Mito de Perséfone y
Hades. Una lección de sintonía.
Hemos dicho ya que los mitos son “historias verdaderas
narradas en lenguaje metafórico”. Pues bien, cuando la observación del paisaje
fue despertando en el hombre la certeza de que ningún estado de la naturaleza es
permanente, sobrevino la idea de que la vida está hecha de momentos diferentes
y sucesivos que, al llegar a la última etapa, vuelven a empezar. Comenzaron así
a gestarse explicaciones metafóricas, con las que pudiera enseñarse que nada es
estable y definitivo, sino que se altera permanentemente aunque sin dejar ser
lo que es. Nada menos que la discusión que luego emprenderían Heráclito y
Parménides en su labor filosófica. Con
el propósito de transmitirlo a las nuevas generaciones, irrumpieron los mitos
que sondean este asunto. El mito de
Perséfone y Hades o, en el panteón romano, de Plutón y Proserpina, debió nacer en
ese proceso y ayudó durante generaciones a explicar la sucesión cíclica de las
estaciones del año.
Cuenta la historia de
la diosa Demeter, dadora de fertilidad al mundo, que un día su hija Perséfone, fue raptada al
modo antiguo, para ser desposada. El
autor del secuestro fue Hades, el dios del inframundo.
Su madre la buscó en vano hasta que descubrió quién la
tenía. Una norma sagrada dictaba que quien probara la granada, el fruto del más
allá, tendría vedado regresar a la vida. Y Perséfone se había deleitado con
muchas granadas antes de que su madre le reclamara a Zeus la intervención. Por
evitar mayores problemas entre sus dos hermanos (Demeter y Hades), Zeus hizo la
vista gorda ante aquella norma. Y logró un acuerdo beneficioso para las partes.
Acordaron que Perséfone acompañaría a su esposo en el inframundo la mitad del año, mientras que Demeter la
tendría junto a ella la otra mitad.
Cuando la joven partía con su esposo hacia el Tártaro,
Demeter se entristecía a tal punto que ya no daba frutos, no enviaba la
fertilidad a la tierra. Las hojas se caían de los árboles, la naturaleza se
ponía mustia y parecía morir. Pero al anunciarse la vuelta de Perséfone, Demeter concedía a los hombres y al mundo la
promesa de plenitud, el tiempo al que llamamos Primavera, y luego, la plenitud
misma, el Verano.
Está claro: el mito es un modo didáctico de enseñar la
alternancia de las estaciones del año. No obstante, no se queda allí su
lección.
En rigor, si aplicamos los tiempos del mito a nuestra propia
experiencia, también será posible ver la dinámica que describe el rapto de
Perséfone.
Las sociedades contemporáneas aceptan como verdad
incuestionable que el tiempo perfecciona las cosas y, en tal caso, sólo le es
dado avanzar. Algunos, por el contrario,
sienten que la humanidad no hace más que degradarse, con lo cual sólo puede
retroceder. Aunque opuestas, ambas miradas suponen un tiempo lineal, una flecha
hacia el futuro o una hacia el pasado. Pero una flecha sin desviaciones, sin
curvas, sin fluctuaciones.
En cambio, según el mito de Perséfone la dinámica de la vida
es un ciclo, la sucesión de momentos ascendentes, periodos de afianzamiento en
la altura. Y otros descendentes, sumados a aquellos de tránsito en el llano.
Luego, volver a comenzar.
También nuestro sentir, nuestro psiquismo y experiencia se
describen mediante esos ciclos. Quien
crea en una felicidad creciente sin conflicto cree en una utopía.
Así como los hombres que escuchaban el mito conquistaban una
sabiduría que los hacía vivir en calma los tiempos de otoño e invierno, gracias
a la esperanza de que llegaran los buenos, tampoco se envanecían cuando venían los ciclos
de abundancia. Al fin y al cabo no podría retenerse la bonanza más allá de lo
que la “Naturaleza” dictara.
Igual ganancia podríamos
tener hoy si comprendemos, por medio del mito, que los dolores no duran para
siempre. Ni los buenos tiempos detendrán su partida.
Eso sería la sabiduría, que nos hace “sintonizar” con la
vida.