Lectura en clave ficiniana sobre vida y obra de Aby Warburg.
Astrología y Unidad
Al estudiar a Marsilio Ficino, que era médico, filósofo,
traductor, músico y poeta, Warburg se interesó en la función de astrólogo del
favorito de la casa Medici. En rigor, la Astrología es una de las disciplinas
que exhibe con mayor claridad el sincretismo característico del Renacimiento. En su ejercicio, se manifiesta la labor de la
razón y la lógica pura, al trazar matemáticamente el mapa de los astros en un
nacimiento. Pero en un segundo momento,
el astrólogo utiliza la intuición. No se trata de magia, sino de un
conocimiento por medio de analogías, cuya célula no será el concepto sino la imagen.
En este ámbito, como en la poesía, no se aprende de definiciones o
abstracciones sino de identificación de un objeto desconocido con otro
conocido. El hombre oscila entre estas dos formas de conocer permanentemente.
Sin embargo, en el mundo académico le concedemos más confiabilidad a la razón.
A partir de la Ilustración el descrédito del pensamiento
analógico fue relegando lecturas de este tipo y dejó crecer el pensamiento
analítico, con su esquema binario, como el modo serio y respetable de conocer.
Así, los objetos de estudio suscitan respuestas verdaderas o falsas, correctas
o incorrectas, positivas o negativas.
En el mundo de la imagen varias realidades pueden convivir.
No se trata de la subjetividad del observador, la valencia de un símbolo contiene
múltiples acepciones. Pongamos por ejemplo el episodio bíblico de Moisés que
utilizó Warburg. El pueblo hebreo, después de un tránsito por el desierto, se
rebela y Dios lo castiga enviándole una invasión de serpientes. Cuando se arrepiente y pide clemencia, el
Creador ordena a Moisés que alce el cayado con una serpiente enroscada. En
cuanto los heridos lo miran fijo, se curan.
En este episodio es posible ver lo que llamamos
“coincidentia oppositorum”, dos sentidos contradictorios conviven en la serpiente.
Marsilio Ficino y su círculo de la Academia platónica
fundada en Careggi estaban familiarizados con el pensamiento analógico. Esto
explica las correspondencias permanentes que establecen entre las diferentes
esferas de la vida. El concepto de Unidad es lo que atraía a Warburg. Sin embargo, dejaba traslucir cierta invectiva
contra la Astrología por su carácter irracional. Lo que criticaba era un hecho
que al propio Ficino le preocupaba también.
La astrología fiduciaria
La posibilidad de leer el futuro daba por supuesto un futuro
único posible, un destino inamovible al modo griego. Ni el mundo cristiano, ni
la visión positivista conciben un destino único. Ese determinismo es lo que
rechazaban tanto Warburg como Ficino. Pero el renacentista se apoya en una
sentencia de Tomás de Aquino que descree de la posibilidad de leer el futuro, y
resuelve: “El sabio domina sus astros”. El influjo estelar opera sobre la
esfera física. En la medida en que el hombre asume su faz intelectual, ejerce
su voluntad y se hace responsable de sus actos, escapa de los designios a los
que está sometida su naturaleza física.
Ficino creía que no eran daimones (dioses/demonios menores)
los que dominaban al hombre. En cambio, manifestaban un orden providencial que
para el ser humano era difícil de captar. Hacían visible la dinámica única del
Cosmos, idéntica en el macrocosmos astral y en el microcosmos que era el
hombre. Y sucedía así porque aun los planetas eran criaturas de Dios. De tal
modo, Ficino entendía la Astrología. No era el poder de los astros sobre el
hombre, sino la observación de las tendencias universales en objetos que, por
su magnitud, revelaban a la humanidad el clima que se imponía en la dinámica
del devenir. Cuanto más ejerciera como hábito la voluntad y el libre albedrío
un sujeto, menor dominio ejercería sobre él el orden manifestado en los astros.
Fortuna
Otro asunto que interesó a Warburg especialmente fue el de
la Fortuna. Giovanni Rucellai, amigo personal de Ficino, como comerciante rico
y pujante, hizo forjar un escudo de armas que todavía hoy permanece grabado en la
fachada del Palazzo Rucellai, en Florencia.
