Dos matrimonios
En la mitología griega algunos personajes no pueden pensarse
sin su cónyuge. Aparecen como figuras
que actúan en conjunto, fuerzas que se asocian para hacer efectiva su acción.
Tal es el caso de Gea y Urano. Su unión es lo que da origen al
universo. Representan el enlace entre cielo y tierra. Gea es la tierra y a ello
debemos el prefijo “gea/o” para hablar de cualquier concepto geográfico. Urano
es el Cielo, el dios de dioses que inauguró el trono en los mitos helénicos.
Luego fue destronado por Cronos, que como imagen del tiempo, parece habernos
bajado la bóveda y haberle puesto techo a nuestras posibilidades, antes
infinitas.
Lo cierto es que si en la genética del mundo están Gea y
Urano, eso significa que todo lo que vive en él posee los principios de estos
dos dioses.
Gea, como tierra, representa el principio material que
compone todas las cosas. Incluyendo al hombre. El cuerpo, la materia, lo
físico. Las necesidades de la carne como la alimentación, el abrigo, y todo
aquello que atañe a la materialidad, los
instintos, etc.
Urano, como Cielo, representa el aire, lo espiritual, lo
inmaterial. Este principio, aunque menos evidente, compone todo lo que ha sido
creado. Este hecho nos anticipa algo que la filosofía dirá mucho después: todo lo
vivo tiene ánima, alma, soplo primero de vida. “Forma” le llamará Aristóteles.
El cristianismo hablará de alma y espíritu, pero muchas serán las culturas que
sostengan su idea de hombre y de mundo en estos dos principios, el material
(Gea) y el espiritual (Urano). En tal caso, cada vez que se gesta una vida
vuelven a amarse Gea y Urano.
Otro matrimonio sugestivo, que vendría muy bien que
conociera el mundo moderno, es el de Cronos y Rea. Estos dos dioses heredarán
el poder supremo en el panteón griego.
Rea es la potencia germinativa que poseen todos los seres
vivos. Ese principio que se implica en la reproducción pero también en
cualquier acción creativa que dé una nueva realidad al mundo. Todo proyecto
supone a Rea. Se trata de la capacidad natural que tenemos para realizar algo.
Los dones personales, una salud reproductiva aceptable, las aptitudes para ésta
u aquella actividad, son asimilables a Rea.
Cronos, en cambio, representa el tiempo, ya lo hemos dicho
en alguna de nuestras columnas anteriores.
Si ambos esposos se congregan en una acción, es probable que
haya generación de un nuevo ser o una nueva realidad. Pero si uno de ellos
permanece ausente, no será posible la realización.
Una persona que haya sido dotada por un oído musical y
comprenda que debe aplicar el esfuerzo durante un tiempo prolongado para
aprender a ejecutar algún instrumento será capaz de producir música nueva, de
crear…
Pero si ese mismo ser sólo está dispuesto a montarse en el
don que posee y produce algo inmediato es probable que no logre lo deseado.
Para que haya creación es preciso tanto una capacidad natural cuanto tiempo
para desarrollarla. Lo mismo sucedería si la capacidad germinativa de nuestros
huesos intentara saldar una quebradura y no inmovilizáramos los treinta días necesarios
el brazo en cuestión. Capacidad natural
más tiempo es la clave.
La inmediatez que promete la vida moderna parece ir contra
ese principio que los griegos llamaban Cronos y aun en la contemporaneidad
sigue siendo fundamental el matrimonio de Rea y Cronos.
Si Rea estuviera ausente, por más esfuerzo que se destine, no
se realizará el objetivo. Es preciso comprender que si no nos asiste Rea es
porque no está en nuestra naturaleza ser eso que deseamos. Este hecho que al
mundo moderno le parece injusto, sólo muestra que desconocemos nuestro verdadero
don. Hemos sido dotados de otros dones
que darán otros frutos.
El conocimiento más profundo de uno mismo quizá arroje la
respuesta. Tal vez recordando el matrimonio mítico de Rea y Cronos podamos
proponernos y perseverar en aquello para lo que nuestra naturaleza ha sido
hecha. Y la consagración a ese fin será seguramente motivo de genuina felicidad.