miércoles, 21 de septiembre de 2016

La recuperación del pensamiento mítico-religioso. De Rubén Darío a Leopoldo Marechal.



“El Coloquio de los Centauros” del poeta nicaragüense Rubén Darío, es un poema narrativo de indudable inspiración clásica, cuyos protagonistas son una tropilla de centauros que ofrecen, en su conversación, una serie de visiones filosóficas que atañen a la naturaleza, el amor, la belleza y la muerte.
Crisis occidental.
Si bien a simple vista la temática mítica en el poema de Darío podría atribuirse a la influencia parnasiana, los alcances de la significación que se le otorga al mito aquí escapa por mucho a una reedición meramente estética, como suele ajustarse al gusto parnasiano. En efecto, el parnasianismo, principal reeditor de la literatura antigua, no se plantea el objetivo de rescatar y  transmitir el saber medular que contienen los mitos. Por el contrario, se apega a lo que tiene de lógica aristotélica y de apolínea la reminiscencia clásica. En Darío, a diferencia de lo que ocurre en los poetas parnasianos, ni el arte por el arte mismo, ni la primacía de lo racional, la poesía despersonalizada o la frialdad estética son características del “Coloquio de los centauros”. No se trata aquí simplemente de tópicos, sino de la revelación de una profunda tradición con implicancias hasta místicas.
Tanto Rubén Darío cuanto Marechal, quien continúa y plenifica en “El centauro” la intención dariana, proponen el mito no sólo como representante de toda una  tradición, sino que esa recuperación se extiende a salvar una cosmovisión pero también un modo de conocer utilizando plenas las potencias humanas.
“Sabido es […] que el Occidente otorgó primordial desarrollo a la ciencia y la técnica relegando el saber intuitivo, la sabiduría de los pueblos, que se refugió en las artes, en la literatura, en suma en la poesía.[…] A comienzos del Siglo XX, algunos filósofos empezaron a postular el rescate de esa facultad olvidada, la intuición, ligada a la percepción, a la memoria, la afectividad, el sueño, la imaginación, es decir las facultades no racionales, ya estudiadas entonces por las ciencias psicológicas.”[1]
Rubén Darío se hace eco de la crisis del mundo occidental atrapado en el cientificismo y el racionalismo extremo, que niega, desconoce y sepulta una parte fundamental del sujeto. La necesidad de restaurar la posibilidad de conocer a través de la intuición, la imaginación creadora, el pensamiento analógico explica en última instancia “El Coloquio de los centauros”.  
Razón poética
Darío halla en la literatura anterior los rastros de una tradición que privilegia ese tipo de pensamiento. Platón, Plotino, Dante Alighieri, Petrarca, los neoplatónicos, poetas del Siglo de Oro español como Góngora, el simbolismo e incontables autores de diversas épocas son vehículo eficiente de una mirada acerca del hombre y de la poesía que Darío intenta recuperar en este poema.  Lo que se propone rescatar no es simplemente un artificio literario. Para esta tradición, la poesía no es el mero acto de escribir. La mirada poética precede en mucho la “tecné”, el ejercicio  de crear artísticamente. Poetizar no es jugar sino conocer. Es un modo de percibir, de “develar”.
En efecto, el pensamiento poético conoce, no traza fantasías. Es, en sí mismo  el lenguaje primigenio de la humanidad, el más connatural, su primera forma de indagar el mundo circundante y el propio ser. No discurre por la razón, sino avanza por analogías.  El mito es expresión de este tipo de pensamiento. Las religiones se sustentan también en el modo de percepción analógico para transmitir y aprehender  la verdad, cuestión que retomaremos al hablar de Marechal.  En la visión de Graciela Maturo, sería un retorno al “nous”:
“Se trata de despertar aquella porción de vida desinteresada de la inmediatez, de los intereses concretos de la subsistencia, e incluso del conocimiento científico, admirable y deseable. El poeta frecuenta otras escalas que atañen a la simbólica del mundo dado y a su relación personal con lo físico y metafísico. Habitante del cosmos, alienta la vocación de leer en él y de interpretarse a sí mismo.”[2]
En este sentido, Arturo Marasso registra el conocimiento directo que tiene Darío de la tradición que sostiene esta visión:
“El diálogo filosófico de los Centauros le fue probablemente sugerido por El banquete de Alejandría, diálogo en prosa de filósofos neoplatónicos y gnósticos de Poemes et Reveries d’un paien mystique, la naturaleza alejandrina y gnóstica de los temas es la misma. En los escritos en prosa de estos Poemas están tratados temas que Rubén estudiará para llevarlos a sus Coloquios. Al comienzo del diálogo de Ménard se evoca la ausencia de Plotino; este gran filósofo está presente en la doctrina del Coloquio de Darío.  Lo ha estudiado en la traducción de Buoillet o lo conoce por citas tomadas de esta traducción. Lo que no admite ninguna duda es que desde esta aproximación a Plotino y a la filosofía alejandrina su poesía cambia enteramente en lo que podríamos llamar la estructuración de sus mitos.” [3]

Temas de la Tradición órfica
Un estudio acerca de la presencia del esoterismo en el poema de Frans van den Broek Chávez[4]  enumera varias concepciones propias de esta tradición que se manifiestan en el Coloquio. Entre ellas, el esquema del viaje de peregrinatio ad Unum, es decir, de viaje desde lo múltiple hacia el Uno, o principio Divino. La correspondencia que atraviesa el mundo visible y el invisible, donde cada criatura es manifestación  en distintos grados del principio divino (Uno)  que les ha dado origen.  La presencia del sabio-poeta-profeta como mediador de verdades que están presentes a los ojos sensibles aunque invisibles al hombre inmerso en las cosas mundanas. Ese plano intermedio entre lo celestial y lo visible que aparece en Platón y los neoplatónicos como “anima mundi” o nombrado por los místicos del Islam como “mundus imaginalis” estará disponible para quienes despierten a este plano en una especie de “iniciación” espiritual, que entre otras cosas implica la aceptación del límite humano, la entrega a un saber que no puede explicarse con las fuerzas de la razón, la intuición de un misterio y el respeto profundo por su inescrutabilidad.  El sabio-poeta será a la vez informado por ese saber, y transmisor para que la tradición se conserve.
Un elemento que también consigna el estudio es la presencia de la figura del caracol que es no sólo seña de esta tradición, sino profunda cifra de ella.
“Aquí cabe traer a colación la consabida influencia del pitagorismo esotérico en la visión del mundo de Darío, lo que ha sido bastante estudiado, y que confirman la parición de elementos que lo refieren, como la lira eterna, la música del cosmos, la pauta, y, al final de la estrofa, la harmonía, sin dejar de lado el mar mismo con sus cíclicos movimientos y su sensibilidad para con los ciclos lunares, de manera que funge también como afirmación de la ley de correspondencia en el cosmos. Asimismo, luz y sonido se reflejan mutuamente en el caracol que rasga el reposo musical de la Isla y la sirena que busca el sol y el día (rimando con harmonía) claro de un ambiente helénico.”[5]
Por otra parte, el texto parece reproducir una dinámica de oleaje, se adelantan los temas y se desarrollan a continuación, para luego refutarse o confirmarse y plantear un nuevo concepto.
Espiral y oleaje
En este sentido, y sin extendernos sobre la imagen de la espiral, tanto espiral como el oleaje del mar son imágenes que suelen atravesar las estructuras narrativas de las obras pertenecientes a esta tradición. Y el Coloquio no es excepción: el diálogo reproduce una búsqueda que va haciendo conquistas de a poco, con avances y retrocesos, como el oleaje del mar. Así, Abantes inicia su parlamento con la Palabra “Himnos” y habla de las correspondencias, y Quirón retoma el tema iniciando una vez más con “Himnos” y completa la idea diciendo que en cada átomo hay una cifra del Enigma. Con el mismo esquema Folo introduce el tema de la tentación sensual, Neso lo revela en extremo al decir que el Enigma de la belleza nos pierde, pero Quirón rescata la Belleza; luego Eurito y Odites la enaltecen, Hipea retorna a verla negativa, Clito introduce al poeta como su intérprete, Grineo continúa la idea, Caumantes propone que la Belleza es símbolo de algo más,  Quirón vuelve a decir que sobre la tierra todo tiene ánima, etc…

