Presentación
Me sangra la poesía por la boca de Sergio De Matteo (Caldenia, La Arena, 24 de diciembre de 2017)
Me
sangra la poesía por la boca es una recopilación de textos
críticos sobre asuntos diferentes aunque todos ligados al quehacer cultural. Esta diversidad de autores y fenómenos
artísticos incluye el análisis de obras como las de Olga Orozco, Bustriazo
Ortíz, Edgar Morisoli, Margarita Monges, Olga Reinoso, Miguel de la Cruz; productos
del grupo “Desguace y Pertenencia” y
otros poetas emergentes de las últimas décadas. Pero el autor también se
anima a la observación teórica de pintores, escultores, cantantes… La política,
la explícita visión ideológica que sostiene, también se manifiesta en los
estudios, aunque siempre desde un punto de vista de la crítica cultural e histórica.
A veces, hasta filosófica.
No sería extraño este conjunto, en virtud de la actividad del
autor que se ha debatido desde hace tiempo entre la crítica literaria, la
actividad político-cultural, y la creación poética. En definitiva, se mueve en el formato del ensayo
académico, producto de la razón y la lógica, trabajo sistemático y científico.
Aunque, también en un género muy distinto: la poesía. De lenguaje abierto, impreciso, suscitante,
la lírica no posee como célula el concepto,
sino la imagen. Una metáfora, un símbolo, esos son los ladrillos del
poeta.
Ahora bien, debajo de tanto ramaje proliferante ha de haber una
raíz común. Hallar la raíz que aúne y alimente ramas tan diversas es lo que inspira este artículo.
De Matteo nos ofrece algunas pistas. En las primeras páginas señala
explícitamente, “[…] para el filósofo alemán
Heidegger ´la poesía funda
la casa del ser´”.
En la
poesía debiéramos sondear, entonces, la raíz que se nos esconde.
Luego, cita
a Walter Benjamin “La crítica debe hablar el lenguaje de los artistas”.
Si se habla de poesía, de creación, pues entonces habrá que hablar
poéticamente.
Como lectores obedientes, aunque no por eso menos suspicaces, hemos
sido convidados a observar qué hay de código poético en la obra.
Lo primero que salta a la vista son los paratextos, el título, los
epígrafes y detalles que componen al libro sin ser su propio cuerpo. Muchos
autores utilizan deliberadamente esos elementos como claves de lectura. Si éste fuera el caso, observarlos nos
permitirá intuir en imágenes poéticas lo que luego se desplegará teóricamente en
el cuerpo del texto.
La elección de la cita que da título a la obra no es de ningún
modo casual. Se trata de un poema de Francisco Madariaga, poeta correntino, a
quien se estudiará en estas páginas también. Además de ser el título escogido
para el libro, esa cita −extendida un verso más− aparece como epígrafe.
“Tengo ganas de leer algo hoy.
Me sangra la poesía por la boca.”
Amén de la fuerza que posee este último verso, la vinculación con
el anterior es sugestiva. El poeta Madariaga confiesa estar deseando leer. La operación de leer es un modo de incorporar
algo externo a uno. “Beber o abrevar de las fuentes” son expresiones tópicas
para hablar de la lectura y de la asimilación de lo leído.
Sin embargo, este deseo es seguido por una expresión que supone la
dinámica contraria: el hacer emerger de uno mismo el líquido que lo habita, lo
oxigena, le da vida. La sangre, sin la cual es imposible la supervivencia. Se
trata de una paradoja. Por más que
plantee una relación antitética, no lo es, más que en apariencia.
Porque sangrar por la boca sería dejar salir lo más vital de uno
mismo. Quizá, por medio de la palabra, de la oralidad. El mismo De Matteo nos
advierte este dato, desviándose sospechosamente del asunto que viene tratando,
cuando nos revela que la poesía es un género ligado a la oralidad, al ritmo
sonoro, a la música.
La aclaración nos conduce a pensar que tiene bien presente el
carácter oral señalado en el título: no será sólo expresar el interior, sino
expresarlo por la palabra oral. “Lira”
era el instrumento con el que se acompañaba en la poesía medieval toda
producción de este tipo. Así, la expresión de sentimientos era un volcarse en
imagen creando un sortilegio de ritmo, música, sonoridad verbal y estímulo a la
imaginación. Por eso llamamos Lírica al género mayor de la Poesía. Hoy el
público consume mucha poesía a través de cantantes, bandas y artistas y no
siempre los asocia con el mundo literario.
En consecuencia, sangrar por la boca bien podría retratar el
ejercicio poético en lo que tiene de genuino volcarse. De genuino y doloroso
volcarse en imagen. Perder sangre es también un modo de debilitarse.
