Caldenia marzo 2019
Mito, el llamado a un
pensamiento distinto
En imagen
“¿De dónde vino Mateo, abuelo?”, preguntó Manuel. El hombre tragó
saliva y miró a su esposa. Un segundo
después comenzó a hablar de una semillita que trajo el papá y se la dio a su
esposa. Ella se la tragó y la semilla fue a parar a su panza. Con el calorcito
del lugar comenzó a germinar. Le empezaron a crecer ramas que fueron brazos y
un tronco con dos raíces que se hicieron piernas. Después, un corazón que latió
con ritmo obstinado y una cabecita que se llenó de ideas. Cuando la semilla se
sintió un poco apretada, decidió salir y escuchó tu voz de hermano mayor
diciendo: ¡Llegó el bebé, abu!
La abuela se preguntó por qué le había mentido. ¿No habría sido
mejor que explicara bien: que el óvulo recibía a los espermatozoides, que la
fecundación y la implantación bla-bla-bla, etc. etc.? En seguida pensó que Manu
no conocía todos esos términos, no parecía tener interés por comprender qué órganos componían la anatomía,
como no lo tenía tampoco su primo de dieciocho años. Manu debía desconocer incluso
que había diferencias anatómicas entre varón y mujer, sospechó Carmen.
El abuelo había considerado lo mismo: si el nene no
preguntaba, no debía él abundar en detalles técnicos. Por eso contestó así. Lo que hizo fue hablar de
lo que esencialmente había ocurrido. Aunque
la semilla no se pareciera del todo a las que Manu había visto en el
galponcito, funcionaba como si lo fuera. Mientras viajaba hacia su destino
final, el terreno aguardaba con su propia potencia germinativa, para que ambos se
fundieran y fraguaran en nueva vida. Después, sólo sería desarrollarse y crecer.
“No mintió”, concluyó la abuela. “Sin embargo, no lo explicó
como lo hubiera hecho el libro de biología.”
Como muchas veces en los años que llevaban juntos, Carmen
admiró el ingenio de su esposo. Lo había explicado en un lenguaje diferente,
sin torcer la verdadera naturaleza de las cosas.
“Mentira habría sido responder que los bebés eran
originarios de París y los traía una cigüeña; que en este caso había atravesado
el Océano para depositar a Mateo en la cuna que le habían preparado”, se dijo.
Carmen no lo supo, pero su esposo acababa de calcar el
mecanismo que utilizan los mitos. Sin faltar a la verdad, dramatizó, puso en
imagen a través de un relato aquello que deseaba enseñar. Inventó una historia que,
en su estructura fundamental, reproduce
la realidad, aunque parezca muy diferente.
La versión de la cigüeña no podría aspirar a la categoría de
mito, en cambio. En tal caso, será
similar a una leyenda. El motivo es que no hay mito donde no hay verdad, por
más que los argumentos sean, en apariencia, extremadamente fantasiosos.
Descrédito
Durante el Siglo XVIII se produjo en Europa, un proceso llamado
“Enciclopedismo” que intentó compiló todos los saberes en un único libro. Para
ello, los creadores debieron fragmentar en áreas (y en tomos) el material. De tal modo, se montaron los cimientos para un
concepto diferente del conocimiento. La reunión de todos los saberes
dividiéndolos por disciplinas produjo alguna pérdida. Si bien la nueva
modalidad llevó a la especialización y su consiguiente profundización, los
sabios antiguos que se movían con idéntica pericia en las matemáticas, la
medicina, la escultura, la herboristería, la pintura, la música, la astronomía,
la gramática, etc, desaparecieron. Quienes integraban todo en una mirada
unívoca respecto al hombre y al Cosmos tenían la clave para conservar la
coherencia y la unidad de la cultura. De pronto, se extinguieron para siempre y
fueron reemplazados por expertos, conocedores profundos de un área pero
indiferentes a los logros de otras. Cada
ciencia y cada arte se constituyó en un idioma diferente, como en una académica
Torre de Babel.
El empirismo, el método experiencial por el que se comprueba
sensorialmente la veracidad de una afirmación, ganó terreno al punto de segregar
otros métodos gnoseológicos. Aquello que no permitía una comprobación de
laboratorio, pasó a ser una superstición.
Las ciencias empíricas prevalecieron y el resto se esfumó
del horizonte digno de ser estudiado. A superstición o folclorismo antiguo descendió
el mito. Si se conservó fue porque las historias ya se habían tornado motivos literarios profusamente integrados a
la tradición.
El crimen neoclásico fue
despojarlos de su condición de rico reservorio de sabiduría y leerlos
literalmente, como cuentos infantiles.
Así se explica un concepto del mito que
todavía se enseña. Para los neoclásicos, los relatos míticos son respuestas
torpes de pueblos sin ciencia. La definición fue elaborada por quienes no
gozaron de la apertura de miras necesaria y se vieron tentados especialmente
por el etnocentrismo y positivismo vigentes. Ningún pueblo no europeo podía
decir nada inteligente, ningún pasado podía estar más cerca de la verdad que el
presente, porque la humanidad inevitablemente avanzaba.
