domingo, 18 de febrero de 2018

Nota para "Alguien, no importa quién" de Matías Sapegno



En los últimos días del 2017 vio la luz un libro de Matías Sapegno.  No es su primer producto literario. Ya en 2015 se publicó Invisible, un conjunto de poemas.
 Pero en este caso, es diferente. Esta nueva producción revoluciona un poco la concepción de género, siendo una galería de imágenes y un libro de poesía a la vez.  También el soporte en que fue publicada es señal de modernidad: sólo es asequible en formato digital, característica que comparte con la obra anterior. (https://issuu.com/matiassapegno/docs/alguiennoimportaquien).
 Alguien, no importa quién fue edificada en partes iguales por dos disciplinas artísticas diferentes. El autor montó ladrillos fotográficos sobre pilares poéticos.
El conjunto es original pero, por moderno que parezca, alcanza una virtud que caracteriza al arte más clásico: la correspondencia entre fondo y forma, entre contenido y continente.
Las dos disciplinas artísticas que confluyen en la obra invitan a entregarse, como lector, a una aventura intuitiva. No se descubre mediante la razón pura, ni con las muletas del pensamiento académico. Es, en sí misma, una experimentación.
El autor no propone el discurso de la ecfrasis, no describe verbalmente fotografías. Tampoco ilustra con ellas lo escrito. Hay claramente dos modos de expresión que conviven, armonizan y desarmonizan, alternativamente. Ese juego de relaciones es uno de los encantos del libro y a la vez convida a perderse en un laberinto de imágenes y palabras que sí tiene un centro, aunque como prefigura el título, no se nos revelará del todo. “Alguien, no importa quién.”  La fórmula escogida  quizá deslice ya otra advertencia: lo medular de la experiencia no es ni la persona con quien se experimenta, ni el hecho que se ha vivido, sino la iluminación que el transitarlo ha dejado.
La dualidad y la duda
El rasgo particular de este poemario es la dualidad. Si el artista se vuelca por medio de la palabra y de la imagen, es porque esa modalidad es fiel a un contenido que exhibe otras díadas, jugando a diferentes niveles.  
La fotografía que inaugura la serie y corresponde al poema “Métodos” podría arrojarnos una clave para percibirlas. Primeramente, al titularlo así,  el autor nos acerca una reflexión sobre la reunión de lenguajes diferentes que serán los vehículos mediante los cuales buscará. No se transitan los mares con una motocicleta. Ni se escala una montaña con una carabela. El mensaje de fondo habrá escogido los “métodos” con que decirse.
Dos colores alternan en esa primera imagen, el azul intenso y el ocre. Si nos aventuramos a hacer una indagación metafórica del color, se descubrirán detrás de ellos dos esferas diferentes de la experiencia. El ocre, tonalidad que prevalece en el paisaje pampeano, corresponderá a la realidad, a lo que el poeta percibe como el afuera, el paisaje. El azul, tradicionalmente identificado con el cielo, el vuelo, el infinito, remitirá al mundo de los sueños, al ámbito espiritual; en última instancia, al adentro. Podría explicarse así la necesidad de utilizar dos alfabetos artísticos diferentes. Para el afuera, la foto; para el adentro, el poema.
Mímesis o salto al infinito
Aun cuando el autor quizá no se lo haya propuesto, subyace en el libro la discusión antigua y siempre viva sobre la naturaleza del arte.
Desde el principio de la cultura occidental han existido dos concepciones diferentes respecto a la creación artística. Aristóteles, filósofo del SV a. C., proponía que todo arte debía ser mímesis, imitación de la naturaleza y de la vida. Su maestro Platón, aún sin haberlo explicitado como preceptiva instaura, en cambio, una corriente no tan popular y sin embargo vigente hasta hoy. Se trata de una concepción de arte como un modo de remontarse a un sitio más alto que la realidad perceptible. Hay quienes sienten que al crear rescatan “el mundo de las ideas”. Ese sitio constituido más que por ideas por lo que hoy llamaríamos “ideales”, objetos similares a los que se presentan a nuestros sentidos pero con un grado de perfección desconocido en esta caverna desde la que aprehendemos la vida. Objetos perfectos, eternos, en plenitud. En tal caso, el arte no sería mímesis de la realidad y la vida, sino un mejoramiento de ella, un religare con el mundo de las ideas, origen de todas las cosas. Existe una vinculación intrínseca entre este “religar” y el que yace en la etimología de la palabra “religión”. En efecto, en esta visión del quehacer artístico existe, como en lo religioso, la creencia de que nombrar, en última instancia, crea realidades. “¿Y si escribiendo se construyen cosas?”, se pregunta el poeta.
