Adaptación
La fierecilla domada
Prólogo. Escena primera
Sly: ¿Qué importa que seas mujer? Voy a golpearte igual
Ventera: Págame los vasos que has roto, salvaje
Sly: ¿Salvaje? ¿No
sabes acaso, prostituta de regimiento,
que mi familia desciende de Ricardo El Conquistador?
Ventera: ¡Págame, maldito! Arregla el daño que tu borrachera
provocó…
Sly: (Se dice a sí
mismo) Tiéndete aquí, pequeño Sly, y descansa el cuerpo.
Ventera: Ah, ya sé de qué medicina te daré: llamaré a los
guardias.
Sly: (ya echado y
bostezando) Llámalos, invita a muchos guardias y que no suban la voz para
que no despierten a este angelito! (Se
duerme)
(Se oye cuerno de caza
y entra un Señor, un Lord)
Lord: Haz que descansen mis perros. Están agotados y temo
que enfermen si no… Denles buena cena
hoy que mañana repetiremos la cacería
Montero: Sí, señor. Se hará como usted diga…
Lord: ¿Qué es esto? ¿Está borracho o muerto? ¿Respira?
Montero: La cerveza no le deja ver que no está en una cama
caliente, sino en el piso frío
Lord: ¡Qué asco! Es repugnante su imagen. Pero gracias a este infeliz tendremos nuestra
diversión. Lo recogeremos, y le gastaremos una broma. Vestirán su cama finamente, le pondrán sortijas
en los dedos. Y lo atenderán sirvientes con librea, servirán un gran banquete y le haremos creer que es un señor. Ni él
mismo sabrá quién es… ¿Qué opinan?
Montero 1: ¡Yo creo que se volvería loco!
Montero 2: ¡No comprendería qué le pasa!
Lord: Báñenlo, perfúmenlo con los más ricos aromas.
Traigan músicos que acompañen su despertar con melodías. Trátenlo como “Su
señoría”, “Señor” y tengan cerca siempre agua de rosas para que lave sus
manos. Le hablarán de sus perros y
caballos, y podrán describirle la desolación de su esposa ante el rapto
repentino de locura que sufrió.
Si se defiende diciendo que es el borracho que hallamos
tirado, le dirán que está soñando.
Y no lo dejarán hablar, para convencerlo de que él es un
gran Señor. Esfúercense en ser naturales para que les crea.
Montero 1: Representaremos tan bien nuestro papel, que
creerá lo que le digamos
Lord: Cada uno recuerde lo que debe hacer. (Suenan
trompetas. Los criados se llevan a Sly a la cama. Irrumpe un grupo de hombres.)
(A un criado) Ve a ver qué son esas trompetas. Quizás un
hidalgo viene llegando.
Criado: (El criado sale y en segundos vuelve) Señor, pide
permiso un grupo de cómicos que quieren ofrecerle a usted sus servicios.
Lord: Bienvenidos sean, amigos! Pensaban pasar la noche aquí?
Cómico: Sí, si es que usted, Señor, acepta nuestros
servicios antes.
Lord: Será un gusto tenerlos aquí. A este cómico (señala al
más elocuente) lo recuerdo muy bien. Interpretaba el papel del hijo de un
granjero que cortejaba a una dama noble. Lo hizo con mucha naturalidad. Por eso
creo que es muy oportuna su visita.
Cómico: Usted dirá…
Lord: Tengo como huésped a un gran señor. Me gustaría que
actuaran para él, pero temo que no sepan qué hacer, porque es imposible prever
cómo reaccionará él como espectador cuando nunca en su vida ha visto una obra
teatral. Quizás ría a carcajadas, quizá
se ofenda…
Cómico: No se preocupe Señor. Sabremos afrontar la
dificultad, sea cual sea su reacción
Lord: Denles de comer y beber a estos cómicos, que sean
nuestros convidados. (Salen los actores)
(Al criado) Encuentra al paje Bartolomé y dile que se
disfrace muy bien de dama. Él hará de la esposa del pobre borracho. Debe llorar
de alegría al verlo despertar después de los siete años de extravío que supuestamente
ha vivido. Y lo supervisaré personalmente para que nadie se tome una licencia
indebida.
Escena Segunda
(En el dormitorio de
la casa del Lord.)
( Entra el Lord
disfrazado de criado y el resto de sus sirvientes, Sly está con un fino camisón
y es rodeado por los sirvientes)
Sly: Tráiganme cerveza. De la suave.
Criado 1: ¿Vuestra Señoría no preferiría un vasito de dulce
de Canarias?
Criado 2: ¿Y unas confituras no serían más dignas de su
honor?
Criado 3: ¿Qué vestimenta desea ponerse hoy, Vuestro Honor?
Sly: Soy Critóbal Sly. Ni “Vuestra Señoría” ni “Vuestro
Honor” ¡No me digan así!
No probé nunca los “vasitos de Canarias” y más que
confituras ofrézcanme un buen asado!
¿De qué vestimenta hablan, si el único traje que tengo es el
que llevo desde hace siglos pegado a mi piel? Por medias llevo las piernas y
por zapatos los pies.
Lord: ¿Qué ideas se le ocurren Vuestra Señoría? ¿De qué
sitio surgen esas fantasías de hombres pobres? ¿Qué son los asuntos indignos,
propios de plebeyos en vuestra boca?
Sly: (Alarmado) Pero, ¿cómo? ¿Me quieren volver loco? ¿No
soy yo Cristóbal Sly, el calderero que remienda calderas, pero ha sido antes
domador de osos, vendedor ambulante, y otras tantas cosas en tanto que un gran
bebedor de cerveza? Pregúntenle a
Mariana la ventera a quien le debo los jarros que he roto y litros de cerveza
rubia…
Criado1: (baja la cabeza apenado) Precisamente por esto
desespera su esposa
Criado 2: Por esto también ha dejado de visitarlo su familia
Lord: Oh, no, Señor… ¿Por qué teniendo aquí los mejores
caballos, las mejores armaduras, los más bellos vestidos, toda la riqueza y las
atenciones a tu disposición te empeñas en ir tras la locura, creyendo ser lo
que no eres? Tus antepasados llorarían al verte despreciar todo lo que te han
legado, por esta extraña ocurrencia… Eres un Lord, Vuestro Honor, y tu esposa
es la más bella dama.
Criado: Aun después de años de lágrimas que gastaron su
rostro, sigue siendo la más bella.
Sly: (Dudoso) ¿Que soy un lord? ¿Que tengo una esposa
bellísima? ¿Acaso estoy soñando, o he despertado recién? Tengo que pensar
(camina de un lado al otro con las manos tomadas detrás de la espalda) Si yo no
fuera un lord, cómo estoy vestido con sedas tan suaves? ¿Por qué, si no, huele
tan bien perfumada mi cama? No puede ser… no puedo estar soñando. Debo ser
realmente un Lord… ¿Pero quién es el calderero, entonces?
(Se acercan tres criados, uno con una jofaina, otro con una
jarra y el tercero con una toalla)
Criado2: ¿Qué tremenda alegría verte restablecido, Vuestro
Honor! No fueron breves los quince años en que viviste en una locura como un
sueño y olvidaste quién eras…
Sly: ¿Y durante ese tiempo no hablaba con nadie?
Criado 2: Sí, pero decías incoherencias, nombrabas personas
que no existen, acusabas a una ventera… Nadie comprendía qué fantasías te
animaban.
Sly: Pues, entonces,
demos gracias a Dios por mi restablecimiento.
Criado 1: (Trayendo cerveza) Aquí tiene, Vuestra Señoría.
Paje: (Vestido de mujer) ¡Señor mío, Vuestra Merced! (Se
arrodilla). ¿Cómo te sientes?
Sly: ¡Qué pregunta! ¡Nunca me he sentido tan bien! (Bebe)
¿Dónde está mi mujer?
Paje: Aquí estoy, noble señor. ¿En qué puedo servirte?
Sly: Eres mi mujer y me tratas de “Noble señor”?
Paje: Eres mi esposo y mi señor, mi señor y mi esposo.
Sly: Ven aquí… ¿Cómo debo llamarte? ¿Juana, Alicia?
Paje: Sólo Señora. Así llaman los señores a sus esposas. ¿No
lo recuerdas?
Sly: Ven aquí entonces, Señora. (Golpea la superficie de la
cama, invitándola a acostarse con él)
Paje: No, Señor mío,
los médicos han advertido que debes descansar, no puedo compartir el lecho
contigo porque podrías recaer en tu tremenda enfermedad.
Sly: No lograré esperar mucho tiempo. Pero tampoco deseo ponerme en riesgo de
volver a caer en la locura.