El “Argonauta”
En la primera estrofa se hace referencia a una isla adonde arriba el argonauta del inmortal Ensueño.
La referencia al “argonauta” recuerda necesariamente a Jasón, el héroe griego, quien persigue al célebre “vellocino de oro”. Según Jung, el vellocino de oro representa la conquista de lo que la Razón juzga imposible. Es decir, desde las primeras líneas del poema es posible vislumbrar los alcances del planteo de Darío cuando intenta esta “recuperación” de la tradición antigua: no se trata del rescate de “relatos” perdidos en el tiempo, ni de un impulso de cultismo, ni de un exotismo snob. En cambio, se trata de la propuesta de un pensamiento alternativo a la tiranía del positivismo, del racionalismo extremo, de un cientificismo que ha silenciado una dimensión del hombre y domina el pensamiento de la época.
Rescatar a los centauros es mucho más que recordar figuras surgidas de la metamorfosis de Ovidio, o manifestar un gusto por el imaginario parnasiano. Es, para Ruben Darío, salvar del olvido no sólo el humanismo perdido, sino concederle la voz a la región humana que la cultura ha silenciado hasta negarla. Tal es el pensamiento intuitivo, la dimensión espiritual.
Nave del ensueño.  
Al comienzo del poema, el navegante parece viajar en un vehículo extraño: el “ensueño”.  Y el  acto de “ensoñar” devela la potencia de la imaginación, o tal vez, el ejercicio de la creación artística. La imaginación, actividad por excelencia intuitiva y espiritual y que escapa del terreno de la Razón aparece en el poema como el vehículo, el “Ensueño”.
Con ella llega a una isla donde se oyen las “eternas liras”, esa isla coincide con el sitio donde el tritón elige su caracol sonoro (espiral) y la sirena ve al sol.  Se trata del sitio de la sapiencia, quizá se aluda aquí a aquello que Graciela Maturo rescata al recordar la distinción que hacían los griegos entre el nous y la diánoia.
“El nous era el conocimiento más profundo y directo, una suerte de visión interior que daba acceso a verdades profundas; era el saber intuitivo, conectado con la vida. La diánoia era una razón segunda, que de aquellas certidumbres extraías otros desarrollos útiles para avanzar en el conocimiento objetivo.”[6]

Centauros: la voz de la razón poética
La voz de los centauros resuena ante la tierra y el mar.  La importancia que se le concede al sonido que provocan con su canto parece sugerir  el papel de los poetas y creadores en el mundo.
El papel del poeta en un mundo imbuido en el cientificismo, en un positivismo que ha dejado olvidadas las potencias de la imaginación, los misterios de la vida, la dimensión trascendente, es un gran desafío. Es preciso “callar las bocinas gratas a los tritones”, “callar las sirenas de labios escarlatas”, para recuperar aquello que la poesía grita: la gloria de la Belleza que nunca se marchita, la supervivencia del “terrible” misterio de las cosas.
“…digamos
junto al laurel ilustre de florecidos ramos
la gloria inmarcesible de las Musas hermosas
y el triunfo del terrible misterio de las cosas.”
Entonces, cuando los centauros,  representantes de una raza auroral, de un modo de concebir más primigenio, anterior al imperio de la razón, cantan y estremecen la tierra, renacen los lauros, vuelve la lumbre y despierta Quirón a cantar la verdad más alta, porque es él el poseedor de la sabiduría. “¡Padre y Maestro excelso! Eres la fuente sana de la verdad que busca la triste raza humana”.

Quirón. Conquista más alta de la razón poética.
El Centauro Quirón, catasterizado, es decir, convertido en constelación, como Sagitario, se convierte en la fuerza “de las iluminaciones de la mente, de las subidas interiores, mediante las cuales el instinto y el ego se superan y trascienden hacia lo sobrehumano.Este signo representa la sublimación: un centauro con los cuatro cascos plantados en el suelo, que se yergue ante el cielo, con un arco tensado en las manos y orientando su flecha en dirección a la estrellas, en la mayor apertura al universo. Corresponde a la sabiduría más alta que inserta a las criaturas al universo, y a las fuerzas que le dan vida.
 “Mi padre fue Saturno”, dicho por Quirón, se refiere a la condición de nacido en el tiempo.  Sólo para las criaturas es necesario este conocimiento oscuro que permite ver lo invisible a través de lo visible. En la eternidad, no sería precisa esta intuición de verdad, porque la verdad será luz plena, y no chispa o luciérnaga, simple splendor.
El nombre griego de “Cronos” es el que revela el sentido simbólico de la figura mítica: se trata del tiempo. Todos los seres mortales han nacido en el tiempo y el tiempo los devora como padre, tal como Cronos devora a sus hijos.
La referencia al tiempo también postula a Quirón como un conservador y transmisor de la sapiencia, que no le pertenece sino que ha sido heredada y practicada (en ocasiones,  en ámbitos recoletos) de generación en generación, de siglo en siglo.
El centauro Folo hace una ponderación de Quirón y revela en ello su genealogía.  En efecto, entre estas criaturas mitológicas, de anatomía mixta ─caballo y hombre─, resalta uno que encarna la sabiduría plena. Se trata de Quirón, quien en la mitología griega, había sido el educador de Aquiles y Esculapio, en áreas como la música, la medicina, la poesía y la cinegética. Pero su valor mítico no se manifiesta hasta que Hércules lo hiere con una lanza. Quirón, el centauro que ha vencido su naturaleza bestial y posee la sabiduría, es capaz de curar a todos excepto su propia herida.  Y este hecho, esta flagelación constante, lo lleva a desear la muerte. Otro héroe benefactor de los hombres, Prometeo, será quien lo libere de su tormento y le obsequie su propia mortalidad.
Quirón, Hijo de una nube, “comprende de la altura”, está familiarizado con “la banda de Iris”.  El arco iris es, simbólicamente, un puente que une la región celeste con la tierra. Los colores de esa banda se identifican también con las virtudes humanas. 
Quirón también es identificado con la libertad, y además posee un oído sutil, es capaz de oír rumores que el resto no descubre. Esa percepción especial se asocia en el orfismo con la capacidad de oír voces que provienen del trasmundo, de una región que definitivamente rebasa los límites de la percepción humana.
Sus ojos también ven más allá. El centauro sabio puede recoger los frutos más altos, inaccesibles para quien no se vence a sí mismo. La introducción aquí de la figura del sátiro actualiza uno de los temas primordiales de la literatura mística. Se trata de la renuncia al amor bajo, a la entrega material a la belleza de una criatura como un acto inmanente, despojado de su espiritualidad. Los sátiros representan figuras apegadas a ese modo de vincularse con la belleza. Pero el hecho de que Quirón no tome más que los frutos altos, no se pierda en los cuerpos femeninos que atraen su instinto no significa que no lo tenga: “Pues en su cuerpo corre también la esencia humana”. Por eso se dice que su mirada, no inmune a las “curvas de las ninfas”, las acaricia. Y no es una belleza común la que observa, sino la fuente oculta, el centro mismo, el ideal de belleza.
Luego Darío hablará de la naturaleza del centauro. Pero en cambio de respetar la mirada tradicional y pagana, la que resalta la dualidad entre ser inmortal y criatura bestial, registra una triple constitución. Primeramente nombra una de esas tres corrientes, como “la humana”. Esta mención podría ser un guiño del autor para dejar en claro que al hablar de “centauros” está refiriéndose alegóricamente al hombre, a los hombres.
Una vez posados en el sentido alegórico, la triple constitución del hombre revela una concepción entroncada en el cristianismo. No será extraño debido a la formación religiosa del autor.
La bestia, imagen de lo corporal, “la savia divina” como manifestación del espíritu,  que es infinito, trasciende el ego, la voluntad personal y se entrega a los designios de un ser superior.  Pero también aparece aludida la “esencia humana” que en esta alegoría representa el alma.  El alma, ubicada entre el espíritu y el cuerpo, es la sede de la personalidad del hombre. El alma es un reducto inalienable, el cual ni siquiera Dios puede violar. Allí en el alma el hombre tiene todo el poder de decisión.
Esta concepción tripartita del Centauro Quirón es clave para reconocer el cristianismo en ciernes que trasunta el poema, por más que sea en apariencia un producto de la cultura pagana. Según plantea la doctrina católica, un hombre sin Dios tiene, normalmente, en función sólo el alma y el cuerpo. En cambio, uno que ha nacido de nuevo por el Bautismo puede volver al diseño original de Dios: espíritu, alma y cuerpo. La diferencia entre Quirón y los centauros restantes sea, quizá, la ordenación de su alma al espíritu, por ello prevalece en él la sabiduría, por eso “comprende de la altura”.
“Sus cuatro patas bajan; su testa erguida sube” Aquí aparece el paralelo simbólico que da la tradición pitagórica para decir un mismo concepto. Para la numerología pitagórica el cuatro corresponde a lo terrestre. La materia se manifiesta en cuatro elementos. Pero la “testa” o la cabeza erguida espiritualiza la materia, le da una conducción de acuerdo con lo que el “espíritu” dicta. El cinco es precisamente la materia espiritualizada, conducida por el espíritu.
Poeta Profeta
Otro tema típico de la tradición órfica que se introduce en el poema es el del papel profético del “vidente” identificado con el poeta, en este caso en la figura de Homero. Es el tópico del poeta-profeta. Es este vate quien podrá descubrir la sapiencia invisible en el mundo visible.

