miércoles, 21 de septiembre de 2016

El “Caracol” en Rubén Darío, el rumor y latido de la tradición.


                                                                                                                 “El poema es un caracol en donde resuena la música del mundo y metros y rimas no son sino correspondencias, ecos, de la armonía universal.” Octavio Paz
Razón poética. El símbolo del caracol
Ingresar en la tónica de la razón poética es entregarse a un modo de conocer más inmediato, hecho de analogías. El poeta piensa en un lenguaje que puede parecer ambiguo al estudiarse analíticamente, sin embargo, para él es luz absoluta, certeza plena. El caracol es, en el sentido primigenio de la palabra, un símbolo. No es ésta una imagen más de su poesía. Comprender la naturaleza de este símbolo es introducirse en la concepción de historia, de arte y de vida que sostienen Darío, y el modernismo en general.
Se ha dicho que el hito de inicio del Movimiento modernista es la obra de Rubén Darío.

Etimología y definición de Modernismo
Desde el mismo nombre del movimiento, que remite a una revolución respecto a lo anterior, se plantea una aparente contradicción. Por un lado, se habla de lo “moderno” y, por el otro, se recupera lo clásico, lo antiguo.
En efecto, la etimología de la palabra modernismo supone una ruptura respecto a la corriente que lo precede. La primera mención a este movimiento tiene su origen en una encíclica y se refiere a las nuevas tendencias que desafían el dogma de la Iglesia Católica. La idea de quiebre del orden anterior es la seña de identidad del nuevo sentir. Sin embargo, y paradójicamente, el rechazo de lo previo, lo gastado, lo “viejo” se manifiesta como un interés de recuperar lo “antiguo” en busca de la esencia, de lo primigenio.
Octavio Paz refiere este fenómeno: “El futuro revolucionario es una manifestación privilegiada del tiempo cíclico: anuncia la vuelta de un pasado arquetípico. Así, la acción revolucionaria por excelencia –la ruptura con el pasado inmediato y la instauración de un orden nuevo− es asimismo una restauración: la de un pasado inmemorial, origen de los tiempos. Revolución significa regreso o vuelta, tanto en el sentido original de la palabra –giro de los astros y otros cuerpos− como en el de nuestra visión de la historia. […] La revolución nos libera del orden viejo para que reaparezca, en un nivel histórico superior, el orden primigenio.”
La búsqueda de la raíz desde la cual fuera posible germinar nuevamente es, para Octavio Paz, un movimiento desesperado caracterizado por la nostalgia del origen intemporal.
Si bien la posición de Paz ilumina un poco la cuestión del caracol, la propuesta de una vuelta al origen intemporal parece desviar un poco la intención de Darío. Octavio Paz habla de un ciclo, es decir, un círculo, una revolución (nueva vuelta) al origen sin tiempo.
Pero el caracol no refleja un círculo, sino una espiral. Y Darío no retorna a un tiempo previo a la historia, sino a un tiempo en la historia. A la antigüedad clásica, que no es un tiempo sagrado o illud tempus de Eliade, sino al principio de la sucesión temporal que llamamos historia.
 Y su literatura no sólo regresa allí. Basta ver los halcones encantados, los bufones escarlatas y las princesas tristes para saber que Darío retorna también a otros momentos históricos. El medieval, por ejemplo.
La diferencia se explica mejor al pensarlo según la razón poética. No son lo mismo la imagen del “ciclo” (círculo) de Paz y la del “caracol” (espiral) de Darío.

Análisis del Poema
La clave la da el mismo Darío con su poema.
“Caracol” es un soneto publicado por primera vez en 1903, e incluído en Cantos de vida y esperanza en 1905.  La dedicatoria reza: “A Antonio Machado”.

En la playa he encontrado un caracol de oro
 
macizo y recamado de las perlas más finas;
 
Europa le ha tocado con sus manos divinas
 
cuando cruzó las ondas sobre el celeste toro.
 

