martes, 5 de enero de 2021
Reseña Alicia Santillán Línea en fuga
En el mes de octubre de 2020 se editó un libro de poesía llamado “Línea en fuga” de Alicia Santillán, una autora que participa activamente del círculo que se ha dispuesto en torno de la poesía santarroseña; también es miembro de la Asociación Pampeana de Escritores (A.P.E.). Es psicopedagoga, docente retirada y poeta. Nacida en Córdoba, vive en Santa Rosa desde 1990.
El texto está compuesto por una serie de poemas breves organizado en cuatro partes.
Como inicio de toda hermenéutica, el título de una obra poética suele revelar elementos clave de su contenido. En este caso, “Línea en fuga” señala una constante a lo largo del texto. Es la imagen que va metamorfoseándose en varios objetos, todos con el sentido de un hilo que conecta cada una de las experiencias que dan vida a los poemas. La voz mencionará, con un sentido similar, el “hilo”, la “cuerda”, la “soga”, la “cinta” en fin, la “línea” que conecta los fragmentos de una vida que han despertado desde la incomodidad o la furia la necesidad de escribir. La línea recoge esas perlas en un único collar que constituye una realidad integrada.
Por otra parte, línea en fuga podría remitir a “punto de fuga”, un concepto geométrico que se utiliza en las artes visuales y es una proyección al infinito, único sitio en que las paralelas se cruzarán. Más adelante intentaremos una lectura de la transformación de punto a línea.
Volvamos a la imagen: cuando el sujeto lírico menciona permanentemente la idea un elemento unificante, descubre su búsqueda de un sentido. De un sentido psicológico, de uno familiar, quizá también se expanda a lo social y hasta filosófico.
Inicialmente, irrumpe la necesidad del yo poético por saber quién es, más allá de cómo se conciben las cosas en la familia de origen.
No parece casual que inicie el libro un poema sobre el nacimiento. “Con ojo de pez” es una descripción alucinada del nacimiento, vista desde la perspectiva del recién nacido, que en este caso es la poeta. Y que, curiosamente, se cuenta en presente. A algo está naciendo mediante este texto.
“Con ojo de pez” es un modo de referir el ámbito acuoso de la gestación y tal vez por ello el agua será uno de los elementos preponderantes en el imaginario de este texto. La forma de una lente como las que llamamos “ojo de pez” también es probable que aluda al canal por el que avanza el niño al momento del parto.
“La fuga de tu útero/ es sorbo de luna en llamas.” Ese primer mundo bajo las aguas maternales ha fugado y la primera respiración, en que el recién nacido conoce el aire, quema con su sequedad desconocida.
La pérdida del útero como continente es, en realidad, una separación de las dos criaturas que viven en un cuerpo durante el embarazo. Por ello, “como luciérnaga/ señalas/ el mundo y sus marcas/ pero sólo soy tu boca/ que habla con mi nombre”.
La independencia es todavía una ilusión. En la infancia la niña sólo es boca de su madre. No es dueña todavía de la experiencia necesaria para tener voz propia. Esa conquista de independencia real es precisamente el proceso que retrata el libro. Ahora, después de pronunciar estos poemas, ya no es más boca de nadie, sino de sí misma.
Es curioso el uso de la luna para referir la destrucción de la primera casa, que es el útero. La luna es tradicionalmente identificada con la sucesión del tiempo, con su vertiginoso paso. Si algo rige la luna son los ciclos de las mareas y de la procreación. Esa metáfora encierra mucho sentido por desentrañar, además de construir un verso estéticamente logrado, y otros que vendrán con idéntica eficacia después.
Los primeros poemas están signados por los recuerdos infantiles, homenajes a madre, abuela y padre. Escenas de vida cotidiana que desnudan una naturaleza viva, latente, en contacto con la sensibilidad humana. Ese diálogo con el jardín, las plantas, las piedras aparece encarnado por los mayores, pero es en la observación que la niña lo irá internalizando como su propia mirada.
Muchas ideas que la crianza legó fueron recibidas así, en esa etapa infantil, por medio del ejemplo. El dogma que uno acoge y reproduce como el cristal con que ve la vida, tiene sede en la voz de sus mayores, pero pronto será parte de sí.
Cuando este primer apartado de poemas está concluyendo aparece, además del recordar, una necesidad de cuestionar, someter a análisis ese hilo que, por lo visto, no fue inaugurado por la poeta sino por varias generaciones previas y vive en ella a media conciencia.
Lo que vendrá será el tiempo para quitar el velo y separar lo propio, de las improntas heredadas sin querer.
“Cruzo las manos/ sobre la falda/ y espero el silencio// detrás la línea imprecisa/ dibujada en la niñez// después/ el mundo/ y su sombra.” Es tiempo de salir al mundo y de conocer sus oscuridades.
En el segundo grupo de poemas, vuelve a considerar el tiempo introducido por la arena que remite al tradicional reloj de arena. Aunque no debiéramos olvidar que la misma arena convoca la idea del tiempo, es expresión de cómo una marea horada una piedra con el transcurrir del tiempo, hasta convertirla en polvo.