(Entra el Lord)
Lord: Los cómicos desean ofrecerle una obra que, por
recomendación médica debe ser una comedia, ya que la tristeza consume la sangre
la melancolía genera locura. La comedia le dará una alegría y alargará su vida.
Sly: Una comedia, sí. Estoy de acuerdo… Pero, ¿no será esos
bailecitos de Navidad, o las tonterías de los payasos?
Lord: No, de ninguna manera, Señor. Una comedia es una
distracción muy agradable.
Sly: ¿Sólo una distracción?
Lord: No, además de distracción tiene un poco de historia.
Sly: Muy bien, Querida mía, siéntate a mi lado. Disfrutemos
el espectáculo. Gocemos de nuestra
juventud y dejemos que el mundo siga rodando.
Acto I
Escena primera
Una calle de Padua
Lucencio: ¿Puedes creer, Tranio, que ya estemos aquí, en
Padua? Dejar mi Pisa natal no fue un dolor, porque mi padre, como próspero
comerciante, ha alentado en mí el gusto por el estudio, por la filosofía y las
artes. ¿Cómo no estar feliz aquí, pudiendo educarme en la virtud y la ciencia?
Ya será tiempo de enriquecerme con el comercio, como se espera de mí.
Tranio: Puedes estudiar poesía, retórica, filosofía y si el
estómago te da para ello, matemáticas y metafísica. Pero siempre es preciso oír
el gusto, porque no sirve ni da frutos estudiar aquello que no se disfruta
Lucencio: Gracias por el consejo, amigo. Si estuviera
Biondello aquí podríamos ir a buscar alojamiento. Es conveniente que tengamos
dónde recibir a nuestras nuevas relaciones.
Pero, ¿quiénes vienen hacia acá?
(Entran Bautista, Blanca, Catalina, Gremio y Hortensio.
Lucencio y Tranio se quedan a un lado)
Tranio: parece una comisión de la ciudad que viene a darnos
la bienvenida.
Bautista: Ya lo repetí mil veces. Mi hija pequeña no se
casará hasta que alguien no despose a la mayor. Si a alguno de ustedes le
interesa Catalina, les permito cortejarla.
Gremio: Noooo! Demasiado áspera y tozuda para mi gusto. Hortensio, ¿tú la quieres como prometida?
Catalina: (A Bautista): Padre, ¿quieres avergonzarme delante
de estos pretendientes?
Hortensio: ¿Pretendientes? Mientras seas tan iracunda y
rebelde no lograrás que ninguno sea tu pretendiente
Catalina: ¡Ridículo! Te pintaría la cara con pintura y
peinaría tus pelos con tenazas. ¿Qué te has creído?
Hortensio: Que Dios nos libre de estas mujeres malvadas.
Gremio: A mí también, Dios mío, protégeme.
Tranio: (a Lucencio) Uy, nos divertiremos mucho con esta
muchacha, que está loca de remate.
La otra en cambio, parece tímida y recatada. Una verdadera
doncella.
Lucencio: Tienes razón.
Escuchemos (cruza su índice sobre la boca pidiendo silencio)
Bautista: Mi dulce Blanca, ve a casa y quédate allí. Eso no
va a atormentarte, hija querida.
Catalina: Ay, Blanquita… (le hace burla). ¡La niña de los
mimos! La buenita… Bah, mentiras…
Blanca: No te alegres de mi pena, Catalina. (A su padre)
Obedezco, padre, tus órdenes. Mis libros y mis instrumentos serán mi compañía…
¡y estaré feliz!
Lucencio: ¿La oíste, Tranio? (conmovido)
Hortensio: ¿Por qué, Señor Bautista? ¿Por qué la castiga con
el encierro? Mis intenciones son honestas.
Gremio: ¿Por culpa de este demonio (señala a Catalina) y por
su lengua ponzoñosa castiga a la bella Blanca?
Bautista: Nadie
objete mi decisión. Vete, hija. (Señalándola) Ella disfruta tocando el
clavicordio y el laúd, lee poesías. No será una pérdida de tiempo su encierro.
Tendremos que conseguir maestros que acudan a casa a enseñarle. Si ustedes
conocen algún maestro capaz, tráiganlo. Tú, Catalina, quédate aquí, tengo que
hablar con tu hermana.
Catalina: ¿Por qué debo quedarme aquí? ¿Por qué no puedo
hacer lo que quiero? Nadie va a decirme qué hacer… ¡Como si yo no supiera lo
que me conviene! ¡Sólo esto me faltaba! (Sale)
Gremio: Este demonio nos arrebata todo… ¡Qué mujer! Pero yo
sigo amando a su hermana y haré lo que sea para encontrar un pedagogo para
ella.
Hortensio: Yo también. Pero quiero aclararte, Gremio, que
aunque seamos rivales como pretendientes de Blanca, intentaré ser noble y
hacerlo amistosamente. Unamos esfuerzos
para hacerle el bien, y luego que ella misma escoja su candidato.
Gremio: ¿A qué te refieres?
Hortensio: Busquémosle marido a la hermana
Gremio: ¡Sólo un demonio lo sería!
Hortensio: No, en serio, hablo de hallarle un prometido.
Gremio: ¿Pero a quién se le ocurriría amar a esta desterrada
del infierno? ¡Ni siquiera la fortuna de su padre logrará atraer más que a un
loco!
Hortensio: Si ni tú ni yo seríamos capaces de aguantarla, no
significa que no exista hombre que pudiera hacerlo. Especialmente considerando
el dinero que ofrecerá su padre como dote. No perdamos la esperanza, busquemos
al indicado.
Gremio: Sí , yo obsequiaré a quien nos salve desposándola el
mejor caballo de Padua. (Salen ambos)
Tranio: Señor… Señor
(lo zarandea como para despertarlo)
Lucencio: (Despierta de su estupor) Amigo, perdón… Estaba
ensoñando…
Tranio: ¿Oíste lo que yo?
Lucencio: ¿Qué cosa? ¿A ella? Sí, es increíblemente bella…
Un ángel.
Tranio: No, no es eso. ¿No viste a la tempestad de su
hermana?
Lucencio: No, no he visto nada fuera de ella… de su belleza.
Tranio: (Para sí mismo) ¡Eso nos faltaba! Se ha enamorado…
Con más razón debo obligarlo a poner los pies sobre la tierra.
Lucencio: No es posible que su padre la tenga confinada…
Tranio: La tendrá enjaulada hasta que logre casar a la loca
de su hermana. Pero habrás oído que la niña, encerrada como está, necesita
pedagogos que sigan formándola.
Lucencio: Sí, lo oí. Y creo que eso nos otorga una
oportunidad…
Tranio: Señor, ¿Estás pensando lo mismo que yo?
Lucencio: Sí, me ofreceré como pedagogo de la niña.
Tranio: Pero,
¿quién atenderá los asuntos de tu padre
y tu casa?
Lucencio: Tú me reemplazarás. Toma mi capa. Y dame tu ropa.
(Se desnudan y cada uno se viste con la ropa del otro)
Biondello: (Sorprendido) ¿Qué haces, Tranio? ¿Cómo se te
ocurre disfrazarte de Señor? (Mira a
Lucencio) Señor, ¿usted lleva el traje de Tranio?
Lucencio: Oye, Biondello, no digas nada. A partir de ahora
debes tratar a Tranio como si fuera yo mismo. No cometas jamás el error de
nombrarlo por su nombre. Será Lucencio desde hoy.
Biondello: ¡Qué suerte tienes, Tranio!
Lucencio: Pero no hemos terminado, caballeros. Tú, Tranio, serás también uno de
sus pretendientes. No preguntes más. Tengo mis razones y ya las sabrás. (Salen)
(En el último término del escenario, los personajes del
Prólogo, que hacen de espectadores, se ponen a hablar)
Criado 1ro: Señor, parece que estás durmiendo… No prestaste
atención a la comedia…
Sly: (Saliendo de su
ensimismamiento) No, no, lo he visto. Me parece una pieza excelente. ¿No ha
terminado aún?
Paje: Señor, si apenas empezó…
Escena Segunda
Sigue en Padua. Ante la casa de Hortensio
Entran Petrucho y su criado Grumio
Petrucho: Fue largo el viaje desde Verona. Pero valdrá la
pena cuando veamos a mi amigo Hortensio. Golpea, Grumio.
Grumio: ¿A quién debo golpear, Señor? ¿Quién te faltó el
respeto? ¿Dónde está, que lo muelo a palos?
Petrucho: No, torpe, te he dicho que des unos porrazos ahí
Grumio: ¿A ti, Señor?