El hallazgo de un caracol de oro es el punto de partida del poema. Mediante la figura del caracol se propone una simbología rica cuyas raíces se remontan incluso al arte paleolítico. A lo largo de la historia del arte la figura de la espiral que describe el caracol se ha visto como un símbolo universal.
Estudiada desde tiempos antiguos, fueron los renacentistas quienes atendieron los caracoles con la intención de descubrir en ellos la rúbrica providencial en el mundo físico. En efecto, los estudios matemáticos se aplican a los caracoles para probar la proporción que opera en su crecimiento. En ella, hallan una ley universal aplicable a todo el mundo visible. Ley que los antiguos llamaban “número áureo”. El número de “oro”, según la tradición, se presenta como la matriz de la armonía y la belleza universal.
Esa proporción encanta a los artistas en la medida en que reproduce el mecanismo de evolución natural de todas las cosas creadas. Mecanismo tanto físico como espiritual.
“La espiral, cuya formación natural es frecuente en el reino vegetal (viña, convólvulo) y animal (caracol, conchas, etc.), evoca la evolución de una fuerza, de un estado.  […] La espiral es y simboliza emanación, extensión, desarrollo, continuidad cíclica pero en progreso, y rotación creacional. […] representa en suma los ritmos repetidos de la vida, el carácter cíclico de la evolución.”[1]
En este sentido, la imagen del caracol representa para los místicos el rítmico peregrinar en que avanza la conciencia hacia la ascensión. Como el oleaje de ese mar que resuena en la caracola marina se avanza y se retrocede. Las olas conquistan la playa y se repliegan, pero tarde o temprano, a pesar de sus repliegues, se alcanza la pleamar. Se asciende.
Asimismo, la espiral del caracol refleja en la generación de nueva vida, en la transversalidad de la historia,  la permanencia de la esencia a pesar del continuo cambio.
“El simbolismo de la concha espiriforme es reforzado por especulaciones matemáticas, que ven en ella el signo del equilibrio en el desequilibrio, del orden del ser en el seno del cambio. […] La forma helicoidal del caparazón del caracol o de la caracola es un glifo universal de la temporalidad, de la permanencia del ser a través de las fluctuaciones del cambio.”[2]
Pero la conciencia de esta dinámica no prevalece fuera del ámbito de la mística y de las artes. De tal modo que conocerla y reeditarla mediante el símbolo de la espiral parecería ser una seña de iniciación en muchos autores.

Caracol Sonoro
Amén de su forma espiralada, el caracol posee otra valencia fundamental. Conserva en su interior el sonido del mar. Esa faz sonora del caracol contribuye también a su valencia simbólica. Para Darío, el caracol encierra los sonidos, el canto, la poesía. Y si está “pulido y recamado de las perlas más finas”, entonces se trata del canto que nos llega traído por la tradición, de la poesía que aparece hoy pero atravesó los siglos, en un proceso de refinamiento y búsqueda de perfección.
Dos ideas concurren a la imagen de la perla. La de su casi milagrosa capacidad germinativa, y la del tiempo de incubación. Así, la poesía se presenta como una natural disposición de crear algo sublime mediante el lento germinar permanente de los siglos.
La referencia al mito de Europa señala cuál es el punto de partida de esa tradición que el caracol transporta. La historia de Europa, la ninfa que monta al inverosímil toro blanco y es transladada  por encima de las nubes hasta el continente, explicaba, para los griegos, el origen cretense de su civilización y el pasaje posterior desde la isla de Creta hacia la Grecia continental.
Para Darío, allí comienza el caracol su derrotero, allí se inicia la tradición.
El caracol ubicado con la ninfa sobre el lomo del toro (que no era otro que Zeus) es sugestivo. El mito propone que, por voluntad del dios reinante, la civilización europea pasó de la isla al continente. Y su cultura, origen de toda la cultura occidental, su percepción “espiralada” de la vida, viajó con ellos también.
Sin embargo, no tiene origen en esa antigüedad. “Europa la ha tocado”, pero no la ha creado. Es, al menos, anterior. Esto sugiere lo mismo que el número áureo: no es una creación de los artistas, un producto de la civilización, sino un orden previo al hombre mismo. Precisamente por ello revela la firma del creador en las criaturas.  Proviene no de la cultura, sino de la misma naturaleza. 
No siempre fue comprendido el interés permanente de Darío por la Antigüedad clásica. Estos versos podrían ofrecer una respuesta. Si el caracol representa la comprensión profunda de los ritmos de la vida, ya no es posible sostener que Darío recupera ese mundo pagano por crear un artificio poético, o por evadirse de la verdad que se le presenta. Sus referencias míticas no son simples figuras poéticas, ni muestras de erudición. El poeta las rescata en la medida en que actualizan la filosofía profunda que las animó, el verdadero germen que una y otra vez se reeditará en la historia como el modo de buscar, por la belleza, la verdad.
El mar no sólo aparece aludido mediante “cruzó las ondas sobre el celeste toro”, también se lo refiere indirectamente cuando se habla de la playa en el primer verso. Pero allí no es la ribera del continente europeo, sino del americano. Porque si el poeta recibe el caracol es por vía marítima, como el continente desconocido recibió a Colón en una playa. Por vía oceánica arriba el caracol, la cultura occidental, a América.