La pregunta que cabe hacerse es ¿por qué sangra la poesía? Y allí
es donde entronca la visión crítica de De Matteo respecto a la realidad. El
cantar duele. Duele porque la realidad no es lo que debiera. Ni el mundo, ni el
país, ni la región son lo que debieran.
El poeta lo sabe y tendrá la misión de denunciarlo. Así lo propone otro de los epígrafes de la
obra: “El pensador y el artista tienen una misión intransferible, superior a su voluntad, que es la de revelar
lealmente aquello que suscitan en él las cosas del mundo en que vive.”[1]. Los otros dos epígrafes invitan a la
vehemencia y el compromiso romántico con esa misión poética y existencial, por
más que duela.
El “sangrar por la boca”,
el dejar salir nuestro líquido vital por el habla, remite a un desnudar, tal vez demasiado, lo
que nos habita. Y si el verso anterior se refiere a leer, entonces estamos
frente a la clave de este estudio.
El autor lee a otros poetas
como un modo indirecto de leerse a sí mismo. Las reflexiones estéticas que
despliega a propósito de cada artista
van armando el rompecabezas de su propia cosmovisión. Y lo hace sutilmente, con la modestia del que
no desea ser el centro y sin embargo anima y completa, con su visión, a quienes
estudia.
No es el primero que, como Marechal, desea mirar desde arriba al
laberinto para poder comprenderlo. Cantidad de artistas ejercen el oficio de
críticos, de estudiosos, de teóricos sobre la naturaleza de su arte. No es una
actividad diferente a la de la escritura creativa. Borges solía decir que leer
y escribir son una misma actividad. Y dadas las transformaciones literarias que
operaron en el Siglo XX, todo lector se torna una pieza fundamental para el
cierre y la consecución del texto. El intérprete termina cargando de contenido
experiencial las metáforas o símbolos propuestos por el poeta y también le da
su pincelada final.
Leer y escribir, entonces, son −como propone Madariaga− la misma
actividad. Dante, Boccaccio, Shakespeare, Edgar Allan Poe, Maupassant, Mark
Twain, Rubén Darío, Horacio Quiroga, Borges, Lugones, Cortázar y otros tantísimos
creadores generan sus propias preceptivas, sus propias reflexiones sobre la
génesis y naturaleza de la actividad escritural. Y lo hacen, en muchos casos,
comentando la obra de un artista admirado o bien mediante una invectiva contra
un poeta al que desmerecen. Abordan la
reflexión estética de terceros porque es el modo de profundizar, descubrir y
revelar la visión particular del mundo y de las cosas que sostienen.
Están haciendo literatura también. Literatura que explica
abiertamente las tendencias de sus creaciones puras.
¿Cuáles son las tendencias aquí? ¿Qué cosmovisión revelarán las
piezas dispersas de este rompecabezas?
La Tradición y el Estilo
El concepto más sondeado en Me sangra la poesía por la boca es
el modo misterioso en que el artista combina
su propio sentir con la “Tradición”.
La “deglución de otros autores” en la búsqueda del “estilo propio”es uno de los mayores
intereses de este estudio. Ese proceso es, para De Matteo, un diálogo con todo
el pasado literario. Un diálogo nutricio que lleva al poeta a beber y rechazar,
a reelaborar las fuentes con verdadera conciencia de lo que hace y del puesto
que ocupa frente a la belleza. Un diálogo en el que se conoce, se mide y se define
a partir del contacto con lo que han hecho otros.
La naturaleza de la poesía
Pero detrás de todo, descorriendo todos los velos, vemos una
concepción particular de la poesía. Ya no expresada solarmente, con la luz
expansiva e insoslayable con que el ensayista denuncia los males sociales. En sombras, en expresión lunar, se descubre
la poesía tal la concibe la tradición órfica, como la piensan muchos poetas:
puente al trasmundo, a regiones que no se perciben con los sentidos, apertura a
una realidad más amplia, quizá, más inmutable y real.
Es la Poesía como ejercicio cognoscitivo, como búsqueda de una
verdad que no se nos dice del todo. El
poeta persigue el Verbo primero. Esa palabra dicha por un Creador que, al
pronunciarla, da vida a lo nombrado.
El poeta se ilusiona con hallar ese sonido que pueda, como la
fuerza generadora de todo lo visible, pronunciar para dar vida a algo.
¿Qué desea animar, con ese Verbo? Un sitio mejor. Una y otra vez
intenta hallar la “palabra mesiánica”, ese Verbo que con sólo ser pronunciado, sea capaz de crear lo anhelado, de
reconstruir el paraíso perdido.
Tal es la sedienta búsqueda del artista, que desea beber y, en
cambio, sangra…