Simposio
Internacional Warburg
Durante la
semana del 8 al 13 de abril la Biblioteca Nacional fue sede de un Simposio Internacional
convocado en conjunto con el Instituto Warburg. Esta entidad perteneciente a la
Escuela de Estudios Avanzados de la Universidad de Londres, está dedicada al estudio
y difusión de la iconología, una disciplina fomentada por Aby Warburg, pero
también de su valiosísima colección bibliográfica.
Investigadores
de varias latitudes disertaron iluminados por saberes de diversas áreas. Historiadores del arte, filósofos, expertos
en Letras, antropólogos, psicoanalistas, arquitectos y fotógrafos trenzaron sus
exposiciones en una muestra de los haces gnoseológicos múltiples que suscita el
trabajo del investigador hamburgués.
Warburg
Aby Warburg
fue producto de una familia de banqueros judíos alemanes, que luego habría de
migrar a causa de la persecución nazi. A él le correspondía hacerse cargo de la
dirección de los negocios familiares pero declinó el derecho de primogenitud en
favor de su hermano Max, con la única condición de que no se le negaran los
fondos necesarios para comprar libros. Así fue armando una de las más nutridas
bibliotecas. Sus estudios en Alemania, Italia y Francia integraron nuevos temas
y libros para la colección. El enfoque trascendió la Historia del Arte y se
abrió a la religión, el mito, la filosofía y la literatura. El interés de Warburg por la tradición
occidental se amplió hacia otras culturas
derivando en una historia de la imagen, que su discípulo Panofsky titulará
“iconología”.
La obsesión
que signó la carrera de Warburg fue el fenómeno de supervivencia de algunas
fórmulas de expresión (“pathos” o emociones universales) en la historia del arte. A
medida que estudiaba e iba desentrañando las diferencias de recepción de la
estética antigua en Italia y en los países
nórdicos, fue descubriendo que algunas
posturas de los personajes representados, podían ser utilizadas para
sensaciones profundamente diferentes. Hasta polares. Una fórmula (el ademán de
un personaje retratado) que expresaba crueldad se conservó para ser luego revertida en la acepción de un
acto de piedad, por dar un ejemplo.
El
historiador del arte concibió así su plan de describir el curso de la historia
mediante el uso de las imágenes, pero una enfermedad psiquiátrica lo confinó
desde 1918 hasta 1923 en una Clínica para enfermos mentales de la cual egresó
de un modo curioso. La extravagancia estuvo en el salvoconducto. Con un
diagnóstico impreciso pero siempre cercano a la esquizofrenia, Warburg le
propuso a su médico personal disertar académicamente ante una junta médica
sobre algún tema teórico. El objeto era acreditar la lucidez de la que era
dueño y la exposición finalmente versó sobre un viaje que había hecho varias
décadas antes, al que él mismo llamó “el viaje de mi vida”. Gracias a la conferencia dictada dentro de la
clínica, los profesionales se convencieron de la decisión y aprobaron el alta
médica. No obstante, no fue el hilo de la historia lo que intentó descubrir en
aquella ponencia que hoy se conserva con el nombre de “El ritual de la
serpiente”. Quiso observar mediante qué mecanismos rituales sobrevivían al miedo
los indios Hopi o Navajos.
La descripción
del ritual que lleva por nombre el libro no deviene de su experiencia. No pudo
asistir a esa celebración como testigo: lo conoció mediante relatos. Sin
embargo, describe el ritual en que la fuerza primitiva y mágica encarnada por
la serpiente, era tomada y llevada a la boca de sus hierofantes o sacerdotes.
Esa acción, como el episodio en que Hércules olímpico desollaba al león de
Nemea y se calzaba su cabeza y su piel sobre la cerviz, significaba la asunción
de la fuerza misteriosa de la serpiente, de su naturaleza mágica, como
complemento perfecto de las capacidades racionales y prácticas de la tribu. No
había allí una escisión entre el pensamiento lógico, y la visión metafórica o
simbólica de la vida. Por ello, el ofidio mítico produjo en Warburg una
unificación entre la lógica y la magia.
