglos), la sed desesperada de belleza, / el hambre de justicia y equidad en la Tierra, / la demanda agonal de que un instante/ ̶ un momento entre todos los momentos que hilvanan una vida ̶ / alcance un resplandor mayor e inabarcable?
En este sentido de iluminación y expansión del entendimiento, el poeta cita a San Juan de la Cruz como actitud de Esperanza poética. Esperanza de ser iluminado aun desde el rincón más oscuro de la noche.
Cada vez que se expresa el deseo de iluminación, el ademán de sol  convoca la “vera luz”, la luz que es claridad pero a la vez Esperanza. Que es luz y fuego y calor. El ademán es, por tanto búsqueda del misterio, un secreto diálogo con la Naturaleza, una expresión de los sueños más íntimos, la apertura al misterio, a lo inabarcable.
La más célebre obra de San Juan de la Cruz es  “La noche oscura” donde el camino místico de la iluminación ocurre desde la más cerrada oscuridad. Ese dato es, en sí mismo, una proclamación de la Esperanza.
Morisoli lo dice así:
“Me puebla la esperanza/ como una multitud de luminarias que disipan lo oscuro / y en la gracia del canto desafío/ las mudanzas del tiempo./ No hay dudas que cabalgo/̶ como tú, como todos̶  sobre la gran marea de enigmas que es la vida, / que es el amor, y que a su impulso alcanzo/ impensadas riberas, últimas intemperies/ desde las cuales me rescata el canto,/ y empero, aunque es de noche,/ con él entre los labios prosigo mi camino.” 
Como si Manuel Altolaguirre, el poeta español fuera quien le acerca a Juan de Yepes, lo menciona en esta apología que hace de la poesía.
En “Umbral invisible”, dedicado a la poeta Laura Carnovale, autora de Tengo un cielo en mi cocina, se canta a la intimidad gestada en torno  de y por el fuego nutricio.
El poeta define ese centro ígneo como un “ara”, un altar profano, centro indiscutible de las hierofanías. En muchas culturas primitivas se hace presente el centro como un sitio por el que se pueden transitar en ascensos o descensos las diferentes dimensiones de lo real.
Este poema pondera la amistad. Y el fuego, la cocina, el mate representan un modo de abrir la puerta emocional a otro ser, dejarlo “transponer ese umbral invisible” que separa el mundo exterior del interior. En torno de ese ara se internaliza a alguien, se lo suma al corazón, se lo alberga dentro.
En “La vera luz”, “El fuego, nuestro fuego, no ardió en vano” remite, según la dedicatoria, a quienes participaron  de “La joven poesía” y aún continúan enhebrando, como muchos otros, “sus pacientes agujas/ para seguir bordando los sueños, la esperanza, / el tapiz cotidiano de la vida, la vera luz del mundo.”
Una historia de encuentro entre Manuela Sáenz, amada de Bolívar, “La libertadora”, y el escritor Herman Melville también se da cita en el libro. Manuela representa la epopeya viva de la América hispana.
Por medio de la figura de Raúl Zurita, poeta chileno, Morisoli vuelve al elogio de la poesía y a la condición de poeta.
Una analogía que ya se había dejado ver en otros libros regresa aquí como el símbolo del amor romántico. El florecimiento del jardín hace presente a Margarita.
“Coplas de pie quebrado” enaltece la escritura/ lectura como único consuelo al dolor. Y lo hace con el código de la poesía más popular. En “Manual del soñador” se revela el carácter de resistencia que implica soñar.
Germinación
Pero es en “Hombre que escribe versos” donde se explicita la metáfora sutil que domina el libro. Se trata de la germinación, del poeta como planta. El ilustrador Osmar Sombra percibe con claridad este aspecto y lo reproduce en la elección del fondo verde para un rostro del poeta muy bien retratado.
El viento es el vehículo transmisor como si eso no hiciera sino retratar el modo en que se produce la germinación vegetal por vía eólica: “y el viento semental de las estepas alza su desafío.” La memoria de todos los ademanes de sol del pasado, de todas las voces que se alzaron en nombre de la Justicia y la Esperanza montan el viento (o el tiempo) para germinar una vez más.
“Un hombre escribe versos y no sabe/ si acaso de esos versos  ̶  por azar, por fortuna ̶ / brotará alguna vez la redentora luz de la poesía, / la bienaventuranza de su polen-en-viaje.

Columnita de mitos. Circe


En La Odisea, Homero recoge episodios y personajes que ya habían registrado y difundido los mitos por vía oral. Una de ellos es la figura de Circe.  En efecto, en el Canto X de la epopeya, se presenta a la hechicera como oponente y luego ayudante de Ulises en tránsito hacia su Reino (Ítaca).
Circe es una maga, cuya particularidad no es la posesión de la magia (que otros tantos héroes y dioses poseen) sino el modo extraño de utilizarla. Cierta perversión hace que Circe aplique los hechizos sobre sus víctimas, con verdadera cobardía. Basta que Ulises desenvaine la espada y la amenace de muerte para que ella, que es inmortal y no tiene por qué temerle, retroceda y acepte la potestad del hombre.
Si Odiseo lo sabe al momento de verla es porque Hermes, mensajero de los dioses, lo intercepta en el camino hacia el palacio y le revela en qué consisten los engaños de Circe, cómo repeler los efectos de sus brebajes con una hierba que crece en la región, y qué acciones debe realizar para asegurarse de que libere a sus tripulantes.
La diosa dedica sus horas muertas a dar hospitalidad a los viajeros y aprovecha la oportunidad para divertirse un poco con sus artes mágicas.
Julio Cortázar rescata este aspecto apenas deslizado en La Odisea, y escribe un cuento llamado “Circe” que se inspira en ella. Como en Los Reyes, el autor de Rayuela invierte el mito y observa las motivaciones de la agresora para convertir en cerdos a los tripulantes de Ulises. El resultado es, además de original, revelador del psiquismo de un personaje antiguo, como la misma narrativa.
El palacio de Circe está rodeado por una serie de criaturas salvajes extrañas que, en cambio de atacar a los viajeros según su naturaleza predadora, se les aproximan para elogiarlos. Al héroe esto le resulta llamativo, hasta que comprende que no son fieras las que se cruza. Son hombres reducidos a la condición animal por medio de la magia de la hechicera.
Cada víctima sufre mediante la bebida una transformación que no hace sino desnudar su verdadera condición. Si se es un guerrero noble y valiente, el encantamiento provocará la conversión en tigre, en león o en cualquier gran felino. Pero si lo que constituye el espíritu de la víctima es la codicia, el puro afán de saqueo en ocasión de guerra, entonces será convertida en cerdo.
En rigor, en esa magia hay algo de verdad que se revela. Para los códigos del texto homérico, quien vive sólo para la supervivencia merece estar confinado a su naturaleza animal. Hay, detrás de la maldad de la diosa, un elemento de justicia moral. De revelación y de juicio.
Los héroes también se degradan a la animalidad pero en un grado de mayor dignidad. No obstante, unos y otros conservan en la memoria el hecho de que han sido hombres, lo que les impide toda felicidad por más que no les falte aquello por lo cual se desvivían antes. Ahora, perdida la libertad para ejercer el raciocinio, sienten que han malogrado sus vidas humanas, dedicándolas a lo único que todavía tienen y no acierta en hacerlos felices.
Detrás de este episodio que se cuenta resaltando los grados del ser al estilo aristotélico, hay una enseñanza más sutil. Quien se sabe hombre no puede estar satisfecho cuando la vida lo convierte en “cerdo”, una metáfora de quien se mueve sólo para los bienes perecederos. Y aun cuando se vive con parámetros asociados a virtudes menos transitorias como el honor y la fama (héroes felinos), la dignidad humana implica incluso aspiraciones más altas.