¿Por qué debo pegarte?
Petrucho: ¡Basta, bellaco, golpea esa puerta de una
vez! (Le tira de la oreja)
(Entra Hortensio)
Hortensio: ¿Qué hay? ¿Quién llama? ¡Ah, mi buen amigo,
Petrucho! ¡Y vienes con el viejo Grumio!
Petrucho: ¡Amigo! Menos mal que has acudido. Éste me está
sacando de quicio.
Grumio: ¡Dime si no tengo razón al querer abandonar su
servicio. Me ha pedido que lo golpee! ¿Qué imagen daríamos un criado apaleando
a su Señor?
Petrucho: ¡Insensato, cállate! (A Hortensio) ¡Sólo le he
dicho que golpeara la puerta para llamarte! Pero no obedecía…
Grumio: ¿Ahora cambia las cosas? (A Petrucho) Me decía:
“Bellaco, golpéame aquí, bien fuerte”…
Hortensio: Basta ya de esta riña tonta. (A Petrucho) ¿Qué te
trae por aquí?
Petrucho: Murió mi
padre. Ahora tengo dos deseos: hacer más fortuna y lograr un buen matrimonio.n
Hortensio: Ah, tengo una mujer para ti. No voy a negar que
es revoltosa, pero es rica, muy rica…
Petrucho: Eso es lo que quiero, un matrimonio productivo
Hortensio: Ella tiene dinero, y ha sido bien educada… No
obstante, tiene un carácter
insoportable. Es peleadora y salvaje…
Petrucho: Con oro se logra lo que sea. ¿Quién es su padre?
Hortensio: Bautista Minola. Ella se llama Catalina.
Petrucho: De él, he oído hablar. Mi padre lo ha conocido muy
bien.
Grumio: Déjelo. A desfachatado nadie le ganará, ni siquiera
esa salvaje.
Hortensio: Iré con él. Bautista tiene a mi admirada Blanca,
su hija menor, encerrada. Prometió no darla en matrimonio hasta que no case a
Catalina, la mayor.
Grumio: ¿Catalina la fierecilla? (ríe a carcajadas)
Hortensio: Llévame contigo, Petrucho, y preséntame como
profesor de música para su hija Blanca. Así tendré oportunidad de enamorarla.
Entran Gremio y
Lucencio disfrazado de Cambio, el maestro, con libros en las manos.
Gremio: ¿Y éstos? Vienen con libros también…
Lucencio: Cállate, son mis rivales.
(Entra Tranio. Se reúnen en el escenario Hortensio,
Lucencio, Gremio, Tranio, y Petrucho.)
Hortensio: Si tú conquistas a la fiera, Blanca quedará libre
para mí…
Lucencio: O para mí…
Grumio: O para
cualquiera de éstos…
Petrucho: No importa
para quién sea la bella. Han prometido el dinero para que yo la doblegue.
Después podrán competir ustedes, como verdaderos caballeros, por el amor de
Blanca.
Hortensio: ¿Están de acuerdo todos?
Todos: Sí, sí
Petrucho: A la carga, entonces!
Acto Segundo
Blanca: Hermana mía, ¿podrías
desatarme las manos? Te daré mi vestido con enaguas y todo. ¡Sabes el respeto y
admiración que te debo por ser mi hermana mayor!
Catalina: No, no te soltaré hasta que me confieses cuál de
tus pretendientes te gusta más…
Blanca: Créeme, ninguno…
Catalina: Mentirosa: ¿será Hortensio?
Blanca: Si te gusta a ti, yo te ayudaré a enamorarlo.
Catalina: Ah, claro… quieres al más rico. Gremio te dará una
vida de princesa…
Blanca: ¿Es por él que me atacas? (La mira con dramatismo,
mientras Catalina sonríe de pronto) Ah, era una broma…
Catalina: Si ésa fue una broma, ¡aquí tienes otra! (Le da
una bofetada)
(Entra Bautista)
Bautista: Hija mía, pobre hija! (Le desata las manos) Vuelve
a tus labores. (A Catalina) Tú, criatura del demonio, ¿por qué atas a tu
hermana, que no hace nada malo?
Catalina: Se calla y eso me ofende. Se lo haré pagar… (Se
abalanza contra ella. El padre se interpone) (Blanca sale)
Bautista: ¿Cómo te atreves? ¡Y en mi presencia…!
Catalina: Ah, claro, ella es tu preferida… ¡Maldita! Se
casará pronto, bailará de felicidad, será la preferida de todos, y yo me
quedaré solterona, ocupada en limpiar las figuras de la Iglesia
Bautista: ¡Qué condena la mía con esta hija!
(Entran Hortensio, disfrazado de Licio, el músico; Petrucho,
Lucencio disfrazado de Cambio y Tranio disfrazado de Lucencio y Biondello con
laúd y libros)
Bautista: Salud, Gremio.
Petrucho: (Arrebatado) Buen día, Señor. ¿Es usted quien
tiene una hija llamada Catalina?
Gremio: ¡Qué arrebato, esos no son modales!
Petrucho: No me
malinterpreten. He viajado mucho, desde Verona hasta aquí, para conocer a tu
hija Catalina de la que se dicen todo tipo de elogios. Por mi interés en ella
es que vine con Licio, gran músico y matemático, para que profundice los
saberes de la bella.
Bautista: Lo aceptaremos con gusto, pero no creo que a
usted, señor Petrucho, le guste mi hija.
Petrucho: Ah, entiendo, no quiere separarse de su hija… O
no, lo que sucede es que yo no le gusto para yerno… Pero sepa que soy hijo de Antonio, a quien
usted conocía…
Bautista: Sí, claro. Sea bienvenido. (Mirando a Tranio) ¿Y
el señor?
Tranio: soy extranjero aquí, pero he venido a pretender
también a tu hija, la dulce Blanca.
Gremio: Señor Bautista, yo también debo hacerle una
presentación. (Señalando a Lucencio) Éste, hombre le letras, ha venido a
enseñar a tu hija por pedido mío, para compensar las amabilidades que tuviste
conmigo. Se llama Cambio.
Bautista: Muchas gracias, Gremio. Vengan usted Licio, con su
laúd y usted, Cambio, con sus libros.
Petrucho: Señor, soy hombre de negocios y no sé esperar. Tampoco
tengo la paciencia de otros para venir todos los días a cortejar a la criatura.
Voy al grano: Dígame usted, si desposo a su hija Catalina, qué dote recibiré de
usted?
Bautista: La mitad de mis propiedades y veinte mil coronas…
Petrucho: Bueno, yo me comprometo a dejarle en herencia, si
muero primero, toda mi fortuna, que no es poca.
Bautista: Es muy justo y conveniente, pero no se apresure,
lo importante es saber si ella acepta esta unión. Tiene un temperamento…
Petrucho: Descanse con eso. Soy más testarudo que la más
testaruda de las damas. No me asustarán sus gritos. Seremos fuego contra fuego.
(Entra Hortensio, tomándose la cabeza y como mareado)
Petrucho: ¿Y bien? ¿Tiene aptitudes para el laúd?
Hortensio: Muchas más debe tener para el zumo. No ha tocado
el instrumento, más que para partirlo sobre mi cabeza. Me lo dejó como doble cuello
de mi camisa.
Petrucho: Ah, cómo me hace arder de pasión el relato… No
puedo esperar para verla…
Bautista: No se desespere, profesor, mejor será que le
enseñe a mi hija menor, que tiene mucho mejor carácter. Vamos a buscarla. Le
enviaremos a Catalina al valiente Petrucho.
Petrucho: Ahora verá ella cuán constante puedo ser: Cuando
me desprecie, le confesaré amor eterno, cuando se niegue a hablarme elogiaré su
elocuencia, cuando me dé un empujón le agradeceré la caricia… Aquí llega
(señala con el dedo)
(Entra Catalina)
Petrucho: Ah, Cati…
Cati mía. Dulce como la miel más dulce. He venido desde lejos a solicitarte en
matrimonio… Sin haberte visto, te amé en los relatos ajenos. Eso me ha movido
hasta aquí, Cati querida…
Catalina: ¿Te ha movido? Pues, sigue moviéndote, pero esta
vez de vuelta a tu ciudad. Si no, pediré que te corran de aquí
Petrucho: ¿Como a un mueble?
Catalina: No. Un mueble, no… No creo que te dé para esa
categoría, un banquito sería mucho…
Petrucho: Pues, bella, tómame como un banquito y descansa
sobre mis piernas…
Catalina: ¡Atrevido! Eres un burro. (Ella comienza retroceder y de apoco van girando en torno de
la mesa, él detrás de ella)
Petrucho: Si no fuera porque las mujeres son carga y los
hombres cargamos, te diría que me cabalgues… (hace la mueca de cabalgar)
Catalina: Ni lo uno ni lo otro. Nadie con mi agilidad se
dejaría cazar por un tonto como tú.