Al ingresar “un villano” y escupir “su oscuridad desordenada” revela que el mundo exterior, extra-familiar, ingresa en su vida. Podría ese “villano” ser un amor, la irrupción de alguien durante esa primera independencia que da la adolescencia. Lo importante es que esa llegada desnuda la constitución mixta del yo lírico.
“Un adentro inestable/ sacude/ la fragilidad del pensamiento.”
Por un lado, una visión de origen con el valor de un dogma familiar; por el otro, la emoción, la personalísima forma de sentir las cosas, que se torna ahora estridente, que vuelve frágil la verdad aprendida, que antes era incuestionable. Y continuará diciendo: “escabullo la imposición/ me libero del cemento de otros ropajes.”
El hecho de que sólo el deseo y las emociones estén identificados con su verdadero yo nos certifica el enorme influjo que tiene el dogma heredado. “Se acerca el viento/ en la cola de dios o del diablo”. El viento, que ninguno de nosotros puede conducir, anuncia un cambio que la poeta siente ambiguo. Es bueno para ella, es malo a los ojos de otros. Representa lo que trae el azar, el destino, o como queramos llamar al devenir irrefrenable de la vida sobre el que no tenemos control.
Lo que sí es posible controlar es nuestra reacción: “es hora de sacar a la intemperie/ mis incomodidades/ el modo del silencio// ver pasar / el potro de mi rencor/ manía de mi pulcritud sacrificada.” Es cuando comienza su tiempo. “En el umbral de mi tiempo”, dice el yo lírico al encontrar “las caracolas”, una referencia al agua de las emociones que comienzan a integrarse. Ha logrado reconstruir el hilo pretérito y es dueña de recuperar lo que le sirve del pasado, “estoy donde me detengo/ donde puedo regresar/soy”.
En “Las inseguridades” Santillán trabaja la aceptación de sus límites (antes destinados a esconderse) porque el aprendizaje “se trata de abrir puertas/ a la torpeza”. Aunque el ejercicio puede incluso acrecentar las debilidades “pero sobreviven/ agudizan el estigma/ con mínimas harinas de vidrio”.
La transformación está en marcha, el miedo a la caída, a separarse de la senda correcta también acude: “en vasos de tiempo/guardo rocío/ solamente para no perderme.” El entorno nota los cambios “pero los que hoy me visitan/ seguramente rozarán mis líneas/ ya difusas” mientras el temor a no ser la que los demás conocen y a que se alejen por eso, se expresa así, “con esa imagen/ cruzarán el portal/ dejándome sola”.
La evolución aquí es que nadie interviene desde afuera, la lucha es de ella con ella misma. Ha tenido la valentía de arrojarse al río. En el tercer conjunto de poemas utilizará la imagen de “río adulto” para manifestar que ya no mira desde la orilla la correntada, sino va dentro de ella, es ella misma. Dirá “En otro tiempo/el de mis palabras/ liberadas a seda/sin más atajo que ese contraluz”. Allí nos habla de un desnudarse en la poesía, hecha de claroscuros, de ambigüedad como un vidrio esmerilado. De tal modo ocurre la liberación por la poesía.
En la cuarta parte, el poemario nos muestra alguien que asumió su dolor personal y se conmueve con el ajeno, “sentir el dolor del prójimo/con mi primera piel”. La pobreza, la crueldad, la intemperie de un universo hecho por un dios indolente al que nada le importa, los sueños que retornan a quienes se fueron, la persecución de esas presencias en la vigilia, el asco del mundo…
Y concluye, en el último poema:
“… imagino la cuerda que me suspende / en aparente oscilación // pero es el cosmos el que gira/ tensando mi soga”, la vulnerabilidad y el dolor ya no provienen de las circunstancias personales, de los conflictos heredados ni de las luchas internas, “es el cosmos” quien impone los desafíos. Es la realidad de estar vivo la que trae consigo los límites.
La experiencia hace un salto de lo psicológico a lo existencial, lo filosófico. El punto se ha convertido en línea en fuga. No hay un elemento amenazante, ni una rebeldía puntual de la poeta, sino una línea, una disconformidad estructural que escapa de la cotidianidad y conquista una perspectiva mayor. La rebeldía/poesía no resistirá las imposiciones de la educación o las injusticias sociales del mundo. En cambio, será una resistencia contra la misma condición mortal de lo vivo “toda esa muerte en la nuca persigue”; contra la caducidad y la imperfección de todo. Esa línea, esa seguidilla de oposiciones ante todo aquello que duele, incomoda o se siente injusto, por la palabra, se manifiesta. Se titula como “línea” en la medida en que, como una línea, se escribe. Y “en fuga”, porque es la huida al infinito donde sí será posible lo ilimitado y eterno.
La poesía es la que permite resistir lo que no se puede remediar, por eso tiene su mirada fijada más allá. Los últimos versos lo suscriben:
“Y pienso el corte final/y/sospecho/ el vuelo indefinido/lo que creo que es dios/última resistencia una línea de fuga”.
No sólo hay hondo significado en este libro. Su forma es sutil, ambigua y refinada. En suma, resulta una invitación a la poesía que promete experiencia estética de gozo seguro.