domingo, 17 de noviembre de 2019

El circuito de la poesía.


El circuito de la poesía
En el ámbito de La Pampa se produce mucha más poesía que narrativa o dramaturgia. ¿El motivo? Lo desconocemos. Quizá el paisaje y esa sensación de soledad e intemperie que constituyó nuestra primera identidad hayan suscitado más este lenguaje que otro. Tal vez la estridencia de la Naturaleza en su llana resignación haya ganado la partida, a diferencia de los afanes de las grandes urbes que se piensan a espaldas del paisaje.
Lo cierto es que los códigos líricos son diferentes. Al teatro le interesa cumplir una función apelativa, que llame al espectador a dejarse transformar por medio de la catarsis. A la narrativa, contar hechos, reales o no, o crear un mundo total y  paralelo al de la realidad. Pero la poesía es otra cosa… No se trata de contar, ni de provocar catarsis. Es la función emotiva la que prevalece. Y el oído resulta el más herido de los sentidos.
Un ritmo, un uso cadencioso de la palabra acerca la lírica a la música. Es que ambas están emparentadas indisolublemente. Por ello llamamos “lirics” a las letras de las canciones.  El origen de la poesía fue un recitado en compañía de la música de la lira. De allí, la denominación.
Las letras de las canciones son poesía.
Aunque no compremos libros de este género, lo consumimos sin saberlo, permanentemente.
En las prioridades de la poiesis poética, que suene bello está incluso por encima de que el texto sea claro, lógico o comprensible. No obstante, opera sobre una imaginación especialmente plástica.
Es una evidencia la belleza sonora que busca el poema. La percibimos de inmediato. Pero, si la palabra está formada por un sonido asociado a un sentido, la belleza en el sentido depende de las imágenes desplegadas en la imaginación del lector a partir de la lectura  o la escucha del poema.
Al reflexionar sobre los mecanismos de la poesía, podríamos ilustrar sus momentos como si se tratara de un circuito de causas y efectos. ¿En qué consiste? En principio, ocurre un proceso de metaforización del autor, el poeta toma una imagen para retratar su mundo interior. Esa imagen queda cristalizada en el poema independientemente de la circunstancia que llevó al autor a sentir aquello que la imagen retrata.  Es cuando emerge el símbolo. Cuando el lector recibe ese “símbolo” despojado de experiencias toma la imagen y tiende a re-metaforizarla con su propia experiencia.
Pongamos un ejemplo: Supongamos que el poeta recuerda un verano de su infancia en que observaba una sudestada por la ventana de algún edificio costero. Al regresar de vacaciones, su familia se derrumbaría por la muerte inesperada de uno de sus miembros. Décadas después escribe un poema en el que habla de un mar embravecido, que para él representa una especie de presagio de pérdida irremediable.
La poesía no se explica. Esa situación subjetiva que dio lugar al poema no se revelará. Aunque sí estará intacta la descripción de un mar tormentoso. Al arribar a las manos de un lector, la imagen de las olas furibundas llegará como un símbolo que pronto la sensibilidad del receptor convertirá en aquello que, desde su experiencia, puede identificarse con el mar embravecido. Una discusión enardecida con su pareja, una enfermedad que lo acecha, o lo que fuera...  
Cuando el lector lea por primera vez el poema se maravillará frente a la pericia del poeta para leer y describir su estado interior. Se preguntará qué inspiración pudo soplarle al oído exactamente lo que siente uno de sus lectores (él mismo). “Parece haber sido escrito para mí”, se dice. Y esta admiración se debe a la ambigüedad del símbolo y la naturaleza abierta de la poesía. El lector vuelve a metaforizar la imagen y la carga de su propia experiencia. Es el momento en que se cumple la función emotiva que mueve del mismo modo al lector cuanto movió al poeta al ser escrita. Ese encuentro de dos espíritus es el milagro de la poesía.
En la medida en que el poeta tiene genio,  mayor grado de re-metaforización suscitará en los demás su creación. Cuando el artista es infecundo o excesivamente prosaico produce esas frases unívocas y, por tanto, muy poco poéticas. Los “pingüinos en la cama” para hablar del enfriamiento de una pareja, los juegos absurdos de poner en alquiler “el cuarto creciente de la luna” o “tu reputación son las primeras seis letras de esa palabra”, insuperable en su mal gusto.  Esas fórmulas están tan lejos de la poesía como de la física cuántica. Si la musa tiene piel de naranja o un humor hormonal irritable es riesgoso poetizarlo. Habrá que lograr enormes habilidades para convertirlo en algo bello de ser imaginado..
“No consigo respirar/ Hago apnea desde el día en que no estás/Caigo hasta el fondo del mar, arañando la burbuja en que no estás…”
Estos versos que pertenecen a Ricardo Arjona, alguien que vive de su poesía y de su música, no parecen convocar ni la belleza del objeto descrito, ni la locuacidad del poeta. En las antípodas de eso,  dice Borges:
“¿Quién es el mar? ¿Quién es aquel violento/y antiguo ser que roe los pilares /de la tierra y es uno y muchos mares /y abismo y resplandor y azar y viento?”
Vaya aquí un homenaje a los poetas que nos arrancan la emoción estética porque han sabido donar sus imágenes para que los lectores escriban, en idénticas palabras, su propia historia.