Petrucho: Tienes el pico venenoso. Como un abeja…
Catalina: Como una avispa y cuídate de que no te clave mi
aguijón…
Petrucho: Sería un lindo golpe de esa región! ¿Sabes dónde
tienen el aguijón las avispas? Déjame
mostrarte! (Se adelanta, la agarra de la cola, donde tendrá un almohadón
grande, y grita “En la cola, en la cola)
Catalina: (Enfurecida, intenta escapar, él la detiene del brazo) No sabes nada, las criaturas como yo tenemos
el aguijón en la boca…
Petrucho: Ah, sí? (Le roba un beso) ¿Se te mojó el aguijón,
se le lavó el veneno? ¿La avispa ha perdido la voz?
Catalina: Grrrrrr (gruñe mientras aprieta los puños) Sal de
aquí, idiota!
Petrucho: Ah, me habían dicho que eras intratable, salvaje,
pero ahora veo que eran todas mentiras… Eres amable, alegre… Siempre de buen
humor. Nunca te pierdes en discusiones tontas, eres muy gentil con tus
pretendientes… Y tan bella… Dejame
mirarte mejor… Camina un poco…
Catalina: Yo no obedezco órdenes, ridículo!
Petrucho: Las obedecerás, querida. Tu padre y yo hemos
decidido que te casarás conmigo. Hemos acordado hasta la dote. Y yo soy el
marido perfecto para ti. Soy un excelente domador, y te haré mansita mansita…
(Entran Bautista, Gremio y Tranio)
Bautista: ¿Y? ¿Cómo van las cosas entre ustedes dos? ¿Qué
tal, hija?
Catalina: ¿Hija? Si fuera tu hija, me querrías y no intentarías casarme con este loco
demente!
Petrucho: Padre, (Catalina se escandaliza y hace ademanes)
nuestras relaciones van tan bien que decidimos casarnos el próximo domingo.
Cati es la dulzura, la paz… Disimula, para que el resto de las mujeres no
queden ensombrecidas por sus encantos…
Catalina: Que me ahorquen este sábado
Gremio: ¡Qué fracaso!
Petrucho: ¡Qué éxito! No se dejen engañar. Ella, cuando
estamos solos, me besuquea…
Catalina: ¿Yo?
Petrucho: ¿Vas a negar que me besaste?
Catalina: ¡Me incendio de rabia!
Petrucho: ¿Y que me abrazaste? Ella me pidió que simuláramos
su fiereza, que el mundo creyera que me rechaza… Pero en privado es una
palomita enamorada… Bautista, dispón todo para el domingo… Yo iré a Venecia
donde compraré su vestido de bodas…
Bautista: ¡No sé qué decir! Me sorprendes, pero te daré mi
consentimiento.
Gremio: ¡Nosotros seremos testigos de la unión! Bienvenida.
Ahora, Bautista, podrás comprometer a tu hija Blanca conmigo. Yo fui el primero
que la pidió en matrimonio.
Tranio: ¿Qué? No es justo, yo amo a Blanca más de lo que
puede amarla nadie…
Gremio: Nadie puede amarla como yo…
Tranio: ¡Tu fuego es casi ceniza, con lo viejo que estás!
Las mujeres sólo aman a los jóvenes…
Bautista: ¡Haya paz! Ganarán mi bendición con hechos y no
con palabras. Quien mayor dote ofrezca tendrá mi permiso
Gremio: Todos mis bienes serán de ella pronto, cuando yo
muera, si es mía mientras yo vivo.
Tranio: Mi padre es más rico
que tú incluso, y sus tierras producen una renta anual de dos mil ducados. Es
indudable, la joven es mía.
Bautista: Sí, no hay duda.
¿Pero qué pasaría si murieras tú antes que tu padre?
Tranio: ¡Yo soy joven!
Gremio: ¿Y eso te hace
inmortal?
Bautista: El domingo después
de la boda de Catalina, daré la mano de mi hija a alguno de ustedes dos.
Tranio, si consigues la garantía que le pido a tu padre, será tuya. Si no, será
de Gremio.
Tranio: Maldito Gremio. No
importa, ¡serví a mi amo Lucencio, el verdadero pretendiente, muy bien, y
seguiré haciéndolo mejor!
Sly: Sim, ¿No vuelve ese
loco?
Lord: Ya vendrá.
Sly: Dame cerveza. Ven, Sim,
come algo
Lord: Ahí vuelven los
cómicos.
Acto Tercero
Escena primera
Hortensio: Ya es hora,
termina con tu clase de una vez. Es el momento de enseñarle música a la
señorita Blanca.
Lucencio: Ah, la música
sirve para relajarse, tendrás que venir después, cuando la bella esté cansada
del latín.
Blanca: A mí me toca
decidir. (A Hortensio)Templa el instrumento mientras él termina su lección.
Hortensio: ¡Maldito sea!
Lucencio: “Ego sum Lucencio. Meus servus
Tranius simula quo esset me; Et ego
fingo
quo esse magister Blancae, pro conquistare tuum.”
Blanca: No entiendo, ¿qué
dices?
Lucencio: “Yo soy Lucencio…”
Blanca: ¿Cómo tú? (Señalando
a Tranio)¿No es éste Lucencio?
Lucencio: No, no, no digo
yo. El texto dice así. Tómalo como una ficción. Si es literatura, ha de haber
ficción… Yo sólo lo traduzco…
Blanca: Sí, si hay
literatura hay ficción: ¿siempre empiezas tus clases con esta máxima? Me
recuerdas a una maestra…
Lucencio: Dice “Mi siervo
simula que soy yo. Y yo finjo que soy tu maestro. “
Blanca: ¿Y dónde están esos
nombres como Tranio, Lucencio…? No mencionaste los nombres…
Lucencio: (Aparte) Si menciono su nombre, el mío y el
de Tranio, se dará cuenta de que este pasaje latino no es tal cosa, sino mi
confesión. (A Blanca) Dicen los que saben que los nombres no se traducen…
Blanca: ¿No? Qué curioso…
Entonces, si aparecen en el texto que traduces, ¿simplemente los olvidas?
Hortensio: ¡Basta ya! Se acabó su tiempo… Ahora
estudiaremos música.
Lucencio: (Aparte) ¡No
permitiré que la conquistes!
Hortensio: Srita. Blanca, he
diseñado especialmente para usted un modo de estudiar las notas musicales. Lea, aquí tiene:
Blanca: Do ndequiera que vayas, allí
estaré
Re cuerda que siempre te amaré
Mi corazón es tuyo
Fa milia seremos, hijos
tendremos
Sol o contigo lograré ser feliz
La gloria será el beso que me des
Sí, debes decir, cuando se te pregunte: “¿Acepta usted por
esposo…?”
¿Qué es esto? Prefiero el
recitado: Do Re Mi Fa Sol La Sí
Criado: Señorita, su padre
la llama para que ayude a embellecer el cuarto de su hermana. No olvide que
mañana es la boda… (Salen el criado y Blanca)
Lucencio: No hay razón para
quedarme aquí…
Hortensio: Éste parece
enamorado. Debo vigilarlo…
Escena segunda
Catalina: ¡Qué vergüenza!
¡Qué deshonra! Nunca acepté un candidato y el grosero que me imponen me deja
plantada a un paso del altar?
Bautista: Calma, hija, aún
no sabemos si vendrá…
Biondello: Traigo dos
noticias. Una buena y una mala.
Bautista: Dí lo que tengas
que decir. No lo demores
Biondello: ¿Quieres la buena
o la mala?
Bautista: Empieza por cualquiera, pero dilo ya
Catalina: Dame una buena
noticia, ¡por Dios!
Biondello: Petrucho está llegando…
Viene a casarse contigo…
Bautista: ¡Aleluya!
Catalina: ¿Y la mala?
Biondello: Que será para ti
como casarte con un desconocido. Es más,
podrás identificarlo ahora en la Iglesia, hallando al más pordiosero de los
presentes.
Catalina: ¡Ah, yo quisiera
no haberlo conocido nunca! ¡Demonio! ¡Charlatán!
Escena tercera
(En la Iglesia. Catalina,
vestida de novia. Bautista de traje de etiqueta. Avanzan hacia el público Catalina y Bautista. Ella va
llorando.)
Catalina: ¿Lo viste, padre?