He llevado a mis labios el caracol sonoro 
y he suscitado el eco de las dianas marinas,
 
le acerqué a mis oídos y las azules minas
 
me han contado en voz baja su secreto tesoro.


Cuando se habla de las “fuentes” de un autor, se parte de la metáfora de beber o abrevar de un líquido, de unas aguas previas. A esta metáfora es posible que aluda la expresión de “He llevado a mis labios el caracol sonoro”. Bebió el poeta de esas aguas de la tradición, y suscitó “el eco de las dianas marinas”. Una vez más, con la imagen de las dianas irrumpe la sinestésica figura del caracol que es, a la vez, algo sonoro y la figura de la espiral. Porque las dianas son, además del toque militar que se da al amanecer para que los soldados se levanten, la figura de círculos concéntricos que se utiliza como blanco de tiro, cuya forma recuerda la helicoide del caracol.

“Le acerqué a mis oídos y las azules minas/ me han contado el secreto de su oculto tesoro” dice el poeta. No sólo bebió de esas fuentes, sino que las “oyó”, dejó que llegaran sus voces antiguas, su “oculto tesoro”. Estos versos plantean dos planos en aquello que nos llega de la historia poética. Uno visible, y otro oculto, que sólo es oído cuando se le “acerca el oído”, cuando se lo mira de cerca. Una vez más Darío sugiere que su recuperación del mundo pagano y de la tradición no es formal, sino de fondo. Hay una filosofía detrás de aquello que restaura.


Así la sal me llega de los vientos amargos 
que en sus hinchadas velas sintió la nave Argos
 
cuando amaron los astros el sueño de Jasón;

“Así la sal me llega de los vientos amargos/ que en sus hinchadas velas sintió la nave Argos”  Estos enigmáticos versos señalan el dolor y la amargura de sondear esos mares por los que viaja la tradición. Es probable que ese mar refleje el universo de la búsqueda de los iniciados. Luego es posible ver que, como en el caso de Jasón, por más dolor que encierre, la proeza es favorecida, bien acogida por los dioses o por el destino: “Cuando amaron los astros el sueño de Jasón”.
El propósito de Jasón es revelar su verdadera identidad y reclamar el trono que le corresponde. Para ello, debe viajar y conseguir el vellocino de oro. Como el poeta, o el hombre cosciente de su destino espiritual, debe atravesar las tormentas para alcanzar su verdadera dignidad. Se trata de un camino místico de ascensión.
En virtud de que el mar es el lugar de procedencia del caracol, las características del objeto se asimilan, por analogía, al mar mismo. Con la misma mecánica espiralada que describe un tiempo para la ascención y otro para la caída, un tiempo para la expansión y otro para la retracción, un tiempo para la alegría y otro para la pena, existen en el mar tanto las serendipias como las amarguras. Pero en el fondo, también la sal y la amargura de los vientos están contempladas y forman parte del sendero pensado por los dioses para el hombre.
Jasón se e                                       Jasón se embarca en busca del vellocino de oro, requisito para que el rey le ceda el trono que le corresponde.  “Según Jung, el mito del vellocino de oro simbolizaría la conquista de lo que la razón juzga imposible. Reúne dos símbolos, el de la inociencia, representada por el vellón del morueco, y el de la gloria, representada por el oro. Se emparenta así con todos los mitos de búsqueda de un tesoro, material o espiritual, como la  búsqueda del santo Grial. […] La gloria que él busca es la que procede de la conquista de la verdad (oro) y de la pureza espiritual (vellón).”[3]Sin embargo,  ese viaje no sólo está cargado de peripecias, también existen caídas de Jasón. Porque en contra de lo moralmente correcto, acepta avanzar en su lucha gracias a las malas artes de Medea. El camino espiralado del héroe espiritual supone tanto ascensos cuanto descensos, tanto subidas a la gloria cuanto previos pasos por el infierno. A esas sales y esas amarguras remite el primer terceto.