Publicado el 17 de noviembre de 2019 en "Viejo Mar" Revista cultural de La Reforma

Columna de mitos. Antígona


Hija de Edipo y de Yocasta, Antígona era ejemplo de rectitud. Cuando su padre partió al destierro a purgar las faltas que lo habían llevado a matar a Layo, y casarse con su madre, Antígona lo acompañó.
Mientras tanto, Creonte, tío de Edipo siguió gobernando Tebas. Pero los dos hijos varones del exiliado, Etéocles y Polinices, reclamaron el trono. Juntos vencieron a Creonte y se hicieron del poder.
Poco después, Etéocles expulsó a Polinices para convertirse en único rey de Tebas. Tenía el apoyo de Creonte, que incluso dirigió a su ejército hasta Atenas para capturar a Antígona e Ismene. Después de la intervención de Teseo, Creonte cambió de opinión y las dos hermanas regresaron a Tebas voluntariamente.
En aquel momento, Polinices y sus seguidores habían iniciado una batalla contra su propia ciudad, muriendo poco después en un duelo con Etéocles, que también perdió la vida. Creonte recuperó el poder y enterró a Etéocles con honores de rey, olvidándose de Polinices, a quien dejó fuera de la ciudad, insepulto y expuesto a la voracidad de las aves rapiñeras. La humillación fue más allá, la decisión se tornó ley. Creonte prohibió los ritos funerarios para Polinices bajo pena de muerte a quien incumpliera. Pero Antígona desafió al rey y arrojó tres puñados de tierra sobre el cadáver. Creonte, enfurecido, la hizo arrestar.
Poco después, el profeta Tiresias le advirtió que debía enterrar a Polinices y liberar a Antígona. El rey, atemorizado por las palabras del oráculo, siguió su consejo. Al regresar los guardias a la cueva que hacía las veces de prisión, descubrieron que la heroína se había ahorcado. Este hecho provocó una cadena de desgracias para Creonte, comenzando por el suicidio de su mujer y generando también la muerte de su hijo Hemón que prometido en matrimonio a Antígona, había suplicado a su padre la liberación.
En el mito y en la tragedia de Sófocles Antígona da la vida por defender la dignidad de su hermano muerto. Pero el sacrificio implica mucho más que la lealtad familiar. Desempolva una polémica perenne en la historia del pensamiento: la visión inmanente contra la visión trascendente.
En efecto, mediante el conflicto de Polinices y sus ritos funerarios se reaviva la discusión. ¿Puede un soberano someter a un pueblo a la desobediencia de las leyes olímpicas? ¿Puede el poder humano aplicarse al reino de la muerte, que excede su soberanía? ¿No hay designios mayores que operan muy por encima de reyes y ejércitos?
Las leyes humanas encarnadas por la figura de Creonte postulan una potestad aplicada a un ámbito que no le corresponde, que excede su jurisdicción.
La desobediencia a la ley de la ciudad que comete la heroína y le trae la muerte es un modo de convertirse en mártir.
El puñado de tierra que arroja sobre el cuerpo de su hermano es la apología misma de la causa de los dioses. Antígona lucha en esa acción contra los excesos del poder de turno, que, imberbe, se siente incluso en el derecho de vulnerar el carácter sacro con que los antiguos concebían el más allá.
Así se erige ella, en el final de su existencia, en la rectitud ya no moral, sino sagrada.  En símbolo de la sensatez de quienes respetan la naturaleza del hombre como humilde criatura. Como simiente gestada por fuerzas superiores de las que procede y a las que volverá. De ese hecho depende para Antígona la dignidad humana.  
Y su tragedia desnuda la nimiedad de los vaivenes políticos que nunca debieran osar someter la naturaleza a su insignificante y efímero yugo.

domingo, 20 de octubre de 2019

Reseña de El viento que pasa de Eduardo Senac



Tradición y ruptura
Desde que el mundo ingresó en su etapa “Moderna”, la originalidad se filtró en las artes como un objetivo innegable. Durante la Edad Media, los artistas trabajaban con la premisa de imitar lo mejor posible los modelos clásicos. Lo que hacía un hombre del siglo XIII debía parecerse, en lo posible, a los productos griegos y romanos de la Antigüedad. Este propósito detuvo mucho la innovación durante esos diez siglos de Medioevo.
Pero al despuntar una nueva sociedad todo aquél que desarrollara una actividad creativa debió aplicarse a conquistar la originalidad. De ello, de haber alcanzado un estilo propio y diferente se prestigiaban los nombres. Y el prestigio, simple y llanamente, se pagaba. La supervivencia, entonces, dependía en gran medida de la firma,  de la innovación de cada creador.
Nuestros tiempos nuclean artistas que no atienden a esas fuentes de la historia. Prescinden de lo anterior ignorando que si se desconoce el canon, tampoco puede medirse la originalidad.  Porque no hay creador que no dialogue con sus lecturas previas. A ese contenido de clásicos universales o locales en el que todo lector se reconoce llamamos “tradición”.
El corazón del ejercicio escritural es un permanente contrapunto entre la tradición y la innovación, la emulación y la ruptura de los modelos consagrados.
El viento que pasa explicita esta dinámica y revaloriza el poder de los clásicos. El libro reúne una serie de textos que poseen un formato cercano al ensayo, aunque el autor confiesa que se trata de prólogos ficticios.
El prólogo como género (esas primeras páginas que introducen al lector en el universo de lo que vendrá) en muchos casos alerta sobre los motivos que hacen relevante la lectura de lo prologado. En ocasiones, la introducción informa lo que la crítica ha dicho y no pocas veces incluye una polémica respecto a esas opiniones. Es un modo de recoger el guante del pasado en este presente, para usarlo en la literatura del futuro.
 El mecanismo novedoso de escribir una serie de prólogos ficticios reconoce un antecedente en Borges. Ya el autor de El Aleph se había propuesto escribir cien prólogos a los libros que más disfrutó.  Siguiendo el proyecto trunco de Borges, el autor pampeano edifica sus textos como declaraciones de lo que hace interesantes esas lecturas según su perspectiva. Senac es, en más de un sentido, un continuador.  Quien permanezca atento a la selección de obras prologadas sabrá que también en eso está presente Borges. Camus, a León Bloy, Swedenborg, Schopenhauer, Faulkner, Gorki, Bukowski, Pascal, Castaneda, Melville, Kafka, Hesse, Rilke, Lobsang Rampa, Confucio, Hölderlin, entre otros, se alzan en una muestra económica de una cultura vasta y empapada de estética borgeana.
Pocos autores conceden tanta gratitud como Borges a la larga lista de creadores y pensadores que dio la historia de la humanidad. Por ello se enorgullece, no de lo que ha escrito, sino de lo que ha leído. Para él, la tradición significa mucho más que un compendio de aportes individuales. Considera, entre sus juegos filosóficos, que cada escritor podría ser un amanuense, que presta su mano a una especie de “Espíritu”, el verdadero creador. Ese “Espíritu” se manifiesta a lo largo de los siglos por medio de la sucesión de voces diferentes.
Sin hacerse eco explícitamente, Senac aprehende y reproduce el sentido sagrado que tiene la Tradición.
Y el libro del periodista, director de revistas culturales y escritor pampeano, se dedica a hacer un gran portal. Un portal que nos abre la posibilidad de acceder a lecturas lejanas en tiempo y geografía, aunque en esencia, bien próximas. El secreto de la cercanía es su universalidad.
Muchos autores contemporáneos, seducidos  por las pasiones momentáneas, no tienen como Norte esa virtud. Sin embargo, la universalidad es la llave del tiempo. Sólo un texto que haya calado en lo hondo del ser humano, puede permanecer más allá de la batalla urgente de la que surgió.
Esas riñas coyunturales tendrán que ser un marco. Una edición más de un conflicto sempiterno, que retorna eternamente bajo distintas circunstancias. A ello se refiere Borges cuando menciona “la cíclica batalla de Waterloo”. O Cortázar, cuando resalta en el título de su cuento que todos los fuegos son el fuego fundamental, que todas las versiones del incendio son la misma pira que reaparece en distinto tiempo y lugar.
 “El viento que pasa”, en su correr incesante, nos habla de eso: del tiempo sucesivo puesto en la innovación y el tiempo detenido, eterno retorno de la tradición. Cuanto más profundo es un conocimiento más retorna esencialmente, aunque lo haga bajo distinta apariencia. Quienes sólo observan los datos circunstanciales, se quedan en la mirada fragmentaria de la sucesión permanente.
Aristóteles planteaba que la literatura y el arte debían ser “imitatio”, “mímesis” de la vida real.  Pero los milenios que nos separan de él introdujeron otra idea del hecho artístico.  El referente que se imita ya no es la realidad sino otras obras artísticas. Porque en ellas emerge la verdad desnuda sin los abalorios de la circunstancia.  Por medio de una “mentira”, se devela una verdad. En esta concepción gana aún más fuerza la tradición.