Mundo visible como Símbolo
Quirón responde con otros de los principios inspirados en el pensamiento esotérico que atraviesa la obra: se trata del mundo concebido como un símbolo. Realidad de corte literal, lo visible también manifiesta un orden del todo imperceptible por los sentidos. En lo visible se manifiesta lo invisible.
Por otra parte, la existencia de “mediadores” entre lo visible y lo invisible se alude en la mención de “el vate, el sacerdote”.  Detrás de esta figura de vate aparece en la tradición órfica el poeta quien “suele oír el acento desconocido”, suele observar en la naturaleza los signos y percibir los misterios.. No se trata de una capacidad adquirida, sino que el poema presenta al poeta como quien obtuvo con o sin merecimiento un don, un obsequio: “y el hombre favorito del Numen”. El “Numen” en la mitología griega refiere a un dios o una musa  que inspira al artista y “pone las palabras en su boca”. Pero también propone la existencia de quienes conducen o acompañan o inspiran la creación o este ejercicio de develamiento de los misterios de la vida desde el universo visible: “mentor, demonio o ninfa”.
Asimismo, la expresión “Cuando tiende al hombre la gran Naturaleza” parece dibujar un puente que va desde lo visible hasta la intelección del vate. La naturaleza es un símbolo cuya emanación sutil ─que los neoplatónicos llaman ánima mundi─ es posible inteligirse de la observación de lo visible por medio del acto creativo, de la imaginación. 

El enigma: el Uno
Más tarde, Orneo, uno de los centauros hará un planteo maniqueísta. Quirón denuncia el error de Orneo y propone que no hay bien o mal en la naturaleza de una criatura, sino que todas los seres manifiestan el Enigma de la Vida, al ser primero que en sus diversas determinaciones da vida a los distintos grados del ser. “Ni es la torcaz benigna, ni es el cuervo protervo:
son formas del Enigma la paloma y el cuervo.”

Luego, otro centauro completa precisamente que ése enigma es el que motiva todo ejercicio de la lira, toda creación poética. “El Enigma es el soplo que hace cantar la lira.”
El centauro Neso aporta una preocupación antigua que es, según él, el verdadero Enigma. Se trata del Amor. La mitología griega pone a Eros y a su madre Venus, ambos símbolos del amor sensual, en el origen de casi todas las realidades. Neso , introducido aquí como personaje, es un centauro mítico que intenta ultrajar a Deyanira, esposa de Hércules. El intento ocurre cuando el centauro cruzaba el río con la bella sobre su lomo. Por eso alude al “dulce perfume” que guarda su espalda. Pero Heracles lo ve a tiempo y lo asesina de un flechazo al corazón con una de las flechas envenenadas.

