domingo, 17 de noviembre de 2019

Columna de mitos. Antígona


Hija de Edipo y de Yocasta, Antígona era ejemplo de rectitud. Cuando su padre partió al destierro a purgar las faltas que lo habían llevado a matar a Layo, y casarse con su madre, Antígona lo acompañó.
Mientras tanto, Creonte, tío de Edipo siguió gobernando Tebas. Pero los dos hijos varones del exiliado, Etéocles y Polinices, reclamaron el trono. Juntos vencieron a Creonte y se hicieron del poder.
Poco después, Etéocles expulsó a Polinices para convertirse en único rey de Tebas. Tenía el apoyo de Creonte, que incluso dirigió a su ejército hasta Atenas para capturar a Antígona e Ismene. Después de la intervención de Teseo, Creonte cambió de opinión y las dos hermanas regresaron a Tebas voluntariamente.
En aquel momento, Polinices y sus seguidores habían iniciado una batalla contra su propia ciudad, muriendo poco después en un duelo con Etéocles, que también perdió la vida. Creonte recuperó el poder y enterró a Etéocles con honores de rey, olvidándose de Polinices, a quien dejó fuera de la ciudad, insepulto y expuesto a la voracidad de las aves rapiñeras. La humillación fue más allá, la decisión se tornó ley. Creonte prohibió los ritos funerarios para Polinices bajo pena de muerte a quien incumpliera. Pero Antígona desafió al rey y arrojó tres puñados de tierra sobre el cadáver. Creonte, enfurecido, la hizo arrestar.
Poco después, el profeta Tiresias le advirtió que debía enterrar a Polinices y liberar a Antígona. El rey, atemorizado por las palabras del oráculo, siguió su consejo. Al regresar los guardias a la cueva que hacía las veces de prisión, descubrieron que la heroína se había ahorcado. Este hecho provocó una cadena de desgracias para Creonte, comenzando por el suicidio de su mujer y generando también la muerte de su hijo Hemón que prometido en matrimonio a Antígona, había suplicado a su padre la liberación.
En el mito y en la tragedia de Sófocles Antígona da la vida por defender la dignidad de su hermano muerto. Pero el sacrificio implica mucho más que la lealtad familiar. Desempolva una polémica perenne en la historia del pensamiento: la visión inmanente contra la visión trascendente.
En efecto, mediante el conflicto de Polinices y sus ritos funerarios se reaviva la discusión. ¿Puede un soberano someter a un pueblo a la desobediencia de las leyes olímpicas? ¿Puede el poder humano aplicarse al reino de la muerte, que excede su soberanía? ¿No hay designios mayores que operan muy por encima de reyes y ejércitos?
Las leyes humanas encarnadas por la figura de Creonte postulan una potestad aplicada a un ámbito que no le corresponde, que excede su jurisdicción.
La desobediencia a la ley de la ciudad que comete la heroína y le trae la muerte es un modo de convertirse en mártir.
El puñado de tierra que arroja sobre el cuerpo de su hermano es la apología misma de la causa de los dioses. Antígona lucha en esa acción contra los excesos del poder de turno, que, imberbe, se siente incluso en el derecho de vulnerar el carácter sacro con que los antiguos concebían el más allá.
Así se erige ella, en el final de su existencia, en la rectitud ya no moral, sino sagrada.  En símbolo de la sensatez de quienes respetan la naturaleza del hombre como humilde criatura. Como simiente gestada por fuerzas superiores de las que procede y a las que volverá. De ese hecho depende para Antígona la dignidad humana.  
Y su tragedia desnuda la nimiedad de los vaivenes políticos que nunca debieran osar someter la naturaleza a su insignificante y efímero yugo.