Imágenes
Los prólogos de Senac, muy bien documentados, no se inscriben en el canon académico que prefiere los tecnicismos. En cambio, exhiben una sensibilidad poética que los distancia del vicio presuntuoso de cierta escritura académica, deshumanizada y pretendidamente objetiva. La imagen, la metáfora, el símbolo son herramientas fundamentales de estilo.
Quizá el mismo título del libro (“El viento que pasa”) se explique por la relación explícita entre viento, soplo (Espíritu) e historia. “Así y todo creció fuerte junto a sus libros y sus páginas sopladas por ese antiguo viento”. Ese espíritu que el viento trae del pasado sobrevuela a los autores de hoy, susurrándoles al oído. Guía a quienes se muestran dóciles, a los que se dejan instruir por él.
Detrás de la opinión sobre estéticas y cosmovisiones de diversos textos, están el imaginario y la filosofía del autor. “Entre [los hombres] apenas vi este puñado de autores que escribieron los libros de mi vida y que conforman esta biografía salvaje, ese viento que pasa erizándome la cara.”
El autor de los prólogos deja adivinar su propia percepción de mundo. Quizá hasta su propia historia, detrás de esta “biografía salvaje”. La concepción de la literatura se va desnudando en detalles y, de algún modo, explica la selección.
Los textos que rescata están signados por una mirada atenta a lo metafísico, (a veces incluso por negación). La reflexión apunta a un mundo iluminado bajo una luz soteriológica.  No se trata de observar al hombre como un ser aislado sino como un eslabón más de todo lo existente, en quien se manifiesta con mayor estridencia la cifra de lo creado.

Estrellas
Y el blanco de la búsqueda también se pronuncia en imagen. Las estrellas. El cielo estrellado.
En efecto, si el viento aparece como el vehículo que supera las distancias de tiempo y espacio, las estrellas son el destino final de todo aventón. Los guías de la tradición levantan, como a quien hace dedo en la ruta, a los hombres con quienes pueden dialogar. Y juntos, siguen viaje hacia el destino esperanzado de la comprensión. No sólo de sí mismos, sino de la vida, de la experiencia, de este mundo… A propósito de Pascal, Senac dice:
“Se elevan sobre ellos los espíritus errantes y taciturnos que nos hacen pensar naturalmente. Sus libros proyectan sobre nosotros visiones incompletas pero fascinantes de sus viajes por las estrellas; y hablan, quisieran acallar a los incrédulos.”
La estrella simbólicamente convoca la virtud de la esperanza. Y el viaje a las estrellas son los intentos a veces fallidos de llegar a una comprensión del universo, a la cifra.

Magia
Tanto para los autores comentados como para el prologuista, la realidad no sacia. Algo le falta para conformar el anhelo infinito del hombre. Una sentencia de Kafka que se cita en su prólogo, así lo acredita:
“La realidad es aquello con lo que no podemos estar satisfechos bajo ninguna circunstancia, que jamás debemos idolatrar ni admirar, porque es casualidad, es lo que sobra de la vida.”
Pero, esfumada por la belleza literaria, la realidad se convierte en el paisaje que necesita pintar el verdadero artista, si quiere sobrevivir.
Y en asuntos de Magia, no hay excepción. Es de Borges de quien dice Senac aprender más:
“Pero se nos ha enseñado, Borges nos ha enseñado, acerca del género conjetural, cuya gracia son símbolos y magias y pensamientos que se trepan a la materia hasta insinuarse y vivir en ella. Todo eso, animado en libros y animado en historias, se impone a los hombres, que sólo son visibles durante un momento.”
La magia es, en última instancia, la mirada primigenia y eterna de un mundo en que la mayoría persigue lo fugaz. No es en ese evanescente sueño de la realidad donde ha de buscarse la verdad. Ése será, acaso, sólo un marco.
 “[…] todos fuimos magos, […] a todos nosotros nos vistió el fugaz ropaje de lo divino y […] ahora estamos desnudos de la peor manera, […] recién volveremos a ver cuando la mirada corrija la realidad, cuando vuele como tules las superficies del universo, cuando veamos las estrellas arremolinadas en los corazones siempre abiertos de los niños, y nuestros ojos vuelvan a ser aquellos pequeños cofres donde se agrupa el infinito.”


