jueves, 17 de mayo de 2018

La vía de la Belleza en Leopoldo Marechal


Leopoldo Marechal
Nació en 1900 en Buenos Aires y murió el mismo mes en que cumplió 70 años. Acababa de entregar a la imprenta la última novela: Megafón o la Guerra. Fue maestro de escuela, bibliotecario y funcionario público. Pero se destacó mucho más como poeta, escritor dramaturgo y ensayista. Es, sin dudas, uno de los grandes hombres de nuestras Letras. Clásico y vanguardista, rescató toda la tradición occidental sin jamás haberle dado la espalda a su patria y a su tiempo. Un católico devoto cuya actividad y compromiso político le granjearon alternativamente el crédito y el descrédito al ritmo en que se sucedían las vicisitudes políticas y la convulsión que atravesó los años en que escribió.
Su obra es vasta y convida a tomar cualquier aspecto como vía de acceso, porque tiene la virtud de una profunda coherencia instaurada como única raíz. Marechal hubo de trazar una estética que explicitó en un libro llamado “Descenso y ascenso del alma por la Belleza”.  En él despliega la cosmovisión y el fondo espiritual en que todo se sustenta. Por ello, constituye una lectura fundamental para descubrirlo.
La Belleza
El texto está consagrado a explicar una dinámica que ocurre en torno de la Belleza, el corazón de su obra. Marechal abreva en una serie de autores de la tradición neoplatónica, especialmente aquellos que se suponen nucleados en una “cofradía”, hermandad secreta a la que llamaron “Fedeli d’amore” (Fieles de amor). Dante Alighieri, Guido Cavalcanti, Giovanni Boccaccio y Giovanni Cavalcanti, Marsilio Ficino, entre otros.
La Belleza no constituye para él ni para ninguno de esos autores, algo que simplemente recrea la vista. No es ni remotamente una frivolidad. En cambio, se trata de una cualidad de todo lo existente que revela su origen. Todo es, en diferentes grados, bello. Incluso aquello que observamos como “feo” posee algún grado de belleza, porque ya desde la condición de ser, se es, en alguna medida, bello.
El gozo que despierta en el espectador lo bello se debe, para ellos, a que toda Belleza descubre y promete algo verdadero.
Santo Tomás de Aquino señala que existen varios caminos que conducen hacia lo trascendente.  La Belleza es una de las cuatro vías por las que se puede ascender a Dios, según reza la teología católica. Porque si algo es bello, es porque recibe el “esplendor” de quien le ha dado vida. Así, toda Belleza proviene del Creador y nos habla de él. Esa fuente es infinita como lo son la de la Verdad, la de la Bondad o la de la Unidad. Y por cualquiera de ellas es posible acercarse a Dios.
Pero Dios,  de donde proviene lo creado, es también identificado con el destino. Es el alfa y la omega.  En términos más personales, lo que el Creador ha puesto como don en alguien es la vía por la cual podrá realizarse en su destino. Algunos han recibido el don del arte y emprenden el camino de la Belleza, que será la vía por la cual cumplirán su ascenso. Entonces, no se trata sólo de inventar historias, de escribir poemas que suenen lindos. Es el gran camino interior que  transforma y perfecciona el que se realiza al crear belleza.
Dante Alighieri
Dante Alighieri es el emblema mayor de este tipo de creación que se torna una vía ascensional. En La Divina Comedia se narra un viaje que hace el protagonista, el mismo “Dante”, por las tres regiones del trasmundo. Infierno, Purgatorio y Paraíso. De ese modo, realiza su camino de purificación y ascenso.  Lo hace como personaje, atravesando esas regiones y como autor, escribiendo esa “fantasía”. El motor de toda la travesía es el amor de Beatrice Portinari, una dama que lo enamoró a los nueve años de edad y murió antes de que Dante tuviera la oportunidad de declararle su amor. Si cuando la vio en la calle a los dieciocho años ella ya era la Belleza con mayúsculas para él, entonces, muerta ya, el poeta la elevó a la categoría de ángel protector y es quien promueve su viaje purificador.