No es la única vez que Darío toma el viaje de Jasón y los argonautas como imagen de la travesía poética por antonomasia, aquella que va en busca de una verdad no perceptible para las capacidades humanas y, sin embargo, intuible mediante las potencias no racionales.
En el Coloquio de los centauros se dice:

“En la isla en que detiene su esquife el argonauta 
del inmortal Ensueño, donde la eterna pauta 
de las eternas liras se escucha
isla de oro 
en que el tritón elige su caracol sonoro 
y la sirena blanca va a ver el sol
un día 
se oye el tropel vibrante de fuerza y de harmonía.
 El caracol también se hace presente en el Coloquio. Y también irrumpe con su carga sonora. Y se asocia a los buscadores  que a lo largo del diálogo irán desplegando filosofía, estética y mitología en busca de la verdad.

y oigo un rumor de olas y un incógnito acento 
y un profundo oleaje y un misterioso viento...
 
(El caracol la forma tiene de un corazón.)

 “Y y oigo un rumor de olas, y un incógnito acento”. El mar (la tradición, los siglos) trae el acento encriptado que apela al poeta. “El incógnito acento” hace más que sonar, despierta un palpitar profundo que estaba dormido, pero presente, en el poeta.
“Y un palpitar profundo  y una íntima voz siento/(El caracol la forma tiene de un corazón.) La dinámica espiralada que describimos va construyendo la evolución de la cultura y de la humanidad es también reflejo del corazón del hombre. Las mismas normas la rigen, lo cual explica que en la corriente espiritual a la que adhiere el autor se conciba la vía mística como una espiral.

Otra versión del último verso
Este último verso no parece haber sido escrito así originalmente. Un hallazgo hecho dentro de la biblioteca personal del autor demuestra que antes de la versión definitiva del poema “Caracol”, hubo otra.  El texto fue exhibido en la Houghton Library de la Universidad de Harvard junto con otros cuarenta y dos ejemplares diversos pertenecientes a Darío.
Se trata de Eglantinas, del argentino Pedro Naón, publicado en 1901 y obsequiado a Rubén Darío por su mismo autor.  Debido a que sólo estaba escrito sobre las páginas impares, es decir sobre los anversos, Darío parece haberlo utilizado como un cuaderno para su escritura, inscribiendo sus propios poemas en el reverso de cada hoja y convirtiendo la contratapa en portada y viceversa.  El poeta nicaragüense escribió allí una versión anterior de “Caracol” a la que resultó definitiva.
El poema es casi idéntico, pero el verso final es diferente. Esa diferencia echa luz sobre una conjetura válida por hacerse en la versión definitiva. El corazón al que se iguala el caracol bien podría reflejar el sentir del hombre en general, del corazón del Creador, o también referir al del poeta en particular.

“Y oigo un rumor de olas y un incógnito acento
Y un palpitar profundo y una íntima voz siento
Cual si el caracol fuese  mi propio corazón.”