¡Es un loco desquiciado. Parece un endemoniado de los que vagan por la ciudad
pidiendo limosnas! Buaaaaaa!!!!
Bautista: Calla, hija, el
sacerdote va a oírte y si sabe que lloras no creerá que quieres casarte con él…
Sacerdote: Estamos reunidos
aquí…
Petrucho: Ah, no empecemos con
esa cantilena! Al grano, al grano…(
Empuja a Bautista y se pone junto a ella.) ¡¡De prisa. Estoy apurado por
gozarla!! ¿Quién puede estar tranquilo con esta belleza?
Sacerdote: Estamos aquí para
celebrar…
Petrucho: Sí, vejete, para
celebrar el matrimonio…. Este hombre cree que tendrá larga vida como su
Iglesia, actúa como si fuera a vivir dos mil años!
Catalina: ¡Cállate, asno!
Sacerdote: Para celebrar la
boda…
Petrucho: Pero sí, la boda,
¿qué otra cosa? ¿La ves vestida para un entierro?
Sacerdote: La boda de
Catalina y
Petrucho: Petrucho, sí, Petrucho…
Y los declaro marido y mujer! (Besa a Catalina) Listo, que sean felices, a
comer las perdices y todo terminó…
Catalina: No, no vale si no lo
dice él!
Sacerdote: (con resignación) Los
declaro marido y mujer… Puede besar a la novia…
Petrucho: Ah, eso sí, para eso
tengo tiempo…
Catalina: ¡Quítate, gorila!
Sacerdote: Esta juventud, que vive
apresurada…
Bautista: ¡Gracias, Padre! Está
usted convidado al banquete de bodas…
Petrucho: Ah, sí, vayan, vayan y
coman bien, beban hasta el agua de los desagües, todo en honor de nosotros!
Catalina: Dirás comamos y bebamos.
Petrucho: No, criaturita. Tú y yo
partimos.
Catalina: ¿Cómo que partimos?
Petrucho: Ahora mismo. ¿Por qué
crees que traigo este traje de peregrino… Los negocios me reclaman. Andando…
(La toma del brazo y se la lleva, ella voltea con cara de pena y mira a
Bautista)
Bautista: Déjala aquí. Ve y
después podrás venir por ella.
Petrucho: ¿Y perderme esta
orquídea a punto de abrir? No. Ella se va conmigo. Y ustedes despidan con
honores a su anciana castidad…
(Salen)
Tranio: No he visto nunca, lo
confieso, un matrimonio tan alocado.
Bautista: Es cierto. No había
podido imaginar que hubiera un loco semejante. ¡Ella ha hallado la horma de su
zapato con este demente!
Gremio: Sí, están enfermos.
Son un matrimonio alocado. Pero a su modo, parecen amarse.
Blanca: A un modo bastante
explosivo
Bautista: Bueno, dejémoslos
ir. Pero ahora que no hay novia, ponte en ese sitio tú, hijita mía.
Tranio: ¡Estupendo! ¡Ella,
la novia, por fin! ¡Es hora de que tome mi lugar!
Bautista: Alto, no te
ajustes las calzas, que en el retrato no sales…
Tranio: ¿Qué quieres decir?
Bautista: Que Lucencio es
quien debe ubicarse a su lado…
Acto IV
Escena primera
(En la casa de campo)
Grumio: Apúrate, Curtis, que me ha mandado para que todo
esté dispuesto cuando ellos lleguen. Haz un fuego inmenso, porque vienen
muertos de frío.
Curtis: En eso estoy… ¿Y cómo es ella? ¿Es cierto que es una
fierecilla indomable?
Grumio: Sí, lo es, pero él está siendo su remedio.
Curtis: Cuéntame. ¿Cómo está el mundo?
Grumio: ¿El mundo? Pues
frío… Calienta la casa antes de que lleguen las fieras…
Curtis: Ya va, ya va…
Grumio: ¿Tienen la cena lista? ¿Reunidos a los sirvientes?
Curtis: Cuenta y descuida en lo demás..
Grumio: ¿Qué contar? Venían cabalgando ella delante, él
detrás y de pronto los dos dieron por el suelo, haciéndose esos baños de barro
que son la delicia de los nobles…
Curtis: Ja jaja! ¿Hablas en serio?
Grumio: Claro. Mira mi chichón!
Curtis: ¿También te caíste?
Grumio: Pero no… Él me cayó encima, con barro y todo y me
molió a puñetazos. ¿Lo has visto tú
alguna vez en esa crueldad? Yo no. Pero mira lo que sucedió: Ella, repleta de
inmundicias, vino a interponerse entre sus mazazos y yo. ¡Me defendió! Toda su
fiereza se esfumó al ver la violencia de la que era víctima.
Curtis: ¿Le agradarás?
Grumio: No, ni medio. Desde entonces y hasta entonces no me
dirigió ni siquiera una palabra.
Curtis: ¡Qué extraño!
Grumio: No, no es extraño, Curtis. Él sabe cómo doblegarla.
Utiliza un espejo y ella se mira allí y huye horrorizada. ¡Yo recuerdo haberla
visto castigar a sus sirvientes. Pero ahora, ve maltratar a los de Petrucho, y
se ha vuelto compasiva! Ahí la tienes…
(Entran Petrucho y Catalina)
Grumio: ¡Atención:
ponle buena cara!
Curtis: Pero, pero ella ya viene con cara… ¿Dónde se la
pongo?
Petrucho: ¿Qué pasa
con mis sirvientes? ¿Dónde está el personal de esta casa?
Curtis palmea sus manos. Aparecen Nataniel, Felipe, José,
Nicolás, Adam, Pedro, Rafe
Felipe:( haciendo una reverencia) Señor.
José: Señor.
Nicolás: Señor.
Adam: Señor.
Nataniel: Señor.
Pedro: (con voz bien aflautada) Señor
Rafe: Señor.
Petrucho: ¡No se queden ahí, traigan la cena, perezosos! Traigan
la jofaina para que la dama se lave las manos! (A Rafe) Tú, quítame las botas.
(Se sienta y sube una pierna. El sirviente tira, no sale, otro lo ayuda y de
pronto la bota se suelta y ambos caen)
(Llega Adam con la jofaina. A un paso de Petrucho tropieza
con la bota y empapa a Petrucho vaciando la jofaina) (A Adam) Villano,
desvergonzado, ¿cómo te atreves? (Adam sale corriendo y Petrucho sale corriendo
detrás de él)
Catalina: Paciencia, querido. Ten paciencia… (Entra de nuevo
Petrucho) Lo ha hecho sin querer… (Ambos se sientan ante una mesa ratona)
Nataniel: (trayendo una bandeja llena de cosas) Aquí tiene,
señor. Es carnero.
Petrucho: ( con mucho énfasis) ¿Carnero? ¿Están locos? ¿Cómo
darle carnero a esta noble mujer? No puede ser de su agrado…
Catalina: Me gusta, querido, con el hambre que tengo…
Petrucho: (Interrumpiendo) Nada de carnero, tráiganle algo
superior, quizá unos frutos tropicales, algo de café y cacao…
Catalina: (Mientras el sirviente levanta el plato) No… no,
no se lo lleven…
(Entra Pedro, el de la voz aflautada)
Pedro: ¿Qué tipo de manjar desearía el señor?
Petrucho: Pues… algo sofisticado, algún manjar exótico… de
tierras lejanas… (Pedro hace una reverencia y sale)
(Entra Nicolás)
Nicolás: Señor, usted ha pedido manjares exóticos. No
tenemos tal cosa, a menos que como hombre de ciudad considere exóticos a los
pollos…
Petrucho: ¡Inútiles! (Mientras Nicolás retrocede sin darle
la espalda, desesperado por salir, Petrucho le arroja cosas. Nicolás tropieza
con un sillón y cae rodando al piso)
Bien hecho. Ves, Cati, la suerte está de mi lado…
(Entra Felipe, con una bandeja)
Felipe: Señor…
Petrucho: Basta ya de basura comestible. Estoy asqueado.
(Catalina se queda mirando con deseo la bandeja que se lleva
Felipe)
Petrucho: Hora de descansar, querida.
Catalina: Pero….
Petrucho: No, criatura, sin chistar, que le he prometido a
tu padre que te cuidaría mejor que él. (Sale Catalina, acompañada de Juana, la
criada)
Petrucho: Ah, mi plan va muy bien. La fiera comienza a
olvidar los resentimientos que la hacían tan
salvaje… ¿Comienza a condolerse de sus sirvientes? ¿Comienza a conocer
los rigores del frío, de una mala montura, del ayuno? Esperaré a que se duerma,
y entraré a los gritos a su cuarto con cualquier excusa… Sabrá también lo bueno
que es dormir profundamente. ..