“Ginesofía”
Marechal reconoce la misma centralidad de la mujer en sus productos literarios y la denomina “Ginesofía”. Será una mujer real, con nombre y apellido: Solveig Amundsen en Adán Buenosayres, Lucía Febrero en La batalla de José Luna,  Thelma Foussat en Megafón o la guerra… Sin embargo, su figura convocará valencias que la exceden, ya que la idealización que le despierta esa hermosura física va llevando al poeta a asignarle todas las virtudes deseadas y en grado sumo. Por eso se convierte, más que en una criatura bella, en la Belleza Plena. Total.  Esta atribución es sólo el engaño del arrobamiento estético o­, en lenguaje popular, del “enamoramiento”.  Su humanidad no podría contener todo el concepto de Belleza porque lo infinito no puede caber en lo finito. Y ella es sólo una mujer. La dama física sólo splende, “participa” (para el poeta, en un grado mayor que otros seres) de la Belleza Increada y por tanto se torna un flechazo que permite intuir y amar por su intermedio la Belleza en Grado Sumo. Por eso, Solveig, y cada mujer-rosa que preside la literatura de Marechal, no es sólo una mujer con nombre y apellido, una dama literal, física, tangible. Es eso y a la vez, una flecha al infinito. Es un símbolo que reúne su realidad física con aquello invisible a lo que remite. Aunque no sea ni remotamente el blanco al que se dirige el deseo mayor, es la flecha que permite intuir su fuente.
Pero el sortilegio del enamoramiento pronto llegará a su fin. La ilusión de haber hallado en una sola creatura todo lo anhelado se rompe más temprano que tarde, en las relaciones que se consuman. La Belleza que logra poseerse se descubre en su limitación, en sus defectos.
En Adán Buenosayres, el protagonista escribirá una confesión de amor titulada “El cuaderno de tapas azules” y la pondrá en manos de su amada. Ella, con desprecio y futilidad, le permitirá entender en su actitud que no es a Solveig a quien ama, sino a la “Solveig” perfecta, noble e imperecedera. Adán se sentirá rechazado y comenzará su decepción. 
La iluminación
Luego, verá repentinamente muerta a la amada. Y entonces la pensará como “la niña que ya no puede suceder”, con quien no habrá futuro posible ni consumación. Al percatarse de que ya no podrá  unirse físicamente a ella, la izará a la categoría de ángel.  Adán comprenderá que su figura ha sido sólo una chispa que la Luz Eterna desprendió con el objeto de ser descubierta. Para que el hombre comprenda cómo se ama con el espíritu. Habrá otras bellezas encarnadas, igualmente prometedoras y decepcionantes. Pero la vocación del alma sólo podrá saciarse completamente en el Amor más alto, el de la criatura con el Creador.
Dicha concepción, que a primera vista parece desmerecer el amor entre hombre y mujer, al contrario, lo dignifica. Lo convierte en una intuición del Amor infinito, una promesa a pequeña escala de lo que aguarda en grado sumo. Allí, en la omega, no habrá hombre y mujer. El Amor será entre el Creador y la criatura “Porque en la resurrección ni se casarán ni se darán en casamiento, sino serán como los ángeles de Dios en el cielo.” (Mateo 22:23-30). Esto explica los símbolos que en el lenguaje religioso refieren al amor entre Dios y el hombre como un matrimonio. El novio es Cristo, la novia, el conjunto de sus fieles. Lo mismo es posible observar en los poemas del libro bíblico “Cantar de los cantares” en que la relación entre los esposos es imagen del Amor entre criatura y Creador. Y cuando Marechal apode a la heroína de su pieza teatral como “La novia olvidada” podremos adivinar quién es la novia y quién, el novio.
Descenso y ascenso
Pero si es necesario amar, tender y decepcionarse para reconocer la naturaleza del verdadero deseo, entonces la belleza visible se convierte en una escala por la que hay que descender para “ver” la incongruencia. La reivindicación de la caída es otro elemento característico de la obra marechaliana.
Después de haberse perdido, el alma volverá a su centro, reconocerá su verdadera vocación y retomará la escala hacia arriba, hacia lo digno de ser amado sin límites. Así es como, por la Belleza sensible, será posible remontar hacia la Belleza Primera o Invisible.  
Los Fedeli d’amore, de quienes bebe Marechal, ponderaban a “Madonna Intelligenza”, un modo de nombrar  la sapiencia que confería la travesía estética que acabamos de describir.  La comprensión de que, como en tantas otras cosas de este mundo, no será posible hallar la perfección aquí. El alma infinita seguirá deseando un Amor más alto, y algún día, en su regreso al origen, habrá de experimentarlo.
Esta “inteligencia”, ese “saber” no se conquista con el ejercicio de la razón sino que sólo se conoce por el Amor. Por eso su vehículo es el de la Belleza y “Fieles de amor” serán los que descubran esta sapiencia y vivan teniéndola por guía. Marechal ha sido uno de ellos. Uno de los que supieron caminar hacia la fuente de todo lo Creado, hacia la Fuente de toda Belleza.