El camino del héroe

https://www.elliberal.com.ar/noticia/506547/camino-heroe?fbclid=IwAR3VEkiWPF56lQWy69MOvBLmOwklbMTghrtyhlNOLPK-ZtLPkyPk1N92Dkc

Historia Universal de la Envidia

https://www.elliberal.com.ar/noticia/505056/historia-universal-envidia?fbclid=IwAR0lRsGQJ35WXnr_Vf-38-J51eW6-uVjXdC0IyDjo8DLIUP1XPm4vEKyrPE

Historia Universal de la Ira

https://www.elliberal.com.ar/noticia/508040/opinion/historia-universal-ira.html?utm_source=facebook&utm_medium=social&utm_campaign=botonamp&fbclid=IwAR3Bfm4G0o4nEDxJc6dfq5ZCGUDULODYvo8CdtVTx9KBjZZkgG37BquvPME

domingo, 8 de septiembre de 2019

Pigmalión en la columnita de mitos


Pigmalión y los efectos de la Palabra
Pigmalión era un Rey que aspiraba a casarse con una mujer que fuera perfecta. Pero los años transcurrían y no daba con ninguna que tuviera esa característica. Como no la hallaba, intentaba aplacar su ansiedad esculpiendo figuras en mármol.
Un día terminó una obra y se enamoró de ella a un punto que pidió a los dioses que le dieran la gracia de poder amar a esa mujer como una criatura real.
Afrodita le envió un sueño en el que Galatea, como había llamado a la escultura, cobraba vida. Temeroso de haberse engañado, el rey notó que estaba cálida, que sus venas latían. Afrodita vio qué tan feliz lo había hecho el sueño. Y, cuando despertó, la diosa le concedió el milagro y él, por fin, tuvo su Reina.
El mito, como suele suceder, suscita diversas interpretaciones.
En principio, Pigmalión representa al artista que se enamora de su obra, o al maestro que se siente orgulloso de su discípulo.
Los autores que además hacen docencia suelen recomendar, a dramaturgos, poetas o narradores que, una vez terminada una producción, busquen una distancia antes de cursarla para su publicación. El motivo es que todo artista se identifica tanto con su trabajo que es incapaz de verla como la observaría un tercero. Es preciso alejarse para poder reconocer su verdadero valor. Este hecho explica el hábito de algunos artistas plásticos de tapar su producto por un tiempo para redescubrirlo de pronto, en otro contexto.
Pero también, visto desde la pedagogía y la psicología,  mediante este mito se retrata el “efecto Pigmalión” cuyo interés es creciente en los últimos años.
¿De qué se trata? Un alumno, un hijo, un discípulo se esmera por cumplir la expectativa del educador, tanto si es esperanzada como si profetiza un desempeño negativo.
El niño en formación desconoce parcialmente los alcances y las tendencias de su identidad, motivo por el cual toma las características que le atribuyen los adultos y fatalmente cumple con ellas al actuar. Así sucede lo que  llamamos “profecía autocumplida”.
El peligro de cristalizar una personalidad tal cual es en una circunstancia requiere una atención especial. No se trata de moldear arcilla sino de edificar un hombre o una mujer.
Nuestra gramática distingue las cualidades, de los estados. Técnicamente, una cualidad es parte del sujeto, y define las características constituyentes de cada ser. En cambio, cuando se trata no de una condición sino de un estado del sujeto al momento de cumplirse la acción estamos frente a un “predicativo”, es decir, un modo de estar en ese preciso instante. Esta diferencia que parecería ser formal es, en cambio, esencial. Pongamos un ejemplo:
El niño entregó, atolondrado,  la evaluación.
El niño atolondrado entregó la evaluación.
En el primer caso, el niño no es atolondrado sino que estuvo torpe en ese momento del examen. En el segundo, es así siempre. En ese “siempre”, en esa cualidad calificada como inherente a su ser, hay una promesa de eternidad.
Esta divergencia es medular a la hora de generar una conciencia de sí. Porque todo aquello que sea un estado puede mejorarse. Pero la condición de alguien promete permanencia, inalterabilidad y, en fin, determinismo.
El resultado de un modo y otro de decirlo puede tener efectos a largo plazo. No será la primera vez que la Palabra crea realidades.
El mito, más que nunca en este caso, es una lección de prudencia, de empatía y de inteligencia aplicada a la tarea de educar que, tanto si somos padres como si cumplimos algún rol en la educación formal debemos aprender sin excepción.


domingo, 25 de agosto de 2019

Mitos. El diluvio


El diluvio
Durante muchos siglos se creyó en lo que decía la Biblia casi sin cuestionamientos. En algunos casos, incluso literalmente. Desde la Ilustración, como si fuera una reacción, todo lenguaje religioso o mítico se desacreditó. La realidad del diluvio universal pasó a ser cuestionada como también lo fueron otros episodios “fantásticos” relatados en el Libro Sagrado de los judíos, la  Torah, o el Antiguo Testamento de los cristianos.
Pero aunque la ciencia actual no hubiera podido comprobar el derretimiento de los polos que llevó hacia el final de la última glaciación a subir los niveles de los océanos y mares considerablemente hace doce mil años, la simple repetición de los relatos de diferentes culturas y geografías podría habernos rendido los mismos frutos.
Es misterioso el modo en que se entretejen los mitos de culturas que nunca tuvieron contacto. Quizá Jung podría respondernos con sus “arquetipos”, y otros autores nos hablaran de los mitos como estructuras psíquicas que se heredan, como se hereda el color de ojos.
Todo ello es incierto. Lo certero es que mientras en el primer libro bíblico conocemos el relato del Arca, un barco de madera que, por orden de su único Dios, Noé construye para poblarla con una pareja de cada especie (incluyendo la humana). El motivo (luego lo entendería) era que habría un diluvio, una lluvia que dejaría bajo agua casi todo el mundo conocido.
Los escribas de la Torah se dedicaron a relatar la inundación y luego, la aparición de la paloma con la rama de olivo en el pico, como señal de que la tierra sería bendecida nuevamente.
 Los mitos griegos que referían a esos tiempos nos presentan a Deucalión y Pirra.  Y narran la historia de este matrimonio de ancianos píos, bondadosos y obedientes. A ellos, Prometeo, padre de Deucalión, les advierte que vendrá una lluvia tan copiosa que desaparecerán casi todas las tierras de la Hélade. Sólo unos pocos que los dioses aman se salvarán en las cimas de las montañas. Así fue.
Cuando las aguas comenzaron a bajar, después de la desaparición de casi todos los hombres, Deucalión se dirigió al oráculo de Delfos, que era entonces de Temis y preguntó cómo harían para repoblar el mundo si ellos no podían procrear debido a la vejez. El oráculo les respondió que debían tomar los huesos de su madre y arrojarlos por sobre el hombro. Un tiempo se tomaron para entender la respuesta. Porque nunca han sido fáciles de leer los oráculos. Pero cuando comprendieron, supieron que si tenían una madre común, tenía que ser Gea, la Tierra. Y dedujeron que al hablar de sus huesos el adivino se había referido a las piedras.
Cuando Pirra lanzara una piedra, se haría una mujer a su paso. Cuando Deucalión fuera quien arrojaba, sería un hombre el que nacería.
De tal modo enunció la mitología griega no sólo el hecho histórico de la deglaciación y su consecuente desastre natural. También se ocupó de explicar cómo se produjo la repoblación del planeta.
Esta historia, contada metafóricamente, también puede ser utilizada para entender con qué disposición ha de enfrentarse un lector a los mitos. La capacidad de desentrañar metáforas se suma al fin de enseñar historia,  mediante  un pensamiento diferente al de la ciencia e igualmente verdadero.
Resta una última reflexión: el escepticismo, tan bien ponderado por la contemporaneidad, puede ser una forma de inteligencia para algunos. Aunque el racionalismo, en ocasiones, suena ingenuo y  debe esmerarse tanto para negar algunos fenómenos,  que  hasta suele  volverse irracional.