Esta fierecilla terminará completamente domada…
Escena segunda
Tranio: (A Hortensio) ¿Puedes creer la familiaridad de
éstos? ¡Qué osadía!
Hortensio: Sí, lo veo, aunque me parta el corazón. ¡Mira
cómo ella sigue el movimiento de sus labios! Ambos permanecen indiferentes al
mundo exterior.¡ Si ni siquiera notaron nuestra presencia!
Tranio: Es cierto. No sólo se ve… Escucha lo que se dicen
Lucencio: ¿Saca provecho de lo que estudiamos, señorita?
Blanca: Sí, ¿pero qué lee usted fuera de clases?
Lucencio: “El arte de amar” de Ovidio
Blanca: Yo quisiera que usted me enseñara eso…
Hortensio: ¡Qué desvergonzados! Y ahora vea cómo la
acaricia…
Tranio: Aquí no hay nada que hacer, amigo. Ella ya ha
inclinado la balanza…
Hortensio: Ya que de nada sirve que le mienta ahora, sepa
usted que no soy Licio, ni soy maestro de música. Todo este engaño fue por
conquistar su corazón, pero ya es inútil. Su corazón tiene dueño.
Tranio: Tiene razón, amigo… No hay nada que remediar. Yo
también renuncio a ella. Es todo.
Hortensio: Idiota de mí. Ésta no se muestra digna de mi
amor… No tengo nada que pensar. Me casaré de inmediato con la viuda joven que
me pretende hace tiempo. Al fin y al cabo, la belleza es pasajera y lo que
queda es la dignidad y el dinero. (Sale)
Tranio: Srita.
Blanca, sepa usted que tanto Licio como yo hemos renunciado a ser sus
pretendientes. Si su elección es el profesor de latín, vívala con libertad.
Licio se casará con otra mujer en unos días. Tiene la firme decisión de que no
llorará por usted ni un instante.
Blanca: ¡Cuánto me alegra! Espero que sea feliz… (Sale)
Biondello: Señor, no has olvidado que necesitamos alguien
que finja ser padre de Lucencio para que ofrezca la dote…
Lucencio: Sí, claro. ¿Qué tiene que ver eso ahora?
Biondello: Aquí viene
un hombre que podría servirnos. Parece distinguido…
Tranio: (A Lucencio) Déjame a mí. Tengo una historia… Si la
cree, no será problema convencerlo de que nos ayude. (Al recién llegado) Señor,
podremos ayudarlo? Parece extraviado…
Maestro: Sí, estoy buscando el camino hacia Roma. Pero ,
parece que tendré que pasar la noche aquí.
Tranio: ¿De dónde viene, Señor? Si se puede saber…
Maestro: De Mantua
Tranio: (con alarma) ¿De Mantua?
Lucencio: ¿De Mantua? (codeando a Biondello)
Biondello: Oh… ¿De Mantua?
Maestro: Eso dije
Tranio: ¡Qué riesgo, Señor! ¿Cómo se atrevió a venir hasta
aquí?
Maestro: Pero…, ¿por
qué?
Tranio: ¿Acaso no conoce la nueva ley? Ayer se promulgó una
nueva norma. Usted conoce el estado de batallas entre las ciudades de esta
región… Un reciente mal entendido entre el Duque y su par mantuano hay ocasionado algo horrible:
cada mantuano que ose acercarse o entrar a nuestra ciudad, será condenado a
muerte y ejecutado en el término de horas.
Maestro: ¿Pe pe pena de muerte?
Tranio: Señor, no desespere. Yo mismo le ofreceré el modo de
salir de este peligro. Lo invitaré a pasar unos días en mi casa. Pero para que
ninguno de mis sirvientes lo delate, diremos que usted es mi padre Vincencio.
Después de todo, usted se parece bastante…
Biondello: Sí, se parecen bastante… Ambos tienen dos ojos,
dos piernas… ambos son hombres…
Tranio: Pronto, vamos, antes de que ningún curioso note tu
presencia aquí y te envíe a la horca.
Escena tercera
(Entra Grumio con una bandeja. Catalina se sienta mejor,
preparándose para comer… Irrumpe Petrucho)
Petrucho: Ah, no, querida, no hay tiempo de comer ahora.
Grumio, llévate la comida que los trajes se llenarán de vapores hediondos…
Catalina: ¡Ay, no! Desfallezco de hambre… ¡Qué puede
ser tan importante! (Llora)
Petrucho: ¿Qué? Pues lo más importante para una dama… su
vestuario!
Catalina: (Dejando de llorar) Sí, es cierto, es importante…
Petrucho: Aquí viene el Sastre… Señor Sastre: muéstrele a mi
querida los géneros escogidos…
Sastre: Aquí tiene, señor… Hemos confeccionado un traje con
cada una de estas sedas traídas de Oriente… Están en proceso de bordado. Pronto
se los traeré…
Catalina: Ah, qué belleza…
Petrucho: Un momento… ¿Qué se ha creído usted? ¿Qué cree que
está vistiendo con ese mamarracho? ¿ Viste a un papagayo, o a mi mujer? ¡Cómo se le ocurre! ¿Acaso le pondrá plumas
como a una indígena?
Catalina: Espera, querido, ¿no te gustan? ¿Qué tienen de
malo? A mí me parecen muy alegres…
Petrucho: ¿Qué mal gusto, mi querida Cati! Olvidemos esas
sedas… Deshagan los bordados. Véndanle esas prendas ordinarias a una ventera…
Espero que lo que trae hoy sea muy distinto…
Sastre: Aquí tiene, señora… (Le entrega un vestido)
Catalina: Ah, no he visto jamás algo tan bello, tan bien
confeccionado, tan sofisticado…
Petrucho: ¿Qué? ¿Eso? ¿Qué quieres, parecer una
matrona? Ese traje es para una vieja…
Catalina: No, querido, estás equivocado. Es un vestido muy
elegante…
Petrucho: No se hable más, ¡guarde esa basura! ¿Qué más tiene?
Sastre: Traje los sombreros… ¿Quiere ver alguno?
Catalina: Sí, por supuesto…
(El sastre exhibe tres. Dos capelinas y un gorro inmundo.Catalina
toma las dos capelinas y rechaza el tercer gorro. Mientras, Petrucho lo toma)
Petrucho: Éste, señor sastre. Dígale a mi sirviente que le
pague por éste. Y márchese, que no tenemos tiempo que perder. Llévese estos
plumajes absurdos…
Catalina: No… (comienza a llorar)
Petrucho: Vamos, andando. Debemos ir a casa de tu padre. Son
las siete, si montamos dentro de un rato
llegaremos justo para la comida.
Catalina: ¿Las siete? Apenas son las dos…
Petrucho: ¡Deja de contradecirme! Siempre me contradices,
esa rebeldía que tienes… Ahora me has
hecho enojar. Ya está, no partiremos. Hoy no partiremos…
Escena cuarta
Tranio: Recuerde actuar como si fuera mi padre.
Maestro: Espero que no se dé cuenta de quién soy. Hace
tiempo me conoció… ¿Qué haremos si me reconoce?
Tranio: No se preocupe por eso. No pensará que es nadie más
que Vincencio, el padre de Lucencio. Tráteme como a un verdadero hijo y no lo
notará.
(Entra Bautista)
Bautista: Salud, Lucencio. Salud…
Maestro: Salud, señor. Soy el padre de Lucencio. He venido
desde Padua a cobrar unas deudas. Y mi hijo me ha contado el amor que tiene por
su hija. Su entusiasmo me obliga a tener en cuenta su pedido. Desea casarse con
ella. Y yo haré lo posible por mediar en su favor.
Bautista: Ah, qué sinceridad maravillosa… No sabe cómo me
complace que hable sin dilatar el asunto. Sé que su hijo Lucencio ama a mi hija
Blanca. No estoy ciego y también veo la inclinación de ella por él. Yo no me opondré a eso, si usted está
dispuesto a aportar una dote generosa.
Maestro: Entonces, doy mi consentimiento. Espero el suyo
también.
Bautista: Acordemos los detalles. Esta misma noche. Hallemos
un lugar donde reunirnos, porque aquí las paredes oyen.
Tranio: Ese no es problema. Ofrezco mi casa. Estamos sólo mi
padre y yo. (A Lucencio, disfrazado de
Cambio) Tú, Cambio, ve a casa de Bautista para buscar a Blanca (Le guiña el
ojo) Y tráela a mi casa. Yo llamaré al
notario. Lo único que les advierto es que no tendré los víveres para una gran
cena, debido a la urgencia.
