El conjunto es original
pero, por moderno que parezca, alcanza una virtud que caracteriza al arte más
clásico: la correspondencia entre fondo y forma, entre contenido y continente.
Las dos disciplinas artísticas que confluyen en la obra invitan
a entregarse, como lector, a una aventura intuitiva. No se descubre mediante la
razón pura, ni con las muletas del pensamiento académico. Es, en sí misma, una
experimentación.
El autor no propone el discurso de la ecfrasis, no describe verbalmente fotografías. Tampoco ilustra con ellas
lo escrito. Hay claramente dos modos de expresión que conviven, armonizan y
desarmonizan, alternativamente. Ese juego de relaciones es uno de los encantos
del libro y a la vez convida a perderse en un laberinto de imágenes y palabras
que sí tiene un centro, aunque como prefigura el título, no se nos revelará del
todo. “Alguien, no importa quién.” La fórmula escogida quizá deslice ya otra advertencia: lo medular
de la experiencia no es ni la persona con quien se experimenta, ni el hecho que
se ha vivido, sino la iluminación que el transitarlo ha dejado.
La dualidad y la duda
El rasgo particular de este poemario es la dualidad. Si el
artista se vuelca por medio de la palabra y de la imagen, es porque esa
modalidad es fiel a un contenido que exhibe otras díadas, jugando a diferentes
niveles.
La fotografía que inaugura la serie y corresponde al poema
“Métodos” podría arrojarnos una clave para percibirlas. Primeramente, al
titularlo así, el autor nos acerca una
reflexión sobre la reunión de lenguajes diferentes que serán los vehículos
mediante los cuales buscará. No se transitan los mares con una motocicleta. Ni
se escala una montaña con una carabela. El mensaje de fondo habrá escogido los “métodos”
con que decirse.
Dos colores alternan en esa primera imagen, el azul intenso
y el ocre. Si nos aventuramos a hacer una indagación metafórica del color, se
descubrirán detrás de ellos dos esferas diferentes de la experiencia. El ocre,
tonalidad que prevalece en el paisaje pampeano, corresponderá a la realidad, a
lo que el poeta percibe como el afuera, el paisaje. El azul, tradicionalmente
identificado con el cielo, el vuelo, el infinito, remitirá al mundo de los
sueños, al ámbito espiritual; en última instancia, al adentro. Podría
explicarse así la necesidad de utilizar dos alfabetos artísticos diferentes.
Para el afuera, la foto; para el adentro, el poema.
Mímesis o salto al infinito
Aun cuando el autor quizá no se lo haya propuesto, subyace
en el libro la discusión antigua y siempre viva sobre la naturaleza del arte.
Desde el principio de la cultura occidental han existido dos
concepciones diferentes respecto a la creación artística. Aristóteles, filósofo
del SV a. C., proponía que todo arte debía ser mímesis, imitación de la naturaleza
y de la vida. Su maestro Platón, −aún sin haberlo explicitado como
preceptiva−
instaura, en cambio, una corriente no tan popular y sin embargo vigente hasta
hoy. Se trata de una concepción de arte como un modo de remontarse a un sitio
más alto que la realidad perceptible. Hay quienes sienten que al crear rescatan
“el mundo de las ideas”. Ese sitio constituido −más que por ideas−
por lo que hoy llamaríamos “ideales”, objetos similares a los que se presentan
a nuestros sentidos pero con un grado de perfección desconocido en esta caverna
desde la que aprehendemos la vida. Objetos perfectos, eternos, en plenitud. En
tal caso, el arte no sería mímesis de la realidad y la vida, sino un
mejoramiento de ella, un religare con
el mundo de las ideas, origen de todas las cosas. Existe una vinculación
intrínseca entre este “religar” y el que yace en la etimología de la palabra “religión”.
En efecto, en esta visión del quehacer artístico existe, como en lo religioso,
la creencia de que nombrar, en última instancia, crea realidades. “¿Y si
escribiendo se construyen cosas?”, se pregunta el poeta.
E inmediatamente
responde: “Como esta duda…”
El nudo problemático omnipresente es la duda. La duda acerca
de cuál es el ámbito que entregará el hallazgo. Porque si algo tiene esta “experimentación” de Sapegno, es el carácter
de búsqueda. Y la duda es dónde debe emprenderse la pesquisa de la nova, de una estrella que seguir…
“Ser una cañita voladora o tener los pies de barro.