domingo, 11 de agosto de 2019

Nota sobre una charla en la SADE sobre surrealismo



Entre las actividades que se desarrollan en la Sociedad Argentina de Escritores (SADE), con sede en Buenos Aires, se celebró en los últimos días una conferencia sobre el Surrealismo, aunque con una mirada superadora respecto a lo que entendemos tradicionalmente bajo esa denominación. Presidió Graciela Maturo, investigadora de enorme experiencia y talento, que fue acompañada por María Evangelina Vázquez, poeta y periodista y María Julia Druille, miembro de la Academia de Literatura Infantil y Juvenil, editora y coordinadora durante años de “La Serendipia”, un ciclo de poesía de afinidad surrealista. La reunión resultó de enorme interés para el público.
Maturo, que es Doctora en Letras, poeta y docente, además de escritora de numerosos libros académicos, tiene un largo historial en estudios sobre el tema que constituyó su tesis de doctorado y en 1967 se materializó en un libro. El surrealismo en la poesía argentina fue reeditado con ciertas modificaciones en 2015 y espabiló un poco los intereses en el trabajo de Bretón y otros tantos poetas del periodo a quienes esta postura tocó de cerca. Pero lo novedoso es que el libro se dedica también a la labor de artistas vernáculos de fuerte impronta surrealista, aunque no siempre identificados como tales.
En un clima ameno, la autora abordó los contactos entre Surrealismo y Vanguardias, aunque negó que el Surrealismo fuera una de ellas.
En un momento en que estaban de moda los manifiestos y textos programáticos, se elaboraban respuestas específicas para cada disciplina. En la literatura, contestaban a la siempre viva pregunta de qué es el poema. El Surrealismo, por lo contrario, no se ocupaba de teorizar sobre el poema, o sobre cuestiones puntuales. Era una visión de mundo. Surgió como una filosofía; se interesaba por la vida toda, no sólo ni primordialmente por cuestiones de expresión, de técnicas, de reflexión metatextual.
Introducido por María Evangelina Vázquez, el asunto de sus contactos con el Dadaísmo fue resuelto como un antecedente que preparó el terreno del surrealismo. (La figura de Tristán Tzara, común a ambos procesos y visiones, es prueba de ello). Maturo considera que el Dadaísmo niega la institucionalidad del arte, los museos, las bibliotecas, la academia, por un motivo simple: ve en la Primera Guerra Mundial la huella más clara de la decepción. La imagen de la ineficacia del arte para detener los horrores de la humanidad.
Maturo rescató en su ponencia a Aldo Pellegrini, quien tradujo el primer manifiesto de Bretón y formó un grupo de aspirantes al título de médicos (aunque resulte llamativo) que se reunían para estudiar esta nueva “cosmovisión”. Ellos fundaron una Revista llamada “Que”, de 1929, que sólo tuvo dos entregas. Sin embargo, a pesar del escaso espacio, la definición que propone Pellegrini sigue siendo respetada.  El traductor consideraba al Surrealismo como un automatismo psíquico puro, por cuyo medio se intenta expresar el funcionamiento real del pensamiento.
En este sentido, la expresión se torna un medio y no un fin.  El arte es el vehículo pero lo verdaderamente esencial para esta visión es el descubrimiento de algunas regiones del intelecto que no han sido tomadas en serio por las ciencias hasta el siglo XX.
La difusión de la psicología en ámbitos populares seguramente contribuyó al interés que suscitaron Bretón y sus seguidores.
Tal es el caso del universo onírico, que los surrealistas han sabido elevar al mismo trono que le dio la psicología analítica de Jung, en su condición de expresión prístina del inconsciente del soñador. Basta ver algunos cuadros de Dalí para comprender lo revelador que puede llegar a ser el sueño. En ocasiones, puede quitar el velo y revelar algo que escapa a la subjetividad de un individuo. Así Jung soñó que la Segunda Guerra Mundial se desataría inevitable, por dar un ejemplo. Y no se equivocó.
André Bretón
Bretón ha sido la cabeza detrás de la cual se alinearon los surrealistas. El autor francés que quedó para siempre identificado con el Surrealismo estuvo ordenado a la elaboración de tres manifiestos diferentes. El primero, inaugural de la corriente, ponía el énfasis en la escritura automática como clave para que se manifestara un orden que trasciende los deseos y la voluntad del hombre. Aquello que llamamos “azar”, y en algunos casos “Providencia”.
El azar no sólo se manifiesta en el devenir insospechado de la vida. También el sueño es un elemento central para el descubrimiento ya no de un orden universal inextricable, sino del orden interno que opera en el inconsciente humano, un dominio subrepticio con que la vida dirige muchas más tendencias que la misma razón.
El marxismo y la ruptura