Splendor (Belleza y Ser)
Al equiparar la belleza con el misterio de las cosas, el poema propone otro tema de raigambre órfica y tradición neoplatónica: Belleza como splendor del Bien, del Ser.
La realidad, a diferencia de lo que se propone el positivismo, se niega a entregar su misterio, se cierra como una ostra para resguardar esa dimensión inatrapable, trascendente que si se ha adormecido, duerme a la espera de un intérprete que sea capaz de leer en el lenguaje de la metáfora, del símbolo y no el de la razón.  Porque sólo en el lenguaje de la belleza es dable percibir el misterio.
La razón poética, como la denomina María Zambrano, a diferencia de la Razón, no vulnera el enigma, no intenta penetrarlo, descomponerlo ni tornarlo un objeto utilitario. Su operar supone la contemplación, el humilde arrobamiento por la gratuidad de esa belleza. Eso requiere un acto de renuncia a tomar ese objeto, a utilizarlo para el placer, a apropiárselo. Es precisa la humildad de criatura para aceptar el misterio sin desear doblegarlo, plegarlo para amoldar su forma a las categorías humanas. Cuando la renuncia no se da, la ostra se cierra y se protege, el misterio se esconde y se pierde.
Quirón no reprende a Neso, sino que relata el nacimiento de Venus Anadiomena, nacida de la espuma del mar y de Urano, quien representa el Cielo.
Hipea denuncia la peligrosidad de esa belleza que unida a los instintos mueve el mundo de acuerdo con lo dicho por Neso. Esto que explicita Hipea está dicho indirectamente antes mediante la historia de cada uno de los personajes que reivindican a la Venus sensual. Ambos deben su perdición precisamente a ella. Hipodamía es la mujer que motiva la Centauromaquia, la batalla entre los centauros y los lapitas, tan célebre en la mitología por haber terminado con la raza de los centauros.
La referencia a Hipodamía y este episodio es muy significativa puesto que para los griegos la centauromaquia fue la dramatización de un conflicto entre el imperio de la razón, de la ley, de la civilización, y el de lo instintivo, lo salvaje, la barbarie.
En el contexto en que ocurre la recuperación del bagaje mítico por parte de Rubén Darío, la razón no sólo ha vencido los impulsos primeros, sino que ha aniquilado todo aquello que no sea su puro dominio. Quizá  por eso, detrás del recurso de darle voz a los centauros, el autor se propone postular que: A) primeramente, los impulsos, los apetitos son una realidad humana no extinguida que corre soterrada y sigue conduciendo el obrar de la humanidad aun cuando las culturas oficiales racionalistas (como fue en alguna medida la griega) pretendan ignorarla. B) En segundo lugar, que detrás de esas motivaciones “irracionales”, se esconden no sólo las tendencias tanáticas sino también percepciones de mucho mayor alcance que el del pensamiento racional. El imperio de la intuición, las cuestiones inexplicables para la fascinación empírica del mundo positivista, han sido identificadas con la barbarie simplemente porque son de corte no racional, pero que a esas iluminaciones se les debe las más altas manifestaciones de la cultura universal.
Hipea resalta, entonces, los males que desencadena la belleza femenina, y Odites le refuta recordando todas las gracias femeninas y sus bondades. Pero Hipea insiste en llamarle hermana del dolor y de la muerte. Es entonces cuando se plantea la verdadera polémica en torno a la naturaleza de la Belleza. Inserto en una tradición , Darío no ignora el planteo de Plotino y de los neoplatónicos, que proponen que la belleza, tal como dice Quirón sobre la naturaleza de la paloma y el cuervo  no es dañina o benigna. Sino que en cada ser existe un grado de belleza como participación de una Belleza primigenia, que da origen a la belleza encarnada.  Por el amor a la belleza visible es posible remontar a la invisible, o perderse en lo más bajo, convirtiendo las aspiraciones altas en la simple carnalidad.
Aquí cuando se menciona el “himeneo que el soñador aguarda” se está aludiendo a la superación de las divisiones de género a partir de la figura del andrógino, que está presente en esta tradición desde Platón en adelante. Según los neoplatónicos, la belleza visible debe ser un medio y no un fin, de tal modo que, llegado un grado de perfección del alma, apremia la superación de los apetitos por medio de la castidad y el himeneo entonces se produce entre el ser purificado y su Fuente de Vida.
Quirón ha logrado esta condición, por lo que puede transitar los cielos, por ello es el Centauro Quirón el maestro, el sabio, el único convertido en constelación: sagitario. Esto explica por qué Quirón no rechaza a Venus, a la belleza visible.
Laurel - Rosa
“Su galope al aire que reposa
despierta, y estremece la hoja del laurel-rosa.”
El mito que explica la irrupción del laurel en la fronda del bosque es el de Apolo y Dafne. Eros, burlado por Apolo se venga hiriendo al dios con una flecha de oro que lo hace amar de inmediato a la ninfa Dafne. Pero su venganza se consuma cuando hiere a Dafne con la flecha de plomo, que comunica no el amor sino el odio. Al instante, Dafne repele a Apolo y huye.  Él la persigue, pero ella logra convertirse en un árbol de laurel antes de que él logre atraparla. La elección de Dafne representa la renuncia al amor carnal y la asunción de un destino que se relaciona con la superación de los apetitos. Dafne se convierte en laurel para evitar ser tomada por Apolo. Esta referencia al laurel transparenta la identificación entre eludir el amor carnal o amor descendente y el florecimiento de la belleza en su faz de vehículo trascendente, de medio hacia la ascensión.
Este mito ha sido interpretado como un enfrentamiento entre la virtud —Dafne— y los deseos sexuales —Apolo—. Mientras Apolo persigue a Dafne lujuriosamente, ella se salva a través de la metamorfosis y el confinamiento a un árbol de laurel, que puede considerarse como un acto de castidad eterna.  El árbol, como símbolo, expresa precisamente el destino ascensional y solitario del alma hacia la belleza primera.
Y la rosa, por su parte, representa para esta tradición mística el punto más medular de la Belleza creada, es decir, la Belleza en su más alta realización. La rosa mística del Paraíso dantesco, las rosetas de las catedrales góticas son prueba de esto. La identificación entre el laurel y la rosa es un modo de anticipación al conflicto que luego se verá en el contrapunto entre Hipea y Quirón.


Justificación del mal y la caída
Cuando Caumantes habla de la complejidad de una  Naturaleza que mezcla lo bueno y lo malo, lo salvaje y lo ordenado, introduce otra concepción de la tradición que consiste en la necesidad del mal para la manifestación plena del Ser.  Este misterio se manifiesta en la figura de la catábasis en el caso de Homero, Virgilio, Dante y tantos otros.  Si el mismo Quirón no hubiera transitado su propio dolor y pequeñez, su sabiduría no habría sido completa. Cuando Darío dice “el monstruo, siendo símbolo, se viste de Belleza” está revelando que la realidad posee un sentido simbólico en el que el mal mismo cobra una justificación que a simple vista no conocemos. 


Correspondencia: participación de todo en el Uno

El animismo es una tendencia que data de tiempos muy antiguos y que la mayoría de las civilizaciones primitivas sostenían. Se trata de la creencia de que todo objeto de la creación posee vida, alma, y en algunas interpretaciones, también psiquismo. Esta visión tal cual la propone Darío parece haber sido conservada en la tradición por los neoplatónicos, quienes la recogen bajo la denominación de “ánima mundi”, siguiendo una célebre cita de Platón del Timeo: Por tanto, es de resaltar que: este mundo es, de hecho, un ser viviente dotado con alma e inteligencia [...] una entidad única y tangible que contiene, a su vez, a todos los seres vivientes del universo, los cuales por naturaleza propia están todos interconectados.” [7]

Y entonces se hace presente uno de los principios fundamentales de esa sabiduría: el principio de correspondencia. Lo que es arriba es abajo, lo que se manifiesta de fuerza anímica y germinativa en la “carne de los árboles”, tiene su paralelo en el ser humano. El Numen tanto informa a la menor criatura cuanto a la mayor, porque ambas son hijas de la creación, y son animadas por el mismo espíritu creador. Este orden de correspondencia puede verse asimismo en un poema célebre de Darío: Lo fatal. Allí se mencionan los grados del ser desde la materia inanimada y sin embargo viva de la piedra hasta el grado de existencia del hombre.
 “A Deucalión y a Pirra, varones y mujeres
las piedras aun intactas dijeron: "¿Qué nos quieres?"

Para reforzar el concepto de animismo Rubén Darío echa manos del mito de Deucalión y Pirra. La historia relata que al acabar el diluvio Pirra y Deucalión, la única pareja sobreviviente, acude al oráculo de Delfos y éste les aconseja que para repoblar la tierra deberán arrojar hacia atrás los huesos de su madre mientras avanzan. Pero ellos comprenden que la única madre en común que poseen es la madre Tierra o Gea, y suponen que los huesos son las piedras. Así arrojan piedras que se van convirtiendo en hombres y mujeres de acuerdo con cuál de los dos las ha arrojado. Según plantea el poema, esas piedras antes de convertirse en seres humanos son criaturas con alma y psiquismo.

