El circuito de la poesía
En el ámbito de La Pampa se produce mucha más poesía que
narrativa o dramaturgia. ¿El motivo? Lo desconocemos. Quizá el paisaje y esa
sensación de soledad e intemperie que constituyó nuestra primera identidad
hayan suscitado más este lenguaje que otro. Tal vez la estridencia de la
Naturaleza en su llana resignación haya ganado la partida, a diferencia de los
afanes de las grandes urbes que se piensan a espaldas del paisaje.
Lo cierto es que los códigos líricos son diferentes. Al
teatro le interesa cumplir una función apelativa, que llame al espectador a
dejarse transformar por medio de la catarsis. A la narrativa, contar hechos, reales
o no, o crear un mundo total y paralelo
al de la realidad. Pero la poesía es otra cosa… No se trata de contar, ni de
provocar catarsis. Es la función emotiva la que prevalece. Y el oído resulta el
más herido de los sentidos.
Un ritmo, un uso cadencioso de la palabra acerca la lírica a
la música. Es que ambas están emparentadas indisolublemente. Por ello llamamos
“lirics” a las letras de las canciones. El origen de la poesía fue un recitado en
compañía de la música de la lira. De allí, la denominación.
Las letras de las canciones son poesía.
Aunque no compremos libros de este género, lo consumimos sin
saberlo, permanentemente.
En las prioridades de la poiesis poética, que suene bello
está incluso por encima de que el texto sea claro, lógico o comprensible. No
obstante, opera sobre una imaginación especialmente plástica.
Es una evidencia la belleza sonora que busca el poema. La
percibimos de inmediato. Pero, si la palabra está formada por un sonido asociado
a un sentido, la belleza en el sentido depende de las imágenes desplegadas en
la imaginación del lector a partir de la lectura o la escucha del poema.
Al reflexionar sobre los mecanismos de la poesía, podríamos
ilustrar sus momentos como si se tratara de un circuito de causas y efectos.
¿En qué consiste? En principio, ocurre un proceso de metaforización del autor,
el poeta toma una imagen para retratar su mundo interior. Esa imagen queda
cristalizada en el poema independientemente de la circunstancia que llevó al
autor a sentir aquello que la imagen retrata.
Es cuando emerge el símbolo. Cuando el lector recibe ese “símbolo”
despojado de experiencias toma la imagen y tiende a re-metaforizarla con su
propia experiencia.
Pongamos un ejemplo: Supongamos que el poeta recuerda un
verano de su infancia en que observaba una sudestada por la ventana de algún
edificio costero. Al regresar de vacaciones, su familia se derrumbaría por la
muerte inesperada de uno de sus miembros. Décadas después escribe un poema en
el que habla de un mar embravecido, que para él representa una especie de
presagio de pérdida irremediable.
La poesía no se explica. Esa situación subjetiva que dio
lugar al poema no se revelará. Aunque sí estará intacta la descripción de un
mar tormentoso. Al arribar a las manos de un lector, la imagen de las olas
furibundas llegará como un símbolo que pronto la sensibilidad del receptor
convertirá en aquello que, desde su experiencia, puede identificarse con el mar
embravecido. Una discusión enardecida con su pareja, una enfermedad que lo
acecha, o lo que fuera...
Cuando el lector lea por primera vez el poema se maravillará
frente a la pericia del poeta para leer y describir su estado interior. Se
preguntará qué inspiración pudo soplarle al oído exactamente lo que siente uno
de sus lectores (él mismo). “Parece haber sido escrito para mí”, se dice. Y
esta admiración se debe a la ambigüedad del símbolo y la naturaleza abierta de
la poesía. El lector vuelve a metaforizar la imagen y la carga de su propia
experiencia. Es el momento en que se cumple la función emotiva que mueve del
mismo modo al lector cuanto movió al poeta al ser escrita. Ese encuentro de dos
espíritus es el milagro de la poesía.
En la medida en que el poeta tiene genio, mayor grado de re-metaforización suscitará en
los demás su creación. Cuando el artista es infecundo o excesivamente prosaico
produce esas frases unívocas y, por tanto, muy poco poéticas. Los “pingüinos en
la cama” para hablar del enfriamiento de una pareja, los juegos absurdos de
poner en alquiler “el cuarto creciente de la luna” o “tu reputación son las
primeras seis letras de esa palabra”, insuperable en su mal gusto. Esas fórmulas están tan lejos de la poesía
como de la física cuántica. Si la musa tiene piel de naranja o un humor
hormonal irritable es riesgoso poetizarlo. Habrá que lograr enormes habilidades
para convertirlo en algo bello de ser imaginado..
“No consigo respirar/ Hago apnea desde el día en que no
estás/Caigo hasta el fondo del mar, arañando la burbuja en que no estás…”
Estos versos que pertenecen a Ricardo Arjona, alguien que
vive de su poesía y de su música, no parecen convocar ni la belleza del objeto
descrito, ni la locuacidad del poeta. En las antípodas de eso, dice Borges:
“¿Quién es el mar? ¿Quién es aquel violento/y antiguo ser
que roe los pilares /de la tierra y es uno y muchos mares /y abismo y
resplandor y azar y viento?”
Vaya aquí un homenaje a los poetas que nos arrancan la
emoción estética porque han sabido donar sus imágenes para que los lectores
escriban, en idénticas palabras, su propia historia.