Símbolos
Los mitos griegos, a los que tomaremos por ejemplo ya que
son los que han resonado más en la tradición literaria, no tenían dioses en el
sentido en que los conciben las tres religiones monoteístas más extendidas. En
el judaísmo, el islamismo y el cristianismo Dios es un principio primero de
vida único que permanece fuera de la Creación. Es el creador de todo y la
Creación no lo contiene. Es eterno, infinito, perfecto. La analogía que podría
acercarnos este concepto es la de un dibujo respecto al niño que lo creó. El
dibujo de su bicicleta es una emanación creativa de él, la pintaron sus manos,
le dieron entidad y existencia sus habilidades. Pero el universo del dibujo no
incluye al niño. Lo único que hace es contener en su existencia los principios
que la inteligencia y ductilidad del niño pudo darles.
Los dioses griegos, en cambio, son seres con tendencias
idénticas a las humanas, sólo que ilimitadas temporalmente. Eso significa que
no son verdaderos creadores, perfectos de toda perfección. Si bien los sectores
no instruidos profesaron por un periodo una fe genuina en ellos, la irrupción
de la filosofía fue desacralizándolos y revelando lo que eran en realidad: la
representación de tendencias humanas. Figuras simbólicas que viven historias
simbólicas.
Afrodita será la diosa del amor sensual, la pasión, y el
deseo egoísta de poseer al amado. Su hijo Eros (o Cupido para los romanos)
flechador mágico, es imagen de los caprichos de la atracción y del rechazo, que
en nada responden a merecimientos, ni pueden torcerse con esfuerzos.
En estos principios simbólicos se monta incluso la
disciplina de la astrología que hoy ha alcanzado una popularidad inédita. Pero
los intelectuales de la Ilustración y los periodos que le siguieron ignoraron
este valor. Mircea Eliade propuso, en cambio, un concepto diferente. Los mitos
son “historias verdaderas contadas en lenguaje metafórico”.
Productos de un pensamiento no racional, sino analógico, que
se sustenta en las capacidades de leer la realidad a partir de analogías o
similitudes. En rigor, un pensamiento que utilizamos para aprender muchísimas
cosas, aunque su desarrollo no aparezca entre los objetivos de ningún colegio.
Reflexionemos: ¿Cómo hemos conocido el concepto de madre? Seguramente
debimos relacionar la palabra con la señora a la que llamábamos así, y luego
observamos a otras mujeres a las que se nombraba igual, para comprender mediante
la extracción de un común denominador, qué era exactamente una madre. Ninguno
de nosotros lo aprendió de la definición: “Dícese de mujer o animal hembra que
ha parido a otro ser de su misma especie”.
Historias verdaderas
¿Por qué Eliade califica a los mitos de “historias
verdaderas”? En su perspectiva, lo son en esencia, aunque los detalles circunstanciales
no resulten verosímiles.
Nadie se atrevería a cuestionar la veracidad de esta
aseveración: “la civilización griega nació en la Isla de Creta y luego se trasladó
al continente.”
Pero quizá muchos desconfíen del mito de Europa.
Un grupo de ninfas se
encuentra con un toro blanco de enormes dimensiones en una playa. Todas,
excepto una, huyen aterradas por el tamaño y la bravura del animal. Europa, la
más intrépida, la que posee la confianza y la pericia necesaria, decide
quedarse y adorna la cerviz del toro con una guirnalda de flores. En el acto de mayor arrojo, comete la osadía
de montarlo. El toro, que es Zeus metamorfoseado, alza vuelo y atraviesa el mar
para desembarcar en el continente.
Intentemos la abstracción: “Dios hizo que Europa, nacida en
Creta, se trasladara al Continente.”
¿Dice o no dice lo mismo?
La posibilidad de descubrirlo se relaciona con el “habitus”
de leer analógicamente. Un ejercicio que se entrena, como tantos otros. El
desafío es trascender la superficie y descubrir el esquema esencial que anima a
cada mito.
Es propio de la naturaleza del símbolo suscitar varias
significaciones. Multiplicadas estarán las posibilidades de interpretación del mito,
si se trata de un conjunto de símbolos y acciones simbólicas. Lo narrado es
siempre polisémico. La historia de Europa tampoco limita sus acepciones a la
cuestión histórica.
“Sólo los más valientes, los que confían en los dioses y
pueden aventurarse sin certezas, logran transformar su mundo.” Una verdad que
atañe al comportamiento humano y es, en algún punto, universal. Ésta es la
enseñanza que puede trasponerse por medio de la analogía.
Nuestra propuesta desde “Desmitificar”, la nueva columna de Caldenia, será ir desentrañando, en una
entrega mensual, los significados fundamentales de algunos mitos. Y descubrir
no sólo la curiosidad de una cosmogonía particular o el registro de hechos
históricos, sino también la profunda sabiduría de milenios que actualizan los
mitos.
En suma, habiendo reflexionado el funcionamiento de estos
textos arcaicos, volvamos a la pregunta original: ¿Son los mitos respuestas
torpes de pueblos ignorantes?