La Muerte
Lícidas plantea el tema de la muerte, que también es una presencia continua en la naturaleza. “La muerte es de la Vida la inseparable hermana”, resuelve Arneo. Pero Quirón introduce un concepto que, dicho por él, manifiesta la más sabia visión sobre la mortalidad.  La historia mítica de la muerte de Quirón ilumina un poco aunque no completamnte el sentido que aquí se le da a la muerte. El centauro, herido accidentalmente por una flecha, sufre una herida que no sana ni deja de atormentarlo, por ello, en determinado momento desea la muerte y se la canjea a Prometeo que sí desea ser inmortal. Pero si en el mito se anhela la muerte por acabar con el sufrimiento, aquí se va más allá. “La muerte es la victoria de la progenie humana”, dice Quirón, recordando que en la filosofía de base de este poema la búsqueda de Uno, del espíritu fuente de vida  revelado en plenitud no puede ocurrir en este mundo, la muerte es la que genera el retorno al Uno. Por ello,  Medón, otro centauro, hace una ponderación de la muerte negando su imagen medieval como un viejo con guadaña, y la equipara a una diosa diurna
“Es semejante a Diana, casta y virgen como ella; 
en su rostro hay la gracia de la núbil doncella 
y lleva una guirnalda de rosas siderales.”
Aparece aludida la antigua creencia de que los dioses envidian a los hombres porque son mortales, y la mortalidad le otorga una belleza especial a cada momento vivido al punto de que su marcesibilidad es la fuente de tal belleza.  La muerte, además, es inaprehensible, “inviolable y pura”.

El Canto, Apolo y la poesía
Seguidamente, sin mediar nada más, el poema presenta a Apolo, creador de las artes, y luego lo que parece ser la irrupción de la poesía. Es decir, el orden y la conexión entre la muerte y la irrupción de la poesía parece plantear que el misterio y la angustia que provoca la condición de mortales, y la realidad inevitable de la muerte son quienes llaman a la humanidad a crear, a poetizar, a dar respuesta a aquello que con la razón, con las ciencias, con la filosofía no es posible comprender.
Por eso se cierra el poema con referencias a la victoria de los laureles rosa, y los centauros haciendo temblar la Isla de Oro.











“El Centauro” de Leopoldo Marechal
Detrás del poema de Leopoldo Marechal, hay también una recuperación del mito como pensamiento primigenio, pero la mirada es superadora de esa antigua sabiduría. Marechal retoma el poema de Darío, y con ello plantea un supuesto,  una especie de tesis respecto a la providencia del Verbo en la historia de la revelación.  Esta idea, que en el Coloquio de Darío no aparece y sí está presente en su fuente fundamental, El Banquete de Alejandría de Louis Menard, nos sugiere que Marechal conoció las Reflexiones de un pagano místico del autor francés. No será el único elemento por el que lo inferimos.
Los mitos son, según esta mirada, una anticipación de la verdad plena de Jesucristo, una especie de preparación para la acogida del Verbo en el mundo. Esta idea, que también está presente en autores como el Inca Garcilaso, atraviesa toda la literatura americana y explica incluso en proceso de trasculturación y evangelización de América. Sin los mitos de las civilizaciones precolombinas, la llegada de la verdad cristiana habría sido una imposición mucho más difícil de integrar para el hombre americano. En cambio, tal como sucede con los mitos griegos, ese saber antiguo, analógico, conectado con una fuente sapiencial simbólica, la verdad de Cristo tendrá raigambre y podrá ser comprendida.  Con este sentido es que Marechal recupera los centauros  de Darío, en la figura del principal que es Quirón, aunque no se lo nombre más que como “centauro”. Y los supera con la llegada del verdadero Logos.

Hermenéutica de “El Centauro” de Marechal
Lo que Marechal percibe de este complejo poema de Rubén Darío será su punto de partida. La sabiduría arcana, que conserva en su matriz la importancia del pensamiento mítico, la concepción de que todo saber se ordena a la transformación interior y espiritual del iniciado, la vida expresada en los distintos grados de existencia, la intuición/imaginación como potencia cognoscitiva, sus frutos proféticos, la justificación del mal y de la caída, la bondad de la muerte, el descenso y ascenso a través de la Belleza, la superación espiritual por medio de la castidad,  están presentes en el poema de Darío y serán retomados en una visión que los supone, aunque los supera también. Esa superación tiene doble faz: por un lado, las verdades conservadas y transmitidas por el mito han sido luz para la humanidad, hasta la llegada de la Verdad, del Verbo.  Pero esto no explica la relación entre ese saber antiguo y el pecado.
La única vía para comprender por qué el viaje del peregrino contiene una caída, un acto penitencial y una iluminación está en comprenderlo a nivel personal. El mismo poeta parece haber transitado esos arcanos saberes como un iniciado, prueba de esto es la imagen del ombú que lleva a la catábasis en Adán Buenosayres luego de un ritual mágico.
“Por entregarme al suelo
y equivocar el rumbo,
la Rosa me ha negado
su admirable saludo.”
La superación cobra el sentido de fruto de un acto penitencial de regreso hacia la superficie. Por ello desde el principio, el poema plantea el reconocimiento de un antiguo pecado que es preciso subsanar. Un pecado necesario, sin embargo, pero desde el cual es imperioso regresar.
“Centauro,
modera tus impulsos
y escucha las razones
que dicta el infortunio.
No el orgulloso alarde,
sino la incuria, pudo
llevar a tu guitarra
mis dedos vagabundos.
El tañir la vihuela del centauro representa  la sumersión en tránsitos esotéricos que han llevado al autor a la iluminación pero por la vía del pecado.  Es decir, a partir del pecado de desobediencia, a partir de una catábasis en la propia miseria y pequeñez, asumir entonces la verdad luminosa que nada sabe de iniciados ni de secretos.
Esta referencia a lo arcano por oposición a aquello que sale el encuentro a plena luz es una prueba más de que el pecado al que se refiere tiene relación con alguna práctica mágica, o cuando menos heterodoxa.
El verbo, la verdad revelada, en cambio,
 “No esconde su dulzura
ni se rinde a las armas
del rigor o la astucia.
Porque sale al encuentro
de la sed que le busca:”


