El valor espiritual de los mitos sigue retratando pruebas
del mundo contemporáneo, las sirenas son ejemplo de ello.
En producciones artísticas contemporáneas vemos una y otra
vez la referencia a las sirenas. El motivo es que iconográficamente han calado
hondo en la cultura occidental. Aunque nuestro imaginario las concibe como peces
de la cintura para abajo, con tronco y rostro de mujer, no eran así en el mito
antiguo.
En “La Odisea”, se describen como pájaros con rostro de mujer
cuya voz es de una exquisitez irresistible. Circe, la maga, le revela a Ulises
que al llegar a su isla, los marineros enloquecen con su canto y se arrojan al
mar para ser fagocitados por ellas, que son tan atractivas como peligrosas.
Desde la cultura antigua, a las sirenas se le han atribuido
diferentes valencias, pero todas coinciden con las tentaciones. Representan
aquello que atrae, que se muestra como bello y verdadero, pero esconde una faz
siniestra o destructiva.
El hecho de que embrujen con su canto suscita la analogía
con aquellos que dicen lo que el poderoso quiere escuchar. La “Hybris” del
poder se realiza, en una de sus formas, mediante el encierro del poderoso en un
círculo íntimo que no dice la verdad sino que circunscribe las opiniones a aquello
que el soberano desea escuchar. El fin es, naturalmente, alejarlo de la
realidad hasta confundirlo y tornarlo completamente dependiente.
En el mito de Jasón y los Argonautas, los tripulantes
enloquecen al oír el canto de las sirenas, pero Orfeo comienza a cantar más
fuerte logrando disipar la tentación y evita así que todos mueran. En este caso,
también el peligro radica en la lisonja de los versos de las sirenas.
Para la mitología griega, Orfeo representa el poder del
canto, que es para ellos sinónimo de poesía. Canta tan increíblemente bien que
los dioses le conceden licencias imposibles de conseguir para un hombre. Entre
otras, logra descender al Hades estando vivo para rescatar a Eurídice, su amada
muerta. Eso significa que no se le niegan las puertas del conocimiento. Cuando
se dice que Orfeo vence a las sirenas se opone una poesía verdadera y profunda,
arte de quien puede descender a las raíces de todo, conoce los misterios del
más allá, contra un canto “en apariencia” bonito pero falso en el fondo. Porque
las sirenas adulan al marinero no para amarlo sino para acabar con él. De allí
la idea de engaño.
La satisfacción que prometen las sirenas es efímera. Por
eso, ellas también representan la lujuria, algo que se exhibe como amor, pero
que dura apenas un breve periodo. Lo mismo sucede con los vicios, que ofrecen
un bienestar, que se convierte en evanescente
y da paso al “bajón” y la dependencia.
En “La Odisea” Circe
le recomienda a Ulises que tape los oídos de los tripulantes para que no oigan
esa maravilla que los perdería. Pero él sí debe escuchar, él sí tiene la talla
de héroe. Si aspira a conducir, debe saber. Las sirenas mismas dicen: “El
viajero que nos oye vuelve más instruido a su patria”. Así, Ulises encadena su
cuerpo al mástil de la nave y los marineros cumplen la orden de que, por más
que lo ruegue, no lo desatarán. (Porque, bien sabe la sabiduría mítica que en
algún momento la decisión saludable flaquea.)
Ulises finalmente logra vencer el peligro gracias al mástil.
No es difícil adivinar qué es el mástil para él. Representa el firme poste de los valores, el
pilar que nos sostiene erguidos, dignos e íntegros.
Mejor no oír a las sirenas. Pero
si se dispone del temple, es importante tener cerca un mástil… Sin él, es
alocado aventurarse a los peligros. En cambio, aferrados al mástil, por más
riesgo que se interponga, tendremos claro el límite preciso entre experimentar
y extraviar el rumbo.