En el ámbito académico europeo, y en el
círculo familiar en el que se crió como hijo de banqueros, se habían sepultado el mito, la magia, y el
conocimiento por medios analógicos.
Entre los indios, en cambio, la mirada racional convivía sin
contradicción con la percepción mítica y eso permitía integrar y enfrentar los
miedos. La evocación de su estadía con el pueblo originario portó a Warburg la
certeza de que no convenía subestimar las concepciones mágicas. Y, en cambio,
sí superar la dualidad propia del pensamiento cientificista y binario del siglo
XIX y XX.
De regreso
de la clínica se abocó nuevamente a su plan de retratar la historia por medio
de imágenes.
El “Atlas
Mnemosyne”, su última obra, quedó inconcluso a causa del deceso de su autor en
1929. No obstante, se convirtió en una usina de trabajos críticos. “Mnemosyne”,
como se llama en la mitología griega a la musa de la “Memoria”, es el mayor
legado de Aby Warburg. Y sigue suscitando lecturas variadas como las que se han
manifestado en esta ocasión.
Diversidad
El Simposio,
celebrado en este caso en la Ciudad de Buenos Aires tuvo su soporte artístico
en el Museo Nacional de Bellas Artes con una muestra que se inauguró durante la
misma semana del evento celebrado en la Biblioteca Nacional, pero continuará
abierto al público unos días más.
La diversidad de las exposiciones fue
la fortaleza del Congreso. Los temas oscilaron entre aplicaciones prácticas de
la metodología warburguiana sobre objetos artísticos diferentes; reflexiones
sobre los conceptos clave de su pensamiento como “Nachleben” (supervivencia de la imagen) y “Pathosformel”; estudios de las imágenes emblemáticas que toma el
investigador para desarrollar su teoría: la ninfa y el movimiento; el misterio de
la serpiente y su simbología; las
constelaciones y la lectura mágica del cielo. Varias ponencias estuvieron
dedicadas al “Atlas Mnemosyne”. Otras abordaron las influencias de su obra en
investigadores posteriores. Conexiones ideológicas y diferencias entre la
teoría de Warburg y el trabajo de otros intelectuales como Benjamin, Nietzsche,
Cassirer, etcétera, también se dieron cita.
Conferencistas destacados como Paul
Taylor, Cassio Fernandes, Martin Trem,
Gerhard Wolf Horst Bredekamp, Regina Weber, Luiz Carlos Bombassaro, Davide Stimilli, Uwe Fleckner, José Emilio
Burucúa y Laura Malosetti Costa prestigiaron el evento.
El profesor
Bill Sherman (director del Instituto Warburg de Londres) describió desde los
proyectos edilicios del Instituto hasta detalles sobre la mecánica de compras,
los servicios que presta y el contenido de la colección.
Promediando
la semana se celebró el homenaje a un gran warburguiano, formador de
investigadores, profesor, historiador del arte y poeta: Héctor Ciocchini. El
celebrado docente fue uno de los responsables de la estrecha relación que la
academia argentina sostiene con el Instituto Warburg de Londres. Ése fue quizá
el momento más emotivo del encuentro. Le
dedicaron palabras José Emilio Burucúa, colega y amigo personal del maestro;
Federico Ruvituso, joven investigador, que sin conocerlo aportó una anécdota
sobre la relación entre su abuelo y Ciocchini; Ezequiel Ludueña, que resaltó la humildad del
maestro. Y Laura Rosato, quien lo asistía
en sus búsquedas bibliográficas en la Biblioteca Nacional desde los dieciocho
años (y a quien Ciocchini le confió para su lectura uno de los últimos textos
que escribió), conmovió con la descripción del vínculo de amistad nacido de la
admiración y de compartir una tarea intensa como la investigación.
Hacia el
final del evento se proyectó un film. Y
se dio cierre a un Simposio bien organizado por un equipo a cargo del Doctor
Roberto Casazza. El resultado fue, en suma, nutricio, diverso y original.