En la primera estrofa, el narrador en primera persona o sujeto lírico se ubica en el tiempo de una “tarde antigua” ofreciendo la primera clave del texto, lo que habrá de transitar será seguramente un sendero a la tradición antigua. La loba recuerda el animal que figura en la selva oscura de Dante, donde inicia su travesía espiritual. En el caso de Dante representa la codicia, pero en éste podría ser el pecado en general, aunque la fórmula “fue liviano a la tierra, pero no a la memoria” invita a pensar en un pecado íntimo, más asociado a las faltas del pensar que a las del obrar.
“Extraviando el sendero que ilumina la Rosa” se refiere a la senda de la Belleza/Bondad por la cual el poeta avanzaba antes de haberse extraviado.
El agua sonora representa, por su movimiento y por su sonido, las aguas corriendo de la tradición, el tiempo y lo que él trae. El Centauro está junto a la fuente de aguas sonoras (poesías de José Zorrilla) y dormido. (Poesía de San Juan de la Cruz:
El momento que describe es el otoño, en el signo de Aries (que va desde el 21 de marzo hasta el 21 de abril), este tiempo en algunos años corresponde al final de la cuaresma, y el momento de la pasión de Cristo. El tiempo del otoño, al igual que lo concibe la liturgia cristiana, en el poema encierra en sí mismo la defunción y el nacimiento, por ello junto a la “muerte de sus hojas” refiere el “clavel de la aurora.”
Esta imagen invita a pensar en la metáfora mística de morir al hombre viejo para que nazca el hombre nuevo, presente en varias obras de Marechal.
Extravío y caída
Zarzas
Perdido del norte de la Rosa, el sujeto lírico está entre zarzas. Aunque la zarza en la Biblia aparece asociada a un episodio en que un arbusto arde sin consumirse y es interpretado por Moisés como una teofanía, aquí no se trata de la zarza ardiente sino de la vegetación repleta de espinas que representa al pecado y el dolor. El zarzal representa el enmarañamiento de ramas espinosas en torno del ser.No sería extraño la coincidentia oppositorum deliberada de este símbolo, es decir, que ambos sentidos convivieran en esta imagen propuesta en el poema, por cuanto el dolor del pecado es, de acuerdo con lo que se dice desde el principio, lo que iluminó al poeta. Aquí nuevamente parece aludirse a un pecado en particular que atañe al conocimiento. Si el camino luminoso es el de la Rosa, el de la Belleza mariana, el desvío será aquel de “oscuras frondas”, probablemente alguna forma de esoterismo, de saber plutónico, o de corrientes que alejan al poeta de la fuente natural de sabiduría, que será para él Jesucristo.
Vírgenes locas
¿Fue acaso la impaciencia
del alma a que deshoras
ha encendido el aceite
de las vírgenes locas,
y buscando en la noche
mediodías y bodas
halla sólo el semblante
que le muestra la sombra?
Una vez más se habla de una búsqueda insana del conocimiento. Quizá llevada por el impulso que también condujo a Adán y Eva en el paraíso: el deseo de saber, de comer del árbol de la sabiduría. El encendido del aceite alude a un episodio bíblico:
"Entonces el Reino de los Cielos será semejante a diez vírgenes que tomando sus lámparas, salieron a recibir al novio. Cinco de ellas eran prudentes y cinco insensatas. Las insensatas, tomando sus lámparas, no tomaron consigo aceite; mas las prudentes tomaron aceite en sus vasijas, juntamente con sus lámparas. Y tardándose el esposo, cabecearon todas y se durmieron. Y a la medianoche se oyó un clamor: ¡Aquí viene el esposo; salid a recibirle! Entonces todas aquellas vírgenes se levantaron, y arreglaron sus lámparas. Y las insensatas dijeron a las prudentes: dadnos de vuestro aceite; porque nuestras lámparas se apagan. Mas las prudentes respondieron diciendo: Para que no nos falte a nosotras y a vosotras, id más bien a los que venden, y comprad para vosotras mismas. Pero mientras ellas iban a comprar, vino el novio; y las que estaban preparadas entraron con él a la boda; y se cerró la puerta. Después vinieron también las otras vírgenes, diciendo: ¡Señor, señor, ábrenos! Mas él, respondiendo, dijo: De cierto os digo, que no os conozco. Velad, pues, porque no sabéis el día ni la hora en que el Hijo del Hombre ha de venir".
(Mt 25, 1-13)



En el uso que se hace de esta imagen en el poema, sugiere justo lo contrario a la falta de anticipación de las doncellas. En este caso, el alma no ha podido esperar el proceso natural de la iluminación, y ha violado las normas, ha anticipado algo quebrando las prohibiciones, ha querido saber más de la cuenta.
Buscando en la noche mediodías y bodas retrata la búsqueda del alma, pero no las halla porque busca en la noche. No en el día, no en la luz.              
 “Porque duro es el viaje y escondida la gloria de hablar con un centauro junto al agua sonora” recuerda la vía oscura donde la iluminación es producto de una caída, de un hecho reprochable y doloroso. Por otra parte, no puede determinar si quien lo conduce al encuentro con esa sabiduría que representa el centauro es la noche y el dolor del pecado anterior.
Más tarde, cuando el peregrino se atreva a intentar sonar la guitarra, se subrayará nuevamente la idea del pecado, del tránsito penitencial, de la caída de la cual proviene la osadía de tocar la vihuela. “Por entregarme al suelo y equivocar el rumbo, la Rosa me ha negado su admirable saludo”, es decir, la pérdida del rumbo ascendente de la belleza. La Rosa para Marechal es el centro místico al que se arriba por la vía  de la Belleza, fuente de luz y vida.

El centauro
“El agua sin edad entre arenas” es un modo indirecto de decir que la sabiduría del centauro es inmune al tiempo, atraviesa las arenas del tiempo, aunque es imperecedera.
El centauro “jineteó la leyenda,” remite a la condición de figura mítica, de personaje literario, su talla épica, pero que ha sido olvidado entre líquenes y hiedras.

Luego repite Marechal el esquema numerológico de Pitágoras; “y los cuatros silencios
de sus patas en tierra.” también presente en Darío, para revelar la condición celeste y terrestre de su naturaleza mixta.
El libro antiguo
Y es comparado con un antiguo libro que contiene la sabiduría de la caída y la regeneración, “de los frescos diluvios y de la risa nueva”. Aunque podría estar hablando de la Biblia, “un viaje sin viajero ni estrella” invita más a pensar en una literatura que anticipa la verdad del Salvador, sin contenerlo.
Bien podría tratarse de los mitos griegos, teniendo en cuenta la tradición a la que adhiere Marechal según mencionamos. La mitología, para esta corriente, es un acervo de sabiduría que va preparando el terreno para que la humanidad pueda acoger la verdad plena que es Jesucristo.
La guitarra, el carcaj y las flechas describen la visión mítica del centauro Quirón, maestro de héroes en música y arquería.
El ciervo
El olvido del ciervo es una clave del texto. En la Iconografía cristiana, el ciervo representa muchas veces a Cristo, y otras es el hombre cristiano, al creyente. En la antigüedad, según Plinio el Viejo, el ciervo  era el animal que vencía a la serpiente no sólo porque hallaba sus madrigueras, sino porque sus cuernos quemados despedían un olor que las espantaba. Pero en el cristianismo, se tornó la imagen del hombre sediento de Dios, como el animal está sediento de la fuente. “Como el ciervo anhela las corrientes de agua, así mi alma te anhela a tí, Dios mío” reza el salmo 42. En el Cantar de los Cantares (8,14) el amado es invitado a escapar imitando una gacela o “el cervatillo de los montes aromáticos”. El ciervo huyendo es el alma huyendo del pecado o del cazador que es el demonio.
En el poema de Marechal, el ciervo olvidado, el de los ojos de almendra, es una nueva figura en el poema. El símbolo de la almendra, representa lo esencial escondido en lo accesorio y en esta faz ha sido utilizado por la teología para hablar de la naturaleza divina de Cristo escondida en la naturaleza humana. Un episodio bíblico la propone como imagen de la resurrección, por el milagroso florecer de la vara de Aarón. Pero también ha sido vista la almendra como atributo de la Virgen María, entendida la cáscara como el cuerpo de la Virgen madre. En suma, el ciervo de los ojos de almendra parece una alusión directa a la figura de Jesucristo.