En un segundo manifiesto, de 1930, prevalece su adhesión al marxismo, en lo que tiene de impronta ética tanto su postura cuanto la del comunismo. En un artículo que titula “El surrealismo al servicio de la Revolución” registra esta perspectiva que tendrá desde 1929 hasta 1935. Y de la que luego se distanciará, no sólo por las críticas que recibió del Partido Comunista, en un texto titulado “Un cadáver”. También porque al acusarlo de “místico” y “cura” desnudan su obsesión por un misterioso Sentido universal al que no pocas veces menciona como Dios, él mismo, quien se opone abiertamente al discurso religioso. 
La investigadora santafesina afirmaba que después del segundo manifiesto, Bretón se empapó de textos gnósticos, llenos de esoterismo, filosofía que va minando su trabajo de cuestiones trascendentalistas.
En el tercer manifiesto expresa su ruptura y cada vez con mayor énfasis habla de “el gran misterio”, se pregunta quién guía desde fuera lo que sucede al mundo, y  desliza asimismo otras huellas del viraje.
Graciela Maturo ilustró las críticas que se le hacían con un ingeniosa ironía que ofuscó a Bretón. Allí se califica al Surrealismo como “Capilla esotérica” donde quien se desvía diez centímetros para un lado o para otro, es “excomulgado” por el “Papa” André Bretón.
Pero la mayor fortaleza del argumento bretoniano para romper con el Partido Comunista es una pregunta de fondo. ¿Puede un autor que se la pasa hablando de “espíritu y espiritualidad” explicarse todo estado de la sociedad por una matriz económica?
Como estudiosa de la literatura y la cultura americana, la autora fundó hace muchos años el Centro de Estudios Latinoamericanos,  en donde confluyeron nombres de gran prestigio en diversas áreas del conocimiento. Por ello, era inevitable que Maturo hablara de la mirada crítica sobre la labor de André Bretón que manifiesta Alejo Carpentier. El escritor y teórico compartió un tiempo europeo con surrealistas de esa primera ola y al regresar a América en el ’39 se torna detractor del movimiento tal cual se dio en Francia.
Él, que conoció muy bien a Bretón, dedicó textos a desacreditarlo por su rigidez creciente. En el prólogo de El reino de este mundo, considerado un manifiesto de lo real maravilloso, el autor califica de “baratillo” al surrealismo francés y reivindica Latinoamérica como el único sitio en que el sustrato mestizo y la concepción mítica no reduciría la magia y el misterio en técnicas formales vacías.
Maturo confesó no estar de acuerdo con Carpentier en este punto, aunque sí reconoce acercarse bastante a aquello de que “para ser surrealista hay que ser americano”. La plenitud de la mirada en el ámbito de la literatura se da en autores como Asturias, Cortázar, el mismo Carpentier, entre otros. Y el motivo es que la cosmovisión americana incluye sin resistencia la antigua visión mítica de los pueblos precolombinos que se mestizó y quedó en el sustrato de todo pensamiento americano.
Serendipia
María Julia Druille aportó, durante el evento, un tema específico de la naturaleza del surrealismo. Se trata del concepto de “Serendipia”: término registrado por primera vez en Occidente como “serendipity”.El autor inglés Horace Walpole, lo recupera de un cuento persa llamado “Tres príncipes de Serendip”. En ese relato tradicional el sistema de gobierno de estos monarcas está solventado en lo fortuito, en la flexibilidad para leer, detrás de lo que sucede, una guía para la acción. Eso es lo que genera la bendición inesperada de la serendipia, tal cual la concebimos hoy.
El público asistió a un intercambio de opiniones en la mesa. Maturo aportó al diálogo sosteniendo que el surrealismo valoraba la mente pasiva del hombre (desarrollar la escucha y aprender a mirar y estremecerse). Disentía, sin embargo, con la opinión de Oscar del Barco. Para ella, se equivocaba el filósofo cordobés al pensar que la construcción de un libro se debe a un impulso irracional y místico, inspirado. Debe haber un trabajo racional de corrección, una decisión de publicar y una serie de acciones deliberadas para que se convierta en un libro una escritura cualquiera.
Druille utilizó algunos ejemplos literarios en que es posible ver el sentido de la aventura y el disparador “sin rumbo”, tan afectos a las preferencias de esta filosofía.
En El surrealismo en la poesía argentina (2015), es posible encontrar todo esto y varios estudios críticos sobre autores destacados de espíritu afín, pero de estas geografías hispanoparlantes. Y ahí también se consigna la correspondencia epistolar de Maturo con figuras como Alejandra Pizarnik, Enrique Molina, Julio Cortázar, Francisco Madariaga y otros que aceptaron su condición de “surrealistas” según los define Maturo.
Antes de terminar la charla, la experta regalaría al público la  descripción de una imagen en que un hombre se metía en la cama, mientras un cartel rezaba: ¡Silencio: poeta surrealista trabajando!
En síntesis, no en vano se parafrasea a Joan Miró, al decir que lo interesante del surrealismo es que la obra artística no es un fin en sí mismo. Vale especialmente por su condición de semilla que esparce poder espermático y terreno psíquico y fértil; vale por ser el hilo que continúa la cadena de lo profundamente humano.





