De la sangre al vuelo
Ese oleaje hirviente es un libro de poemas escrito por María
Evangelina Vázquez, joven periodista, música y poeta de Buenos Aires.
Licenciada en Periodismo, se dedica especialmente al ámbito cultural. El tema que atraviesa la obra es la búsqueda
de la identidad mediante los vínculos amorosos. Un sondeo profundo y
enriquecedor de la Feminidad, sin extremismos y animado por el amor y no por el
espanto.
Anónima
En los primeros poemas que se agrupan bajo el nombre de
“Anónima” es posible vislumbrar una búsqueda de sí misma que emprende la poeta a
partir de la relación con otros. Los tiempos escolares, el deporte, la figura
perfecta de las modelos, el ideal de mujer de familia encarnado por la abuela van
suscitando la impresión de no “encajar” en los moldes.
El telón de fondo serán los cánones tradicionales del papel
femenino, los parámetros estéticos modernos, y otros requerimientos a los que
no puede adaptarse por anacrónicos o crueles con la mujer. La incomodidad de no
entrar en la norma la convence de que es inútil negarse a sí misma para
complacer a otros: no podrá cambiar, por más que lo intente. Si algo hay que
transmutar no es ella, sino los valores que no se le ajustan. Por fin decidirá
revertir o ignorar los imperativos para no extraviar su naturaleza. La
exclusión culposa será sucedida por una revisión de lo femenino y la asunción
firme de su genuina personalidad.
Ese oleaje hirviente
Si en “Anónima” prevalece el blanco, en “Ese oleaje
hirviente”, el segundo poemario, será el rojo sangre el color que lo tiña todo.
Aquí profundiza el nuevo camino y lo que inicialmente resulta
un complejo por no ser como debiera, se transforma en lucha. Irrumpen la pasión
y el desgarramiento. El último de los poemas de “Anónima” propone las imágenes
que prevalecerán en el siguiente: sangre, circularidad de las experiencias, y
vuelo.
Al hablar de “oleaje”, en efecto, se introduce la idea del
tiempo circular, de los ritmos que se suceden, como las fases de la luna. Alternan
dos escenarios, dos mareas. El deseo de conectar y fundirse en otro, diástole;
y su bajamar, el replegarse en sí misma, la soledad, sístole. Esto explica por qué la imagen fundante es la
sangre.
Pero el objetivo de hallar su verdadera naturaleza se
inserta en un esquema más ambicioso: comprender desde el microcosmos de su ser
el macrocosmo de la vida. En este caso, representado por un collar de perlas.
“Ella sabía que había
un orden secreto en las perlas /¿pero quién podría reproducirlo?/ [Hay que]
Recobrar el sentido que tenían nuestras palabras antes de nacer.”
Los tiempos de pleamar ponen en juego relaciones según
códigos actuales: sexualidad sin compromisos, un verbo amar sólo utilizable en
tiempo presente, el carnal despojo de todo plan que trascienda, de toda
profundidad o dimensión espiritual. Pero la lectura de esa forma de vincularse,
sin llegar a ser crítica, trasluce una angustia, una sensación de no calmar los
deseos. Todo resulta tan evanescente y volátil que no sacia.
La inmediatez no permite enraizar las relaciones ni descubre
el valor del compromiso. El tiempo no da lugar a que la piel y la carne
evolucionen hacia formas más hondas del amor romántico.
“Porque sabemos, pronto perderemos nuestro
tacto/ Nuestra única posibilidad de penetrar en el otro.”
Ahora no desespera la pérdida de identidad sino la
incapacidad de fundirse completamente con el ser amado.
Y se devela el vacío de fondo, que no es otro que el tema de
la maternidad. La presencia de esta inquietud es permanente y afecta también la
identidad y la fortaleza para afrontar la vida. De hecho, no parece casual que el libro
comience con dos poemas “Madre sustituta” y “Amor en Tigre”, que abordan la
maternidad como un elemento regulador de la personalidad, un vínculo que
centra, que torna más estable y cobija.
“El hijo de mi amiga
se sienta en mis rodillas/ Y no sé quién cobija a quién.”
La dependencia de un tercero, el hijo, inmuniza contra los
vaivenes de la emoción, la pleamar del entusiasmo y la bajamar de la depresión
y la ansiedad. Como madre, no hay derecho a los extremos porque la función es
proteger y dar estabilidad. Así como para
cualquier mujer gestante ya no existe la libertad de perderse en los excesos,
que afectarían al niño en formación, tampoco con el niño nacido se puede renunciar
a la estabilidad emocional.
“Seguro que soy yo la
que se siente más cobijada/ como si tuviera la manta más gruesa y más caliente/
porque él está sentado sobre mí/ en mí confía.”
El libro se torna la manifestación del deseo de experimentar
un amor transformador y esencial como no hay otro. Pero indefectiblemente se
ven frustrados los deseos, en algunos casos, de ambos amantes.
“Cuando tu aliento se
choca con el mío/ […] asoma un niño que los dos imaginamos./ Somos este
instante de caricias que nuestra mente construye/ pero que no se materializan.”
Sangre
No parece ser menor el asunto de la concepción, si
consideramos la imagen de la sangre.
Es la hemorragia que llora la mujer cuando no fue inseminada, cuando no fue amada
lo suficiente para dar frutos. La
frustración se traduce en pérdida de energía vital, de sangre. El vacío
sobreviene.
El único consuelo que resta, mientras el amor no se intensifique
y fragüe en vida, es convertir la hemorragia en una verborragia, el fluir
caudaloso de la poesía que derrama en palabras. “De esta sangre llena de palabras/ que brota sin descanso.”
Y será la irrupción del río del tiempo que fluye, que
evoluciona y ya no el estancamiento circular de las mareas. Aguas que sin dudas
habrá que dejar atrás.
Jaula abierta
La imagen de la jaula se asimila con el papel femenino, sus
tendencias instintivas y las exigencias a la que somete. Pero la poeta, se
“desembaraza” (vaya verbo revelador) de esas categorías y alza vuelo. Como
consecuencia, se concibe pájaro.
De a poco se va minando el imaginario de metáforas aéreas.
Se anuncia una superación de aquello que domina desde las sombras, del instinto
femenino, de la imposición social de ser madre joven. El olvido de la
hemorragia, de las decepciones, de los deseos frustrados. Por eso dice:
“Pero elijo vaciarme / para ir más ligera./ Y
pienso en los pájaros/ cuando se despiden de un paisaje/ donde alguna vez
fueron felices.”