Mapa oscuro
de Susana Slednew
El nuevo libro de Susana Slednew, que lleva el título de “Mapa
oscuro”, surge desde la experiencia del taller de escritura creativa en una Unidad Carcelaria. La poeta podría
haberse conmovido por el contacto con los reclusos desde una empatía tibia que
la posicionara como simple espectadora de esos destinos. Pero no. Lo que sucede es mucho más intenso. La aventura
modifica su espíritu. “Ahora sos esta mujer/ empapada de encierro”,
dice la poesía.
El libro retrata especialmente los pasos de la
transformación interior.
“¿Una condena es hacia adentro o hacia afuera?” Así se
explicita la existencia de los reinos entre los que cabalgará el poemario desde
el punto de vista espacial. Pero es también una invitación a pensar en la
dicotomía adentro/espíritu y afuera/ entorno.
El espacio se propone como clave desde el mismo título. Si
hay un mapa, será porque hay un recorrido que hacer.
En el inicio, los temores. “¿Cuánto durará la batalla/a
favor de la ingenuidad?” se cuestiona la voz poética. La pregunta
desnuda la dificultad que signó el decidir si aceptaba o no la invitación. Por lo visto, ganó la “ingenuidad”, tal como
califica el texto a esa ilusión de poder cumplir la tarea. Un proyecto de
cierto riesgo, casi destinado a decepcionar. Quizá fuera una “ingenuidad”, pero
la poeta decidió tomar el mapa oscuro y aventurarse en la travesía.
Mapa
Si hace falta cartografía para recorrer un espacio cerrado
será porque es laberíntico, al menos ésa es la conjetura natural que la
sensibilidad lectora hace.
El espacio exterior desaparece en cuanto la autora atraviesa
los controles. Allí, como si se pusiera una máscara para tratar incluso con los
guardias, pierde transparencia y oscurece el semblante. Se tensa su actitud.
Los muros se angostan como en una pesadilla, avanzan sobre
ella a un punto asfixiante. Es el mapa de un laberinto que en cualquier momento
toma vida y le impide la salida. Este temor fundamental está supuesto en la
idea de laberinto.
Es inevitable evocar el mito en que Teseo libera al pueblo,
del yugo del Minotauro. La prueba
consiste en tratar con la otredad
del monstruo, que encarna todo lo que está en nosotros y rechazamos, como una
proyección de las tendencias vergonzantes de la sociedad.
El Minotauro es hermano de Teseo (su padre verdadero era
Poseidón); y la misma Ariadna, comparte madre con la bestia. Los vínculos sugieren
en el mito que el monstruo no es una criatura foránea. En cambio, representa lo
más censurado y propio del grupo de pertenencia.
Los barrotes invitan a la división entre buenos y malos,
como lo hace el laberinto. A segregar tendencias que quizá el hombre libre
también posee ̶ aunque mantiene ocultas, en
cambio de expresarlas por medio de la violencia y el delito ̶ .
Ariadna guía a Teseo para hallar la salida: con el hilo en
mano, él debe desandar el camino que hizo pero en sentido inverso. Esto mismo
reproduce cada viernes la poeta.
La acción de regresar
sobre sus pasos remite a la reflexión, a pensar en los hechos pasados. Mientras
los condenados no comprendan qué los llevó a enterrarse en este laberinto,
podrán salir, pero no habrán comprendido.
Slednew comienza a abrir los oídos a las palabras del
adentro. Esos seres ya no son tan diferentes. Por eso “ciertas palabras te alcanzan/ las estás
viendo ahora por el retrovisor.”
Catábasis
El espacio aparece como en un sueño circular. En la medida
en que se atraviesa una puerta que se cierra de inmediato con tintineo de
llaves, guardias y poeta se dirigen a otra más adelante y repiten la acción de
franquearla y verla clausurarse en un segundo.
“Abrir / tras el haber cerrado/ pesa / como una armadura de miedos.”
Los pasadizos se abren por tramos y el viajero se interna
emulando al mito de Orfeo y su visita al Infierno. Si a la poeta se le permite el paso es, como
a Orfeo, gracias a la poesía. Si el héroe antiguo recibía los sucesivos
permisos para ir atravesando estancias del Tártaro era porque su canto sonaba
extraordinario. La poesía le abría las puertas, del mismo modo que se las abrirá
a nuestra poeta.
El ir enterrándose en el interior del Infierno es lo que
trae la Muerte al escenario. Tal vez el verbo “retumbar” que se utiliza en
poemas siguientes sea, más que el eco que retumba, un modo de describir la
acción de enterrarse en la propia tumba. Así se utiliza popularmente el
sustantivo “tumberos”.
La finitud se percibe allí pero también se internaliza “pesa
/ esa miseria en tus huesos/ por el sendero de los paraísos.”
Al ver un duelo particular y pensar en otros que la poeta
recuerda del afuera, el yo poético despierta aún más a la realidad de que todos
tenemos el mismo destino. Este concepto animó mascaradas típicas de la Edad
Media a las que se denominaba “La danza de la Muerte”. En esas ocasiones, se
les recordaba a los poderosos que algún día perderían sus privilegios a causa de
la más democrática condición humana: la mortalidad.
La muerte inexorable más allá del estamento social desplaza
al miedo, que le deja espacio a la empatía. Sobreviene, como consecuencia, la
mirada romántica.