Bautista: No importa la cena. (A Lucencio). Ve a mi casa y
haz que mi hija se prepare. Anúnciale lo que sucedió. Que sepa que el padre de
Lucencio pidió su mano y que pronto ella y Lucencio serán esposos.
Tranio: Ve con él, Biondello. (Sale aparentemente Cambio
junto con Biondello, pero se quedan ahí.) Bautista, espero que sepa disculpar
lo austera que será la cena. Ya
tendremos oportunidad para que le demos el banquete que merece su visita.
Bautista: Está bien, está bien. Asegurémonos de lo
importante… que el acuerdo se firme esta misma noche. (Sale)
(Biondello vuelve a entrar con Lucencio)
Lucencio: Biondello,¿ viste el guiño que me hizo Tranio?
¿Qué quiso decirme?
Biondello: Sí, señor. Quiso advertirte que a partir de la
señal nada de lo que dijera sería verdadero. Debes ir a buscar a Blanca, pero
no para llevarla a la reunión con el notario. La llevarás a la Iglesia de San
Lucas, donde estará el sacerdote esperándote para casarlos, mientras Bautista
se entretiene redactando un contrato falso con un padre falso y un hijo más
falso aun.
Lucencio: Ah, Biondello, ¿me aceptará? ¿Querrá casarse
conmigo? ¡Qué alegría! Esta dicha no es completa, temo que finalmente no se
realice. Pero ya gozo la perspectiva de felicidad futura…
Sly: ¿Van a casarse ahora, Sim?
Lord: Sí, milord.
Escena quinta
Petrucho: Apuremos el paso, querida. Ya brilla la luna sobre
nuestras cabezas.
Catalina: ¿La luna? Debes haberte confundido al hablar. Lo
que brilla es el sol sobre nosotros.
Petrucho: ¿Qué? ¿El sol? J aja ja. ¿Qué sol? ¿Perdiste la
razón?
Catalina: Querido, ¡esa es la luna!
Petrucho: ¡Siempre me contradices! Es increíble… eres
obstinada como una mula. Atrevida, mentirosa…
Catalina: Está bien, cariño, no discutamos más y sigamos
avanzando, que si no, no arribaremos nunca.
Petrucho: Ah, ¿ahora quieres cerrarme la boca? Es inaudito…
Catalina: No, querido, sólo apuremos la marcha.
Petrucho: Pero, ¡Qué osadía querer acallar a un marido!
Catalina: Descuida, cariño, no ocultaré la verdad… lo que veo es una gran luna llena… ¡Es la
luna!
Petrucho: Mientes. ¡Es un sol radiante!
Catalina: (aliviada) Bendito sea Dios. ¡Claro que es el sol!
Pero no lo es si tú decides que no lo sea. Así son las cosas. Así serán para
Catalina, amén.
Hortensio:(Aparte) Sí que tienes la batalla ganada,
Petrucho.
Petrucho: Ah, así debe ir la bola en el juego de los bolos…
correr sin obstáculos…
(Entra Vincencio)
Petrucho: (A Vincencio) Oh, bella señorita… Cati, di la verdad, haz visto alguna vez una
niña tan bella. De piel tan tersa? Sus ojos compiten con las estrellas en
brillo. Abrázala, Cati…
Hortensio: ¿No ofenderá a este hombre haciéndole creer que
lo ve femenino?
Catalina: Tú, bella luz de primavera. ¡Felices los padres
que tienen tan bella hija!
Petrucho: ¿Cati, te has vuelto loca? ¿Quieres que me bata en
duelo con este caballero a causa de tus insultos? ¿Cómo lo tratas de
mujer? (A Vincencio) Venerable
anciano… No es nuestra intención
molestarte. Diganos adónde se dirige y lo acompañaremos un poco para subsanar
la ofensa.
Vincencio: No hay tal ofensa. Me dirijo a Padua. Un hijo mío
vive allí y hace tiempo que no lo veo.
Petrucho: ¿Cómo se llama su hijo?
Vincencio: Lucencio
Petrucho: ¡Qué buena
noticia! ¿Es usted Vincencio? Pues será para mí como un padre…
Vincencio: ¿Se burla?
Petrucho: No, para nada. Déjeme explicarle. Seremos familia
muy pronto. Su hijo, si mis cálculos no me fallan, estará en este momento
casándose con la hermana de esta dama, que es mi esposa. Prosigamos el camino
juntos, que mucho tenemos para conversar ¡Bienvenido, Señor, a esta tierra!
Vincencio: ¿Es cierto lo que dice?
Hortensio: Muy cierto, abuelo.
Petrucho: Tan cierto como el sol que brilla en el cielo
(toma la mano a Catalina en gesto tierno y jocoso)
Hortensio: ¡Qué bien, Petrucho, todo esto me da aliento para
mi próxima batalla! La viuda espera. Debo convencerla. ¡Aunque tu ejemplo me ha
enseñado ya que hay que ser mucho más testarudo que las mujeres para ganar su
favor!
Acto V
Escena primera
(Calle de Padua)
Biondello: Apurémonos, Señor. El sacerdote nos espera.
Lucencio: (A Blanca) Partamos, amor mío… (A Biondello) Tú
quédate aquí, tal vez te necesiten…
Biondello: No, yo no podré estar tranquilo hasta que los vea
salir de la Iglesia. Iré con ustedes y en cuanto pueda, volveré aquí.
(Salen. Entra Gremio)
Gremio: ¡Qué extraño que Cambio no haya llegado!
(Arriban a la casa de Lucencio Petrucho, Catalina,
Vincencio, Grumio y criados)
Petrucho: Aquí se queda usted, Señor. Nosotros seguiremos
camino hasta casa de mi padre.
Vincencio: No, señor Petrucho, permítame invitarlo a tomar
algo en casa de mi hijo. Él estará complacido de agasajarlo. (Llama a la
puerta)
Gremio: Toque más fuerte. La casa es grande y adentro
estarán ocupados.
Maestro: (Desde una ventanita) ¿Quién toca la puerta como
para tirarla abajo?
Vincencio: Deseamos ver a Lucencio. ¿Está en casa?
Maestro: Está en casa, pero no piensa recibir a nadie.
Vincencio: ¿Tampoco a quien le trae buen dinero?
Maestro: Eso puede conservarlo. Él no la necesita. Yo mismo
le proveeré todo lo que necesita.
Petrucho: (A Vincencio) Te dije que era muy apreciado en
Padua… (A Maestro) Señor anúnciele a Lucencio que ha llegado su padre desde
Pisa.
Maestro: ¡Ah, mentiroso! Yo mismo soy su padre y he llegado
ya de Mantua. Detengan a este impostor, que seguramente querrá hacer fechorías
en mi nombre por toda la ciudad…
(Entra Biondello)
Biondello: Bueno, ya están frente al sacerdote. Espero que
salga bien esta aventura. (Viendo a
Vincencio) ¡Por Dios! ¡No puede estar pasando esto! ¡Si es mi amo, el
viejo Vincencio! Estamos perdidos… ¡En buen lío nos hemos metido!
Vincencio: ¿Cómo? ¿Tú, aquí?
Biondello: Sí, aquí. (Señala el piso) ¿Y usted?... ¡Usted
ahí! (señala el piso en que está parado Vincencio)
Vincencio: ¡Sinvergüenza! No dirás que no me reconoces…
Biondello: No puedo re-conocer a quien nunca he conocido…
Vincencio: ¿No conoces a Vincencio?
Biondello: A él sí. Es el que tienes ahí, el padre de mi
amo.
Vincencio: A eso te atreves… (Comienza a pegarle)
Maestro: Señor Bautista, hijo mío, vengan a ayudarnos. Este
hombre está loco y matará a tu sirviente…
Petrucho: Corrámonos, Cati, que no quiero que tu falda se
manche de sangre…
(Entran el Maestro, algunos criados, Tranio y Bautista)
Tranio: ¿Quién eres, señor, para pegarle a mi criado?
Vincencio: ¡Estoy arruinado! Mientras paso privaciones por
enviarle dinero a mi hijo para la Universidad, él vive con una multitud de
sirvientes, costeando una casa como ésta… (señalando la ropa de Tranio) ¡Miren cómo
viste a su asistente!
Tranio: Si se refiere a mi vestimenta, no sé por qué… Mi
padre costea mis gastos. ¿Qué explicaciones debo a darle a usted?
Vincencio: ¿Tu padre? ¡Tu padre! ¡Tu padre es un remendero
de zapatos, cara de piedra!
Bautista: No, señor, usted está equivocado. ¿Quién cree que
es este muchacho?
