En La Odisea,
Homero recoge episodios y personajes que ya habían registrado y difundido los
mitos por vía oral. Una de ellos es la figura de Circe. En efecto, en el Canto X de la epopeya, se
presenta a la hechicera como oponente y luego ayudante de Ulises en tránsito
hacia su Reino (Ítaca).
Circe es una maga, cuya particularidad no es la posesión de
la magia (que otros tantos héroes y dioses poseen) sino el modo extraño de
utilizarla. Cierta perversión hace que Circe aplique los hechizos sobre sus víctimas,
con verdadera cobardía. Basta que Ulises desenvaine la espada y la amenace de
muerte para que ella, que es inmortal y no tiene por qué temerle, retroceda y
acepte la potestad del hombre.
Si Odiseo lo sabe al momento de verla es porque Hermes, mensajero
de los dioses, lo intercepta en el camino hacia el palacio y le revela en qué
consisten los engaños de Circe, cómo repeler los efectos de sus brebajes con
una hierba que crece en la región, y qué acciones debe realizar para asegurarse
de que libere a sus tripulantes.
La diosa dedica sus horas muertas a dar hospitalidad a los
viajeros y aprovecha la oportunidad para divertirse un poco con sus artes
mágicas.
Julio Cortázar rescata este aspecto apenas deslizado en La Odisea, y escribe un cuento llamado “Circe”
que se inspira en ella. Como en Los Reyes,
el autor de Rayuela invierte el mito
y observa las motivaciones de la agresora para convertir en cerdos a los
tripulantes de Ulises. El resultado es, además de original, revelador del psiquismo
de un personaje antiguo, como la misma narrativa.
El palacio de Circe está rodeado por una serie de criaturas
salvajes extrañas que, en cambio de atacar a los viajeros según su naturaleza
predadora, se les aproximan para elogiarlos. Al héroe esto le resulta
llamativo, hasta que comprende que no son fieras las que se cruza. Son hombres
reducidos a la condición animal por medio de la magia de la hechicera.
Cada víctima sufre mediante la bebida una transformación que
no hace sino desnudar su verdadera condición. Si se es un guerrero noble y
valiente, el encantamiento provocará la conversión en tigre, en león o en
cualquier gran felino. Pero si lo que constituye el espíritu de la víctima es
la codicia, el puro afán de saqueo en ocasión de guerra, entonces será
convertida en cerdo.
En rigor, en esa magia hay algo de verdad que se revela. Para
los códigos del texto homérico, quien vive sólo para la supervivencia merece estar
confinado a su naturaleza animal. Hay, detrás de la maldad de la diosa, un
elemento de justicia moral. De revelación y de juicio.
Los héroes también se degradan a la animalidad pero en un
grado de mayor dignidad. No obstante, unos y otros conservan en la memoria el
hecho de que han sido hombres, lo que les impide toda felicidad por más que no
les falte aquello por lo cual se desvivían antes. Ahora, perdida la libertad
para ejercer el raciocinio, sienten que han malogrado sus vidas humanas, dedicándolas
a lo único que todavía tienen y no acierta en hacerlos felices.
Detrás de este episodio que se cuenta resaltando los grados
del ser al estilo aristotélico, hay una enseñanza más sutil. Quien se sabe
hombre no puede estar satisfecho cuando la vida lo convierte en “cerdo”, una
metáfora de quien se mueve sólo para los bienes perecederos. Y aun cuando se
vive con parámetros asociados a virtudes menos transitorias como el honor y la
fama (héroes felinos), la dignidad humana implica incluso aspiraciones más
altas.