domingo, 25 de agosto de 2019

Mitos. El diluvio


El diluvio
Durante muchos siglos se creyó en lo que decía la Biblia casi sin cuestionamientos. En algunos casos, incluso literalmente. Desde la Ilustración, como si fuera una reacción, todo lenguaje religioso o mítico se desacreditó. La realidad del diluvio universal pasó a ser cuestionada como también lo fueron otros episodios “fantásticos” relatados en el Libro Sagrado de los judíos, la  Torah, o el Antiguo Testamento de los cristianos.
Pero aunque la ciencia actual no hubiera podido comprobar el derretimiento de los polos que llevó hacia el final de la última glaciación a subir los niveles de los océanos y mares considerablemente hace doce mil años, la simple repetición de los relatos de diferentes culturas y geografías podría habernos rendido los mismos frutos.
Es misterioso el modo en que se entretejen los mitos de culturas que nunca tuvieron contacto. Quizá Jung podría respondernos con sus “arquetipos”, y otros autores nos hablaran de los mitos como estructuras psíquicas que se heredan, como se hereda el color de ojos.
Todo ello es incierto. Lo certero es que mientras en el primer libro bíblico conocemos el relato del Arca, un barco de madera que, por orden de su único Dios, Noé construye para poblarla con una pareja de cada especie (incluyendo la humana). El motivo (luego lo entendería) era que habría un diluvio, una lluvia que dejaría bajo agua casi todo el mundo conocido.
Los escribas de la Torah se dedicaron a relatar la inundación y luego, la aparición de la paloma con la rama de olivo en el pico, como señal de que la tierra sería bendecida nuevamente.
 Los mitos griegos que referían a esos tiempos nos presentan a Deucalión y Pirra.  Y narran la historia de este matrimonio de ancianos píos, bondadosos y obedientes. A ellos, Prometeo, padre de Deucalión, les advierte que vendrá una lluvia tan copiosa que desaparecerán casi todas las tierras de la Hélade. Sólo unos pocos que los dioses aman se salvarán en las cimas de las montañas. Así fue.
Cuando las aguas comenzaron a bajar, después de la desaparición de casi todos los hombres, Deucalión se dirigió al oráculo de Delfos, que era entonces de Temis y preguntó cómo harían para repoblar el mundo si ellos no podían procrear debido a la vejez. El oráculo les respondió que debían tomar los huesos de su madre y arrojarlos por sobre el hombro. Un tiempo se tomaron para entender la respuesta. Porque nunca han sido fáciles de leer los oráculos. Pero cuando comprendieron, supieron que si tenían una madre común, tenía que ser Gea, la Tierra. Y dedujeron que al hablar de sus huesos el adivino se había referido a las piedras.
Cuando Pirra lanzara una piedra, se haría una mujer a su paso. Cuando Deucalión fuera quien arrojaba, sería un hombre el que nacería.
De tal modo enunció la mitología griega no sólo el hecho histórico de la deglaciación y su consecuente desastre natural. También se ocupó de explicar cómo se produjo la repoblación del planeta.
Esta historia, contada metafóricamente, también puede ser utilizada para entender con qué disposición ha de enfrentarse un lector a los mitos. La capacidad de desentrañar metáforas se suma al fin de enseñar historia,  mediante  un pensamiento diferente al de la ciencia e igualmente verdadero.
Resta una última reflexión: el escepticismo, tan bien ponderado por la contemporaneidad, puede ser una forma de inteligencia para algunos. Aunque el racionalismo, en ocasiones, suena ingenuo y  debe esmerarse tanto para negar algunos fenómenos,  que  hasta suele  volverse irracional.