 Edad de Oro
Luego se remite a la edad de oro, a los tiempos “sin nubes” cuando los días bogaban entre sirenas, es decir, cuando la tentación era eludida sin dificultad. Está remitiendo a los tiempos bíblicos previos a la caída.
“Y como el alma entrase
ya toda en la pelea
de su tormento vivo
con su dulzura muerta”
La referencia al alma del peregrino nos obliga a comprender el paralelo entre este viaje mítico al bosque y el camino ritual que cumple el yo lírico en su tránsito espiritual. El alma en plena pelea probablemente aluda a la prístina imagen de los tiempos míticos en riña con el pecado. El deseo de retornar a la inocencia encuentra traba aquí. Ya no parece posible retornar a la Edad dorada.

El centauro duerme. “Si alguien con voz de niño […] y llamara” invita a pensar en una inocencia de corazón o, tal vez, en un lenguaje que el mundo moderno juzga como infantil. Después de la ilustración, un proceso de descrédito avanzó sobre la mirada mítica hasta convertirla en la respuesta infantil de pueblos en un estado de ignorancia por el cual permanecen privados de toda ciencia. Es decir, en un estadio infantil, la humanidad responde míticamente ante las preguntas que luego, en un estado de madurez, resolverá la ciencia. Esta concepción sobre el mito encierra un desconocimiento respecto de la sabiduría espiritual que contiene el pensamiento mítico.

Aquí aparece una clave para comprender que el viaje del peregrino no es simplemente un traslado físico, sino que implica un movimiento del alma.  La lucha interior se presenta y “el grave color de las ideas” manifiesta la angustia del proceso de búsqueda. La creación poética se retrata por el acto de tocar la guitarra.
El centauro despierta porque el peregrino intenta tocar la guitarra. Una idea bien arraigada en la cosmovisión marechaliana es la del silencio como síntesis de todo sonido, de toda música. Como si el mundo buscara en su múltiples músicas lograr esa plenitud que es el silencio, la quietud, el Uno.
La osadía de tocar esa guitarra de algún modo sagrada reproduce una vez más el pecado aludido al principio: la búsqueda impaciente de la iluminación que no llega por vía natural.
La queja y el escalofrío ante el tañido de las cuerdas podría reflejar el dolor del paraíso perdido, del extravío de una condición plena anterior, la de destierro de una edad de oro irrecuperable.

 “Pareció que de súbito se rompía la cáscara del silencio maduro” una vez más remite a una antigua sabiduría encapsulada, dormida dentro de su cáscara.
Nuevamente, al mencionar la juventud del mundo, que “ya es polvo y nada” se resalta la idea del paraíso perdido. Quizá aquí sea posible adivinar detrás de la figura del centauro, la de Adán.
El peregrino  perturba el sueño del centauro y luego lo insta a andar, a volver a su labor de canto y carrera. Pero
Pedía una respuesta,
con el semblante adusto:
Sus cascos impacientes
removieron el humus.
Entre la maravilla
del oído y el susto
de los ojos temblaba
mi deseo nocturno.
Le respondí:


¡Y así crucé la hondura,
y estoy en tu refugio,
y enardecí las cuerdas
y amaneció el preludio!”

No bien oyó el centauro
mis templadas razones,
en su región de bestia
puso media y orden;
y, como si escuchase
palabras interiores,
se rindió a la dulzura
con la mirada del hombre.
“Forastero – me dijo – ,
¡bien anuncian tus voces
la congoja del hierro
y el afán de la noche!
“Cuando en la plata nueva
lucía el oro joven,
cuando el sol y la luna
se cambiaban amores,
el centauro afinó
sus orejas, y difícil
al grito de las almas
que perdían el norte,
les enseño la ciencia
de partir horizontes,
con los rumbos dorados
y las plumas veloces.
El centauro enseña la ciencia de partir horizontes, como portador de la sabiduría primera, de la edad de oro (“con los rumbos dorados”), es quien instruye el límite entre el bien y el mal.
“Pero la gaya ciencia
se rescató en el monte:
Dormida está en su lecho
de fatigado bronce.
La buscas, y se niega;
la llamas, no responde.
¡Se han perdido las llaves
y no gritan los goznes!”
La referencia a la “gaya ciencia” que “se rescató en el monte”, alude a la Razón poética que menciona Graciela Maturo en su estudio sobre el pensamiento María Zambrano: la riqueza iniciática y espiritual contenida en el arte poético se retiró del mundo. La elección de la expresión no es casual, atendiendo a la obra de Nietzsche de idéntico título (La gaya ciencia), ya que “Nietzsche acusaba a la cultura occidental, a partir de Sócrates y Eurípides, de haber traicionado la riqueza  dionisíaca del mundo griego, tomando en cambio el rumbo predominante del racionalismo y la abstracción.”[8]
El antiguo modo, la lectura primigenia del universo, se ha perdido y ya las claves no pueden abrir los misterios. “¡Se han perdido las llaves y no gritan los goznes!”
El yo lírico incita al centauro a reanudar su marcha de “iniciador antiguo”, le propone  viajar sobre su grupa “por la encantada provincia del sigilo” lo cual recuerda los relatos de diversos autores místicos que refieren la vía oscura como el inicio de la iluminación. Tal es el caso de la “Noche oscura” de San Juan de la Cruz.
“Si es un viaje terrestre
(lo prefiero yo mismo),
¡que nos abra la tierra
sus puentes y caminos!
La tierra es venerable
y armonioso el oficio
de combatir dragones
resucitando idilios.”
Una vez más refiere el retorno a un pensamiento auroral representado aquí por el combate con dragones y la resurrección de idilios. La filosofía de Empédocles y la teoría de los cuatro elementos se hace presente mediante los viajes que el peregrino propone.
Primero, el elemento tierra. Luego vendrá el agua. Más tarde, el aire, en cuyo poder tanto conviven el ángel cuanto el demonio: “donde tiene dominio ya la pluma del ángel, ya la garra del grifo.”
Pero el fuego no es mencionado entre los elementos en que debería viajar el Centauro. Esta elusión del elemento fuego se relaciona con una acepción propia del cristianismo. El fuego es imagen del Espíritu Santo. San Juan Bautista, precursor de Cristo dice “Yo los bautizo con agua para arrepentimiento, pero el que viene detrás de mí es más poderoso que yo, a quien no soy digno de quitarle las sandalias; El os bautizará con el Espíritu Santo y con fuego.” La ausencia del elemento fuego es justamente lo que determina que esa verdad antigua que encarna el centauro sea superada por la Verdad del Verbo.
“Pero si te inclinara
mi voz, nuestro destino
sería Buenos Aires,
la durmiente del río:
¡Tal vez al saludarnos
dijeran mis amigos
que, despertando amores,
llegamos de otro siglo!”·
Marechal, igual que Darío, posee una mirada comprometida y enraizada en su propia realidad, en su tiempo y en su espacio. La referencia a Buenos Aires lo demuestra y revela una conexión intrínseca entre el mundo espiritual que el viaje retrata y la realidad concreta del aquí y ahora. La intención clara es recuperar la razón poética, el pensamiento mítico para su Buenos Aires, para su tiempo.
“Pero si te inclinara
mi voz, nuestro destino
sería Buenos Aires,
la durmiente del río:
“La durmiente del río es el modo en que alude a Buenos Aires, como una bella olvidada del río del sapiencia, del río de la Palabra. El tópico de la bella que duerme un siglo extraído de los cuentos tradicionales se funde aquí con la imagen del río, recordando el tópico de Ofelia, el suicidio de la bella y joven Ofelia, llevada por una locura irrefrenable. Buenos Aires naufraga en su propio olvido y locura.
El centauro que no responde a los pedidos del peregrino arroja una respuesta: si él habló y si ahora calla, es la justicia quien se lo dicta. Y agrega una clave para comprender que el final del pensamiento mítico no es una negación, sino su superación por una verdad más plena.
Si calla, la justicia
gobierna su mutismo;
si duerme, su reposo
no es obra de castigo

“¿A qué llorar, buscando
primaverales ritmos,
cuando en el aire silban
las hoces del estío?
En estos cuatro versos está en ciernes la resolución del poema: ¿para qué desear el saber antiguo, si hemos recibido la luz mayor, la sapiencia plena? ¿Para qué añorar los mitos, si ha venido aquél para quien los mitos eran sólo una alfombra?