Necesitaría cuatro vidas para entenderlo.”
El fin del poetizar
Confiesa la voz del poeta que no quiere renunciar a una
búsqueda. A la de “Profundizar en el misterio”. A la de “descubrir una luz y
seguirla”. Un intento de comprender, en el sentido más existencial del verbo:
el amor, el dolor, el deseo profundo del
alma, la iluminación y, quizá, la incongruencia entre esa plenitud anhelada del
azul y el ocre que ofrece la realidad.
El imaginario: agua y luz
La poesía ruega que “no se corte el flujo y el universo
hable.” Ése es el anhelo que atraviesa el libro. Que el universo se diga, se
revele a sí mismo en toda su hondura y en toda su extensión.
Fluye lo que es líquido. Y no ha de ser casual que el texto
comience con un poema en el que se exalta el elemento Agua. El hecho de que
“Agua” no esté acompañado por una foto es una pista en sí misma: la dificultad
que supone la concreción del anhelo en la realidad. Pero “Alguien tiene que
saber” cómo hacerlo, podríamos permitirnos parafrasear…
Porque el ideal es que se nos revele el flujo universal, la
fuerza que lo anima todo, que pone en marcha cada ser. Que se revele y conduzca. Esa expresión
dinámica de la fuerza, la voz del “Uno”, es la luz que desea el poeta descubrir
para dejarse conducir por ella. No es
suficiente “descubrir una luz”, también
hay que “seguirla”. Contemplación y acción sólo en el hallazgo, sólo en el
fluir de la luz, se integrarán. Si el universo fluye, entonces se irán “sumando
kilómetros y palabras”, avanzando tanto en el afuera, como en el adentro.
La palabra “universo” en aquel deseo de que “el universo
hable” es, ni más ni menos, que la expresión de la unidad en un conjunto
múltiple. La angustia frente a la
multiplicidad, a la disyunción, a los caminos que se bifurcan responde a esta misma vocación de unidad. El placer y
el deseo multiplican, alejan de la unidad. “Por el placer y el deseo, no
debería perder tiempo. Los días me pasan”. Conducen a la sensación de ser
arrastrado por el tiempo, por las circunstancias, por lo accidental.
Una serie de poemas que sobrevienen promediando la obra
retratan la decepción del sujeto lírico al sumergirse en la experiencia. Y la incapacidad del mundo
visible para saldar sus expectativas. En las fotografías que acompañan prevalecen
los contrastes de colorado y gris, expresiones cromáticas del deseo y su
contracara, el hastío.
Perdiéndose, se encuentra
Se preguntarán ¿Por qué no el dolor o el negro como
contracara del deseo?
Pues porque los sinsabores de la experiencia son camino
firme hacia la luz. El dolor comienza a tener un sentido en el cuadro total. “Pozos
de agua oscura hondos como ojos” dice el poema. La visión profunda de la vida
se relaciona con un agua oscura, con la experiencia del dolor.
La vida, como el poemario, es dual. Y en ella también el
sufrimiento puede actuar como escala para el ser consciente. Se acepta aquí la
idea de que el saber proviene más de esos trances que de la calma. La voz
lírica desafía una objeción potencial: “Veremos si un mar en calma trae algo a
la costa”. Errar se torna el mejor maestro.“Hoy traté de ser bueno y fallé.
Hacer eso me trajo hasta acá”. La visión y la sabiduría son perlas oscuras.
Esta lección se ha aprendido. Las torres de palets en la
última foto nos manifiestan el ascenso de la mirada.
Ouroboros, la serpiente que se come su cola, está a punto de
mostrarse…
No es más que el cierre de un ciclo para que comience otro.
La circularidad de la estructura nos regresa a la duda, inquietud
irrenunciable. Duda, dualidad, en el alfa y en la omega. Simplemente porque es el
único modo de transitar el mundo para quien tiene despierto el ojo y oye la
poesía interior. De esa actitud vendrán
las nuevas creaciones. “Si me afanan la certeza, serán más ideas que antes.”
“Cómo hacer una [esta] noche hermosa?”, se pregunta. ¿Cómo soportar
la inquietud y el hastío? La misma
poesía lo responde: “Llenar el vacío y la duda dibujando. O escribiendo…”
“El placer y el goce de la creación. Esas golosinas” serán
paliativo. Herramientas para sobrevivir. Refugio seguro en el costado dulce de
la vida.