Marsilio aconseja por carta al empresario. La inquietud del
hombre de negocios retrata una preocupación de su época, surgida del cambio de
paradigma que ocurre en la economía del Renacimiento.
Si durante la Edad Media la
administración feudal limitaba la
movilidad social y económica, también preservaba de la incertidumbre. El hombre
común recibía su ración. No dependía de habilidades extraordinarias ni de su
olfato comercial. Cuando irrumpió la modernidad, proliferaron nuevas
actividades y emergió la burguesía, el futuro comenzó a leerse con la angustia
de quien debe conquistar con el trabajo diario lo que necesita para subsistir.
Allí el concepto de la buena suerte cobró fuerza y se erigió nuevamente como la
“diosa Fortuna” antigua. La misma que en ocasiones tenía un atributo como la
cornucopia o aparecía como el timonel de una embarcación. Este modo de
concebirla está relacionado directamente con el intercambio de mercancías que
domina el Mediterráneo y comunica sitios distantes. Rucellai la incorporó a su
escudo de armas como comerciante textil que era y, mediante su apropiación redujo
la intensidad de sus temores. Sumó la fuerza de la diosa fortuna a su
embarcación.
Viento
El viento es, para el mundo antiguo y medieval, expresión de
la voluntad caprichosa de los dioses. El Renacimiento, con su confianza en las
capacidades de la humanidad para dominar el entorno, se pregunta si
prevalecería la industria del hombre, sus capacidades intelectuales o el “salvajismo”
y los cambios abruptos de la fortuna. Ficino respondía que la Providencia no
sólo ordenaba los cambios de rumbo y la velocidad del viento, también incluía
en el factor “suerte” la pericia del timonel. Si Fortuna acompañaba al capitán,
sabría hacer lo que debía, por más inclemencias que enfrentare.
Warburg resalta como una de las particularidades fundamentales
del Renacimiento el movimiento que se percibe en la vestimenta y el pelo de las “ninfas”. El viento es el
dinamismo vertiginoso que se abre a una posible caída, pero también es promesa
de desafíos, de ascenso, de libertad. Esta idea renacentista queda cristalizada
en la pintura y la escultura por medio de la ninfa que, a diferencia de las
mujeres reales de las mismas obras, contiene en sí misma el halo providencial.
Miedo
La incertidumbre es hija de la posibilidad de caer, de que la
fortuna sea adversa. Es cuando irrumpe el miedo, una de las emociones más
presentes en la pintura y también en el espíritu de Warburg.
A partir de la Ilustración y su ponderación de lo luminoso-racional,
no sólo se desacredita el pensamiento analógico que la modernidad halla
irracional. También todos aquellos aspectos de la cultura identificados con lo
dionisíaco. (Nietzsche distingue lo dionisíaco, emocional, intuitivo,
desbordante y pasional de lo apolíneo, racional, mesurado y realista. )
Otros investigadores han encontrado en el Renacimiento la
“serenidad idealista clásica”. Lo
apolíneo recreado a partir de los modelos de la Antigüedad. Warburg vió, como Nietzsche, la fuerza
dionisíaca que preside el Renacimiento. Su estudio sobre “La muerte de Orfeo”,
de Durero lo acredita.
La tradición órfica conserva una cosmovisión que fue
relegada de la cultura oficial en el mundo moderno. En esa perspectiva, lo
dionisíaco no es algo negativo. La caída, la “catábasis” (viaje físico e
iniciático al inframundo) es un descenso necesario para emprender el vuelo. Homero,
Virgilio, Dante son eslabones de esta tradición. Ficino y su neoplatonismo también.
Entienden la catábasis como un tránsito hacia las propias zonas oscurecidas,
los vicios y defectos, como una senda de conocimiento imprescindible.
Si el mal, lo bestial y monstruoso se categoriza como
“otredad” no hay modo de domarlo. La muerte de Orfeo representa el
silenciamiento de un modo de conocer. Las
mujeres que lo matan son sacerdotisas de Dionisio y no sólo lo asesinan sino
que lo descuartizan dispersando los saberes órficos para siempre. Algunos
quedarán en la Odisea, otros en la Eneida, en la Divina Comedia y quizá en otros textos más cercanos.
