“Necesidad del silencio” es un libro de poemas de Amalia
Mercedes Abaria, socióloga, artista plástica y poeta. Su percepción estética de
la vida se traduce aquí junto con la mirada espiritual y filosófica a la que
adhiere.
El libro comienza con un grupo de poemas que ella llamará
“Agua”.
Si tradicionalmente el agua representa la emoción, la
fluidez, la capacidad de adaptación a los diferentes moldes/vínculos que ofrece
la vida, en el caso de este poemario, el atributo fundamental del agua es la
transparencia con que se descubre, “Esta desnudez del agua”, una traslucidez en
que la verdad se hace visible, donde el árbol muestra sólo su raíz. Aquella
región que se nos hace invisible por profunda, por estar soterrada, aquí se
descubre. Aparece el deseo de descubrir la verdad, lo profundo de la
verdad. “Donde el árbol sólo sea raíz”.
No obstante, el sentido tradicional de las aguas también se convoca aquí.
Comprender de verdad es aprender desde la emoción, desde el dolor. Por eso la verdad hasta aquí es la raíz
enterrada que crece descendiendo.
Si Bachelard hubiera estudiado esta obra sin dudas habría
resaltado la poética del agua mezclada con la del aire. El investigador
relaciona en muchos casos esos dos elementos por la virtud acuosa de menguar los efectos de
la gravedad. Para él nadar y volar son una misma actividad desde el punto de
vista simbólico. Aquí también es posible
ver ese territorio mixto: Un agua antigua, quizá en referencia al manantial de
agua viva, metáfora bíblica de Jesucristo. “Un pájaro se acerca/con la rosa del
agua”, la sospecha de que el dolor tiene sentido.
La sabiduría espiritual no viaja por el aire, sino que es
“Rosa del agua”, un saber que viene de lo que enseña la emoción y la experiencia
en carne propia. No se trata de volar a evadirse de la vida. Para recibir la
sabiduría de agua (rosa de agua) es preciso tener bien hundidas las raíces en
la tierra. Y entonces lo que trae se identifica con quien lo trae: “¿Eres tú?”
El agua es verdad, esa verdad que sólo descubrimos en los
momentos cruciales donde la raíz de las cosas se descubre y ya no andamos por
las ramas mirando la superficie. “Llévate el dolor de mundo”, le dice la poeta
al agua del arroyo, un modo de confirmar una vez más la presencia del Salvador.
La verdad, adivina la voz poética, es una laguna. Se
menciona la penitencia, es decir, la necesidad de limpiar el cristal con que
mira de los errores cometidos. El lago refleja al cielo en su quietud, como un
espejo, sin embargo sus ojos no pueden verlo. “Laguna, no te veo. /Tuya es la
noche/o mi corazón ciego?” Ve oscuro lo que debiera ser luminoso, la luz de la
Gracia.
Y luego adivina que esta laguna oscura es un germen. Algo
que todavía no se ha manifestado más que como semilla, pero que pronto
germinará. Pronto irrumpirá la luz y el “pecho de quilla” será quien riegue la
tierra seca.
Hay en estos poemas
una comprensión incipiente de la continuidad entre vida y muerte. De eso se
desprende la presencia de seres queridos que han pasado a otro plano pero
circundan al sujeto lírico. La madre y una tía se mencionan abiertamente. Y ése
parece ser el motivo del dolor.
En el segundo poemario, “Sombras” la autora intercala
dolores de Cristo (la traición de Pedro, la flagelación) con la pena de la
humanidad. La descripción del “Guernica” de Picasso, varias escenas de muerte y
guerra, un ruido ensordecedor que no deja oír la voz amada. Refugiados, niños
desamparados, animales muertos en la ruta, todo revela la falta de la Voz, su
susurro que no logra emerger entre tanto ruido y furia. De tal modo la poeta expresa,
promueve y confiesa su espiritualidad profunda que no se cumple como formalidad
sino que se integra a su mirada de mundo. A la sensibilidad con la que observa
todas las cosas. En este segundo poemario aparece el poema que da nombre al
libro. “Necesidad del silencio” plantea la búsqueda del aislamiento del ruido
del mundo para comprender y, sobre todo, aceptar que es preciso bajar al
inframundo para alcanzar el cielo. Hacerse raíz creciente hacia abajo para
algún día crecer hacia arriba. Si en el poemario anterior aparecía el primer
periodo de duelo, el dolor, la ausencia de seres queridos, aquí hay un segundo
momento del duelo, un intentar comprender
no la muerte de alguien particular sino la muerte como condición. El
lugar del hombre frente a esa condición. Y el silencio necesario para meditar.
En algún momento se anuncia el regreso de la Esperanza. Y ya
habiendo logrado leer hasta la raíz de las cosas como si fuera transparente la
tierra, lo que vendrá será develar en qué idioma se ha de contar la historia.
Llega así el tercer y último poemario,“Impresiones y artes”.
El hondo aprendizaje pronto se hará pintura y poesía. Y ese proceso no será
otra cosa que la aceptación, la conquista de la mansedumbre. Ya no se trata
sólo de ver la raíz, ahora la humedad
viajará hasta la copa y dará frutos. El árbol que nace es un sauce llorón, que
baja la cerviz en señal de genuflexión ante la presencia que atraviesa toda la
obra.
Aire y agua vuelven a identificarse. La estrella fugaz en el
cielo y la estrella de mar en el agua. No pocas veces el agua que brotó del
costado de Cristo será para la tradición el inicio de un río, de una palabra
destinada a correr sin descanso cambiando sólo las voces que la proclaman. “Soy
una voz que clama en el desierto” podría confesar también Amalia Abaria.
Y luego la luz, el faro,
y la conversión de la poeta en girasol, en mirada atenta a la Luz. De la
oscuridad a la luz evoluciona el libro y hacia el final sobreviene la
resignación de que mostrársenos el rostro de la luz es una Gracia efímera que
se irá pronto, “Cuánta luz en lejanía /cristal de la noche,/no te vayas
aún,/no,/mi corazón / te llama.”
Pero lo hará no sin antes haber germinado la semilla del
dolor y haberse convertido en árbol, en la fantástica verticalidad que buscará
para siempre en lo alto.