 E inmediatamente responde: “Como esta duda…”
El nudo problemático omnipresente es la duda. La duda acerca de cuál es el ámbito que entregará el hallazgo. Porque si algo tiene esta  “experimentación” de Sapegno, es el carácter de búsqueda. Y la duda es dónde debe emprenderse la pesquisa de la  nova, de una estrella que seguir…
“Ser una cañita voladora o tener los pies de barro. Necesitaría cuatro vidas para entenderlo.”
El fin del poetizar
Confiesa la voz del poeta que no quiere renunciar a una búsqueda. A la de “Profundizar en el misterio”. A la de “descubrir una luz y seguirla”. Un intento de comprender, en el sentido más existencial del verbo: el amor, el dolor,  el deseo profundo del alma, la iluminación y, quizá, la incongruencia entre esa plenitud anhelada del azul y el ocre que ofrece la realidad.
El imaginario: agua y luz
La poesía ruega que “no se corte el flujo y el universo hable.” Ése es el anhelo que atraviesa el libro. Que el universo se diga, se revele a sí mismo en toda su hondura y en toda su extensión.  
Fluye lo que es líquido. Y no ha de ser casual que el texto comience con un poema en el que se exalta el elemento Agua. El hecho de que “Agua” no esté acompañado por una foto es una pista en sí misma: la dificultad que supone la concreción del anhelo en la realidad. Pero “Alguien tiene que saber” cómo hacerlo, podríamos permitirnos parafrasear…
Porque el ideal es que se nos revele el flujo universal, la fuerza que lo anima todo, que pone en marcha cada ser.  Que se revele y conduzca. Esa expresión dinámica de la fuerza, la voz del “Uno”, es la luz que desea el poeta descubrir para dejarse conducir por ella.  No es suficiente “descubrir una luz”,  también hay que “seguirla”. Contemplación y acción sólo en el hallazgo, sólo en el fluir de la luz, se integrarán. Si el universo fluye, entonces se irán “sumando kilómetros y palabras”, avanzando tanto en el afuera, como en el adentro.
La palabra “universo” en aquel deseo de que “el universo hable” es, ni más ni menos, que la expresión de la unidad en un conjunto múltiple.  La angustia frente a la multiplicidad, a la disyunción, a los caminos que se bifurcan responde  a esta misma vocación de unidad. El placer y el deseo multiplican, alejan de la unidad. “Por el placer y el deseo, no debería perder tiempo. Los días me pasan”. Conducen a la sensación de ser arrastrado por el tiempo, por las circunstancias, por lo accidental.
Una serie de poemas que sobrevienen promediando la obra retratan la decepción del sujeto lírico al sumergirse  en la experiencia. Y la incapacidad del mundo visible para saldar sus expectativas. En las fotografías que acompañan prevalecen los contrastes de colorado y gris, expresiones cromáticas del deseo y su contracara, el hastío.
Perdiéndose, se encuentra
Se preguntarán ¿Por qué no el dolor o el negro como contracara del deseo?
Pues porque los sinsabores de la experiencia son camino firme hacia la luz. El dolor comienza a tener un sentido en el cuadro total. “Pozos de agua oscura hondos como ojos” dice el poema. La visión profunda de la vida se relaciona con un agua oscura, con la experiencia del dolor.
La vida, como el poemario, es dual. Y en ella también el sufrimiento puede actuar como escala para el ser consciente. Se acepta aquí la idea de que el saber proviene más de esos trances que de la calma. La voz lírica desafía una objeción potencial: “Veremos si un mar en calma trae algo a la costa”. Errar se torna el mejor maestro.“Hoy traté de ser bueno y fallé. Hacer eso me trajo hasta acá”. La visión y la sabiduría son perlas oscuras.
Esta lección se ha aprendido. Las torres de palets en la última foto nos manifiestan el ascenso de la mirada.
Ouroboros, la serpiente que se come su cola, está a punto de mostrarse…
No es más que el cierre de un ciclo para que comience otro. La circularidad de la estructura nos regresa a la duda, inquietud irrenunciable. Duda, dualidad, en el alfa y en la omega. Simplemente porque es el único modo de transitar el mundo para quien tiene despierto el ojo y oye la poesía interior.  De esa actitud vendrán las nuevas creaciones. “Si me afanan la certeza, serán más ideas que antes.”
“Cómo hacer una [esta] noche hermosa?”, se pregunta. ¿Cómo soportar la inquietud y el hastío?  La misma poesía lo responde: “Llenar el vacío y la duda dibujando. O escribiendo…”
“El placer y el goce de la creación. Esas golosinas” serán paliativo. Herramientas para sobrevivir. Refugio seguro en el costado dulce de la vida.