¿Qué matan las mujeres que Durero retrata al liquidar a
Orfeo? El sentido luminoso de lo dionisíaco. Prevalece en la cultura occidental
la visión positiva de lo apolíneo y la monstruosidad de lo dionisíaco. La
ponderación del pensamiento racional y la condenación de todo aquello que no se
muestra al hombre como razonable. Ganan las bacantes y se silencia para siempre
el valor edificante de lo dionisíaco.
El hombre real teme especialmente la caída. El “descenso a
los infiernos” es un modo de nombrar las pruebas que trae la experiencia. En el caso de
Warburg fue la enfermedad mental su catábasis. Iluso al creer que la razón
podía evitar los golpes de la fortuna, lo sorprendió la crisis; el raciocinio, su mayor fortaleza,
lo traicionó, haciéndolo inestable.
Sólo entonces, ya sumergido en la miseria temida, rescataría
lo que había negado de sí mismo, lo que la academia y él mismo juzgaban “irracional”,
y en rigor, era un pensamiento alternativo al de las ciencias.
Esa oscuridad transitada por años de internación le
proporcionó la apertura para revisar la experiencia con los indios Pueblo, a
los que había visitado décadas antes en un viaje de estudio. Si el miedo a caer
limitaba los alcances de las investigaciones, ahora desde su infierno, sólo era
posible ascender. Y Warburg se arriesgó a observar una cultura que la modernidad
consideraba salvaje y aprender de ella. Es allí donde encontró la
clave de su curación y de su investigación.
El ritual de la serpiente
En aquella conferencia publicada como “El ritual de la
Serpiente”, Warburg descubrirá la raíz perdida en la ciencia europea que le
impidió antes ver en las epidérmicas fórmulas de expresión, símbolos
polisémicos.
En rigor, la serpiente es para la mayoría de las culturas la
fuerza ctónica que anima toda vida; la expresión del pensamiento mágico-ritual.
La serpiente emerge en hierofanías para luego perderse en la oscuridad del
subsuelo. En este sentido, remite al inconsciente. Aquello que, si no estamos dispuestos
a ver, termina gobernándonos. Es la “sombra” de Jung. Y, en Aby Warburg, el
pensamiento mágico.
Podría auxiliarnos la biología para comprender el mecanismo
de curación. Como sucede con la vacunación, inoculando la dosis pequeña de una
enfermedad, el paciente desarrolla en el sistema inmunológico las armas necesarias
para combatirla. Luego, cuando el ataque venga a otra escala y desde fuera,
habrá adquirido ya el conocimiento y podrá resistir con mejores perspectivas de
éxito. Del mismo modo opera la conciencia. En la medida en que los viajes al
propio infierno revelan lo decadente de sí, se prepara el sujeto para los desafíos
mayores.
Por las ramas
El diagnóstico que se le dio a Warburg fue esquizofrenia,
una manifestación de fragmentación psíquica. Varios años luchó en la clínica
por la unidad de su psiquis.
Cuando mediante el estudio sobre los rituales de los Indios
Pueblo conoció el manejo saludable del miedo a la sequía (la mala fortuna)
mediante un ritual dionisíaco e irracional, retornó a la idea de Ficino. Y por
fin conquistó aquello que siempre admiró del astrólogo renacentista, la Unidad.
Reconoció e integró por la serpiente el
propio ser dionisíaco y su intuición.
Al regreso de la internación, se abocó completamente al plan
del “Atlas Mnemosyne” desde otra perspectiva. Había avanzado mucho en la
colección de fotografías de obras artísticas con la que se proponía contar la
historia de la humanidad mediante imágenes. Pero ahora no segregaría la
intuición, buscaría suscitarla en el
espectador. Dispondría las fotos sin explicar (como no se explica en el código
de la poesía) el vínculo que lo llevó a reunirlas. Al espectador quedaría el desafío de
desentrañar el hilván.
La integración de lo ambiguo con el lenguaje de la ciencia
fue novedad del Atlas. Y el investigador ya no anduvo por las ramas. No terminó
el Atlas porque falleció en 1929, pero halló la raíz en el árbol ramificado de
sus saberes, donde vivió y vive todo
junto, en Unidad.