El diluvio
Durante muchos siglos se creyó en lo que decía la Biblia
casi sin cuestionamientos. En algunos casos, incluso literalmente. Desde la
Ilustración, como si fuera una reacción, todo lenguaje religioso o mítico se
desacreditó. La realidad del diluvio universal pasó a ser cuestionada como
también lo fueron otros episodios “fantásticos” relatados en el Libro Sagrado
de los judíos, la Torah, o el Antiguo
Testamento de los cristianos.
Pero aunque la ciencia actual no hubiera podido comprobar el
derretimiento de los polos que llevó hacia el final de la última glaciación a
subir los niveles de los océanos y mares considerablemente hace doce mil años,
la simple repetición de los relatos de diferentes culturas y geografías podría
habernos rendido los mismos frutos.
Es misterioso el modo en que se entretejen los mitos de
culturas que nunca tuvieron contacto. Quizá Jung podría respondernos con sus
“arquetipos”, y otros autores nos hablaran de los mitos como estructuras
psíquicas que se heredan, como se hereda el color de ojos.
Todo ello es incierto. Lo certero es que mientras en el
primer libro bíblico conocemos el relato del Arca, un barco de madera que, por
orden de su único Dios, Noé construye para poblarla con una pareja de cada especie
(incluyendo la humana). El motivo (luego lo entendería) era que habría un
diluvio, una lluvia que dejaría bajo agua casi todo el mundo conocido.
Los escribas de la Torah se dedicaron a relatar la
inundación y luego, la aparición de la paloma con la rama de olivo en el pico,
como señal de que la tierra sería bendecida nuevamente.
Los mitos griegos que
referían a esos tiempos nos presentan a Deucalión y Pirra. Y narran la historia de este matrimonio de
ancianos píos, bondadosos y obedientes. A ellos, Prometeo, padre de Deucalión,
les advierte que vendrá una lluvia tan copiosa que desaparecerán casi todas las
tierras de la Hélade. Sólo unos pocos que los dioses aman se salvarán en las
cimas de las montañas. Así fue.
Cuando las aguas comenzaron a bajar, después de la
desaparición de casi todos los hombres, Deucalión se dirigió al oráculo de
Delfos, que era entonces de Temis y preguntó cómo harían para repoblar el mundo
si ellos no podían procrear debido a la vejez. El oráculo les respondió que
debían tomar los huesos de su madre y arrojarlos por sobre el hombro. Un tiempo
se tomaron para entender la respuesta. Porque nunca han sido fáciles de leer
los oráculos. Pero cuando comprendieron, supieron que si tenían una madre
común, tenía que ser Gea, la Tierra. Y dedujeron que al hablar de sus huesos el
adivino se había referido a las piedras.
Cuando Pirra lanzara una piedra, se haría una mujer a su
paso. Cuando Deucalión fuera quien arrojaba, sería un hombre el que nacería.
De tal modo enunció la mitología griega no sólo el hecho
histórico de la deglaciación y su consecuente desastre natural. También se
ocupó de explicar cómo se produjo la repoblación del planeta.
Esta historia, contada metafóricamente, también puede ser
utilizada para entender con qué disposición ha de enfrentarse un lector a los
mitos. La capacidad de desentrañar metáforas se suma al fin de enseñar
historia, mediante un pensamiento diferente al de la ciencia e
igualmente verdadero.
Resta una última reflexión: el escepticismo, tan bien ponderado
por la contemporaneidad, puede ser una forma de inteligencia para algunos.
Aunque el racionalismo, en ocasiones, suena ingenuo y debe esmerarse tanto para negar algunos
fenómenos, que hasta suele volverse irracional.