“La puerta clausura/ el lenguaje binario de las rejas”. Una vez
fuera y a partir de la empatía, resuena
en la sensibilidad de la poeta lo que se ha dicho o escrito dentro. No extraña
que califique de “romántico“, su espíritu.
¿A qué se refiere con la mención del movimiento literario o
de la acepción popular de ese término? En este caso, a la esperanza de que todo
vaya bien y que la irrupción de la poesía algo pueda mejorar. Ese “romanticismo” ahora resiste el sentido
realista, de pies sobre la tierra, y cuestiona con la actitud esperanzada a
quienes prefieren conocer estas realidades, pero prudentemente, de lejos.
Las rejas dividen a
los hombres buenos de los malos adentro. Ésa es la mirada desde el miedo. Pero
existen otras posibles. El Romanticismo, surgido en el siglo XVIII, exaltó la
subjetividad y buscó comprender a los excluidos, a los condenados por la
sociedad, a los diferentes.
Cuando la poesía deja de ser una extranjera en la cárcel “La
poesía/ ha llegado como extranjera: / poco a poco/ se hace entender”, comienzan
a diluirse los límites. “Mientras tanto/ la línea que es difícil de
ver/separa el bien del mal/ como quien aparta los ingredientes sin calcular con
precisión los resultados.”
Aire
A medida que avanza el libro va ganando fuerza el elemento
aire y retirándose la asfixia. Los
pájaros, el viento, la visión de los árboles son todos aspectos que van re-significando
la experiencia exterior de la poeta. “Ya en tu casa, por tu piel el agua tibia/
el confort tiene ahora otro precio/ que no se paga en un vencimiento.”
Una simple ducha caliente, por contacto con el “adentro”, se
ha tornado una bendición.
La imagen de un preso con un arma se opone a la de otro
recluso, con un cuaderno. ¿Qué vale más
allí dentro para conquistar la libertad?
“Un poema/también es un exilio”
El aire es el elemento de la libertad, aunque asimismo del
pensamiento. En muchos otros artistas la imaginación se torna el escape a
cualquier restricción.
Si hay un pasaje emblemático de esta valencia es una escena
de Fray Servando Teresa de Mier en El
mundo alucinante de Reinaldo Arenas. Encadenado tan hiperbólicamente que
finalmente ceden los cimientos de la cárcel por el peso del metal, el fraile,
célebre escapista, puede viajar adonde quiere a pesar de la paranoia de sus
captores. Y lo hace por el aire, con la imaginación.
La impotencia de los guardias se manifiesta todos los días
en una nueva cadena hasta que su peso derrumba el edificio de la cárcel. El
sentido de una pregunta de Slednew suscita la misma impresión: “¿Cómo
se condena/ a la mente/ que escapa?” Nada
nos hace más libres que la capacidad de volar con la imaginación.
El aire convoca la transparencia. Varios objetos exhiben su
condición volátil. El polvo, los pétalos, el viento y, luego, los poemas se
tornan expresiones de lo aéreo. El vuelo proclama la conquista de la libertad.
“Vos ya sabés/ que a veces la
vida/ se presenta como un ala.” Tal vez ésta sea la forma de conjurar
la asfixia que irrumpió en el ingreso a la Unidad Carcelaria. Ahora regresa el
aire, se pone en marcha la vida.
Poesía integración
El uso de la segunda persona, un rasgo característico de las
vanguardias concurre a muchos de los poemas. Se trata de un desdoblamiento del
sujeto lírico. En algunos poetas reproduce la necesidad psicológica de tener un
interlocutor, de combatir la soledad. Susana Slednew utiliza esta perspectiva
como si de entrada se hubiera dejado inundar por la soledad de quienes están
condenados.
El recorrido de la memoria al olvido es otra prueba de la evolución
de conciencia. Al principio, “como
tantas veces/ el recuerdo de un lugar querido/ viene a salvarte” la
memoria es una herramienta para huir de lo que duele. Pero después, “lo
que sostenía/ era la memoria/ ahora te parece/ que la condición de seguir/ es
el olvido”. La voz poética necesita olvidar, como otra muestra de la
transformación interior que sufre mediante el contagio de sus alumnos. Así como
desea dejar atrás un gran error quien lo cometió, la poeta también quiere olvidar.
Quizá el límite tajante entre condenados y libres sea parte de lo que ella
anhela dejar atrás.
“¿quién pudiera sobrevolar/ entre tu casa y la cárcel/ vería poemas”
[…] “vienen y van / como volantas”
Las “volantas” y la imaginación libertaria serán las
encargadas de desdibujar el límite tajante de los barrotes.
Lo que resulte habrá de ser una firme confianza en la
poesía:
“ésta es tu manera de la fe/ algo así/ como dejar lo incierto/ frente
al viento/ y que la poesía responda/ el próximo viernes/ hoy/ o ayer.”
La ingenuidad, con que el miedo califica la decisión de la
poeta a aventurarse, se ha ido. Se ha ido también la Esperanza romántica en que
la poesía pueda mejorar algo. Ahora no es una ilusión para el futuro. Es la Fe
poética, en tiempo presente. La convicción profunda de que existe un poder
transfigurador en la poesía. Un poder que transforma a todos los que toca.