Vincencio: ¿Quién creo? ¡Quién sé que es! Pero si lo he
criado… Tranio, Tranio, Tranio…
Maestro: No, señor, se llama Lucencio y es mi único hijo y
heredero…
Vincencio: ¿Lucencio decís! No, Dios mío, dime que éste no
asesinó a mi hijo para tomar su lugar… ¡Villano, te mataré!
Tranio: Guardia! Guardia!
(Entra el Guardia) ¡A la cárcel!
Sly: No. No deben meterlo a la cárcel…
Lord: Señor, es una comedia… es sólo por divertir
Sly: Ah, no, Sim. Hay que hacer algo. Esto es una injusticia
que yo no voy a permitir…
Lord: No se inquiete, señor, se escaparán…
Sly: Promételo. ¿En serio van a escaparse? ¿Cómo lo sabes?
Lord: Descuida, te lo prometo. Ahora bebe y sigamos
disfrutando la obra…
Sly: ¿Es esto disfrutar? Más se parece a sufrir… (Bebe y se
queda dormido)
(Entran Biondello, Lucencio y Blanca)
Biondello: Oh, no hay escapatoria… Neguemos todo, señor…
(Maestro, Tranio y
Biondello salen corriendo)
Blanca: (Se arrodilla a los pies de Bautista) Perdón, padre
querido…
Lucencio: (Se arrodilla a los pies de su padre) Padre,
perdón… (A Bautista) Señor, tengo que confesarlo. Yo soy Lucencio.
Bautista: ¿Cómo? Si Lucencio se ha ido recién y tú… ¿no eras
Cambio?
Lucencio: (Aparte) ¿Sigo Cambio, o cambio? (A Bautista) Es
lamentable, señor, lo sé, pero no soy Cambio. Es el nombre con que me presenté
para darle clases a tu hija. No soy profesor, sólo su enamorado que buscó un
modo de conquistar su corazón…
Blanca: (Con tono de campanita) Cambio cambió y mutó en
Lucencio…
Vincencio: ¿Y el deshonesto de Tranio?
Lucencio: El amor nos transforma… y yo lo hice en Cambio, y
él, por amor a mí aceptó tomar mi lugar.
Vincencio: Ah, mataré con mis manos a ese inútil que
intentaba enviarme a la cárcel…
Lucencio: Pero no es todo. Tengan paz, y acepten nuestra
realidad. Blanca y yo acabamos de casarnos…
(Bautista Finge un
ataque al corazón muy exagerado. Entran dos criados y lo toman de pies y axilas y se lo llevan.
Lucencio: (A Blanca) No te preocupes, mi amor, ya lo
entenderá…
Salen todos detrás. Queda Gremio.
Gremio: Pero me sacaron este bocado jugoso de la boca…
Tramposos. No me iré. Ahora le sacaré provecho a otras delicias en la mesa de
este viejo…
(Petrucho y Catalina se adelantan)
Petrucho: Dame un beso.
Catalina: ¿Aquí, en la calle?
Petrucho: ¿Qué, te doy vergüenza? ¿Necesitas otro lugar?
Volvamos a casa…
Gremio: Uf…
Catalina: No, amor, no volvamos. (Lo abraza y lo besa)
Petrucho: Cati, querida… más vale tarde que nunca (la toma
de la cintura y salen)
Gremio: Tanta dulzura me repugna…
Sly sigue dormido
Lord: ¿Dónde están mis criados? (Entran criados) ¿Este sigue
durmiendo? Dénse prisa, vístanlo con sus ropas raídas y déjenlo tirado donde lo
encontramos.
Criado: A la orden, señor. (A los otros criados) Vamos,
ayúdenme a levantarlo…
Escena segunda
(En casa de Lucencio. Entran Bautista, Vincencio, Gremio,
Lucencio con Blanca, Petrucho con Catalina, Hortensio con la viuda, Tranio,
Biondello y Grumio, y los criados que vienen con bandejas.)
(Se sientan. Brindan y beben. Catalina se levanta)
Catalina: Damas, antes de que sea servida la comida, las
convido a ver los diseños que me ha hecho en papel mi sastre…
(Blanca se levanta y la viuda hace cara de desagrado y se
queda en su lugar)
Hortensio: Ve, querida… Aquí no queda ninguna dama, ¿qué
tienes que hacer entre todos hombres?
Viuda: ¿No sabes que odio que me digas qué debo hacer? (Sale)
Petrucho: Ah, amigo, parece que no tienes mucho ascendente
sobre ella…
Hortensio: ¿Me desafías? ¿Justo tú, que estás casado con la
más rebelde de las mujeres que dio Padua?
Petrucho: ¿Rebelde? Ja jaja… Debieras hablar en pasado…
¿Quieres apostar cien coronas a que tengo la mujer más dócil de los tres?
Hortensio: ¡Claro! Será el dinero más fácilmente ganado de
toda mi vida…
Lucencio: Se me ocurre algo. Mandemos a un sirviente que
llame una por una a nuestras esposas…
Veremos si, estando entretenidas con su moda y sus lienzos,
alguna responde con obediencia… (A
Grumio) Ve a llamar a Blanca.
(Se oye en off la voz de Grumio)
Grumio: Señora, su querido esposo la solicita…
Blanca: ¿Ahora?
Grumio: Sí, ahora mismo.
Blanca: Pues dígale que estoy en medio de una actividad
importante…
(Risas en la mesa de todos los presentes, excepto Lucencio.
Regresa Grumio)
Grumio: (A Lucencio) Señor…
Lucencio: Ya oímos, Grumio. Ahórrate las palabras…
Hortensio: Ahora es mi turno. Llévale a mi esposa mi orden
de venir…
(Sale Grumio. Se oye
en off)
Grumio: Señora, su esposo ordena que vaya inmediatamente…
Viuda: Pues dile a ése que yo no soy sirvienta de nadie… Que
a mí nadie me ordena…
(Risotadas más estruendosas en la mesa. Entra Grumio.)
Petrucho: Ahora tendrán una clase magistral de sumisión
amorosa… Dile a mi esposa: “Ruega vuestro dueño y señor que no permanezcas un
segundo más fuera de su contacto”. (A Grumio de cerca) No cambies una coma…
(Grumio sale. Un segundo después entra Catalina)
Catalina: ¿Señor y amante mío, qué se te ofrece?
(Los presentes aplauden y gritan bravo) (Entran las otras
mujeres)
Petrucho: Esperen, señores. Todavía no ha terminado la
clase… Díles querida lo que opinas de las obligaciones de una esposa…
Catalina: No es una opinión, querido, sino la más alta
verdad… La mujer debe a su esposo la mayor obediencia. Él tendrá que ser para
ella más que un padre protector, más que un ángel guardián, más que un amante
fogoso, más que un amigo fiel… Ante él debe rendirse toda rebeldía… En su
corazón deben estar en el trono, juntito a Dios Padre , el magnánimo esposo…
Lucencio: Ah, quién pudiera tener una mujer así de sumisa…
Hortensio: (A la viuda) Ese tratamiento deseo yo de ti… (Viuda se cruza de brazos, furiosa)
Viuda: Encerrarte en un loquero: ese tratamiento debiera
darte…
Petrucho: Amor, continúa…
Catalina: La mujer debe cuidar su descanso, su trabajo y
especialmente su dinero… Por ello, permítanme retirarles la cifra que acaban de
perder… (Se acerca a Lucencio, que le da dinero, luego a Hortensio, que también
paga y contando los billetes, va a sentarse sobre las piernas de su marido. Ambos ríen a carcajadas.)
Sly, tirado en el suelo y harapiento se despierta.
Sly: Sim, sírveme más vino del bueno…
Mozo: ¿Eh? ¿A quién le hablas? ¿Quieres vino? Aquí sólo hay
cerveza caliente y tú estás demasiado borracho para seguir bebiendo…
Sly: Te reconozco… eres el mozo de la ventera… ¿Y dónde
están mis criados?
Mozo: ¿Criados? Jajaja, ¿Qué te has creído? Si no tienes
monedas ni para pagar lo que has bebido…
Sly: ¿Cómo? ¿Mis criados? ¿Mis delicias?, ¿Mis comediantes?
¿Es posible que toda mi vida de maravilla se haya desvanecido?
Mozo: Deja el delirio del alcohol y regresa a tu casa, que
tu mujer te matará… Y no será la primera vez que te muele a escobazos.
Sly: Ah, eso sí que no sucederá… Mi largo sueño me ha
enseñado muy bien cómo domar a una mujer así… Pondré en práctica todo lo que el
buen Petrucho me ha enseñado. En lo próximo no me acompañará mayor peligro que
una “fierecilla domada”…