Aquí  ya no es una sospecha la relación entre el rumor de la tradición y el latido propio del poeta. Están igualados por el nexo comparativo “cual”. El canto de la tradición se funde al más personal latido poético que es la propia voz del poeta. El rumor del pasado poético se torna latido propio.
Y ambos se rigen por las reglas que operan tanto en el caracol, con su dinámica de espiral, cuanto en el corazón. Su movimiento de diástole y sístole, de alejamiento del centro para retornar después, describe el modo en que el espíritu se aventura a la experiencia, sale al mundo, para regresar después fortalecido, al mismo centro. Así se tiende a la repetición de experiencias, pero  bajo diferente profundidad.
Paratexto “Antonio Machado”
El poema “Caracol” está dedicado expresamente al  poeta Antonio Machado.
El poema está dedicado al poeta español Antonio Machado.
Si bien las dedicatorias suelen ser un detalle paratextual menor, en este caso, el hecho de que Darío dedicara el poema “Caracol”a Antonio Machado, poeta también considerado modernista, podría tornarse un dato central. La mención de otro artista sobre la página del poema cobra  importancia en la medida en que establece un diálogo indirecto, a medio silenciar, entre dos poetas que comparten contexto cultural, y probablemente intereses y algunos elementos estilísticos.
Una relación de mutuo respeto y admiración unió a Darío con Antonio Machado.
Sin embargo, en dichos del mismo Machado,  había entre ambos grandes diferencias.
No será la primera vez que no se comprenda del todo la intención de Darío de refundar el impulso poético sobre las bases de la tradición. Machado, como muchos otros, en algún momento interpretó su reminiscencia de la antigüedad pagana como una forma de vacuo escape de la realidad, de juego puramente formal, hecho de artificios y motivos ornamentales.
 “Yo también admiraba al autor de Prosas Profanas, el maestro incomparable de la forma y de la sensación, que más tarde nos reveló la hondura de su alma en Cantos de vida y esperanza. Pero yo pretendí seguir camino bien distinto. Pensaba yo que el elemento poético no era la palabra por su valor fónico, ni el color ni la línea, ni un complejo de sensaciones, sino la honda palpitación del espíritu; lo que pone el alma, si es que algo pone, o lo que dice, si es que algo dice, con voz propia, en respuesta animada al contacto con el mundo. (Machado, 1940: 46-47.)…”
Según se desprende de la cita, la literatura dariana no parecería, en sus primeras manifestaciones, “palpitar con el espíritu”, ni tener “voz propia”, ni ser “respuesta al contacto con el mundo”. Machado la juzgaba como cierta evasión, cierto juego formal el interés de Darío por lo antiguo. Como si fuera una vez más la peor lectura del parnasianismo.
Pero si el fondo hondamente espiritual de esa restauración de lo antiguo no se transparentaba en un principio para Machado, la misma cita anticipa que las obras tardías del poeta nicaragüense, le revelarían otra faz. El autor español notaría con Cantos de vida y esperanza que no se trataba de un artificio, de una intención meramente formal. Por el contrario, al indagar en los modelos antiguos se reinstaura la tradición más esencial, las corrientes más universales, las que inspiraron las grandes obras previas al siglo XIX.
Si bien no existen pruebas de que este poema haya influido en la mirada que Machado forja más tarde, es posible que Rubén Darío intentara con este texto y esta dedicatoria enviarle un mensaje cifrado y profundamente poético a su colega español.
Varias hipótesis podrían plantearse respecto a la intención específica de Darío expresada en el paratexto.
Por empezar, no se trata del único poema que le dedica. En “Oración a Machado”, el autor dice del poeta español que “su mirada era tan profunda que apenas se podía ver”. Es posible inferir que Darío veía como trasfondo de su poesía una filosofía similar a la propia, pero que Machado no deseaba develar del todo.
Es notorio el agnosticismo desplegado en la poesía de Antonio Machado. Sin embargo, muchos críticos sostienen que una especie de “razón poética” al decir de Zambrano se hace presente también. ¿Es eso a lo que Darío califica de “mirada tan profunda que apenas se podía ver”?
Julián Marías señala algo similar acerca de Machado: “Sus páginas son escondidas, como se titula uno de sus ensayos, porque ese apetito de más allá tiende a darse en ‘apuntes levísimos´, hasta  el grado de recibir la calificación de ‘poesía púdica’, aunque de una ‘densa virtualidad’, porque alude a importantes actos vitales, apenas insinuados.”[4]
Darío percibe una verdad profunda de la poesía machadiana que no se revela a simple vista, pero que el mismo Machado en boca de uno de sus apócrifos certifica: “Todo poeta supone una metafísica, acaso cada poema debiera tener la suya –implícita, claro está, nunca explícita.”[5]
El poeta nicaragüense vería más incluso. Probablemente hallara las señas de una filosofía afín a la suya propia. El caracol podría ser el modo de señalarle a Machado el objeto que comparten, la metafísica que abrazan ambos.
Acaso Darío, al dedicarle “Caracol” intentara, como lo hacen los masones cuando se dan las señas de reconocimiento mutuo, re-conocerse con el sevillano bajo una misma cifra.
O bien, en cambio, le revelara el fondo de honda verdad que encerraba su propia poesía, la de Darío, por aclararle aquello que no estaba siendo capaz de ver el español, cuando decía que no hallaba allí la “honda palpitación del espíritu”.  Y quizá Darío le exhibiera, por esta vía, el error de considerarla mera forma, artificio.
El caracol que viaja por los siglos es para Darío y para otros tantos poetas místicos el rumor de una tradición digna de cantarse, no sólo por ser Belleza, sino porque en la Belleza es Verdad.
El poema es un canto al rumor esencial, que en sus sístoles y diástoles marinas, en sus salidas, regresos y transformaciones, retrata las correspondencias entre el sentir natural y el latido individual. Hace sonar el compás pasado y presente del corazón del mundo.




[1] Ídem
[2] Chevalier, J. y Gheerbrant, A. Diccionario de los símbolos. Barcelona, Herder, 1991. (Pág. 480.)
[3] Chevalier, J. Op. Cit. (Pág. 1054.)
[4] Marías, Julián: Aquí y ahora, Revista de Occidente: Madrid, 1964, p.118. En: Llano Cifuentes, Carlos. “El anhelo metafísico de Antonio Machado.”  Tópicos: revista de Filosofía, Nº. 13 (2º SEMESTRE), 1997, págs. 171-218
[5] Martín, Abel ( apócrifo de Antonio Machado).