Y cuando entre sus hojas
negrean los racimos,
¿a qué plañir las flores
de rostro fugitivo?
“¡Que duerman en el polvo
los caballos antiguos:
Ya no tendrán jinete
ni empresa ni albedrío!
Con sus proas ancladas
y sus remos partidos,
¡no zarparán ya nunca
los audaces navíos!
El centauro responde que ya no tiene sentido lo antiguo, que ha sido renovado, que “duerman en el polvo los caballos antiguos: ya no tendrán jinete ni empresa ni albedrío”.
“Porque logró la tierra
su madurez y ha visto
fructificar el árbol
que se lloró perdido;
porque, Jasón del aire
y Ulises del abismo,
nos ha llegado el nuevo
Señor de los caminos”.
Ha madurado la tierra y ha llegado el “Señor de los caminos”, ninguno de sus antecedentes tiene función ya.
El peregrino le muestra las armas al centauro, insistiendo en que están intactas, que todavía sirven.
Me respondió:
“En el sueño
de las armas advierte
que llegó la dulzura
sobre campos de aceite.
To te anuncio al donoso
cazador, al perenne
sagitario que acecha
sin carcaj ni lebreles.
“Yo te anuncio al arquero
de la pena, más fuerte
que Nemrod y que Diana,
la señora de nieve.


Nemrod, el responsable de la construcción de identificado en la tradición con el constructor de la Torre de Babel aquí como imagen del poder descarriado. Los persuadió de que no le atribuyeran a Dios, como si fuera por medio de él que habían obtenido felicidad, sino a creer que fue su propio esfuerzo lo que les alcanzó esa felicidad. Fue cambiando gradualmente su gobierno en una tiranía, al no hallar otra manera de apartar la gente del temor de Dios, sino induciéndolo a una tonta dependencia de su poder…
El centauro responde que ha llegado un ser al que refiere con diversos nombres o atributos: la dulzura, donoso cazador, sagitario perenne sin flechas, arquero de la pena, que cazó al mal y a la muerte. “Tañedor (quien porta la palabra) que pisa las aguas sin mojarse” Sin dudas se trata de la figura de Jesucristo. Y se menciona su gloria:
Porque a la muerte misma
cazó y a la serpiente
vestido con el traje
severo de la muerte.”
El peregrino sigue insistiendo. Pero el centauro responde: “Ya es mediodía y sobran las cuerdas matinales”. “Bajada de los cielos y vestida de carne la Música en persona
visitó a los mortales, para entonar el himno que rompe toda cárcel y apura los delfines
de Arión el navegante es nuevamente una alusión a Jesucristo, que bajó del cielo y se vistió de carne, es decir, nació en un cuerpo humano, es la Palabra en persona. Desde el principio del poema el arte poética está aludida mediante la figura del canto, de la música. La palabra funciona como sinónimo de música.

Así le suplicaba
pero volvió a negarse,
¡oh guitarrero inmóvil!,
¡oh guitarra sin ángel!
Me respondió:
“Esa caja
no ha de rendirse a nadie:;
Ya es mediodía y sobran
las cuerdas matinales.
“Bajada de los cielos
y vestida de carne
la Música en persona
visitó a los mortales,
para entonar el himno
que rompe toda cárcel
y apura los delfines
de Arión el navegante.
·”Si bien tañía Orfeo,
cuando por escucharle
bajaban de sus grutas
rayados animales,
¡no hay tierra que desoiga
ni cielos que no alaben
al Tañedor que pisa
las aguas sin mojarse!”
Negado a mis fervores,
pero atento a mi lucha,
tercera vez me hablaba
con signos y figuras.
¡Qué remontado el aire
de la bestia crinuda!
Su misterioso idioma,
¡qué cerca de la música!
Le dije al fin:
“Entiendo
que ya no queda ruta
por donde hasta la Rosa
me lleve la fortuna.
Tres veces ha quebrado
mi anhelo en tu cordura:
Me dirigí a tres puertas
y no se abrió ninguna.
“Pues bien, si tus razones
otra verdad anuncian
y si otro amor deshace
las viejas ataduras,
¡dime, Centauro, al menos
en qué tierra se oculta:
Si flechero, en qué bosque,
si cantor, en que gruta!”
Luego pregunta el peregrino dónde se oculta ese arquero que ha derribado toda necesidad antigua. Y el centauro responde que no es preciso más que tener sed para hallarlo. Y la última insistencia del peregrino consiste en preguntar: ¿Nunca más cantarás? Y el Centauro responde: Nunca. Y el silencio cierra el poema, fiel a lo que Marechal cree es la síntesis de toda música. “ en la selva profunda se construyó el silencio sobre firmes columnas”.
Y me respondió el Centauro:
“No esconde su dulzura
ni se rinde a las armas
del rigor o la astucia.
Porque sale al encuentro
de la sed que le busca:
Porque su canto hiere
las orejas nocturnas.”
En torno del Centauro
crecía la penumbra:
Su cuerno de novilla
levantaba la luna.
Con el deseo en llamas
y la razón a obscuras
quise tentar el juego
de las palabras últimas:
“Y tu virtud -le dije-,
¿ya no dará su fruta?
2¿Ya no tendrás, arquero,
trabajos y aventuras?”
Apoyada en el hombro
la cabeza greñuda,
náufrago ya del sueño,
dijo el Centauro:
“Nunca”.
Y aquel nunca final
recorrió la espesura:
Los vientos agitaban
sus banderas de furia.
Después cayó la noche,
y en la selva profunda
se construyó el silencio
sobre firmes columnas.













[1] Maturo, Graciela. La poesía. Un pensamiento auroral. Buenos Aires, Alción Editora, 2014. (Pág. 28.)

[2] Maturo, Graciela. La poesía. Un pensamiento auroral. Busnos Aires, Alción Editora, 2014. (Pág. 12.)
[3] Marasso, Arturo. Rubén Darío y su creación poética. Buenos Aires, Kapelusz, 1954. (Pág. 74.)
[4] Van del Broek Chávez, Frans. “El ´Coloquio de los centauros¨de Rubén Darío: esoterismo  y modernismo.” En: https://pendientedemigracion.ucm.es/info/especulo/numero32/centauro.html
[5] Van den Broeck Chávez, Frans. Op.Cit.
[6] Maturo, Graciela. La poesía. Un pensamiento auroral. Buenos Aires, Alción Editora, 2014. (Págs. 27-28.)
[7] Platón, Timeo 29, 30.
[8] Maturo, Graciela. “Razón poética y pensamiento complejo. Paradigmas del nuevo pensamiento.” En: La poesía. Un pensamiento auroral. Buenos Aires, Alción Editora, 2014. (Pág 30.)