domingo, 28 de julio de 2019

Columnita de mitos. Dafne y Apolo


Apolo y Dafne, cazador cazado y presa que fue árbol
Dependiendo de qué frontis atravesemos en el templo del mito, hallaremos una enseñanza u otra. Se ha dicho por ahí que frente a toda obra el lector sólo se lee a sí mismo… Veamos qué le sopla al oído a cada quien el Mito de Dafne y Apolo.
Estaban en riña Apolo y el hijo de Afrodita, a quien los griegos llamaban “Eros” y los romanos, “Cupido”. Una criaturita alada que flechaba con dos saetas a sus víctimas. Una era de oro y despertaba el amor inmediato por quien primero se apareciera ante los ojos del herido. La otra, era de plata y generaba, con la misma premura, el rechazo.
Si bien Cupido lo hacía llevado por su capricho momentáneo y un ánimo hilarante, había aprendido a usar muy bien su arco. Estaba furioso con Apolo y sabía cómo vengarse. Por ello, lo siguió hasta el bosque y le asestó un flechazo áureo para que se enamorara de lo primero que viera. Lo que vio el dios Sol fue a Daphne, la segunda víctima de Cupido. A ella, con una saña imperdonable, la flechó el amorcito con la flecha de plata. Lo que sucedió después, ya pueden imaginarlo… Apolo comenzó a sufrir ese tormento que llamamos “amor”. Su adorada Dafne, en cambio, sólo supo escapar desesperada del sujeto que le resultaba desagradable.
Cuando descubrió que no sería fácil huir de un dios y mucho menos, de un dios enamorado, comprendió que necesitaría auxilio celestial y le pidió a su padre que le permitiera preservarse de éste y de todos los hombres: abrazaría la castidad. El dios le concedió el ruego y Dafne, frente a los ojos azorados de quien amaba las curvas de su cintura y la piel lustrosa de cada región de su cuerpo, se fue transformando en un laurel colosal. Un árbol de laurel.
Apolo no supo hacer más que llorar a los pies del torso que se tornó tallo y los miembros que fueron ramas o raíces. Así, con el líquido que vertió en llanto, no hizo sino regar las raíces de su amada para alzar incluso más la distancia interpuesta por Cupido.
El árbol es, para los estudiosos del símbolo, la imagen del deseo ascensional del hombre que hinca las raíces en tierra para no olvidar su naturaleza y, sin embargo, crece hacia lo alto y aspira a alcanzar el cielo.
Algunos intérpretes dirán que Dafne, como Diana, representa a quienes rechazan la vida marital y se consagran a otras vocaciones. ¿”Sublimación” habría dicho Freud?
Pero esta naturaleza polisémica del mito aun nos permite varias interpretaciones. Será posible descubrir el motivo por el cual Apolo siempre lleva una corona de laureles y gusta de premiar a sus atletas con esa tiara.
La actitud juguetona de Cupido y sus flechas, quizá retrate el carácter caprichoso e inexplicable que nos suscitan la atracción o el rechazo, cuando vemos por primera vez a alguien. Nada hay para hacer contra eso. Nada,  si nos empeñamos en evitar que nos arrase el amor o nos congele el rechazo de quien nos conmueve. Sólo ese amor ínfimo que es Eros podrá decidir el cariz de ese primer flechazo.  
Pero como en el mito cualquier flanco se abre portal, probablemente el costado que más aporte a nuestra experiencia actual es la paradoja de perseguir algo deseado y, en esa carrera, alejarlo más incluso. Cuanto más se acerque Apolo, más repudio sentirá Dafne.
Tal vez ésta sí sea una tragedia cotidiana de la que nadie está exento. Y la insistencia de retener lo adorado se convierta en la fórmula efectiva para que el amor se nos diluya, como agua, entre las manos.
Aunque… Dejemos que lo diga Garcilaso, que lo hace tanto mejor:

A Dafne ya los brazos le crecían,
y en luengos ramos vueltos se mostraban;
en verdes hojas vi que se tornaban
los cabellos que al oro escurecían.
De áspera corteza se cubrían
los tiernos miembros, que aún bullendo estaban;
los blancos pies en tierra se hincaban,
y en torcidas raíces se volvían.
Aquel que fue la causa de tal daño,
a fuerza de llorar, crecer hacía
el árbol que con lágrimas regaba.
¡Oh miserable estado, oh mal tamaño!
¡Que con lloralla crezca cada día
la causa y la razón por que lloraba!
                                                     GARCILASO DE LA VEGA

Columnita mitos. Edipo


El destino inexorable o Edipo, rey de Tebas
Hay un mito emblemático que se ha tornado tragedia de la mano de Sófocles, pero que pasado el periodo clásico siguió contándose narrativamente como era en el origen.
Se trata de Edipo. Nacido de sus padres Layo y Yocasta, es abandonado en un monte porque un oráculo aseguró que ese hijo mataría a su padre y se casaría con su madre. Con el horror lógico frente al presagio, Layo manda a un súbdito a deshacerse de él. El hombre agujerea un piecito del bebé y lo cuelga de un árbol para evitar convertirse en asesino, y convencido de que en ese estado de indefinición dejaba abierta la posibilidad de que los dioses definieran el futuro de la criatura. De la herida del pie toma su nombre Edipo. Con el pasar de las horas, un pastor del reino de Corinto se encuentra al niño. Lo libera y lo lleva hasta la estancia de los reyes, Pólibo y Mérope, quienes lo acogen con mucha alegría ya que el deseo de ser padres no les había sido concedido.
Edipo se cría con esos padres amorosos, pero en un banquete escucha de boca de un beodo algo que lo lleva al oráculo de Delfos. Allí se entera de que matará a su padre y se casará con su madre, pero sigue desconociendo su origen.
Para no cometer esas atrocidades, decide abandonar el reino y alejarse de sus padres. En el camino, se topa con un grupo de hombres, se enfurece y asesina a uno de ellos. El sujeto resulta ser Layo, rey de Tebas y su padre biológico.
Más tarde, es abordado por la esfinge, monstruo que sometía a la ciudad de Tebas al terror. Cada peregrino que la encontraba debía responder un acertijo. Si no lo lograba, la esfinge lo aniquilaba. La adivinanza decía: ¿Cuál es el animal que de mañana camina en cuatro patas, de tarde en dos y de noche en tres?
Edipo resolvió el dilema: “El hombre”, de niño gatea, de joven anda en sus dos piernas y de anciano usa los pies y un bastón. La esfinge paga con su muerte el hallazgo de Edipo, y con ello el héroe exime al pueblo de Tebas de su yugo.
Detrás de la figura de la esfinge es posible que haya lo mismo que detrás del Minotauro: un tributo. Las ciudades antiguas eran vencidas y luego de un saqueo inicial quedaban ligadas a la nación vencedora mediante una deuda que se pagaba regularmente. La esfinge podría representar el tributo que le pagaba Tebas a un pueblo enemigo.
Cuando Edipo la libera de esa opresión gana el derecho de ser rey. Así es como sucede a su padre Layo en el gobierno de Tebas y, naturalmente comparte el poder con Yocasta, con quien se casa, ignorante de que se trata de su madre.
Sófocles dedica su tragedia Edipo Rey a la investigación que el héroe lleva a cabo para conocer por qué la ciudad sufre epidemias y malogra sus cosechas. De a poco va comprendiendo quién es y con quién se ha casado. Incapaz de seguir viendo esos sacrilegios, se quita los ojos, mientras su madre se suicida.
La historia busca transmitir patéticamente la creencia en un destino inexorable propio de la Civilización Griega. Edipo corre escapando de su sino y en la carrera se encuentra con él.
Durante el proceso de reconstrucción, Yocasta se preserva de saber la verdad e intenta convencerlo de que no busque más. Pero Edipo es un héroe noble y siente que es su responsabilidad acabar con los males de la ciudad. En ocasiones se deja llevar por la hybris (desenfreno), pero debe su inevitable infortunio al error fatal, el asesinato de Layo.
La historia de Edipo sometido injustamente por el destino servía para educar las emociones de los ciudadanos antiguos mediante la catarsis que purificaba todo sentimiento negativo. El hombre común tendía a preguntarse qué males podrían lloverle a él si al gran héroe tebano la vida lo castiga así. Aprendía, de tal modo, a evitar su propio error fatal por medio de la prudencia y la mesura.